Naiz / I Congreso de Antropologia Feminista en la UPV/EHU // |
Brujas, putas y cirujanos cómplices de violencias.
El Congreso de Antropología Feminista ha hecho de la UPV de Donostia un disparadero de ideas, críticas y debates. Entre las 350 expertas invitadas, Itziar Gandarias, Nerea Azkona y Carmen Meneses hablaron sobre interseccionalidad, violencia obstétrica y prostitución.
Maddi Txintxurreta | Naiz, 2022-06-10
https://www.naiz.eus/es/info/noticia/20220610/brujas-putas-y-cirujanos-complices-de-violencias
Cientos de mujeres se han nutrido durante los últimos dos días –hoy les espera la última jornada– en el primer Congreso de Antropología Feminista que el Grupo de Investigación en Antropología Feminista (AFIT), junto con la Asociación Vasca de Antropología (Ankulegi), ha organizado tras aguardar con paciencia a que la pandemia y sus restricciones amainaran para que finalmente el congreso se pudiera hacer de manera presencial.
Dentro del evento imposible de resumir y entre tantos contenidos difíciles de seleccionar, las vascas Itziar Gandarias y Nerea Azkona trasladaron sus reflexiones sobre distintas violencias en uno de los paneles del miércoles por la tarde.
Gandarias aportó el enfoque interseccional y lo ayudó aterrizándolo en un estudió que realizó a las mujeres que han pasado por una asociación bilbaína que ofrece una alternativa habitacional temporal a las mujeres con dificultades económicas. Mujeres sin hogar, habitadas por múltiples violencias.
Mediante quince entrevistas en profundidad, analizó la situación de estas mujeres antes, durante y después de su paso por el albergue. La conclusión principal, que «no habían cambiado mucho de cómo habían entrado».
Una de las razones, esgrimió Gandarias, era la visión «cortoplacista» de la asociación, porque cuando las mujeres –la mayoría, migradas– conseguían acceder, por ejemplo, a la RGI, dejaban el albergue y «pasaban a la siguiente». Esto provocaba que, en muchas ocasiones, estas mujeres se vieran abocadas al «sinhogarismo encubierto» o, dicho de otra manera, la vivienda volvía a ser una preocupación diaria, o vivían hacinadas en pisos, o volvían a empleos «intermitentes».
Además de cortoplacista, el enfoque de la asociación era, a juicio de la ponente, antropocéntrico: porque no ampliaba la mirada para entender y tener en cuenta las violencias que, de forma simultánea, entrelazada y compleja, constituyen «el contexto» ineludible de estas personas. «Todo este círculo de precariedad y exclusión está atravesado por un continuum de múltiples violencias», aclaró la bilbaína.
Así, según Gandarias, diseccionar todas las formas de violencia que pueden atravesar a las mujeres, ese continuum, «nos puede permitir ir más allá de la jerarquización de abusos y promover la exploración de formas de violencia que no son tan estudiadas».
Itziar Gandarias admitió que «es imposible entender todos los ejes de la desigualdad», pero se puede aspirar a «iluminar los nudos y los ejes de tensión» que relacionan esas violencias. Así –y ya advirtió al principio de la ponencia que venía a exponer más preguntas que respuestas–, en el caso de mujeres en situación de sinhogarismo que pasaron por la asociación de Bilbo, ciertas preguntas podrían ayudar a identificar esos ejes de tensión: «¿El origen qué efectos tiene al intentar conseguir una vivienda? ¿Cómo influye en la economía de las mujeres en el caso de que tengan la situación administrativa regularizada?»
De las brujas a la biomedicina
Cuando acude a los centros sanitarios a dar formaciones sobre violencia obstétrica, los profesionales reciben a Nerea Azkona «con la escopeta cargada». Porque esta cuestión, que la antropología lleva estudiando desde hace más de 60 años e incluso la ONU siente la necesidad de nombrar y defender derecho de las mujeres a un «parto respetado», encuentra resistencias en algunos profesionales médicos y biomédicos.
En Donostia –en el disparadero de ideas–, sin embargo, Azkona no se topó con la hostilidad hospitalaria a la que está acostumbrada. Allí todas querían entender, escuchar y debatir. Y la violencia obstétrica fue tema central en muchos de los paneles de este congreso de tres días.
