sábado, 1 de julio de 2023

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Nacha Sánchez //
Nacha Sánchez, trans de ‘Vestida de azul’, vuelve a la tele con los Javis

Alex Ander | El Asombrario, 2023-07-01

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‘Vestida de azul’ (1983), de Antonio Giménez-Rico, ha pasado a la historia como el primer documental español protagonizado por mujeres trans que se estrenaba en salas comerciales. De las seis protagonistas del filme, cuatro de ellas fallecieron en los siguientes años por complicaciones derivadas del sida. Una de las dos supervivientes, Josette, se retiró del espectáculo y en los años 90 regresó a su identidad masculina. La otra, Nacha Sánchez, lleva una vida tranquila en Vigo y acaba de participar en el rodaje de ‘Vestidas de azul’ (Atresplayer), la serie de los Javis que explorará la difícil situación de las mujeres trans en la España de la Transición. Hemos hablado con Nacha (Madrid, 1962): “Estoy dispuesta a aceptar todo lo que me ofrezcan, menos a hacer series sobre guarrerías y putiferios”.

‘Vestida de azul’ (1983) ha pasado a la historia como el primer documental español protagonizado por mujeres trans que se estrenaba en salas comerciales. En un primer momento, su director, Antonio Giménez-Rico, pensaba rodar una película de ficción. Sin embargo, cambió de opinión cuando empezó a documentarse para escribir el guion y comprobó la triste y brutal realidad de las personas trans de la época, quienes, en muchos casos, debido a la escasez de oportunidades laborales, se veían abocadas a la prostitución callejera (o, en el mejor de los casos, el cabaré, donde los empresarios de las salas de fiesta que las contrataban buscaban exhibirlas como fenómenos de feria).

«Esta película la hice con mucho amor», contó luego el cineasta en el libro ‘Vestidas de azul’ (Dos Bigotes). «Es un mundo que nada tiene que ver conmigo, pero no se juzga a nadie. En un principio podría haber tenido morbo, pero luego la ves y no hay morbo alguno. Se presenta una realidad, esos chicos que deciden ser chicas con todas sus complicaciones. Mi acierto fue no hacer una película moral, sino una película documental».

De las seis protagonistas del filme, que se estrenó en el Festival de Cine de San Sebastián y funcionó bastante bien en taquilla, cuatro de ellas fallecieron en los siguientes años por complicaciones derivadas del sida. Una de las dos supervivientes, Josette, que frente a la cámara protagoniza un curioso reencuentro con quien entonces era su ex mujer en la vida real, se retiró del espectáculo y en los años 90 regresó a su identidad masculina. La otra, Nacha Sánchez, lleva una vida tranquila en Vigo y acaba de participar en el rodaje de ‘Vestidas de azul’ (Atresplayer), la serie de los Javis que explorará la difícil situación de las mujeres trans en la España de la Transición. Hemos hablado con Nacha (Madrid, 1962).

¿Tuviste dudas a la hora de aceptar aparecer en la serie de los Javis?

No, ninguna. Sucedió de la mano de Valeria Vegas, con la que participé en la semana del Orgullo en Pontevedra. En un principio, los Javis no me querían, porque me quisieron dar un papel para hacer de puta en el Parque del Oeste en ‘Veneno’ y les dije que no. Cuando empezaron a buscar gente para su nueva serie, Valeria les dijo que yo debía estar en ella. Me llamó un día Javier Ambrossi y me invitó a viajar a Madrid para conocernos. Cuando me presenté allí, las guionistas me hicieron una prueba. A mí no se me da bien la lectura, pero me dijeron que tanto ellas como Valeria me querían en la serie, y que tenía que estudiar el guion, aunque luego no lo siguiera al pie de la letra. A partir de ahí, se portaron muy bien conmigo: me dieron dinero para mis gastos, me pagaron hoteles y me llamaron varias veces. En una de las llamadas, me explicaron que Penélope Guerrero iba a hacer de Nacha en la época de 'Vestida de azul'. La chica exigió conocerme antes de firmar su contrato, así que volví a Madrid para ello. Ahí ya les pregunté si realmente pensaban contratarme o solo me querían para que les diera información de cara a la escritura del guion. Al rato, el principal productor me llamó y me dijo ‘Mira, Nacha, yo no tengo un papel en la serie para ti, pero sí te ofrezco una colaboración especial y un capítulo entero’. Es cierto que yo salgo solo al final, pero realmente aparezco en toda la serie, porque esa chica que hace de mí está representando mi vida.

