Imagen: Clarín / Mariana Genesio Peña // |
Mariana Genesio Peña: “Soy una mujer trans pero no reniego de mi costado masculino”.
De un hogar pobre a Hollywood. Los mimos de su abuela y las peleas con sus padres. La actriz tiene una vida llena de contrastes y los cuenta sin guardarse nada.
Silvina Demare | Clarín, 2021-07-16
https://www.clarin.com/viva/mariana-genesio-pena-mujer-trans-reniego-costado-masculino-_0_eNTBPL_k3.html
La de Mariana Genesio Peña es una gran historia. Porque tiene que ver con la identidad, el cambio de género, la adversidad, la resiliencia, los miedos. Y también por los escenarios donde transcurrió su vida, tan llena de contrastes, de luces y de sombras. Era de hogar humilde, pero usaba zapatillas de marca. Conoció ‘Disneyworld’, pero llegó a vivir en un hotel muy precario de Palermo.
Pasó de tener una lata de atún como único alimento para todo el día a cenar con Leonardo DiCaprio en Los Ángeles. De improvisar shows en boliches gay a bailar con Mick Jagger en una fiesta de Hollywood o a protagonizar una novela, ‘Pequeña Victoria’, por Telefe. Su relato impacta, emociona, atrapa.
Mariana nació en el barrio Alberdi, de Córdoba. Su madre tenía 15 años y su papá, 20. “Mamá había quedado huérfana de chiquita, con muchos hermanos, en una situación complicada. A los 14 se embaraza, a los 15 me tiene y a los 16 se casa con mi papá. Desde ese momento nunca más se separaron. Llevan toda una vida juntos”, cuenta.
“De mi infancia recuerdo muchos momentos de juego y fantasía. Me armaba escenarios con ladrillos, agarraba la manguera como micrófono y cantaba. También jugaba a ser la Mujer Maravilla. Amaba esa cosa de heroína. Nunca quise ser Superman o Batman. Ahí ya había una pista de mi identidad. A los 7 u 8 años, sí, empecé a darme cuenta de que quería ser nena en lugar de nene. No sólo porque disfrutaba más de los juegos de chicas, si no porque había algo interno, algo espiritual”, evoca.
La situación económica de sus padres no era buena, por lo que su abuela paterna, Lucía, jugó un rol clave en los primeros años de Mariana:
“Me amaba. Tenía predilección conmigo. Era como mi ángel. Fue la culpable de mi ego, porque para ella todo lo que yo hacía estaba bien. Me mostraba otra vida. Me compraba cosas caras, me llevaba al teatro, al cine, me hacía regalos, a los 14 me llevó a Disney. Yo vivía en un barrio humilde pero tenía zapatillas de marca. Mi abuela me pagaba el colegio privado y un poco lo padecía, porque mis compañeritos vivían otra realidad”.
Ese contraste social provocó en Mariana duros enfrentamientos con sus padres:
“Fui muy cruel con ellos en mi adolescencia. Los escondía. Odiaba que fueran pobres. Me daban vergüenza sus orígenes humildes. No invitaba a mis compañeros a casa. Así como mi abuela Lucía fue buena en brindarme educación, amor y en ayudarme a forjar la autoestima, también tenía un costado cruel. Me decía: ‘Vos tenés que estudiar para no ser como tus parientes pobres’. Ella estaba obsesionada con que yo accediera a un estrato social más alto. Era abogada y ejercía como tal en la familia defendiendo mis actitudes rebeldes”.
El deseo Mariana admite que tuvo un despertar sexual precoz: “Ya en la infancia tenía curiosidad por mis amiguitos. No tenía sexo, pero me gustaban los varoncitos y jugar a las escondidas o al cuarto oscuro. Me daba cuenta de que era algo prohibido, lo cual me generaba más excitación. Nunca gusté de una chica”.
En la secundaria conoció a Fernando, su mejor amigo y el que la bautizó Mariana: “Era gay y me sentí muy identificada con él. Fue la primera persona con la que pude hablar de lo que sentía. Nos hicimos muy amigos, hermanos, almas gemelas. En el colegio nos cargaban porque los dos éramos muy afeminados, pero pudimos revertirlo y terminamos nosotros haciéndoles bullying a ellos”.