Azkona se centró sobre todo en los orígenes de esta violencia. O antes incluso de que la violencia obstétrica existiera, cuando las llamadas –perseguidas, castigadas, quemadas– brujas, las herboleras, sanadoras, curanderas, parteras, matronas y comadronas, eran las encargadas de ayudar a parir a las mujeres, antes de que esa potestad les fuera arrancada por los varones llamados cirujanos –sabios, médicos, dueños de decisiones ajenas–, la sabiduría de las mujeres fuera demonizada y las tumbaran.
Las tumbaron, literalmente. Porque después de que emergiera la figura del médico (restringida a los varones) y los cirujanos comenzaran a asistir los partos –«con unos estudios totalmente teóricos, pero con recursos y con instrumentos», apuntó Nerea Azkona–, el ginecólogo francés François Moriceau decidió en el siglo XVII que lo mejor para el profesional que atendía el parto –y no para la que paría– era que la mujer se tumbara con las piernas abiertas, para que él pudiera ver mejor.
«Este fue el primer elemento de la violencia obstétrica», remarcó la antropóloga en Donostia: «¿Porqué? Porque nos cambiaron de posición. Moriceau tumbó a la mujer. Al tumbarte con las piernas abietas, no ves. Es la vulnerabilidad absoluta. Estamos entregadas a la intervención de otros. Parece un simple cambio de postura, pero fue mucho más».
«Entraron los cirujanos en nuestras vidas y ya las mujeres no sabíamos parir», resumió Azkona.
Desde entonces, la violencia obstétrica ha evolucionado y se ha perpetuado hasta el punto en que muchas mujeres la «naturalizan». Y se manifiesta con varios síntomas: «Apropiación del cuerpo, patologización de procesos naturales o la pérdida de capacidad de decisión», entre otros.
Y es que este tipo de violencia cuenta con una fuerte estructura que la sostiene: «la biomedicina, el patriarcado y el capitalismo son los tres ejes de la violencia obstétrica», según alertó Virginia Murialdo Miniello en su ponencia del jueves por la mañana.
La prostitución fuera de la dicotomía
«Ni es un trabajo como otro cualquiera ni es, en sí misma, violencia. La realidad es mucho más compleja que esa dicotomía», señaló Carmen Meneses Falcón en su ponencia dedicada a los efectos del trabajo sexual en la salud de las mujeres prostitutas o víctimas de trata. La profesora de la Universidad Pontificia de Comillas sí que se arriesgó a que alguien la recibiera con la escopeta cargada porque, aseguró, la han censurado en varias ocasiones. No fue el caso.
Las que acudieron a este panel el jueves por la mañana tuvieron la suerte de escuchar la visión de una antropóloga que, en aras de recabar datos, ha entrado a vivir en cinco burdeles diferentes –uno en Euskal Herria– durante diez días en cada uno para entender eso que está oculto y alejarse de ciertas posturas que, tras la aprobación el martes de la ley para la prohibición del ‘proxenetismo en todas formas’ en el Congreso español, divinizada la moral y demonizada la prostitución, denotan ignorancia a la realidad de las trabajadoras sexuales y las desposeen de derechos.
Sobre la proposición de ley, Meneses criticó que es «criminalizadora» y que «va a repercutir enormemente a la salud de las mujeres». Mencionó estudios que demuestran que hay 8 veces más de probabilidades de violencia contra mujeres en los Estados que han criminalizado la prostitución.
Meneses expuso una radiografía en números de la prostitución en el Estado español y de las personas que la ejercen. En un sondeo contó 1.114 burdeles en el Estado, aunque intuye que tras la pandemia serán menos, «unos 800».
Respecto a las mujeres que, matizó, pueden ser quienes están en ejercicio de prostitución, trabajadoras sexuales o víctimas de trata, la gran mayoría trabajan en pisos, en burdeles y por internet. Solamente un 4-5% lo hacen en la calle, el lugar más inseguro para trabajar. El más seguro para ellas, confirmó, son los locales, ya que ahí cuentan con medidas y personal de seguridad.
En el estrato más alto de las mujeres que ejercen la prostitución estarían las «VIP»: las que trabajan en clubs, prostíbulos, centros de masaje, saunas u hoteles.
En los pisos, no obstante, «hay de todo», dijo: «Los hay seguros e inseguros». Para estos casos, Meneses ha contribuido a crear la web sexuando.es para que las trabajadoras sexuales puedan estar prevenidas ante posibles peligros. Una publicación en la web alerta de que a una de las usuarias un cliente le echó en la bebida la substancia conocida como ‘burundanga’. La antropóloga aseguró que, en el curso de su investigación, ha tenido que escuchar historias «terroríficas».
