La Voz de Galicia / Marta Álvarez // |
Marta, granjera y lesbiana: «Aquí, en la aldea, da igual con quién te acuestes».
Es una de las promotoras del Agrocuir, una iniciativa que busca reivindicar el rural como un lugar de diversidad y respeto en Monterroso.
Carme D. Prol | La Voz de Galicia, 2021-09-20
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/yes/2021/09/18/aldea-da-igual-acuestes/0003_202109SY18P24991.htm
Cada vez más gente se muda al campo para disfrutar de un estilo de vida más tranquilo, sin embargo, estas no fueron las razones que llevaron a Marta Álvarez a trasladarse a Monterroso (Lugo) y hacerse granjera. Ella tomó la que llama la mejor decisión de su vida por amor, y desde la llamada Granxa Maruxaina y el festival de temática queer que nació ahí, el Agrocuir, ha transformado la comarca, haciéndola un referente de diversidad.
Marta llegó a la ciudad de Lugo para estudiar Empresariales, y allí encontró la «libertad total y absoluta», aunque ella ya había salido del armario como lesbiana en Vigo, su ciudad natal, con 16 años. «Tuve suerte y pude salir del armario muy pronto porque mi familia era muy progresista y lo aceptó, siempre hay alguien a quien le cuesta más, pero en ese sentido no fue un problema. Por otra parte, iba a un colegio de monjas y en general estaba más retraída», recuerda Marta.
Después de una época en Lugo, de la que no recuerda ningún tipo de discriminación por su sexualidad, Marta se mudó a Monterroso, el lugar de origen de su padre, que abandonó por la misma razón por la que ella llegó años después, el amor por una mujer. «Me enamoré de una chica de ahí. Mi padre conservaba la granja, que tenía alquilada, y un día las vacas se escaparon. Como yo estaba cerca, fui sola a buscarlas, y en ese momento decidí hacerme cargo de ellas. Al principio fue muy duro, pero fue la mejor decisión de mi vida», explica la granjera. La misión de Marta enseguida fue mucho más allá y se dedicó a «abrir puertas por todos lados». «Cuando llegué había como cuatro lesbianas declaradas, y ahora Monterroso es un referente de lo queer en el campo», asegura. Además, ella presume orgullosa de su profesión: «Una vez una amiga me dijo que le daría vergüenza contar que se dedica a cuidar vacas, tener un tractor... ¡Vergüenza ninguna, no sabía lo que ligaba yo con eso!», recuerda entre risas.
Marta desmiente que las aldeas sean lugares más cerrados en lo referente a la diversidad sexual: «Cuando me vine a vivir a la aldea mi madre me decía que estaba preocupada por si me rechazaban, pero con lo que he demostrado, con mi trabajo, tengo la alfombra roja puesta. Siempre habrá alguien que diga algo, pero, en general, no he notado ningún tipo de discriminación. Aquí todos somos familia y nos conocemos. Si tienes una buena actitud y eres buena persona, colaboras y ayudas, a nadie le importa con quién te acuestas. Además, lo bonito es que no estamos en un gueto, vas a uno de los bares y te encuentras con personas de todas las edades, así acaba siendo un sitio mucho más abierto. Yo siempre digo que el campo es vanguardia».
Fue con la llegada del Agrocuir cuando la aldea se revolucionó, cambiando su historia y la de Marta para siempre: «Surgió de otro festival que había hecho Braulio Vilariño, todo un referente para mí en la comarca. El conoció la granja por otra fiesta que organizamos, ya la había visto antes, pero fue la primera vez que era escenario de algo y me propusieron hacerlo aquí. Yo me metí de cabeza porque lo tenemos todo, somos rurales, yo tengo una granja y soy lesbiana. Nunca pensamos llegar adonde hemos llegado, de hecho, ya no se puede celebrar dentro de la granja porque hay demasiada gente y, lo siento mucho, pero las vacas son lo primero», explica Marta.