Fernando fue el aliado perfecto para descubrir la vocación artística y su identidad:
“En la secundaria hacíamos personajes, la Bárbara y la Tremenda, unas travestis de villa, muy cordobesas y muy guarras, y también dos modelos huecas, bien de los años ‘90: María José y Mariana. Yo era Mariana. Un día que nos habíamos rateado del cole, estábamos en la playa de estacionamiento de un shopping de Córdoba. Yo me pongo a mirar al cielo y me tiro el pelo hacia el costado. Fernando se queda mirándome. ‘¿Qué te pasa?’, le pregunto. Y me dice: ‘Vos no te das cuenta de que en tu mirada hay una mujer. Vos no sos gay, vos sos Mariana. Tu mirada es la de una mujer’. Fue muy fuerte, porque ser mujer fue siempre mi deseo. Siento que fue mi día de bautismo”.
Sus primeros pasos como mujer fueron en un boliche gay de Carlos Paz, los fines de semana. “Tenía casi una doble vida, porque durante la semana estudiaba Psicología en la Universidad de Córdoba. Todavía vivía con mis padres, pero trataba de vincularme poco con ellos”, cuenta. Y en ese proceso, muere Fernando de cáncer: “Fue uno de los golpes más duros de mi vida”.
Dejó Psicología y se puso a estudiar el traductorado de inglés. Pero al tiempo abandonó para trabajar de bartender en la disco de un amigo: “De a poco fui subiendo al escenario para hacer playback de Madonna, mi ídola. Y nunca más me bajé”.
Odisea Buenos Aires
Corría el año 2008 y Mariana soñaba con los brillos, la fama y la popularidad. Y quería hacer carrera en la Gran Ciudad. Llegó a la Capital con un bolso y dispuesta al desafío. Primero fue a vivir a la casa de una mujer evangelista, cuñada de su padre, que la llamaba por su nombre de varón. Aguantó sólo dos semanas.
Se mudó luego a lo de una señora viuda, también de la familia, mucho más amable y abierta, pero debió irse por una orden tajante de su papá: “Dejá de molestar a los parientes”.
Mientras, Mariana buscaba empleo y no conseguía nada: “Palpaba la discriminación cuando me presentaba a una entrevista de trabajo. Me miraban como diciendo: ‘No dejes el currículum porque es al pedo’. Me fascinaba actuar, pero era algo imposible porque en ese entonces yo no veía en la televisión a actrices trans. Lo máximo a lo que podía aspirar era a ser como Cris Miró o Flor de la V, que habían arrancado sus carreras como vedettes”.
Su padre le insistía con que volviera a Córdoba. “Acá tenés casa y trabajo”, le decía. Pero Mariana no quería darse por vencida:
“Me fui a vivir a un hotel familiar de Palermo, un lugar de gente muy pobre. Alquilé una piecita muy precaria, helada. En el primer piso vivían travestis que trabajaban en la zona roja. A las 7 de la tarde se empezaba a escuchar los tacos porque se iban hacia el Rosedal. Yo nunca ejercí la prostitución, pero lamentablemente esa era la única opción que tenían esas chicas”.
“La primera noche en esa pieza fría del hotel, lloré un montón –recuerda–. Estaba muy desesperanzada y sola. Pero al mismo tiempo fue como un renacer. Todos los días era como arrancar de nuevo, una aventura. No tenía nada que perder. Estaba en la lona total. Me levantaba, tomaba un cafecito, me compraba una lata de atún y una ensalada de zanahoria rallada, que iba a ser mi única comida del día, y me iba a meditar a una plaza cerca del Monumento de los Españoles. Me llevaba un librito, me tiraba en el pasto y decía: ‘Voy a absorber la energía de los ricos en esta plaza de avenida Libertador. Alguien me va a descubrir’.”
Los días eran largos y se estiraban a la espera de la oportunidad laboral que la acercara a su sueño.
“Me iba a pasear por Palermo Soho o recorría la ciudad en colectivo. Pasaba muchas horas en el cíber buscando trabajo de vendedora de ropa o algún papel en teatro. Y a la noche volvía al cíber, pero ya para el levante: no es que tuviera muchos novios, pero sí, muchas citas.”