Y como es habitual, las más precarias y vulnerables, las que ocupan el estrato más bajo de las trabajadoras sexuales, son a menudo migradas sin papeles. Por ello, la antropóloga volvió a referirse a la ley que se está cociendo en el Congreso español para decir que lo verdaderamente urgente y beneficioso para las trabajadoras sexuales es derogar la Ley de Extranjería. «¡Que se la carguen!», reivindicó.
Dentro del evento imposible de resumir y entre tantos contenidos difíciles de seleccionar, las vascas Itziar Gandarias y Nerea Azkona trasladaron sus reflexiones sobre distintas violencias en uno de los paneles del miércoles por la tarde.
Gandarias aportó el enfoque interseccional y lo ayudó aterrizándolo en un estudió que realizó a las mujeres que han pasado por una asociación bilbaína que ofrece una alternativa habitacional temporal a las mujeres con dificultades económicas. Mujeres sin hogar, habitadas por múltiples violencias.
Mediante quince entrevistas en profundidad, analizó la situación de estas mujeres antes, durante y después de su paso por el albergue. La conclusión principal, que «no habían cambiado mucho de cómo habían entrado».
Una de las razones, esgrimió Gandarias, era la visión «cortoplacista» de la asociación, porque cuando las mujeres –la mayoría, migradas– conseguían acceder, por ejemplo, a la RGI, dejaban el albergue y «pasaban a la siguiente». Esto provocaba que, en muchas ocasiones, estas mujeres se vieran abocadas al «sinhogarismo encubierto» o, dicho de otra manera, la vivienda volvía a ser una preocupación diaria, o vivían hacinadas en pisos, o volvían a empleos «intermitentes».
Además de cortoplacista, el enfoque de la asociación era, a juicio de la ponente, antropocéntrico: porque no ampliaba la mirada para entender y tener en cuenta las violencias que, de forma simultánea, entrelazada y compleja, constituyen «el contexto» ineludible de estas personas. «Todo este círculo de precariedad y exclusión está atravesado por un continuum de múltiples violencias», aclaró la bilbaína.
Así, según Gandarias, diseccionar todas las formas de violencia que pueden atravesar a las mujeres, ese continuum, «nos puede permitir ir más allá de la jerarquización de abusos y promover la exploración de formas de violencia que no son tan estudiadas».
Itziar Gandarias admitió que «es imposible entender todos los ejes de la desigualdad», pero se puede aspirar a «iluminar los nudos y los ejes de tensión» que relacionan esas violencias. Así –y ya advirtió al principio de la ponencia que venía a exponer más preguntas que respuestas–, en el caso de mujeres en situación de sinhogarismo que pasaron por la asociación de Bilbo, ciertas preguntas podrían ayudar a identificar esos ejes de tensión: «¿El origen qué efectos tiene al intentar conseguir una vivienda? ¿Cómo influye en la economía de las mujeres en el caso de que tengan la situación administrativa regularizada?»
De las brujas a la biomedicina
Cuando acude a los centros sanitarios a dar formaciones sobre violencia obstétrica, los profesionales reciben a Nerea Azkona «con la escopeta cargada». Porque esta cuestión, que la antropología lleva estudiando desde hace más de 60 años e incluso la ONU siente la necesidad de nombrar y defender derecho de las mujeres a un «parto respetado», encuentra resistencias en algunos profesionales médicos y biomédicos.
En Donostia –en el disparadero de ideas–, sin embargo, Azkona no se topó con la hostilidad hospitalaria a la que está acostumbrada. Allí todas querían entender, escuchar y debatir. Y la violencia obstétrica fue tema central en muchos de los paneles de este congreso de tres días.
Azkona se centró sobre todo en los orígenes de esta violencia. O antes incluso de que la violencia obstétrica existiera, cuando las llamadas –perseguidas, castigadas, quemadas– brujas, las herboleras, sanadoras, curanderas, parteras, matronas y comadronas, eran las encargadas de ayudar a parir a las mujeres, antes de que esa potestad les fuera arrancada por los varones llamados cirujanos –sabios, médicos, dueños de decisiones ajenas–, la sabiduría de las mujeres fuera demonizada y las tumbaran.