Otra de las razones para llevar a cabo una fiesta sobre diversidad sexual e identitaria -aunque tocan otros temas de cultura y ecología- era descentralizar fiestas como el Orgullo porque, indica, «nosotras vivimos aquí y somos queer, no tenemos que ir a Madrid o a Santiago para celebrarlo. Será mejor hacerlo aquí, que es donde vivimos y desarrollamos todo más allá de lo queer. También nos parecía que estas fiestas estaban tomando un rumbo capitalista y mercantilista, en las que tienes que consumir todo el rato, pagar una pasta para ir, vestir de una forma especial... Nuestra entrada es mínima, y aunque hay puestos de comida, puedes traer una nevera con tus cosas. Queremos ser abiertos para todos, no hacer del festival un negocio. Además, nuestro proyecto está concebido como una romería, no necesitamos la noche, tenemos actividades desde por la mañana. La respuesta del pueblo ha sido maravillosa, la gente mayor también participa y eso es lo que queremos, visibilización y naturalidad», explica Marta.
El hecho de hacer esta divulgación sobre diversidad sexual también ha dejado en Monterroso recuerdos bonitos de gente que, gracias al festival, se ha sentido menos sola: «Familias y niños del campo nos tienen como referente y han salido del armario con nosotros. En el primer año, en las últimas horas del festival, recuerdo que me vino a hablar un chico y me dio las gracias porque su hermano había salido del armario hacía poco y sus padres pensaban que era el único de la comarca. Cuando vieron el festival, con tanta diversidad, se tranquilizaron».
Aumento de agresiones
El crimen de Samuel Luiz, en A Coruña, puso el foco recientemente sobre las agresiones homófobas en Galicia y en España. Sobre esto, Marta señala que desde el colectivo Agrocuir sí han notado un aumento: «Hace unos meses, presentando una actividad en Lugo, un mapa sonoro sobre la diversidad en la ciudad, me insultaron por primera vez, diciendo que éramos unos inútiles y luego esas dos personas volvieron a pasar por el lugar con dos perros grandes y actitud amenazante. Después, hablando con los participantes, muchos habían vivido agresiones como tirarles comida en un bar», recuerda. El crimen de A Coruña tuvo gran impacto en Monterroso, que fue una de las primeras localidades gallegas en sumarse a las concentraciones en repulsa del crimen. «Hay mucho apoyo porque la gente sale a las calles y se nota, la homofobia parte de una minoría, eso está claro, pero siguen haciendo falta iniciativas como el festival, y no podemos dejar nuestra lucha», declara la granjera. Sobre los motivos por los que sucede esto, apunta que no sabe si es por «la entrada de la ultraderecha» o de «unos discursos que promueven de todo menos la libertad, pero tenemos que seguir reivindicando nuestras vidas. No somos nada nuevo, hemos existido desde siempre y aquí estaremos toda la vida», en este caso, desde la Granxa Maruxaina, que ha convertido Monterroso en un oasis de libertad al que no paran de salirle réplicas en otras aldeas: «Eso es lo más bonito, que cada sitio tenga su orgullo».
Marta llegó a la ciudad de Lugo para estudiar Empresariales, y allí encontró la «libertad total y absoluta», aunque ella ya había salido del armario como lesbiana en Vigo, su ciudad natal, con 16 años. «Tuve suerte y pude salir del armario muy pronto porque mi familia era muy progresista y lo aceptó, siempre hay alguien a quien le cuesta más, pero en ese sentido no fue un problema. Por otra parte, iba a un colegio de monjas y en general estaba más retraída», recuerda Marta.
Después de una época en Lugo, de la que no recuerda ningún tipo de discriminación por su sexualidad, Marta se mudó a Monterroso, el lugar de origen de su padre, que abandonó por la misma razón por la que ella llegó años después, el amor por una mujer. «Me enamoré de una chica de ahí. Mi padre conservaba la granja, que tenía alquilada, y un día las vacas se escaparon. Como yo estaba cerca, fui sola a buscarlas, y en ese momento decidí hacerme cargo de ellas. Al principio fue muy duro, pero fue la mejor decisión de mi vida», explica la granjera. La misión de Marta enseguida fue mucho más allá y se dedicó a «abrir puertas por todos lados». «Cuando llegué había como cuatro lesbianas declaradas, y ahora Monterroso es un referente de lo queer en el campo», asegura. Además, ella presume orgullosa de su profesión: «Una vez una amiga me dijo que le daría vergüenza contar que se dedica a cuidar vacas, tener un tractor... ¡Vergüenza ninguna, no sabía lo que ligaba yo con eso!», recuerda entre risas.