Las puertas se le fueron abriendo de a poco. Le escribió a Roberto Piazza y el diseñador la convocó para sus desfiles. En esos eventos conoció a Paz, un “chico/chica” del que se hizo amiga y con el que se fue a vivir a un departamento de Corrientes y Paraná.
También aparecieron algunas oportunidades en el teatro off, pero las cuentas no cerraban y no había forma de pagar el alquiler. “Todo seguía para atrás, así que tomé la decisión de volverme a Córdoba. Estaba realmente muy cansada”, revela.
Encuentro de película
Una tarde, ya sin esperanzas, Mariana fue a tomar un café a ‘La Giralda’ para planear su regreso a casa.
“En eso entró Nicolás, de casualidad, a pedir una dirección. Nos miramos y fue un flechazo. Volvió a los dos minutos. Se sentó a una mesa en la otra punta de la sala. Nos seguimos mirando hasta que se acercó a invitarme a tomar algo. No podíamos parar de hablar ni podíamos separarnos. De película total. Lo loco es que yo creía que no me iba a enamorar jamás. Pensaba: ‘¿Habrá algo raro conmigo? ¿Por qué nunca me engancho con nadie?’. Tuve miles de historias, pero no un amor. Nicolás fue el primero y me cambió la vida”, cuenta con ternura.
Nicolás es Nicolás Giacobone, escritor y guionista, quien unos años más tarde de aquel encuentro en ‘La Giralda’ ganaría el Oscar como coautor del guión del filme 'Birdman'. Todo sucedió muy rápido. Enseguida se fueron a vivir juntos y a los cinco años se casaron.
“Me convertí en una chica de Belgrano que va al gimnasio, a la peluquería, a hacerse las uñas, muy cómoda en el lugar de ama de casa”, acepta. Pero el guión de su historia todavía tenía un punto de giro más.
-Todavía te esperaba Nueva York...
-Nos fuimos en 2014 porque Nicolás había sido contratado para escribir una serie. Vivíamos en un departamento del East Village. Para mí era como vivir en un set de televisión. Enseguida que llegamos se estrenó Birdman, empezaron las nominaciones a premios y con esa movida empezamos a tener viajes, fiestas con famosos... Desde cenar con Leonardo Di Caprio hasta conocer a Brad Pitt, Angelina Jolie o Kate Winslet. Sólo les decía “hola”, porque no daba cholulear, pero era una locura. De la piecita fría de un hotel de Palermo a estar en las mansiones en Beverly Hills con Al Pacino y Gwyneth Paltrow...
-Qué te pasó con Mick Jagger?
-Me tiró onda en la última fiesta después de los Oscar, que es la que organiza el manager de Madonna. Era en una casa gigante, divina, en Beverly Hills. Nico tenía hambre y se fue a la cocina a comer unos ‘spaghettis’ y yo me quedé con Armando Bo y la mujer. Tenía al lado a Bradley Cooper y más allá estaban Beyoncé y Gwen Stefani. En eso siento que todos me empiezan a mirar. Me doy vuelta y veo a un viejo canchero que me saca a bailar. Al principio no lo reconocí. Cuando nos acercamos, veo que era Mick Jagger. Me hacía el paso de la gallinita, me miraba, me sonreía, pero nunca me habló. En un momento me quiso apoyar la pierna y dije: “Acá se va armar quilombo. Lo único que falta que me mande una cagada”. Así que le dije “perdón” y me fui corriendo al baño. Viví tres años muy intensos y de cosas lindas en los Estados Unidos. Estudié en tres escuelas de actuación y trabajé en dos obras de teatro en Nueva York en inglés. Ahora me escucho y me parece surrealista. Pero bueno, volvimos porque extrañábamos. Yo necesitaba estar en mi país.
-¿Cómo es hoy tu relación con Nico?
-Estamos separados desde fines de 2019, pero nos vemos todos los días, comemos juntos todos los días. Vivimos en el mismo edificio, en distintos departamentos. Somos vecinos. Y tenemos a Larry, un perro Jack Russell, que es nuestro hijo. Estamos en un momento donde cada uno necesita su espacio. Nico va a ser mi familia siempre.
-¿Seguís enamorada de él?
