Imagen: la Marea / Ida B. Wells |
Y antes de todos, estuvo Ida B. Wells.
Recordamos a la periodista estadounidense, y su lucha antirracista y feminista, en el 90º aniversario de su fallecimiento. En 2020 se le concedió el premio Pulitzer a título póstumo.
Manuel Ligero | La Marea, 2021-04-01
https://www.lamarea.com/2021/04/01/no-conoces-a-ida-b-wells-pues-deberias/
Antes de Rosa Parks, antes de Martin Luther King, antes de Malcom X, antes de James Baldwin, antes de todos ellos estuvo Ida B. Wells. Ignorada durante buena parte del siglo XX, solo recientemente se ha empezado a reivindicar la figura de esta mujer adelantada a su tiempo. Muy adelantada. Tanto que nació siendo esclava, unos meses antes de que Abraham Lincoln dictara la orden de emancipación de los esclavos afroamericanos en septiembre de 1862. Que una niña negra, nacida en el Estado sureño de Mississippi y en una época salvaje, lograra alfabetizarse, estudiar, independizarse, trabajar como periodista de investigación y militar como sufragista y defensora de los derechos civiles es una proeza. En realidad, lo sería para cualquier mujer, pero para una mujer negra, en ese contexto histórico, es algo sencillamente increíble.
Ida B. Wells estaba hecha de una pasta especial. A los 16 años, cuando se quedó huérfana (sus padres murieron a la vez y repentinamente por un brote de fiebre amarilla), en un manifiesto ejemplo de remango, decidió cuidar y sacar adelante a sus seis hermanos pequeños. Así que consiguió un empleo de profesora en una escuela de secundaria de Holly Springs. Profesora a los 16 años.
Es muy revelador colocar su vida y sus escritos en una línea temporal y compararlos con otros similares que ocurrieron mucho después. Fue, por ejemplo, una Rosa Parks ‘avant la lettre’. Wells sufrió un episodio parecido a bordo de un tren, cuando un revisor la conminó a abandonar su asiento en el vagón de mujeres y pasarse al vagón de los fumadores, que ya iba lleno de pasajeros. Ida, que estaba muy alejada del perfil del negro obediente, se negó. Ella estaba donde debía estar, en el vagón de mujeres, y de ahí no la iban a mover. La disputa subió de intensidad y otros dos hombres ayudaron al revisor a arrastrar a la brava Ida fuera del tren. Durante este forcejeo, y antes de ser expulsada, logró morder en la mano al revisor. Era indomable.
¿Qué hizo tras este lamentable suceso? Contó el caso en un artículo publicado en un periódico adscrito a una iglesia negra, con lo que ganó bastante popularidad en su comunidad, y denunció oficialmente a la compañía ferroviaria. El juez falló en su favor y consiguió una indemnización de 500 dólares. Era 1884, setenta y un años antes del sonado incidente protagonizado en un autobús por Rosa Parks.
La activista periodista
La fecha del incidente es importante porque ocurrió en una época y un lugar, los Estados del Sur, en el que los negros podían ser linchados impunemente por el simple hecho de ser «descarados» con los blancos o por «no ceder el paso en la acera a una persona blanca si esta se lo exigía». Así lo explicaba Ida B. Wells en su obra The Red Record (1895), un pormenorizado alegato contra el linchamiento cuya lectura produce escalofríos.
La turba podía linchar a un negro por un delito imaginado (el más común era el de la violación de mujeres blancas, había una verdadera obsesión con ese tema) incluso después de ser declarado inocente por un jurado. Para más señas: por un jurado enteramente blanco y en un tribunal presidido, obviamente, por un blanco. Ni siquiera eso los ponía a salvo. Es lo que le ocurrió a Meredith Lewis en Roseland (Luisiana) en 1893. Algunos días después del juicio por asesinato en el que fue absuelto lo sacaron de su casa y lo colgaron.