¿Y cómo ha sido el rodaje?

Al final han sido 15 sesiones, más tres especiales que se han grabado. Me pagaron un dinero bastante considerable y me han tratado divinamente, aunque no me ha gustado mi vestuario en la serie. Decían que, al ser la estrella de la serie, tenía asignado un color concreto. Me tocó el dorado, pero ese es un color que no me gusta para nada.

En su día fuiste amiga de Cristina la Veneno. ¿A ti te pasó como a ella, que durante su etapa como prostituta callejera se ganó el respeto de sus compañeras a base de broncas y alguna que otra hostia?

No, yo nunca me he peleado con nadie. Solamente tuve problemas con la famosa Manola, que me odiaba. El respeto no me lo gané peleando con nadie, sino ayudando a la gente, dando consejos, acogiendo en mi casa a las personas que no tenían dónde vivir… Cristina era muy agresiva. A ella vinieron a agobiarla y atosigarla porque, de la noche a la mañana, se convirtió en una bomba de tía. Encima, ella tenía un carácter muy malo. Se reía de la gente fea y se creía que era la mejor.

A raíz de su muerte, el movimiento asociativo de las personas trans empezó a reivindicar a Cristina, después de haber pasado muchos años rehuyéndola. ¿Entiendes su postura?

Hombre, muy buen ejemplo no daba. Cristina no gusta hoy a todo el mundo. La que gusta es Dana [Daniela Santiago], la actriz que hace de Cristina en ‘Veneno’. Cristina era muy buena persona, pero tenía un carácter terrible. Justo estás hablando con la única persona que nunca tuvo un problema con ella. Los primeros pendientes que tuvo se los regalé yo. Ella no bebía ni se drogaba nada entonces, fue al final de su vida cuando le dio por esas locuras.

Creo que tenías apenas 14 años cuando te escapaste de casa.


¡Tenía 13! Justo ayer lo estaba comentando con mi hermana, que también es una mujer trans y ahora cuida de mi madre, que tiene demencia senil. Mirábamos fotos antiguas y hablábamos de lo diferentes que eran mi padre y mi madre. De niña, me peleaba todos los días con él. Por las noches me escapaba, me iba de petardeo y tenía otra hermana que luego me abría la puerta. Una noche, mi padre me pilló y me pegó una paliza. Después de eso le dije: ‘Bueno, creo que me voy a ir con unos amigos míos de vacaciones’. En realidad, cogí un dinerito que tenía ahorrado y me fui a Barcelona.

¿Con qué apoyos contaste cuando empiezas en Barcelona tu proceso de transición social y modificación corporal?


Al principio fui con unas personas a un hotel y, cuando me vine a dar cuenta, todas ellas desaparecieron de allí sin pagar la cuenta. No tenía dinero, pero sí tenía algo de plata, porque entonces me gustaba mucho, así que tuve que venderla para poder pagar la cuenta del hotel. Después me tiré a la calle para ver qué hacía o qué no hacía. Ahí me encontré con una mariquita de Huelva, Toñi ‘la Pómulos’, que me vio sentada en un banco y me preguntó qué me había pasado. Me dijo que me fuera con ella a su casa, donde vivían cuatro o cinco chicos que por las noches salían a prostituirse por el Boulevard Rosa de Barcelona. Un día me fui con ellos, pero no conseguí ningún cliente vestida de hombre. Pasaron dos o tres días ayudándome y luego, una noche, me picó la curiosidad y me asomé a una calle que había por delante para ver por qué pasaban tantos coches por ahí. Me encontré en la puerta del hotel Calderón con una mujer enorme, vestida con un abrigo de piel, que empezó a hablar conmigo. Me dijo: ‘Lo que tienes que hacer si te sientes más chica que chico es esto, y si quieres venirte por aquí, te echaré una mano’.