-Yo lo voy a amar siempre. El enamoramiento dura unos años, después el amor va tomando otras formas.
-¿Te sentís afirmada como actriz?
-Sí, mi trabajo fue gradual. Filmé con Guillermo Francella una película de Armando Bo, 'Animal', e hice la serie 'El marginal', donde tuve escenas muy desafiantes. Pero Pequeña Victoria fue un gran reconocimiento profesional y social. Que una actriz trans haya protagonizado una tira en un canal líder es un antes y un después.
-En junio se aprobó la ley del cupo laboral trans, ¿qué sentiste?
-Me llena de emoción y orgullo vivir en la Argentina. Es una ley que va a generar confianza en la mayoría de las personas trans a las que se les negó, y me incluyo, durante generaciones, la posibilidad de aspirar a otros trabajos que no fueran la prostitución, la peluquería o un escenario, los únicos espacios donde no molestaba ver a una travesti. Ahora las chicas y chicos trans que vienen formándose en distintos rubros, ávidos de demostrar que tienen el potencial para ocupar un puesto de trabajo, van a tener esa oportunidad y ese amparo porque eran discriminados a la hora de dejar un currículum. Esto es un derecho, es una protección, un empujoncito a un sector de la población que fue perseguida y discriminada.
-¿Cómo es tu militancia?
-Trato de militar desde un lugar de no necesidad de aceptación.Trabajo mucho la autoestima, el quererme y el disfrutarme mucho. Creo que no hay nada más atractivo que una persona que se quiere a sí misma. Ese es el mensaje que trato de dar cuando me piden un consejo para personas trans: cultiven su autoestima, sepan qué quieren hacer, descubran su pasión. Hay chicas trans que van a ponerse tetas y enseguida se ponen a militar. Y no va por ahí. Va por construirse como personas. Cuando vos sabés quién sos, vas con otra seguridad por la calle y cuando vas con seguridad, las puertas se abren solas. Más allá de nombre o envase. Es como espiritual, energético. Hoy me siento aceptada, me siento querida. También sé que hay gente a la que no le voy a gustar.
-¿Cómo fue hablar con tus padres sobre tu sexualidad?
-A mi papá le costó mucho. Lo hablamos por primera vez a mis 17 años y yo fui muy sincera. Él me invitó a desayunar y me dijo: “Tenemos que hablar sobre tu homosexualidad”. Yo le dije: “¿Qué querés que hable? Es lo que me sucede”. Me respondió: “Bueno, tenés que cambiar, te vamos a llevar a un psicólogo”. Y le respondí: “Ya estoy yendo a la psicóloga y ella me dice que está todo bien con eso”. Después de eso la relación se tensó más. Toda la adolescencia me la pasé peleando con ellos: llantos, discusiones fuertes... Hoy entiendo que había mucha preocupación de su parte. Pasaron muchos años hasta que lograron aceptarlo con naturalidad. Creo que recién cuando me puse en pareja con Nicolás, mis padres cambiaron. Sobre todo mi papá. Pudo ver que yo podía tener un hogar, trabajar. Ahí empezaron a valorarme y a aceptarme.
-¿Mejoró la relación con tus padres?
-Sí, de hecho llegué a pedirles disculpas porque fui muy cruel con ellos. Siempre los amé, pero me daba bronca que me hubieran tocado ellos, por ser tan chicos al tenerme, por no tener recursos. Eso me resentía y me puse muy distante. A la vez, iban creciendo las inquietudes que yo tenía con mi identidad de género, lo cual los irritaba muchísimo, sobre todo a mi papá. Él era medio machista y ahora se está deconstruyendo. Pero en ese momento la idea de tener un hijo que quería ser una mujer era fatal. Hoy mi familia está muy contenta y orgullosa de mí. El arco que hice con mis padres es hermoso, no sólo llegué a tener su aceptación sino que también me admiran.
-¿Por qué no te gusta decir tu nombre de varón?
-No por vergüenza del nombre. Es como que me bajen la bombacha para verme los genitales. No hay necesidad.
-Te pusiste prótesis en las lolas, ¿pensaste alguna vez en operarte también tu sexo masculino?