Wells denuncia en su obra la impunidad y la frecuencia con la que ocurrían estas atrocidades. Lo hace limitándose a relatar los casos ocurridos en los meses inmediatamente anteriores y el recuento es abrumador. Particularmente espeluznante es el caso de Henry Smith, torturado lentamente y quemado en la plaza pública el 1 de febrero de 1893 en Paris (Texas). El suplicio tuvo lugar ante una masa enfervorecida de 10.000 personas que celebraba con vítores «cada grito, cada contorsión» producida por el efecto del hierro candente en los ojos, la garganta y el cuerpo de Smith. Eso fue antes de que lo rociaran con queroseno y le prendieran fuego. Según varios diarios, aún estaba vivo mientras ardía en el patíbulo.
Aquella barbaridad, «más allá de toda descripción», como apunta Wells, fue cubierta por varios periódicos nacionales. Pero había muchos casos que pasaban totalmente inadvertidos. En el año 1893 nuestra reportera contabiliza cinco víctimas mortales sin que se sepa el motivo por el que fueron linchados. De dos de ellos ni siquiera se sabía el nombre. «El linchamiento es tan común en Estados Unidos que el hallazgo del cadáver de un negro, colgado de una rama entre el cielo y la tierra, tiene tan poca importancia que ni las autoridades civiles ni las agencias de prensa consideran que el asunto sea digno de ser investigado», denuncia Wells. En el prefacio de 'The Red Record', el líder abolicionista Frederick Douglass ponderaba así su ejercicio periodístico: «Usted ha tratado los hechos con una fidelidad fría y minuciosa, y ha dejado que esos hechos desnudos y sin contradicciones hablen por sí mismos».
No te puedes fiar de los blancos
Ida B. Wells aprendió pronto, y por experiencia propia, a desconfiar de los blancos. La victoria que consiguió en primera instancia en su caso contra la compañía ferroviaria fue posteriormente revocada por el Tribunal Supremo del Estado de Tennessee. «El sistema judicial de este país está enteramente en manos de la gente blanca», escribió Wells. «A esto hay que añadir el prejuicio inherente contra las personas de color, con lo que se verá claramente que un jurado blanco encontrará inevitablemente culpable a un acusado negro si hay la menor evidencia para justificar tal hallazgo». Las estadísticas, 126 años después de que escribiera estas líneas, parecen darle la razón: en 2020, más del 41% de los presos sentenciados a muerte en Estados Unidos (2.555 personas) eran negros; en cambio, el porcentaje de población negra del país no llega al 13,5%.
Al no encontrar en casa el suficiente apoyo a su causa antilinchamiento, Ida B. Wells hizo un «llamamiento mundial», con similar resultado. Vio con especial tristeza cómo eran recogidas en la prensa inglesa las noticias sobre la violencia contra los negros americanos. El Times de Londres, en un ejercicio supremo de cinismo y frío cálculo capitalista, desaconsejaba estas prácticas, pero no por inhumanas sino en aras de la productividad: «La matanza de negros por turbas sedientas de sangre no es un hecho infrecuente y no conduce al éxito de la industria. (...) El trabajo negro, que significa, en el mejor de los casos, trabajo ineficiente, aún debe confiarse a ellos en gran medida, y este terrorismo espasmódico disminuye aún más su eficiencia».
Afirmaciones como aquella ratificaron a Ida B. Wells en su idea de llevar la resistencia a otro nivel: «El dólar es el dios del hombre blanco, y detener esto será detener los atropellos en muchos municipios», escribió a principios de la década de 1890 en un artículo recogido después en el volumen 'Southern Horrors: Lynch Law in All Its Phases'. Esta convergencia entre la lucha por la igualdad racial y la lucha obrera podía, a su juicio, tener el beneficioso efecto de una «revolución incruenta». Pero había aprendido a no ser ingenua. Sabía que había que ir más allá y por eso empieza a hablar de autodefensa (una noción particularmente perseguida en nuestros días por los críticos del antifascismo).
«Las únicas veces en las que un afroamericano ha sido asaltado y ha podido escapar ha sido cuando tenía un arma a mano y la usó en defensa propia», afirma Ida en uno de sus escritos más revolucionarios. «La lección que esto nos enseña, y que cada afroamericano debería sopesar bien, es si el rifle Winchester debería tener un lugar de honor en cada hogar negro, con el objeto de ser utilizado para conseguir la protección que la ley le niega».
