Imagen: El Periódico / Katy Pastor |
Madre coraje. Su hijo le confesó que le gustaban los chicos. Hoy ella pelea por defender al colectivo. Olga Merino | El Periódico, 2011-08-21
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/hijo-sufrio-acoso-escolar-por-ser-homosexual-1124325
La noche en que se lo confesó, hace cinco años, su hijo tuvo que taparse la cabeza con la sábana. Katy Pastor (Arroyo de San Serván, Badajoz, 1958) no tardó en ponerse las pilas. Ahora, ella y su marido acogen a los progenitores que se acercan a la Associació de Mares i Pares de Gais i Lesbianes buscando ayuda.
-Qué valiente.
-Es que la visibilidad cuesta mucho. Parece que los padres tengamos vergüenza de hablar de nuestro hijo o hija homosexuales. Nos han educado para creer que la homosexualidad es algo malo.
-Todavía, a estas alturas…
-Muchos padres acaban por aceptarlo, por compartirlo, pero prefieren que no se les note en la calle. Si es un chico, que no sea amanerado; si es una chica, que no sea masculina.
-¿Cuándo se lo confesó?
-A los 14 años; pronto, por suerte. Cuando me lo dijo, el chico ya no podía más. Estaba pasándolo muy mal en el colegio. Hacía tres años que sufría acoso.
-¿No le había dicho nada?
-En casa disimulaba muy bien. Lo único que hacía era que el día en que le tocaba gimnasia se ponía malísimo y lloraba. Muchas veces, yo le obligaba a ir sin saber que sufría muchísimo.
-¿Se burlaban de él?
-Durante tres años le habían arrebatado la identidad: «No me llaman Álex -me dijo-, sino el maricón». Después, en el gimnasio, le tocaban el culo y las tetas. Él lo pasaba fatal; tenía un miedo terrible.
-¿Tampoco lo habló con su hermano mayor?
-Nunca; ambos se llevan siete años de diferencia. De ser un niño educado y cariñoso, pasó a contestar mal, a dar portazos, a salir de casa sin decir siquiera adónde iba. Una noche entré en su habitación para hablar con él.
-¿Sospechaba algo?
-Primero pensé en la droga. Quizá en que se había pegado con algún compañero, pero la homosexualidad nunca se me pasó por la cabeza. Y eso que de pequeño me había pedido muñecas. Llámeme ingenua, si quiere, pero pensé que si peinaba a las muñecas era porque de mayor sería peluquero.
-¿Cómo reaccionó?
-Me quedé helada. Me desmontó. En seguida lo abracé llorando y le dije que no se preocupara. Me sentí un poco culpable por no haberme dado cuenta. Me duele porque sé que lo pasó mal y que lo va a pasar mal porque la sociedad no está preparada. Luego me explicó lo del acoso.
-Terrible.
-En la escuela, los profesores no sabían cómo llevar el tema. Esperaron a que Álex acabara el curso: fuera el niño, fuera el problema. Mi hijo estuvo después un año entero sin poder salir solo de casa y con tratamiento psicológico. La gente le daba un miedo terrible. No podía coger un tren, nada. Incluso tuvo pensamientos suicidas.
-Ustedes, los padres, se reúnen en la asociación.
-Sí, todos los miércoles, en la sede del Casal Lambda. De lo que se trata es de hablar de nuestros hijos, de los sentimientos, de las dudas, de los miedos. Ayuda mucho. Fue nuestro hijo quien nos dio el nombre de la asociación; nos vio tan perdidos el pobre…
-¿Todavía les llegan padres desorientados, angustiados?
-A veces vienen destrozados; a mí me pasó lo mismo. Incluso gente joven, supuestamente moderna. El mes pasado llegó una pareja de cuarenta y pocos, padres de un chaval gay de 16 años. Él estaba preocupadísimo porque la homosexualidad del hijo iba a privarle de la posibilidad de tener nietos de sangre. Me confesó llorando ser el típico machito motero.
-¿Está orgullosa de su hijo?
-Mucho, muchísimo. Me ha abierto un camino que desconocía. He encontrado entre los homosexuales a gente interesantísima y abierta. He aprendido un montón de cosas. A veces me digo que si no hubiese tenido un hijo homosexual me habría muerto gilipollas.
-¿Los abuelos lo saben?