-No. Estoy muy contenta con mi cuerpo. La lolas me las hice 10 años atrás. Necesitaba completar una feminización física, pero había una parte mía que no estaba tan de acuerdo. Tengo dos globos de plástico y aún me resultan un poco raros. Si surge otro recurso para tener forma femenina, creo que me sacaría las prótesis o me las achicaría. Tampoco me gustan mis pies, y mi cara es totalmente asimétrica. Pero así como soy critica, aprendí a quererme como soy. Me siento del género femenino y me proyecto así. Soy una mujer trans y soy actriz. Y no reniego de mi costado masculino.
Pasó de tener una lata de atún como único alimento para todo el día a cenar con Leonardo DiCaprio en Los Ángeles. De improvisar shows en boliches gay a bailar con Mick Jagger en una fiesta de Hollywood o a protagonizar una novela, ‘Pequeña Victoria’, por Telefe. Su relato impacta, emociona, atrapa.
Mariana nació en el barrio Alberdi, de Córdoba. Su madre tenía 15 años y su papá, 20. “Mamá había quedado huérfana de chiquita, con muchos hermanos, en una situación complicada. A los 14 se embaraza, a los 15 me tiene y a los 16 se casa con mi papá. Desde ese momento nunca más se separaron. Llevan toda una vida juntos”, cuenta.
“De mi infancia recuerdo muchos momentos de juego y fantasía. Me armaba escenarios con ladrillos, agarraba la manguera como micrófono y cantaba. También jugaba a ser la Mujer Maravilla. Amaba esa cosa de heroína. Nunca quise ser Superman o Batman. Ahí ya había una pista de mi identidad. A los 7 u 8 años, sí, empecé a darme cuenta de que quería ser nena en lugar de nene. No sólo porque disfrutaba más de los juegos de chicas, si no porque había algo interno, algo espiritual”, evoca.
La situación económica de sus padres no era buena, por lo que su abuela paterna, Lucía, jugó un rol clave en los primeros años de Mariana:
“Me amaba. Tenía predilección conmigo. Era como mi ángel. Fue la culpable de mi ego, porque para ella todo lo que yo hacía estaba bien. Me mostraba otra vida. Me compraba cosas caras, me llevaba al teatro, al cine, me hacía regalos, a los 14 me llevó a Disney. Yo vivía en un barrio humilde pero tenía zapatillas de marca. Mi abuela me pagaba el colegio privado y un poco lo padecía, porque mis compañeritos vivían otra realidad”.
Ese contraste social provocó en Mariana duros enfrentamientos con sus padres:
“Fui muy cruel con ellos en mi adolescencia. Los escondía. Odiaba que fueran pobres. Me daban vergüenza sus orígenes humildes. No invitaba a mis compañeros a casa. Así como mi abuela Lucía fue buena en brindarme educación, amor y en ayudarme a forjar la autoestima, también tenía un costado cruel. Me decía: ‘Vos tenés que estudiar para no ser como tus parientes pobres’. Ella estaba obsesionada con que yo accediera a un estrato social más alto. Era abogada y ejercía como tal en la familia defendiendo mis actitudes rebeldes”.
El deseo Mariana admite que tuvo un despertar sexual precoz: “Ya en la infancia tenía curiosidad por mis amiguitos. No tenía sexo, pero me gustaban los varoncitos y jugar a las escondidas o al cuarto oscuro. Me daba cuenta de que era algo prohibido, lo cual me generaba más excitación. Nunca gusté de una chica”.
En la secundaria conoció a Fernando, su mejor amigo y el que la bautizó Mariana: “Era gay y me sentí muy identificada con él. Fue la primera persona con la que pude hablar de lo que sentía. Nos hicimos muy amigos, hermanos, almas gemelas. En el colegio nos cargaban porque los dos éramos muy afeminados, pero pudimos revertirlo y terminamos nosotros haciéndoles bullying a ellos”.
Fernando fue el aliado perfecto para descubrir la vocación artística y su identidad:
“En la secundaria hacíamos personajes, la Bárbara y la Tremenda, unas travestis de villa, muy cordobesas y muy guarras, y también dos modelos huecas, bien de los años ‘90: María José y Mariana. Yo era Mariana. Un día que nos habíamos rateado del cole, estábamos en la playa de estacionamiento de un shopping de Córdoba. Yo me pongo a mirar al cielo y me tiro el pelo hacia el costado. Fernando se queda mirándome. ‘¿Qué te pasa?’, le pregunto. Y me dice: ‘Vos no te das cuenta de que en tu mirada hay una mujer. Vos no sos gay, vos sos Mariana. Tu mirada es la de una mujer’. Fue muy fuerte, porque ser mujer fue siempre mi deseo. Siento que fue mi día de bautismo”.
