Imagen: La Razón / Truman Capote |
En el documental «The Capote Tapes» (Filmin), Ebs Burnough se sirve de la novela inédita del gran escritor para levantar un retrato crudo e íntimo del hombre detrás del personaje.
Matías G. Rebolledo | 2021-03-21
https://www.larazon.es/cultura/20210322/ag6jpi6bdff3hpspvi4v2bdqwq.html
A mediados de 1966, Truman Capote estaba en la cima intelectual y económica del mundo. Gracias a la publicación de «A sangre fría», su célebre novela sobre los asesinatos perpetrados por Richard Hickock y Perry Smith en Kansas, el autor había dejado atrás sus tiempos de eterna promesa de las nuevas letras americanas y se había convertido en uno de los novelistas más codiciados de su tiempo. No es de extrañar, claro está, que la editorial Random House le pusiera un jugoso contrato de siete cifras encima de la mesa para seguir publicando eso que ahora damos por sentado y que, sin embargo, el «Tiny Terror» («Terror Chiquitito», como le llamaban sus amigos más cercanos) acuñó como «no ficción».
Del odio al amor
Pese al traumático proceso de escritura de su obra maestra, que le llevó varias veces a visitar a los asesinos a la cárcel y a considerar su relación con ellos como «de amistad», Capote estaba dispuesto a seguir publicando, pero ahora quería hacerlo desde su propia desnudez: «Answered Prayers» («Plegarias atendidas»), la novela que nunca llegó a terminar, prometía ser una especie de testamento literario y venganza contra la élite progresista de Manhattan, esa que le había acogido en sus fabulosas fiestas y yates, y que, a las primeras de cambio, no dudaba en calificar como bufón de la corte por su descarada actitud ante la vida.
Medio siglo después de que aquellas notas se quedaran en un cajón del extrarradio de Nueva York y justo cuarenta años más tarde del fallecimiento de Capote por complicaciones derivadas de su excesivo consumo de alcohol y las drogas, el director Ebs Burnough (ex asesor de comunicación de la Administración Obama) las recupera y une a grabaciones hasta ahora inéditas del escritor entrevistándose con sus mejores amistades. A la sazón, Lauren Bacall, Norman Mailer, Gloria Vanderbilt o Babe Paley, esposa del magnate fundador de la cadena CBS y líder de eso que Capote convenía en llamar «los cisnes» y que no era más que una forma despectiva pero elegante de referirse a la élite cosmopolita cuya única meta en la vida «era dar la fiesta más elegante y servir el cotilleo más jugoso», según dejó escrito.
¿Se había cansado Capote de entretener a la escena «pijiprogre» de la Gran Manzana? Para Burnough, la respuesta pasa por dos niveles distintos de auto-consciencia: «Desde lo más vanidoso, sí, le encantaba ser el centro de atención y el niño mimado de esa alta sociedad, ese bufón de la corte. Le encantaba soltar nombres de famosos de forma casual en sus conversaciones. Desde pequeño, se inventaba lo rico y famoso que era su padre, a pesar de que ahora sepamos que le perdió la pista con apenas 4 años. Capote sentía que necesitaba estar en esos áticos y en esos yates enormes tanto como respirar. Creía que era lo que le hacía sentir vivo, respetado y completo, quizá por influencia de su madre», explica el cineasta e investigador antes de continuar analizando lo no tan pragmático, esa psique oculta de la que el documental da buena cuenta: «En un nivel más profundo, hay que mirarlo del siguiente modo: si siempre eres el invitado en casa de alguien, tendrás que cantar para que te den de cenar. Creo que él sabía que ese era el precio que tenía que pagar por estar ahí. Valoraba estar sentado y comer con cubiertos de plata, pero siempre tuvo claro que él no pertenecía a ese mundo y que, probablemente, nunca le acabarían de aceptar como uno de los suyos», explica.
«The Capote Tapes», que se estrena este miércoles en exclusiva en Filmin, recorre la vida del escritor en relación a su obra, sí, pero también, y de manera mucho más interesante, se adentra en el hombre más allá de su apabullante y ostentoso personaje. «Al empezar nuestra investigación no tenía una opinión particular acerca de él. No le admiraba, pero sí tenía en gran estima su trabajo. Cuando empezamos a rodar, mi equipo de producción era bastante negativo respecto a su figura, porque había trascendido como ese estereotipo de hombre gay que tiene algo que decir sobre el aspecto de todo el mundo y de una manera bastante cruel», confiesa Burnough, que estuvo tres años detrás del mito.