No es un miembro de las Panteras Negras quien así se expresa (el partido de los Panteras Negras no se fundaría hasta 1966), es una joven periodista afroamericana a finales del siglo XIX. «Cuando el hombre blanco, que siempre es el agresor, sea consciente del riesgo que corre de morder el polvo al atacar a una víctima afroamericana, más respeto tendrá por las vidas afroamericanas», añade. El concepto, en esencia, ya está ahí: las vidas negras importan. Black Lives Matter.
En todos los frentes
Evidentemente, todos estos artículos tendrían consecuencias para ella. Durante un viaje a Filadelfia, sus enemigos aprovechan su ausencia para quemar la redacción del periódico en el que trabaja como editora y del que es copropietaria en Memphis, el ‘Free Speech and Headlight’. Ida B. Wells se mantuvo, bajo amenaza, lejos de su antiguo trabajo. De hecho, no volvería a Memphis en los siguientes 30 años.
Se instaló primero en Nueva York, donde sus artículos contra el fenómeno de los linchamientos en los Estados del Sur armaron un ruido considerable, y después en Chicago. Allí protestó por el hecho de que se excluyera a los afroamericanos de la Exposición Universal de 1893. Solo desde el pabellón de Haití pudo poner en circulación un pequeño libro en el que contaba la historia de opresión que habían sufrido los negros americanos en «la tierra de los hombres libres y el hogar de los valientes».
Como pionera que fue en todos los frentes, Ida B. Wells también militó en el movimiento en favor del derecho de la mujer al voto, una reivindicación a la que tenía sus propios matices que aportar. Creía que había que tener en cuenta todas las discriminaciones de las que somos objeto en su conjunto. No es lo mismo ser marginada por mujer que serlo por mujer, por pobre y por negra. A eso, mucho más tarde, se le llamaría interseccionalidad.
En 1913 fundó en Chicago el Alpha Suffrage Club, una asociación de mujeres negras en favor del derecho al voto. Como presidenta del club participó en la primera manifestación sufragista que tuvo lugar en Washington ese mismo año. Lo hizo a pesar de que la mayoría de sus compañeras blancas eran notorias segregacionistas y quisieron mandarla al final, cerrando la marcha, para que las blancas del Sur no se molestaran. Pero a Ida nadie le iba a decir dónde tenía que ponerse, ni en un tren ni en una manifestación. Así era ella.
Ida B. Wells murió en Chicago hace 90 años, el 25 de marzo de 1931. Tuvo que esperar hasta el año pasado para obtener el más alto reconocimiento de la prensa en Estados Unidos. En 2020 se le concedió el premio Pulitzer a título póstumo.
Ida B. Wells estaba hecha de una pasta especial. A los 16 años, cuando se quedó huérfana (sus padres murieron a la vez y repentinamente por un brote de fiebre amarilla), en un manifiesto ejemplo de remango, decidió cuidar y sacar adelante a sus seis hermanos pequeños. Así que consiguió un empleo de profesora en una escuela de secundaria de Holly Springs. Profesora a los 16 años.
Es muy revelador colocar su vida y sus escritos en una línea temporal y compararlos con otros similares que ocurrieron mucho después. Fue, por ejemplo, una Rosa Parks ‘avant la lettre’. Wells sufrió un episodio parecido a bordo de un tren, cuando un revisor la conminó a abandonar su asiento en el vagón de mujeres y pasarse al vagón de los fumadores, que ya iba lleno de pasajeros. Ida, que estaba muy alejada del perfil del negro obediente, se negó. Ella estaba donde debía estar, en el vagón de mujeres, y de ahí no la iban a mover. La disputa subió de intensidad y otros dos hombres ayudaron al revisor a arrastrar a la brava Ida fuera del tren. Durante este forcejeo, y antes de ser expulsada, logró morder en la mano al revisor. Era indomable.
¿Qué hizo tras este lamentable suceso? Contó el caso en un artículo publicado en un periódico adscrito a una iglesia negra, con lo que ganó bastante popularidad en su comunidad, y denunció oficialmente a la compañía ferroviaria. El juez falló en su favor y consiguió una indemnización de 500 dólares. Era 1884, setenta y un años antes del sonado incidente protagonizado en un autobús por Rosa Parks.