Sus primeros pasos como mujer fueron en un boliche gay de Carlos Paz, los fines de semana. “Tenía casi una doble vida, porque durante la semana estudiaba Psicología en la Universidad de Córdoba. Todavía vivía con mis padres, pero trataba de vincularme poco con ellos”, cuenta. Y en ese proceso, muere Fernando de cáncer: “Fue uno de los golpes más duros de mi vida”.
Dejó Psicología y se puso a estudiar el traductorado de inglés. Pero al tiempo abandonó para trabajar de bartender en la disco de un amigo: “De a poco fui subiendo al escenario para hacer playback de Madonna, mi ídola. Y nunca más me bajé”.
Odisea Buenos Aires
Corría el año 2008 y Mariana soñaba con los brillos, la fama y la popularidad. Y quería hacer carrera en la Gran Ciudad. Llegó a la Capital con un bolso y dispuesta al desafío. Primero fue a vivir a la casa de una mujer evangelista, cuñada de su padre, que la llamaba por su nombre de varón. Aguantó sólo dos semanas.
Se mudó luego a lo de una señora viuda, también de la familia, mucho más amable y abierta, pero debió irse por una orden tajante de su papá: “Dejá de molestar a los parientes”.
Mientras, Mariana buscaba empleo y no conseguía nada: “Palpaba la discriminación cuando me presentaba a una entrevista de trabajo. Me miraban como diciendo: ‘No dejes el currículum porque es al pedo’. Me fascinaba actuar, pero era algo imposible porque en ese entonces yo no veía en la televisión a actrices trans. Lo máximo a lo que podía aspirar era a ser como Cris Miró o Flor de la V, que habían arrancado sus carreras como vedettes”.
Su padre le insistía con que volviera a Córdoba. “Acá tenés casa y trabajo”, le decía. Pero Mariana no quería darse por vencida:
“Me fui a vivir a un hotel familiar de Palermo, un lugar de gente muy pobre. Alquilé una piecita muy precaria, helada. En el primer piso vivían travestis que trabajaban en la zona roja. A las 7 de la tarde se empezaba a escuchar los tacos porque se iban hacia el Rosedal. Yo nunca ejercí la prostitución, pero lamentablemente esa era la única opción que tenían esas chicas”.
“La primera noche en esa pieza fría del hotel, lloré un montón –recuerda–. Estaba muy desesperanzada y sola. Pero al mismo tiempo fue como un renacer. Todos los días era como arrancar de nuevo, una aventura. No tenía nada que perder. Estaba en la lona total. Me levantaba, tomaba un cafecito, me compraba una lata de atún y una ensalada de zanahoria rallada, que iba a ser mi única comida del día, y me iba a meditar a una plaza cerca del Monumento de los Españoles. Me llevaba un librito, me tiraba en el pasto y decía: ‘Voy a absorber la energía de los ricos en esta plaza de avenida Libertador. Alguien me va a descubrir’.”
Los días eran largos y se estiraban a la espera de la oportunidad laboral que la acercara a su sueño.
“Me iba a pasear por Palermo Soho o recorría la ciudad en colectivo. Pasaba muchas horas en el cíber buscando trabajo de vendedora de ropa o algún papel en teatro. Y a la noche volvía al cíber, pero ya para el levante: no es que tuviera muchos novios, pero sí, muchas citas.”
Las puertas se le fueron abriendo de a poco. Le escribió a Roberto Piazza y el diseñador la convocó para sus desfiles. En esos eventos conoció a Paz, un “chico/chica” del que se hizo amiga y con el que se fue a vivir a un departamento de Corrientes y Paraná.
También aparecieron algunas oportunidades en el teatro off, pero las cuentas no cerraban y no había forma de pagar el alquiler. “Todo seguía para atrás, así que tomé la decisión de volverme a Córdoba. Estaba realmente muy cansada”, revela.