Esa misma noche, cuando ya me iba para casa, encontré en un contenedor de basura unos zapatos y un vestido, y los cogí. Al día siguiente les dije a los chicos con los que vivía que iba a salir con ellos, pero que esta vez me iba a poner a trabajar con aquellas chicas, que yo ni sabía que eran travestis o trans. Así fue como empecé en la prostitución, con 13 o 14 años. No podía vivir del aire, y no encontré otro medio. Entonces ganaba dinero y todo era barato. Recuerdo que pagaba 80 o 90 pesetas de pensión más 150 pesetas de comida, pero que igual conseguía hacer 10.000 o 15.000 pesetas trabajando.

¿Tu familia sabía a qué te dedicabas?


Sí. Mi familia lo sabía perfectamente. No lo aceptaban, porque eso no lo acepta nadie, pero tampoco me lo criticaban. Procuraba además hacerlo discretamente y, de hecho, pasé muchos años viviendo fuera. Cuando vivía en Madrid, tenía primos taxistas que le decían a mi padre: ‘Uy, hemos visto a tu hijo vestido de mujer en la calle’, y otras cosas así, por lo que decidí quitarme de en medio. He estado viviendo en Italia, Francia, Suiza, Alemania, Austria... Me lo he recorrido todo.

¿Y dónde dirías que has sido más feliz?

Ay, no sé. Creo que aquí, en Vigo, porque es donde mejor me encuentro. En todos los sitios en los que he vivido ha habido muchas drogas, mucho alcohol y mucho vicio. En esta ciudad, a la que ya vine hace 40 años para trabajar en un espectáculo, la mentalidad de la gente es muy abierta. Los gallegos son los primeros que han viajado por el mundo y lo han visto todo.

¿Qué relación has mantenido tú con el alcohol y las drogas?

¡Yo me he drogado como loca y he bebido como loca! Pero ya hace como cinco o seis años que dejé de hacerlo. Vendí un piso que tenía en Madrid para poder operarme del pecho, porque lo tenía muy duro y resulta que por dentro estaba con necrosis. Si no me lo llego a cambiar entonces, hoy estaría muerta. El médico tuvo que arrancarme la silicona de los huesos y aquello me dejó destrozada. En ese momento decidí que no iba a volver a meterme una raya ni a beberme un whisky. Ahora, cuando bebo, me pongo malísima y me da como asco. Cuando me meto una raya, tengo la sensación de que ese pecho que el médico me arregló como pudo se me va a salir de su sitio.

Además, me he hecho mayor. Ahora soy muy casera, me gusta hacer mi comida, ir a hacer la compra y estar tranquila. Como he conseguido tener una buena pensión, tengo un dinero guardado y además hago muchas cosas, no necesito salir a la calle. Además, salir solo sirve para discutir con las demás ‘maricas’, porque el alcohol y las drogas siguen existiendo y la que no los toma se siente desplazada. Por otro lado, la prostitución callejera murió a raíz de la pandemia. Ya no hay trabajo y, sinceramente, para salir a ganar 20 euros, prefiero administrarme un poco mejor y no hacerlo.

¿Pasaste mucho miedo durante tus comienzos en la calle?

No, porque yo entonces era tan atrevida como lo soy ahora. A mí me echaban de todos los sitios, porque no tenía tetas (me ponía unos calcetines) y no te puedes ni imaginar lo guapas que eran las transexuales que había en esa época en Barcelona. Luego, poco a poco, fui haciendo amistad con una y con otra. No he pasado miedo nunca en la calle, aunque sí me han pasado muchas cosas. Me han robado, me han puesto una pistola en la cabeza, y hasta me han llevado en el coche a un lugar en el que había tres o cuatro hombres más que han hecho conmigo lo que han querido y luego no me han pagado.