Marta desmiente que las aldeas sean lugares más cerrados en lo referente a la diversidad sexual: «Cuando me vine a vivir a la aldea mi madre me decía que estaba preocupada por si me rechazaban, pero con lo que he demostrado, con mi trabajo, tengo la alfombra roja puesta. Siempre habrá alguien que diga algo, pero, en general, no he notado ningún tipo de discriminación. Aquí todos somos familia y nos conocemos. Si tienes una buena actitud y eres buena persona, colaboras y ayudas, a nadie le importa con quién te acuestas. Además, lo bonito es que no estamos en un gueto, vas a uno de los bares y te encuentras con personas de todas las edades, así acaba siendo un sitio mucho más abierto. Yo siempre digo que el campo es vanguardia».
Fue con la llegada del Agrocuir cuando la aldea se revolucionó, cambiando su historia y la de Marta para siempre: «Surgió de otro festival que había hecho Braulio Vilariño, todo un referente para mí en la comarca. El conoció la granja por otra fiesta que organizamos, ya la había visto antes, pero fue la primera vez que era escenario de algo y me propusieron hacerlo aquí. Yo me metí de cabeza porque lo tenemos todo, somos rurales, yo tengo una granja y soy lesbiana. Nunca pensamos llegar adonde hemos llegado, de hecho, ya no se puede celebrar dentro de la granja porque hay demasiada gente y, lo siento mucho, pero las vacas son lo primero», explica Marta.
Otra de las razones para llevar a cabo una fiesta sobre diversidad sexual e identitaria -aunque tocan otros temas de cultura y ecología- era descentralizar fiestas como el Orgullo porque, indica, «nosotras vivimos aquí y somos queer, no tenemos que ir a Madrid o a Santiago para celebrarlo. Será mejor hacerlo aquí, que es donde vivimos y desarrollamos todo más allá de lo queer. También nos parecía que estas fiestas estaban tomando un rumbo capitalista y mercantilista, en las que tienes que consumir todo el rato, pagar una pasta para ir, vestir de una forma especial... Nuestra entrada es mínima, y aunque hay puestos de comida, puedes traer una nevera con tus cosas. Queremos ser abiertos para todos, no hacer del festival un negocio. Además, nuestro proyecto está concebido como una romería, no necesitamos la noche, tenemos actividades desde por la mañana. La respuesta del pueblo ha sido maravillosa, la gente mayor también participa y eso es lo que queremos, visibilización y naturalidad», explica Marta.
El hecho de hacer esta divulgación sobre diversidad sexual también ha dejado en Monterroso recuerdos bonitos de gente que, gracias al festival, se ha sentido menos sola: «Familias y niños del campo nos tienen como referente y han salido del armario con nosotros. En el primer año, en las últimas horas del festival, recuerdo que me vino a hablar un chico y me dio las gracias porque su hermano había salido del armario hacía poco y sus padres pensaban que era el único de la comarca. Cuando vieron el festival, con tanta diversidad, se tranquilizaron».
Aumento de agresiones
El crimen de Samuel Luiz, en A Coruña, puso el foco recientemente sobre las agresiones homófobas en Galicia y en España. Sobre esto, Marta señala que desde el colectivo Agrocuir sí han notado un aumento: «Hace unos meses, presentando una actividad en Lugo, un mapa sonoro sobre la diversidad en la ciudad, me insultaron por primera vez, diciendo que éramos unos inútiles y luego esas dos personas volvieron a pasar por el lugar con dos perros grandes y actitud amenazante. Después, hablando con los participantes, muchos habían vivido agresiones como tirarles comida en un bar», recuerda. El crimen de A Coruña tuvo gran impacto en Monterroso, que fue una de las primeras localidades gallegas en sumarse a las concentraciones en repulsa del crimen. «Hay mucho apoyo porque la gente sale a las calles y se nota, la homofobia parte de una minoría, eso está claro, pero siguen haciendo falta iniciativas como el festival, y no podemos dejar nuestra lucha», declara la granjera. Sobre los motivos por los que sucede esto, apunta que no sabe si es por «la entrada de la ultraderecha» o de «unos discursos que promueven de todo menos la libertad, pero tenemos que seguir reivindicando nuestras vidas. No somos nada nuevo, hemos existido desde siempre y aquí estaremos toda la vida», en este caso, desde la Granxa Maruxaina, que ha convertido Monterroso en un oasis de libertad al que no paran de salirle réplicas en otras aldeas: «Eso es lo más bonito, que cada sitio tenga su orgullo».
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