Encuentro de película
Una tarde, ya sin esperanzas, Mariana fue a tomar un café a ‘La Giralda’ para planear su regreso a casa.
“En eso entró Nicolás, de casualidad, a pedir una dirección. Nos miramos y fue un flechazo. Volvió a los dos minutos. Se sentó a una mesa en la otra punta de la sala. Nos seguimos mirando hasta que se acercó a invitarme a tomar algo. No podíamos parar de hablar ni podíamos separarnos. De película total. Lo loco es que yo creía que no me iba a enamorar jamás. Pensaba: ‘¿Habrá algo raro conmigo? ¿Por qué nunca me engancho con nadie?’. Tuve miles de historias, pero no un amor. Nicolás fue el primero y me cambió la vida”, cuenta con ternura.
Nicolás es Nicolás Giacobone, escritor y guionista, quien unos años más tarde de aquel encuentro en ‘La Giralda’ ganaría el Oscar como coautor del guión del filme 'Birdman'. Todo sucedió muy rápido. Enseguida se fueron a vivir juntos y a los cinco años se casaron.
“Me convertí en una chica de Belgrano que va al gimnasio, a la peluquería, a hacerse las uñas, muy cómoda en el lugar de ama de casa”, acepta. Pero el guión de su historia todavía tenía un punto de giro más.
-Todavía te esperaba Nueva York...
-Nos fuimos en 2014 porque Nicolás había sido contratado para escribir una serie. Vivíamos en un departamento del East Village. Para mí era como vivir en un set de televisión. Enseguida que llegamos se estrenó Birdman, empezaron las nominaciones a premios y con esa movida empezamos a tener viajes, fiestas con famosos... Desde cenar con Leonardo Di Caprio hasta conocer a Brad Pitt, Angelina Jolie o Kate Winslet. Sólo les decía “hola”, porque no daba cholulear, pero era una locura. De la piecita fría de un hotel de Palermo a estar en las mansiones en Beverly Hills con Al Pacino y Gwyneth Paltrow...
-Qué te pasó con Mick Jagger?
-Me tiró onda en la última fiesta después de los Oscar, que es la que organiza el manager de Madonna. Era en una casa gigante, divina, en Beverly Hills. Nico tenía hambre y se fue a la cocina a comer unos ‘spaghettis’ y yo me quedé con Armando Bo y la mujer. Tenía al lado a Bradley Cooper y más allá estaban Beyoncé y Gwen Stefani. En eso siento que todos me empiezan a mirar. Me doy vuelta y veo a un viejo canchero que me saca a bailar. Al principio no lo reconocí. Cuando nos acercamos, veo que era Mick Jagger. Me hacía el paso de la gallinita, me miraba, me sonreía, pero nunca me habló. En un momento me quiso apoyar la pierna y dije: “Acá se va armar quilombo. Lo único que falta que me mande una cagada”. Así que le dije “perdón” y me fui corriendo al baño. Viví tres años muy intensos y de cosas lindas en los Estados Unidos. Estudié en tres escuelas de actuación y trabajé en dos obras de teatro en Nueva York en inglés. Ahora me escucho y me parece surrealista. Pero bueno, volvimos porque extrañábamos. Yo necesitaba estar en mi país.
-¿Cómo es hoy tu relación con Nico?
-Estamos separados desde fines de 2019, pero nos vemos todos los días, comemos juntos todos los días. Vivimos en el mismo edificio, en distintos departamentos. Somos vecinos. Y tenemos a Larry, un perro Jack Russell, que es nuestro hijo. Estamos en un momento donde cada uno necesita su espacio. Nico va a ser mi familia siempre.
-¿Seguís enamorada de él?
-Yo lo voy a amar siempre. El enamoramiento dura unos años, después el amor va tomando otras formas.
-¿Te sentís afirmada como actriz?
-Sí, mi trabajo fue gradual. Filmé con Guillermo Francella una película de Armando Bo, 'Animal', e hice la serie 'El marginal', donde tuve escenas muy desafiantes. Pero Pequeña Victoria fue un gran reconocimiento profesional y social. Que una actriz trans haya protagonizado una tira en un canal líder es un antes y un después.
