Imagen: Público / Pablo Iglesias, con la sudadera 'Fariña' |
Políticas de la identidad.
Elizabeth Duval · Escritora, filósofa y crítica cultural | Público, 2021-04-04
https://blogs.publico.es/dominiopublico/37241/politicas-de-la-identidad/
Acepto que hay algo soberanamente ridículo en algunas versiones casi exclusivamente estadounidenses de lo que venimos llamando las políticas de la identidad: un germen de tonterías que lleva a los ‘trolls’ a afirmar que elegir a Isabel Díaz Ayuso —por ser ella mujer— es lo auténticamente feminista, por ejemplo, o que Margaret Thatcher ejercía su ‘girl power’ cuando alimentaba el terrorismo estatal en Irlanda. Pero esto son casos límite, por su evidente ridículo, y porque no estamos en un contexto estadounidense, no demasiado interesantes, que a poco pueden servir si no somos un columnista aburrido en su sofá en búsqueda de la polémica fácil.
Permítanme —será un instante— examinar, a través de hechos recientes y de la precampaña de Unidas Podemos, tres (o algunas más) vertientes de las "políticas de la identidad", cuya relevancia resultará evidente: mi intención sería demostrar que esta cosa de las políticas de la identidad es un baile mucho más complicado de lo que parece, y que identidad a defender, lo que es identidad... ¡tenemos todos!
Una de las críticas más roñosas y repetidas contra Pablo Iglesias es su caracterización como "marqués de Galapagar", insistiendo en lo mucho, mucho, muchísimo que se habría desconectado de sus orígenes vallecanos, alejado hoy —¡pues ya es casta!— del pisito y la perra. El ejemplo más despreciable, que digamos, es cuando algunos intentan hacer pasar a unos cuantos muchachos simpáticos con el brazo extendido hacia delante y la palma hacia abajo como encantadores curritos y vecinos del barrio de Usera que genuinamente recriminarían al marqués su abandono de la clase trabajadora.
La derecha ha integrado per-fec-ta-men-te las políticas de la identidad; la derecha, una y otra vez, ha hecho de la guerra cultural su bandera, sobre todo cuando ha querido tener éxito: Vox condiciona sistemáticamente sus apoyos a unos cuantos aspavientos sobre el pin parental, la cultura y los medios audiovisuales autonómicos. ¿Su primera consejería? ¡Educación! ¡Cultura!
En esta guerrilla de redefinir los pensamientos para cambiar la realidad, y siguiendo este nuevo mantra de las derechas (que algunos izquierdistas, qué sorpresa, han interiorizado), los representantes tienen que parecerse lo máximo posible a sus representados; no hablamos de pareceres, sino de parecidos, así que la cuestión es, por encima de todo, un asunto de estética.
Veíamos a Iglesias en Vallecas con una sudadera de Fariña —pobre hombre: ¿no puede ir por la calle, ya absuelto de sus responsabilidades, con la sudadera que le dé la gana?— y las redes sociales de la derecha, sedientas, ávidas de carne y sangre, se lanzaban a recriminarle sus atavíos, como si llevar chaqueta de traje en los actos como ministro y ropa casual en el barrio fuera una ofensa o juego a dos caras y no una simple cuestión de decoro.
Comparto la preocupación por la ropa, pero no me vengan con el cuento de que los barrios, como si fueran entes monolíticos o mentes colmena, detestan hoy a Iglesias. Espero que lo bien que viste Yolanda Díaz traiga votos a la izquierda, y de ello estoy casi segura, pero lo que resulta verdaderamente preocupante es cuando cierta izquierda compra estos marcos conceptuales al mismo tiempo que denuncia las malvadas, divisorias, ‘atómicas’ políticas de la identidad.
