Imagne: La Razón / David Bowie // |
Los dos artistas se adelantaron con sus canciones y con la actitud adquirida en los escenarios y que los convirtió en pioneros del movimiento “trans”.
Sabino Méndez | La Razón, 2021-07-19
https://www.larazon.es/cultura/20210720/4ucxx44ub5cqne34ooryr4xzmi.html
Durante su primera gira por el medio oeste de la América profunda, unos todavía jóvenes Rolling Stones protagonizaron una curiosa anécdota. Al día siguiente de una actuación en un pequeño estadio de provincias estaban bañándose en la piscina de su motel cuando ésta fue invadida por agentes de la policía local. ¿Había llegado acaso hasta sus oídos la escandalosa fama de consumidores de estupefacientes que arrastraba la banda? ¿Venían a protegerlos de un posible secuestro o ataque de fans? Ni lo uno ni lo otro. Sencillamente, habían recibido una llamada de un lugareño denunciando que un montón de chicas estaban bañándose sin sujetador en la piscina.
Contrariamente, no había ninguna mujer en los alrededores. Las supuestas chicas eran los Stones, que habían provocado un espejismo en el escandalizado testigo local porque nunca había visto en aquel pueblo a hombres con el pelo largo. Cierto es que, en el Romanticismo y el siglo XIX, el hirsutismo había sido moneda común entre los varones, pero hacía ya muchas décadas que los hombres no llevaban el cabello largo. Desde principios de los años sesenta, una buena manera de discutir los esquemas culturales del momento, aceptados por todo el mundo, fue practicar esos pequeños gestos: dejarte crecer el pelo más de lo que era normal entonces, escoger adrede vestimentas connotadas como lumpen y practicar los comportamientos que el rígido canon social consideraba incorrectos.
La irrupción del andrógino
Ese crecimiento de la longitud capilar provocó enseguida varios divertidos resultados involuntarios: en primer lugar, la dificultad entre muchas personas para distinguir fácilmente chicos de chicas a primera vista; en segundo, la constatación de que, en virtud de sus particularidades fisiológicas individuales, había muchachos a quienes estéticamente les sentaba muy bien los rasgos supuestamente femeninos y viceversa. La figura del andrógino empezó a ponerse entonces de moda y, durante unos años, los muchachos con una imagen de más éxito eran lánguidos y delgados –escasamente musculados– y las estrellas populares femeninas eran mujeres agresivas que reivindicaban el poderío de su apetito sexual con bailes agresivos y músicas vociferantes. Es el Glam-Rock del año 1973.
Cuando hoy se habla de la valentía de la cruzada transgénero para encontrar su lugar en el mundo, uno no puede evitar pensar que, efectivamente, se necesita un acopio de decisión para ir contra los lugares comunes y las ideas aceptadas de tu propio tiempo. Pero si eso ya se hace difícil hoy en día, imagínense lo que podía ser hace cincuenta años, cuando ni los gobiernos ni las leyes te apoyaban como lo hacen ahora para emprender ese viaje o travesía.
Eso fue lo que sucedió exactamente en el rock de 1973. Como al rock ya se le suponía de entrada la obligación de ser extravagante, fue el refugio perfecto para que un montón de artistas inquietos (unos más rudimentarios, otros menos) ensayaran sus experimentos de transgénero. ¿Puede haber algo más «trans» que el álbum «Transformer» de Lou Reed aparecido por aquellas fechas? La jugada habilísima de los «glam-rockers» fue que en álbumes como ese aparecieron canciones inolvidables, de gran calidad compositiva, que superaron varias generaciones y trasladaron su mensaje más allá. El productor del disco citado se llamaba David Bowie y también posaba con vestimentas andróginas nunca vistas, consiguiendo que no se supiera muy bien si era chico o chica.