La activista periodista
La fecha del incidente es importante porque ocurrió en una época y un lugar, los Estados del Sur, en el que los negros podían ser linchados impunemente por el simple hecho de ser «descarados» con los blancos o por «no ceder el paso en la acera a una persona blanca si esta se lo exigía». Así lo explicaba Ida B. Wells en su obra The Red Record (1895), un pormenorizado alegato contra el linchamiento cuya lectura produce escalofríos.
La turba podía linchar a un negro por un delito imaginado (el más común era el de la violación de mujeres blancas, había una verdadera obsesión con ese tema) incluso después de ser declarado inocente por un jurado. Para más señas: por un jurado enteramente blanco y en un tribunal presidido, obviamente, por un blanco. Ni siquiera eso los ponía a salvo. Es lo que le ocurrió a Meredith Lewis en Roseland (Luisiana) en 1893. Algunos días después del juicio por asesinato en el que fue absuelto lo sacaron de su casa y lo colgaron.
Wells denuncia en su obra la impunidad y la frecuencia con la que ocurrían estas atrocidades. Lo hace limitándose a relatar los casos ocurridos en los meses inmediatamente anteriores y el recuento es abrumador. Particularmente espeluznante es el caso de Henry Smith, torturado lentamente y quemado en la plaza pública el 1 de febrero de 1893 en Paris (Texas). El suplicio tuvo lugar ante una masa enfervorecida de 10.000 personas que celebraba con vítores «cada grito, cada contorsión» producida por el efecto del hierro candente en los ojos, la garganta y el cuerpo de Smith. Eso fue antes de que lo rociaran con queroseno y le prendieran fuego. Según varios diarios, aún estaba vivo mientras ardía en el patíbulo.
Aquella barbaridad, «más allá de toda descripción», como apunta Wells, fue cubierta por varios periódicos nacionales. Pero había muchos casos que pasaban totalmente inadvertidos. En el año 1893 nuestra reportera contabiliza cinco víctimas mortales sin que se sepa el motivo por el que fueron linchados. De dos de ellos ni siquiera se sabía el nombre. «El linchamiento es tan común en Estados Unidos que el hallazgo del cadáver de un negro, colgado de una rama entre el cielo y la tierra, tiene tan poca importancia que ni las autoridades civiles ni las agencias de prensa consideran que el asunto sea digno de ser investigado», denuncia Wells. En el prefacio de 'The Red Record', el líder abolicionista Frederick Douglass ponderaba así su ejercicio periodístico: «Usted ha tratado los hechos con una fidelidad fría y minuciosa, y ha dejado que esos hechos desnudos y sin contradicciones hablen por sí mismos».
No te puedes fiar de los blancos
Ida B. Wells aprendió pronto, y por experiencia propia, a desconfiar de los blancos. La victoria que consiguió en primera instancia en su caso contra la compañía ferroviaria fue posteriormente revocada por el Tribunal Supremo del Estado de Tennessee. «El sistema judicial de este país está enteramente en manos de la gente blanca», escribió Wells. «A esto hay que añadir el prejuicio inherente contra las personas de color, con lo que se verá claramente que un jurado blanco encontrará inevitablemente culpable a un acusado negro si hay la menor evidencia para justificar tal hallazgo». Las estadísticas, 126 años después de que escribiera estas líneas, parecen darle la razón: en 2020, más del 41% de los presos sentenciados a muerte en Estados Unidos (2.555 personas) eran negros; en cambio, el porcentaje de población negra del país no llega al 13,5%.
Al no encontrar en casa el suficiente apoyo a su causa antilinchamiento, Ida B. Wells hizo un «llamamiento mundial», con similar resultado. Vio con especial tristeza cómo eran recogidas en la prensa inglesa las noticias sobre la violencia contra los negros americanos. El Times de Londres, en un ejercicio supremo de cinismo y frío cálculo capitalista, desaconsejaba estas prácticas, pero no por inhumanas sino en aras de la productividad: «La matanza de negros por turbas sedientas de sangre no es un hecho infrecuente y no conduce al éxito de la industria. (...) El trabajo negro, que significa, en el mejor de los casos, trabajo ineficiente, aún debe confiarse a ellos en gran medida, y este terrorismo espasmódico disminuye aún más su eficiencia».