¿Se olvidó la izquierda de la clase trabajadora, que aparentemente marcharía desde hace unos cuantos años en estampida en dirección a Abascal y Rocío Monasterio? Vuelvo a repetirlo: no hay en política formación más obsesionada con los asuntos culturales-identitarios y no económicos o de clase que la ultraderecha, por más ejemplos de bares fachas en el barrio que se quieran sacar a la luz-. El problema, recurriendo a refranero, es ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio: "¿De qué políticas de la identidad me habla usted si yo sólo soy español y —aunque, a veces, sin presumir mucho de ello— de derechas?". Rocío Monasterio, tan tranquila, dice que muchos amigos suyos de izquierdas van a votar a Vox; y la gente, en respuesta, no dice nada ante la mentira, pues estamos un poquito atolondrados.
Si la cuestión son las políticas de la identidad, hablemos de la verdadera identidad que Unidas Podemos quiere implantar en esta campaña: ha situado los comicios, desde un principio, como una batalla entre democracia y fascismo, encarnando ellos a los adalides de la cruzada antifascista. Esto, que a algunos ha recordado (a mi parecer de hace unos cuantos días, que a lo mejor ya no se aplica, con acierto) a las elecciones andaluzas de 2018, con su marco no-demasiado-ganador de la alerta antifascista y sus concentraciones no-demasiado-útiles, podría encontrar en Madrid resultados bien distintos... más que otra cosa porque los fascistas madrileños se empeñan con esmero en ser abiertamente fascistas, dándole día sí y día también publicidad y razón a Iglesias.
La penúltima adhesión a este grupo de fascistas-que-se-empeñan-en-ser-fascistas ha sido desde Cartagena, con un atentado a la sede de Podemos empleando un artefacto explosivo. Al día siguiente, la sede de COGAM, el principal colectivo LGTBI de Madrid, aparecía llena de pintadas tránsfobas y homófobas... que nos recuerdan fatalmente a los ataques que recibió el Centre LGTBI de Barcelona, con pintadas que anunciaban "estáis muertos" y simbología fascista. Si electoralmente acaba funcionando la cruzada de Iglesias, y esta vez puede que sí, se deberá a una variable clave: el fascismo, lamentablemente, insiste en recordarnos cada día su perseverancia, fuerza nueva y legitimación social.
Tercer y último examen de las políticas de identidad. Hemos asistido, estas últimas semanas, a la aparición de varios fichajes independientes en las listas de Unidas Podemos, buscando —aparentemente— el voto de sectores concretos o nichos poblacionales. Ante este fenómeno habría que hablar no tanto de políticas de la identidad, sino de una política de la representación resucitada: probablemente Mbayé o el taxista Cecilio González se parezcan más a lo que hoy sea la clase trabajadora en España que cualquier fantasma obrero de mono azul en fábrica industrial. La izquierda, a nivel nacional, tiene que deshacerse de tentaciones internas reaccionarias, que la llevarían a asumir discursos en el fondo contraproducentes... y tan conservadores e identitarios, tan obsesionados por la estética, como ya lo son los discursos de la derecha.
En el fondo me aburren los cantos de sirena sobre la importación de teorías norteamericanas surgidas de campus universitarios y cómo estarían haciendo estragos en la izquierda; me aburren, ¡porque he escuchado esos mismos discursos de la boca de Marion Maréchal Le Pen, y de ministros franceses de la derecha! Dudo con frecuencia entre dos opciones: o algunos no se dan cuenta del apoyo explícito y consistente que les ofrecen medios de derechas para propagar su bilis presuntamente "desde la izquierda" contra la izquierda, o bien son perfectamente conscientes y les da absolutamente igual seguir artículo tras artículo con la misma cantinela.
Más Madrid ha introducido en sus listas a una mujer trans. Cuando lo hizo el PSOE hace unos cuantos años, antes de su reciente (o no) viraje, nadie dijo que se tratara de otro ejemplo más de las malvadas "políticas de la identidad"... ¡pero quién sabe si hoy sí, si pronto algún nuevo columnista de la novísima escuela de la sospechita sacará su próximo texto metiéndose con los pijos identitarios másmadrileños! Desde esta humilde columna consideramos, dejando a un lado las pajas mentales, que todo voto a Unidas Podemos o a Más Madrid en las próximas elecciones es bienvenido como un voto que fortalece a las izquierdas. Pero desde esta humilde columna también aspiramos a que la izquierda gane; no extraemos beneficio económico de sus miserias y sus derrotas. Allá cada cual. He aquí el culmen definitivo de las políticas de la identidad: ser columnista presuntamente de izquierdas en un medio abiertamente de derechas y escribir sobre lo mal que hace presuntamente las cosas todo lo que abiertamente dices hace bien la derecha.