¿A qué se debe tu mote ‘la Poderosa’?

Ese mote me lo pusieron estando ya en Madrid, donde empezaron a llegar muchas chicas de las Canarias, que tienen otra forma de hablar. Cuando acabábamos de trabajar, nos íbamos a cenar o a la discoteca. Allí sacaba el dinero de mi cartera y me ponía a frotarlo mientras decía: ‘¡Qué poderío!’, y ahí es cuando las otras empezaron a llamarme ‘la Poderosa’. Luego, además, soy una tía que ha ganado mucho dinero y que ha guardado mucho también. Igual me compraba un bolso bueno y me quedaba luego sin comer. Tuve buenas joyas, buenas pieles y apartamentos divinos. Ahora no, ahora vivo de alquiler, porque cuando me operaron de la uretra tuve dificultades y necesité vender para no tener que pedir nada a nadie.

¿Cómo apareció en tu vida Antonio Giménez-Rico?

Apareció porque, cuando trabajaba como prostituta, hice un reportaje para televisión titulado 'Alma de mujer' que él vio. Me reuní con él y con otro productor, me dijeron lo que estaban preparando y les dije que sí. Luego conocí muy bien a Giménez-Rico, que conmigo fue el hijo de puta más grande del mundo. A nosotras no nos quería, para él éramos un negocio. Nunca me he llevado bien con él. Cuando presentó el libro de Valeria Vegas con ella, dijo que yo pasé de ser un ser humano tranquilito y normal a convertirme en un monstruo de la cirugía estética y de las joyas. Nunca le caí bien, porque soy muy descarada y si hay algo que no me gusta, lo digo.

Por ejemplo, en la serie que acabo de hacer, tuve que pasar 14 horas rodando una de las secuencias. Cuando me enseñaron los zapatos que tenía que llevar puestos, les dije que no rodaba así, porque necesito llevar algo con lo que me sienta cómoda. Querían que saliera al lado de las otras chicas, que miden 1,80, con unos taconcitos bajos, dando el aspecto de señora mayor que trabaja de puta callejera y está ya como acabada. Podré tener 60 años, pero me gusta ponerme zapatos con tacón de 18 centímetros y me muevo divinamente con ellos. Los de vestuario lo consultaron y lo acabaron entendiendo. Al final salgo con unos tacones que me permiten estar a la misma altura que las demás. No hay dinero suficiente para que alguien me diga lo que tengo que hacer.

¿Desconfiaste en algún momento del resultado final del documental ‘Vestida de azul’?

Sí, siempre dudé. El día que la vimos por primera vez, en San Sebastián, lloré y me asusté. Nada más empezar el documental, se nos ve pegándonos con la policía. Mi vida tenía que continuar, y yo debía seguir acudiendo a esos mismos sitios en los que había rodado el documental. Me daban miedo las represalias, que pudieran pasar por mi lado y pegarme un tiro en la cabeza por haber hecho aquello. Recuerdo que un día aparecieron dos coches llenos de gitanos que se bajaron y me preguntaron dónde estaba Tamara. Les dije que no lo sabía, y uno de ellos comentó a otro: ‘Pues córtale los huevos a este maricón’. El documental era tremendo. Tanto, que al cabo de seis meses dejó de poder verse.

‘Veneno’ cosechó un gran éxito a nivel nacional e internacional. ¿Estarías preparada para convertirte en una estrella?

Me siento preparada, pero veo un poco difícil que la serie pueda competir con ‘Veneno’. Aunque la idea de todos los productores con los que he hablado es que tiene que superarla. No sé, podría ser. A fin de cuentas, ‘Veneno’ habla de una sola vida, pero ‘Vestidas de azul’ cuenta muchas historias. Aunque ya estoy algo mayor para estas cosas, estoy dispuesta a aceptar todo lo que me ofrezcan, menos a hacer series sobre guarrerías y putiferios. Si es para hacer cosas de ese tipo, mejor que se olviden de mí.

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