Afirmaciones como aquella ratificaron a Ida B. Wells en su idea de llevar la resistencia a otro nivel: «El dólar es el dios del hombre blanco, y detener esto será detener los atropellos en muchos municipios», escribió a principios de la década de 1890 en un artículo recogido después en el volumen 'Southern Horrors: Lynch Law in All Its Phases'. Esta convergencia entre la lucha por la igualdad racial y la lucha obrera podía, a su juicio, tener el beneficioso efecto de una «revolución incruenta». Pero había aprendido a no ser ingenua. Sabía que había que ir más allá y por eso empieza a hablar de autodefensa (una noción particularmente perseguida en nuestros días por los críticos del antifascismo).
«Las únicas veces en las que un afroamericano ha sido asaltado y ha podido escapar ha sido cuando tenía un arma a mano y la usó en defensa propia», afirma Ida en uno de sus escritos más revolucionarios. «La lección que esto nos enseña, y que cada afroamericano debería sopesar bien, es si el rifle Winchester debería tener un lugar de honor en cada hogar negro, con el objeto de ser utilizado para conseguir la protección que la ley le niega».
No es un miembro de las Panteras Negras quien así se expresa (el partido de los Panteras Negras no se fundaría hasta 1966), es una joven periodista afroamericana a finales del siglo XIX. «Cuando el hombre blanco, que siempre es el agresor, sea consciente del riesgo que corre de morder el polvo al atacar a una víctima afroamericana, más respeto tendrá por las vidas afroamericanas», añade. El concepto, en esencia, ya está ahí: las vidas negras importan. Black Lives Matter.
En todos los frentes
Evidentemente, todos estos artículos tendrían consecuencias para ella. Durante un viaje a Filadelfia, sus enemigos aprovechan su ausencia para quemar la redacción del periódico en el que trabaja como editora y del que es copropietaria en Memphis, el ‘Free Speech and Headlight’. Ida B. Wells se mantuvo, bajo amenaza, lejos de su antiguo trabajo. De hecho, no volvería a Memphis en los siguientes 30 años.
Se instaló primero en Nueva York, donde sus artículos contra el fenómeno de los linchamientos en los Estados del Sur armaron un ruido considerable, y después en Chicago. Allí protestó por el hecho de que se excluyera a los afroamericanos de la Exposición Universal de 1893. Solo desde el pabellón de Haití pudo poner en circulación un pequeño libro en el que contaba la historia de opresión que habían sufrido los negros americanos en «la tierra de los hombres libres y el hogar de los valientes».
Como pionera que fue en todos los frentes, Ida B. Wells también militó en el movimiento en favor del derecho de la mujer al voto, una reivindicación a la que tenía sus propios matices que aportar. Creía que había que tener en cuenta todas las discriminaciones de las que somos objeto en su conjunto. No es lo mismo ser marginada por mujer que serlo por mujer, por pobre y por negra. A eso, mucho más tarde, se le llamaría interseccionalidad.
En 1913 fundó en Chicago el Alpha Suffrage Club, una asociación de mujeres negras en favor del derecho al voto. Como presidenta del club participó en la primera manifestación sufragista que tuvo lugar en Washington ese mismo año. Lo hizo a pesar de que la mayoría de sus compañeras blancas eran notorias segregacionistas y quisieron mandarla al final, cerrando la marcha, para que las blancas del Sur no se molestaran. Pero a Ida nadie le iba a decir dónde tenía que ponerse, ni en un tren ni en una manifestación. Así era ella.
Ida B. Wells murió en Chicago hace 90 años, el 25 de marzo de 1931. Tuvo que esperar hasta el año pasado para obtener el más alto reconocimiento de la prensa en Estados Unidos. En 2020 se le concedió el premio Pulitzer a título póstumo.
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