-En junio se aprobó la ley del cupo laboral trans, ¿qué sentiste?
-Me llena de emoción y orgullo vivir en la Argentina. Es una ley que va a generar confianza en la mayoría de las personas trans a las que se les negó, y me incluyo, durante generaciones, la posibilidad de aspirar a otros trabajos que no fueran la prostitución, la peluquería o un escenario, los únicos espacios donde no molestaba ver a una travesti. Ahora las chicas y chicos trans que vienen formándose en distintos rubros, ávidos de demostrar que tienen el potencial para ocupar un puesto de trabajo, van a tener esa oportunidad y ese amparo porque eran discriminados a la hora de dejar un currículum. Esto es un derecho, es una protección, un empujoncito a un sector de la población que fue perseguida y discriminada.
-¿Cómo es tu militancia?
-Trato de militar desde un lugar de no necesidad de aceptación.Trabajo mucho la autoestima, el quererme y el disfrutarme mucho. Creo que no hay nada más atractivo que una persona que se quiere a sí misma. Ese es el mensaje que trato de dar cuando me piden un consejo para personas trans: cultiven su autoestima, sepan qué quieren hacer, descubran su pasión. Hay chicas trans que van a ponerse tetas y enseguida se ponen a militar. Y no va por ahí. Va por construirse como personas. Cuando vos sabés quién sos, vas con otra seguridad por la calle y cuando vas con seguridad, las puertas se abren solas. Más allá de nombre o envase. Es como espiritual, energético. Hoy me siento aceptada, me siento querida. También sé que hay gente a la que no le voy a gustar.
-¿Cómo fue hablar con tus padres sobre tu sexualidad?
-A mi papá le costó mucho. Lo hablamos por primera vez a mis 17 años y yo fui muy sincera. Él me invitó a desayunar y me dijo: “Tenemos que hablar sobre tu homosexualidad”. Yo le dije: “¿Qué querés que hable? Es lo que me sucede”. Me respondió: “Bueno, tenés que cambiar, te vamos a llevar a un psicólogo”. Y le respondí: “Ya estoy yendo a la psicóloga y ella me dice que está todo bien con eso”. Después de eso la relación se tensó más. Toda la adolescencia me la pasé peleando con ellos: llantos, discusiones fuertes... Hoy entiendo que había mucha preocupación de su parte. Pasaron muchos años hasta que lograron aceptarlo con naturalidad. Creo que recién cuando me puse en pareja con Nicolás, mis padres cambiaron. Sobre todo mi papá. Pudo ver que yo podía tener un hogar, trabajar. Ahí empezaron a valorarme y a aceptarme.
-¿Mejoró la relación con tus padres?
-Sí, de hecho llegué a pedirles disculpas porque fui muy cruel con ellos. Siempre los amé, pero me daba bronca que me hubieran tocado ellos, por ser tan chicos al tenerme, por no tener recursos. Eso me resentía y me puse muy distante. A la vez, iban creciendo las inquietudes que yo tenía con mi identidad de género, lo cual los irritaba muchísimo, sobre todo a mi papá. Él era medio machista y ahora se está deconstruyendo. Pero en ese momento la idea de tener un hijo que quería ser una mujer era fatal. Hoy mi familia está muy contenta y orgullosa de mí. El arco que hice con mis padres es hermoso, no sólo llegué a tener su aceptación sino que también me admiran.
-¿Por qué no te gusta decir tu nombre de varón?
-No por vergüenza del nombre. Es como que me bajen la bombacha para verme los genitales. No hay necesidad.
-Te pusiste prótesis en las lolas, ¿pensaste alguna vez en operarte también tu sexo masculino?
-No. Estoy muy contenta con mi cuerpo. La lolas me las hice 10 años atrás. Necesitaba completar una feminización física, pero había una parte mía que no estaba tan de acuerdo. Tengo dos globos de plástico y aún me resultan un poco raros. Si surge otro recurso para tener forma femenina, creo que me sacaría las prótesis o me las achicaría. Tampoco me gustan mis pies, y mi cara es totalmente asimétrica. Pero así como soy critica, aprendí a quererme como soy. Me siento del género femenino y me proyecto así. Soy una mujer trans y soy actriz. Y no reniego de mi costado masculino.
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