Permítanme —será un instante— examinar, a través de hechos recientes y de la precampaña de Unidas Podemos, tres (o algunas más) vertientes de las "políticas de la identidad", cuya relevancia resultará evidente: mi intención sería demostrar que esta cosa de las políticas de la identidad es un baile mucho más complicado de lo que parece, y que identidad a defender, lo que es identidad... ¡tenemos todos!
Una de las críticas más roñosas y repetidas contra Pablo Iglesias es su caracterización como "marqués de Galapagar", insistiendo en lo mucho, mucho, muchísimo que se habría desconectado de sus orígenes vallecanos, alejado hoy —¡pues ya es casta!— del pisito y la perra. El ejemplo más despreciable, que digamos, es cuando algunos intentan hacer pasar a unos cuantos muchachos simpáticos con el brazo extendido hacia delante y la palma hacia abajo como encantadores curritos y vecinos del barrio de Usera que genuinamente recriminarían al marqués su abandono de la clase trabajadora.
La derecha ha integrado per-fec-ta-men-te las políticas de la identidad; la derecha, una y otra vez, ha hecho de la guerra cultural su bandera, sobre todo cuando ha querido tener éxito: Vox condiciona sistemáticamente sus apoyos a unos cuantos aspavientos sobre el pin parental, la cultura y los medios audiovisuales autonómicos. ¿Su primera consejería? ¡Educación! ¡Cultura!
En esta guerrilla de redefinir los pensamientos para cambiar la realidad, y siguiendo este nuevo mantra de las derechas (que algunos izquierdistas, qué sorpresa, han interiorizado), los representantes tienen que parecerse lo máximo posible a sus representados; no hablamos de pareceres, sino de parecidos, así que la cuestión es, por encima de todo, un asunto de estética.
Veíamos a Iglesias en Vallecas con una sudadera de Fariña —pobre hombre: ¿no puede ir por la calle, ya absuelto de sus responsabilidades, con la sudadera que le dé la gana?— y las redes sociales de la derecha, sedientas, ávidas de carne y sangre, se lanzaban a recriminarle sus atavíos, como si llevar chaqueta de traje en los actos como ministro y ropa casual en el barrio fuera una ofensa o juego a dos caras y no una simple cuestión de decoro.
Comparto la preocupación por la ropa, pero no me vengan con el cuento de que los barrios, como si fueran entes monolíticos o mentes colmena, detestan hoy a Iglesias. Espero que lo bien que viste Yolanda Díaz traiga votos a la izquierda, y de ello estoy casi segura, pero lo que resulta verdaderamente preocupante es cuando cierta izquierda compra estos marcos conceptuales al mismo tiempo que denuncia las malvadas, divisorias, ‘atómicas’ políticas de la identidad.
¿Se olvidó la izquierda de la clase trabajadora, que aparentemente marcharía desde hace unos cuantos años en estampida en dirección a Abascal y Rocío Monasterio? Vuelvo a repetirlo: no hay en política formación más obsesionada con los asuntos culturales-identitarios y no económicos o de clase que la ultraderecha, por más ejemplos de bares fachas en el barrio que se quieran sacar a la luz-. El problema, recurriendo a refranero, es ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio: "¿De qué políticas de la identidad me habla usted si yo sólo soy español y —aunque, a veces, sin presumir mucho de ello— de derechas?". Rocío Monasterio, tan tranquila, dice que muchos amigos suyos de izquierdas van a votar a Vox; y la gente, en respuesta, no dice nada ante la mentira, pues estamos un poquito atolondrados.