Durante los siguientes años, nombres como los de Marc Bolan, Gary Glitter, Suzy Quatro, The Runaways, Joan Jett, Lita Ford y la sueca Ann-Margret usaron, para dar a conocer su rock, el impacto visual que provocaba en las convenciones de entonces la ambigüedad de su presentación andrógina. Fueron tan impactantes en su momento que incluso durante décadas posteriores aparecieron grupos como los también suecos Hanoi Rocks que mantenían viva la llama de ese estilo. Podría decirse que los glam-rock de ayer fueron los transgénero de hoy. Y como el fenómeno de la apropiación cultural es común hoy en día, aquellos que sobrevivieron entre los rockeros glamourosos se alegran del cambio de costumbres, pero miran con desconfianza a los políticos que se apuntan ahora masivamente al carro. No pueden olvidar que les prometieron legalizar la marihuana y, cuando llegaron al poder, solo legalizaron la mentira.
Contrariamente, no había ninguna mujer en los alrededores. Las supuestas chicas eran los Stones, que habían provocado un espejismo en el escandalizado testigo local porque nunca había visto en aquel pueblo a hombres con el pelo largo. Cierto es que, en el Romanticismo y el siglo XIX, el hirsutismo había sido moneda común entre los varones, pero hacía ya muchas décadas que los hombres no llevaban el cabello largo. Desde principios de los años sesenta, una buena manera de discutir los esquemas culturales del momento, aceptados por todo el mundo, fue practicar esos pequeños gestos: dejarte crecer el pelo más de lo que era normal entonces, escoger adrede vestimentas connotadas como lumpen y practicar los comportamientos que el rígido canon social consideraba incorrectos.
La irrupción del andrógino
Ese crecimiento de la longitud capilar provocó enseguida varios divertidos resultados involuntarios: en primer lugar, la dificultad entre muchas personas para distinguir fácilmente chicos de chicas a primera vista; en segundo, la constatación de que, en virtud de sus particularidades fisiológicas individuales, había muchachos a quienes estéticamente les sentaba muy bien los rasgos supuestamente femeninos y viceversa. La figura del andrógino empezó a ponerse entonces de moda y, durante unos años, los muchachos con una imagen de más éxito eran lánguidos y delgados –escasamente musculados– y las estrellas populares femeninas eran mujeres agresivas que reivindicaban el poderío de su apetito sexual con bailes agresivos y músicas vociferantes. Es el Glam-Rock del año 1973.
Cuando hoy se habla de la valentía de la cruzada transgénero para encontrar su lugar en el mundo, uno no puede evitar pensar que, efectivamente, se necesita un acopio de decisión para ir contra los lugares comunes y las ideas aceptadas de tu propio tiempo. Pero si eso ya se hace difícil hoy en día, imagínense lo que podía ser hace cincuenta años, cuando ni los gobiernos ni las leyes te apoyaban como lo hacen ahora para emprender ese viaje o travesía.
Eso fue lo que sucedió exactamente en el rock de 1973. Como al rock ya se le suponía de entrada la obligación de ser extravagante, fue el refugio perfecto para que un montón de artistas inquietos (unos más rudimentarios, otros menos) ensayaran sus experimentos de transgénero. ¿Puede haber algo más «trans» que el álbum «Transformer» de Lou Reed aparecido por aquellas fechas? La jugada habilísima de los «glam-rockers» fue que en álbumes como ese aparecieron canciones inolvidables, de gran calidad compositiva, que superaron varias generaciones y trasladaron su mensaje más allá. El productor del disco citado se llamaba David Bowie y también posaba con vestimentas andróginas nunca vistas, consiguiendo que no se supiera muy bien si era chico o chica.
Durante los siguientes años, nombres como los de Marc Bolan, Gary Glitter, Suzy Quatro, The Runaways, Joan Jett, Lita Ford y la sueca Ann-Margret usaron, para dar a conocer su rock, el impacto visual que provocaba en las convenciones de entonces la ambigüedad de su presentación andrógina. Fueron tan impactantes en su momento que incluso durante décadas posteriores aparecieron grupos como los también suecos Hanoi Rocks que mantenían viva la llama de ese estilo. Podría decirse que los glam-rock de ayer fueron los transgénero de hoy. Y como el fenómeno de la apropiación cultural es común hoy en día, aquellos que sobrevivieron entre los rockeros glamourosos se alegran del cambio de costumbres, pero miran con desconfianza a los políticos que se apuntan ahora masivamente al carro. No pueden olvidar que les prometieron legalizar la marihuana y, cuando llegaron al poder, solo legalizaron la mentira.
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