-Lo saben mis suegros. A mis padres no pude decírselo; eran muy mayores los dos. Mi padre era muy machista. Cuando veía que mi hijo vestía de colorines, le decía: «¿Adónde vas así, que pareces un maricón?». Mi padre falleció el verano pasado y Álex me acompañó a Extremadura. Cuando acabó el entierro, mi hijo se quedó solo en el cementerio hablando con mi padre. Necesitaba hablar con el abuelo.
-Qué valiente.
-Es que la visibilidad cuesta mucho. Parece que los padres tengamos vergüenza de hablar de nuestro hijo o hija homosexuales. Nos han educado para creer que la homosexualidad es algo malo.
-Todavía, a estas alturas…
-Muchos padres acaban por aceptarlo, por compartirlo, pero prefieren que no se les note en la calle. Si es un chico, que no sea amanerado; si es una chica, que no sea masculina.
-¿Cuándo se lo confesó?
-A los 14 años; pronto, por suerte. Cuando me lo dijo, el chico ya no podía más. Estaba pasándolo muy mal en el colegio. Hacía tres años que sufría acoso.
-¿No le había dicho nada?
-En casa disimulaba muy bien. Lo único que hacía era que el día en que le tocaba gimnasia se ponía malísimo y lloraba. Muchas veces, yo le obligaba a ir sin saber que sufría muchísimo.
-¿Se burlaban de él?
-Durante tres años le habían arrebatado la identidad: «No me llaman Álex -me dijo-, sino el maricón». Después, en el gimnasio, le tocaban el culo y las tetas. Él lo pasaba fatal; tenía un miedo terrible.
-¿Tampoco lo habló con su hermano mayor?
-Nunca; ambos se llevan siete años de diferencia. De ser un niño educado y cariñoso, pasó a contestar mal, a dar portazos, a salir de casa sin decir siquiera adónde iba. Una noche entré en su habitación para hablar con él.
-¿Sospechaba algo?
-Primero pensé en la droga. Quizá en que se había pegado con algún compañero, pero la homosexualidad nunca se me pasó por la cabeza. Y eso que de pequeño me había pedido muñecas. Llámeme ingenua, si quiere, pero pensé que si peinaba a las muñecas era porque de mayor sería peluquero.
-¿Cómo reaccionó?
-Me quedé helada. Me desmontó. En seguida lo abracé llorando y le dije que no se preocupara. Me sentí un poco culpable por no haberme dado cuenta. Me duele porque sé que lo pasó mal y que lo va a pasar mal porque la sociedad no está preparada. Luego me explicó lo del acoso.
-Terrible.
-En la escuela, los profesores no sabían cómo llevar el tema. Esperaron a que Álex acabara el curso: fuera el niño, fuera el problema. Mi hijo estuvo después un año entero sin poder salir solo de casa y con tratamiento psicológico. La gente le daba un miedo terrible. No podía coger un tren, nada. Incluso tuvo pensamientos suicidas.
-Ustedes, los padres, se reúnen en la asociación.
-Sí, todos los miércoles, en la sede del Casal Lambda. De lo que se trata es de hablar de nuestros hijos, de los sentimientos, de las dudas, de los miedos. Ayuda mucho. Fue nuestro hijo quien nos dio el nombre de la asociación; nos vio tan perdidos el pobre…
-¿Todavía les llegan padres desorientados, angustiados?
-A veces vienen destrozados; a mí me pasó lo mismo. Incluso gente joven, supuestamente moderna. El mes pasado llegó una pareja de cuarenta y pocos, padres de un chaval gay de 16 años. Él estaba preocupadísimo porque la homosexualidad del hijo iba a privarle de la posibilidad de tener nietos de sangre. Me confesó llorando ser el típico machito motero.
-¿Está orgullosa de su hijo?
-Mucho, muchísimo. Me ha abierto un camino que desconocía. He encontrado entre los homosexuales a gente interesantísima y abierta. He aprendido un montón de cosas. A veces me digo que si no hubiese tenido un hijo homosexual me habría muerto gilipollas.
-¿Los abuelos lo saben?
-Lo saben mis suegros. A mis padres no pude decírselo; eran muy mayores los dos. Mi padre era muy machista. Cuando veía que mi hijo vestía de colorines, le decía: «¿Adónde vas así, que pareces un maricón?». Mi padre falleció el verano pasado y Álex me acompañó a Extremadura. Cuando acabó el entierro, mi hijo se quedó solo en el cementerio hablando con mi padre. Necesitaba hablar con el abuelo.
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