Si la cuestión son las políticas de la identidad, hablemos de la verdadera identidad que Unidas Podemos quiere implantar en esta campaña: ha situado los comicios, desde un principio, como una batalla entre democracia y fascismo, encarnando ellos a los adalides de la cruzada antifascista. Esto, que a algunos ha recordado (a mi parecer de hace unos cuantos días, que a lo mejor ya no se aplica, con acierto) a las elecciones andaluzas de 2018, con su marco no-demasiado-ganador de la alerta antifascista y sus concentraciones no-demasiado-útiles, podría encontrar en Madrid resultados bien distintos... más que otra cosa porque los fascistas madrileños se empeñan con esmero en ser abiertamente fascistas, dándole día sí y día también publicidad y razón a Iglesias.
La penúltima adhesión a este grupo de fascistas-que-se-empeñan-en-ser-fascistas ha sido desde Cartagena, con un atentado a la sede de Podemos empleando un artefacto explosivo. Al día siguiente, la sede de COGAM, el principal colectivo LGTBI de Madrid, aparecía llena de pintadas tránsfobas y homófobas... que nos recuerdan fatalmente a los ataques que recibió el Centre LGTBI de Barcelona, con pintadas que anunciaban "estáis muertos" y simbología fascista. Si electoralmente acaba funcionando la cruzada de Iglesias, y esta vez puede que sí, se deberá a una variable clave: el fascismo, lamentablemente, insiste en recordarnos cada día su perseverancia, fuerza nueva y legitimación social.
Tercer y último examen de las políticas de identidad. Hemos asistido, estas últimas semanas, a la aparición de varios fichajes independientes en las listas de Unidas Podemos, buscando —aparentemente— el voto de sectores concretos o nichos poblacionales. Ante este fenómeno habría que hablar no tanto de políticas de la identidad, sino de una política de la representación resucitada: probablemente Mbayé o el taxista Cecilio González se parezcan más a lo que hoy sea la clase trabajadora en España que cualquier fantasma obrero de mono azul en fábrica industrial. La izquierda, a nivel nacional, tiene que deshacerse de tentaciones internas reaccionarias, que la llevarían a asumir discursos en el fondo contraproducentes... y tan conservadores e identitarios, tan obsesionados por la estética, como ya lo son los discursos de la derecha.
En el fondo me aburren los cantos de sirena sobre la importación de teorías norteamericanas surgidas de campus universitarios y cómo estarían haciendo estragos en la izquierda; me aburren, ¡porque he escuchado esos mismos discursos de la boca de Marion Maréchal Le Pen, y de ministros franceses de la derecha! Dudo con frecuencia entre dos opciones: o algunos no se dan cuenta del apoyo explícito y consistente que les ofrecen medios de derechas para propagar su bilis presuntamente "desde la izquierda" contra la izquierda, o bien son perfectamente conscientes y les da absolutamente igual seguir artículo tras artículo con la misma cantinela.
Más Madrid ha introducido en sus listas a una mujer trans. Cuando lo hizo el PSOE hace unos cuantos años, antes de su reciente (o no) viraje, nadie dijo que se tratara de otro ejemplo más de las malvadas "políticas de la identidad"... ¡pero quién sabe si hoy sí, si pronto algún nuevo columnista de la novísima escuela de la sospechita sacará su próximo texto metiéndose con los pijos identitarios másmadrileños! Desde esta humilde columna consideramos, dejando a un lado las pajas mentales, que todo voto a Unidas Podemos o a Más Madrid en las próximas elecciones es bienvenido como un voto que fortalece a las izquierdas. Pero desde esta humilde columna también aspiramos a que la izquierda gane; no extraemos beneficio económico de sus miserias y sus derrotas. Allá cada cual. He aquí el culmen definitivo de las políticas de la identidad: ser columnista presuntamente de izquierdas en un medio abiertamente de derechas y escribir sobre lo mal que hace presuntamente las cosas todo lo que abiertamente dices hace bien la derecha.
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