Las tumbaron, literalmente. Porque después de que emergiera la figura del médico (restringida a los varones) y los cirujanos comenzaran a asistir los partos –«con unos estudios totalmente teóricos, pero con recursos y con instrumentos», apuntó Nerea Azkona–, el ginecólogo francés François Moriceau decidió en el siglo XVII que lo mejor para el profesional que atendía el parto –y no para la que paría– era que la mujer se tumbara con las piernas abiertas, para que él pudiera ver mejor.
«Este fue el primer elemento de la violencia obstétrica», remarcó la antropóloga en Donostia: «¿Porqué? Porque nos cambiaron de posición. Moriceau tumbó a la mujer. Al tumbarte con las piernas abietas, no ves. Es la vulnerabilidad absoluta. Estamos entregadas a la intervención de otros. Parece un simple cambio de postura, pero fue mucho más».
«Entraron los cirujanos en nuestras vidas y ya las mujeres no sabíamos parir», resumió Azkona.
Desde entonces, la violencia obstétrica ha evolucionado y se ha perpetuado hasta el punto en que muchas mujeres la «naturalizan». Y se manifiesta con varios síntomas: «Apropiación del cuerpo, patologización de procesos naturales o la pérdida de capacidad de decisión», entre otros.
Y es que este tipo de violencia cuenta con una fuerte estructura que la sostiene: «la biomedicina, el patriarcado y el capitalismo son los tres ejes de la violencia obstétrica», según alertó Virginia Murialdo Miniello en su ponencia del jueves por la mañana.
La prostitución fuera de la dicotomía
«Ni es un trabajo como otro cualquiera ni es, en sí misma, violencia. La realidad es mucho más compleja que esa dicotomía», señaló Carmen Meneses Falcón en su ponencia dedicada a los efectos del trabajo sexual en la salud de las mujeres prostitutas o víctimas de trata. La profesora de la Universidad Pontificia de Comillas sí que se arriesgó a que alguien la recibiera con la escopeta cargada porque, aseguró, la han censurado en varias ocasiones. No fue el caso.
Las que acudieron a este panel el jueves por la mañana tuvieron la suerte de escuchar la visión de una antropóloga que, en aras de recabar datos, ha entrado a vivir en cinco burdeles diferentes –uno en Euskal Herria– durante diez días en cada uno para entender eso que está oculto y alejarse de ciertas posturas que, tras la aprobación el martes de la ley para la prohibición del ‘proxenetismo en todas formas’ en el Congreso español, divinizada la moral y demonizada la prostitución, denotan ignorancia a la realidad de las trabajadoras sexuales y las desposeen de derechos.
Sobre la proposición de ley, Meneses criticó que es «criminalizadora» y que «va a repercutir enormemente a la salud de las mujeres». Mencionó estudios que demuestran que hay 8 veces más de probabilidades de violencia contra mujeres en los Estados que han criminalizado la prostitución.
Meneses expuso una radiografía en números de la prostitución en el Estado español y de las personas que la ejercen. En un sondeo contó 1.114 burdeles en el Estado, aunque intuye que tras la pandemia serán menos, «unos 800».
Respecto a las mujeres que, matizó, pueden ser quienes están en ejercicio de prostitución, trabajadoras sexuales o víctimas de trata, la gran mayoría trabajan en pisos, en burdeles y por internet. Solamente un 4-5% lo hacen en la calle, el lugar más inseguro para trabajar. El más seguro para ellas, confirmó, son los locales, ya que ahí cuentan con medidas y personal de seguridad.
En el estrato más alto de las mujeres que ejercen la prostitución estarían las «VIP»: las que trabajan en clubs, prostíbulos, centros de masaje, saunas u hoteles.
En los pisos, no obstante, «hay de todo», dijo: «Los hay seguros e inseguros». Para estos casos, Meneses ha contribuido a crear la web sexuando.es para que las trabajadoras sexuales puedan estar prevenidas ante posibles peligros. Una publicación en la web alerta de que a una de las usuarias un cliente le echó en la bebida la substancia conocida como ‘burundanga’. La antropóloga aseguró que, en el curso de su investigación, ha tenido que escuchar historias «terroríficas».
Y como es habitual, las más precarias y vulnerables, las que ocupan el estrato más bajo de las trabajadoras sexuales, son a menudo migradas sin papeles. Por ello, la antropóloga volvió a referirse a la ley que se está cociendo en el Congreso español para decir que lo verdaderamente urgente y beneficioso para las trabajadoras sexuales es derogar la Ley de Extranjería. «¡Que se la carguen!», reivindicó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.