Y sigue el director: «Para cuando terminamos el documental, el odio de mi equipo de producción se convirtió en amor y todos habían caído rendidos ante su cara más real. Yo creo que sigo en un lugar muy parecido al del principio. Reconozco su genialidad y aprecio su valentía, sobre todo en esa época, para ser un hombre homosexual que no pedía perdón, viviendo exactamente la vida que quería y deseando formar una familia». Precisamente este último aspecto es clave en el retrato que pinta el filme, ya que las notas de la novela sin terminar de Truman Capote, así como la mayoría de su fondo documental, no estaban en el MOMA ni en ningún ático relacionado con los Rotschild o los Rockefeller, sino en la humilde casa de Kate Harrington, su hija adoptiva.
«Más allá de su legado como escritor, el verdadero descubrimiento del filme me parece que es esa exploración del Capote más familiar», confiesa Burnough sobre la utopía tangible del novelista cuando decidió unir su vida a la de un padre soltero e incluso adoptar a su hija, como queriendo huir de ese pasado de focos y esmóquines. «No solo era un pionero por no esconder su “pluma” o su homosexualidad cuando iba a los programas de máxima audiencia que podemos ver en el documental, sino también por querer formar una familia cuando ni sus amigos más cercanos lo consideraban una posibilidad», añade.
Un referente infravalorado
Una de esas amistades que, de hecho, le acompañó desde sus primeros relatos cortos en su Nueva Orleans rural y natal, fue la también gran escritora Harper Lee, la autora de «Matar a un ruiseñor». Lee, alérgica a los desvaríos faranduleros de su buen amigo, fue de las primeras en advertirle de otro de los aspectos que repasa con total sinceridad y verdad cinematográfica esta película, la adicción de Capote al alcohol y los estupefacientes (adrenalina): «Todos sabemos que el abuso de sustancias es real y bastante peligroso, pero creo que cuando hablamos de artistas y famosos infravaloramos la influencia que esos vicios tienen en su trabajo y en quiénes son, incluso somos más indulgentes. Eso es algo que tenía muchas ganas de que quedara claro. La decadencia de Truman –prosigue– fue, a todas luces, alimentada por problemas emocionales, sí, pero también por las drogas y el alcohol en los que buscó refugio. Pienso que por eso su trabajo se volvió más descuidado. El esqueleto de su última novela sigue siendo buenísimo, a años luz del resto, pero no hay una maestría en cada una de las frases como en “A sangre fría”. Es difícil escribir con resaca», opina el director.
Vicios y perversiones de su obra aparte, como ese «Desayuno con diamantes» fílmico rodado en el año 1963 por Blake Edwards y que Capote consideraba apócrifo por blanquear su libro, la visión del documental queda resumida en la despedida de Burnough: «Truman Capote es un referente infravalorado y pasado por alto muchas veces por la comunidad homosexual. Muchas de esas puertas que abrió se han ido olvidando por culpa de este carácter “hijoputesco” que se creó con el tiempo, pero el análisis de su esfera privada nos devuelve a un ser humano extraordinario», remata.
Del odio al amor
Pese al traumático proceso de escritura de su obra maestra, que le llevó varias veces a visitar a los asesinos a la cárcel y a considerar su relación con ellos como «de amistad», Capote estaba dispuesto a seguir publicando, pero ahora quería hacerlo desde su propia desnudez: «Answered Prayers» («Plegarias atendidas»), la novela que nunca llegó a terminar, prometía ser una especie de testamento literario y venganza contra la élite progresista de Manhattan, esa que le había acogido en sus fabulosas fiestas y yates, y que, a las primeras de cambio, no dudaba en calificar como bufón de la corte por su descarada actitud ante la vida.
Medio siglo después de que aquellas notas se quedaran en un cajón del extrarradio de Nueva York y justo cuarenta años más tarde del fallecimiento de Capote por complicaciones derivadas de su excesivo consumo de alcohol y las drogas, el director Ebs Burnough (ex asesor de comunicación de la Administración Obama) las recupera y une a grabaciones hasta ahora inéditas del escritor entrevistándose con sus mejores amistades. A la sazón, Lauren Bacall, Norman Mailer, Gloria Vanderbilt o Babe Paley, esposa del magnate fundador de la cadena CBS y líder de eso que Capote convenía en llamar «los cisnes» y que no era más que una forma despectiva pero elegante de referirse a la élite cosmopolita cuya única meta en la vida «era dar la fiesta más elegante y servir el cotilleo más jugoso», según dejó escrito.
¿Se había cansado Capote de entretener a la escena «pijiprogre» de la Gran Manzana? Para Burnough, la respuesta pasa por dos niveles distintos de auto-consciencia: «Desde lo más vanidoso, sí, le encantaba ser el centro de atención y el niño mimado de esa alta sociedad, ese bufón de la corte. Le encantaba soltar nombres de famosos de forma casual en sus conversaciones. Desde pequeño, se inventaba lo rico y famoso que era su padre, a pesar de que ahora sepamos que le perdió la pista con apenas 4 años. Capote sentía que necesitaba estar en esos áticos y en esos yates enormes tanto como respirar. Creía que era lo que le hacía sentir vivo, respetado y completo, quizá por influencia de su madre», explica el cineasta e investigador antes de continuar analizando lo no tan pragmático, esa psique oculta de la que el documental da buena cuenta: «En un nivel más profundo, hay que mirarlo del siguiente modo: si siempre eres el invitado en casa de alguien, tendrás que cantar para que te den de cenar. Creo que él sabía que ese era el precio que tenía que pagar por estar ahí. Valoraba estar sentado y comer con cubiertos de plata, pero siempre tuvo claro que él no pertenecía a ese mundo y que, probablemente, nunca le acabarían de aceptar como uno de los suyos», explica.
«The Capote Tapes», que se estrena este miércoles en exclusiva en Filmin, recorre la vida del escritor en relación a su obra, sí, pero también, y de manera mucho más interesante, se adentra en el hombre más allá de su apabullante y ostentoso personaje. «Al empezar nuestra investigación no tenía una opinión particular acerca de él. No le admiraba, pero sí tenía en gran estima su trabajo. Cuando empezamos a rodar, mi equipo de producción era bastante negativo respecto a su figura, porque había trascendido como ese estereotipo de hombre gay que tiene algo que decir sobre el aspecto de todo el mundo y de una manera bastante cruel», confiesa Burnough, que estuvo tres años detrás del mito.
Y sigue el director: «Para cuando terminamos el documental, el odio de mi equipo de producción se convirtió en amor y todos habían caído rendidos ante su cara más real. Yo creo que sigo en un lugar muy parecido al del principio. Reconozco su genialidad y aprecio su valentía, sobre todo en esa época, para ser un hombre homosexual que no pedía perdón, viviendo exactamente la vida que quería y deseando formar una familia». Precisamente este último aspecto es clave en el retrato que pinta el filme, ya que las notas de la novela sin terminar de Truman Capote, así como la mayoría de su fondo documental, no estaban en el MOMA ni en ningún ático relacionado con los Rotschild o los Rockefeller, sino en la humilde casa de Kate Harrington, su hija adoptiva.
«Más allá de su legado como escritor, el verdadero descubrimiento del filme me parece que es esa exploración del Capote más familiar», confiesa Burnough sobre la utopía tangible del novelista cuando decidió unir su vida a la de un padre soltero e incluso adoptar a su hija, como queriendo huir de ese pasado de focos y esmóquines. «No solo era un pionero por no esconder su “pluma” o su homosexualidad cuando iba a los programas de máxima audiencia que podemos ver en el documental, sino también por querer formar una familia cuando ni sus amigos más cercanos lo consideraban una posibilidad», añade.
Un referente infravalorado
Una de esas amistades que, de hecho, le acompañó desde sus primeros relatos cortos en su Nueva Orleans rural y natal, fue la también gran escritora Harper Lee, la autora de «Matar a un ruiseñor». Lee, alérgica a los desvaríos faranduleros de su buen amigo, fue de las primeras en advertirle de otro de los aspectos que repasa con total sinceridad y verdad cinematográfica esta película, la adicción de Capote al alcohol y los estupefacientes (adrenalina): «Todos sabemos que el abuso de sustancias es real y bastante peligroso, pero creo que cuando hablamos de artistas y famosos infravaloramos la influencia que esos vicios tienen en su trabajo y en quiénes son, incluso somos más indulgentes. Eso es algo que tenía muchas ganas de que quedara claro. La decadencia de Truman –prosigue– fue, a todas luces, alimentada por problemas emocionales, sí, pero también por las drogas y el alcohol en los que buscó refugio. Pienso que por eso su trabajo se volvió más descuidado. El esqueleto de su última novela sigue siendo buenísimo, a años luz del resto, pero no hay una maestría en cada una de las frases como en “A sangre fría”. Es difícil escribir con resaca», opina el director.
Vicios y perversiones de su obra aparte, como ese «Desayuno con diamantes» fílmico rodado en el año 1963 por Blake Edwards y que Capote consideraba apócrifo por blanquear su libro, la visión del documental queda resumida en la despedida de Burnough: «Truman Capote es un referente infravalorado y pasado por alto muchas veces por la comunidad homosexual. Muchas de esas puertas que abrió se han ido olvidando por culpa de este carácter “hijoputesco” que se creó con el tiempo, pero el análisis de su esfera privada nos devuelve a un ser humano extraordinario», remata.
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