jueves, 7 de julio de 2022

#hemeroteca #lgtbi #orgullo | Cuando Almeida quiso matar nuestro Orgullo

El Salto / Participantes en MADO 2015 //

Cuando Almeida quiso matar nuestro Orgullo.

El gobierno municipal ha puesto mil y un obstáculos a las diferentes celebraciones que acompañan la manifestación del Orgullo de este sábado 9 de julio. A ello se suman las consecuencias de la gestión de los eventos por parte de MADO. Quienes gestionan mal nuestro Orgullo se enfrentan a quienes gestionan mal nuestra ciudad.
Ramón Martínez | La mirada rosa, El Salto, 2022-07-07
https://www.elsaltodiario.com/mirada-rosa/almeida-quiso-matar-nuestro-orgullo-mado-felgtb 

Ni es la primera vez que ocurre ni tiene pinta de que vaya a ser la última. La relación del Ayuntamiento de Madrid con el gran Orgullo LGTBI ha sido siempre complicada, pero esta convocatoria se lleva la palma en lo que a dificultades se refiere. Además, hay que andar con pies de plomo a la hora de reflexionar sobre esta cuestión: está más que claro que el gobierno municipal ha puesto mil y un obstáculos a las diferentes celebraciones que acompañan la gran manifestación en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersexuales; pero tampoco podemos llamarnos a engaño, pues es evidente que hay que replantear con urgencia la forma en que se organiza el MADO.

Nuestro Orgullo es y debe ser festivo, porque no solo sirve para reivindicar nuestros derechos humanos, sino que también difunde el importante mensaje de que somos capaces de alcanzar la felicidad, de que a pesar del odio de la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia podemos llegar a construir una vida plena. Por eso nuestra manifestación es diferente a las habituales. Es una “manifiesta”, que así se la llamó hace años, donde se pretende crear durante unas horas un espacio liberado de todo odio en el que poder expresar nuestra forma de existir sin ninguna traba. Por eso, también, resulta tan molesta a mucha gente, porque permite, aunque sea de forma momentánea, la liberación que no siempre es posible en nuestras vidas cotidianas. La censura de nuestro Orgullo no obedece a sofisticadas consideraciones sobre estética, sino a la intolerancia, ya sea ajena o duramente interiorizada.

Nos enredamos en debates importantes, pero puramente simbólicos, cuando tal vez debiéramos denunciar con más fuerza las diferentes ofensas y atentados que padecemos.

Desde hace ya muchos años, además, esa liberación que hace posible nuestra manifestación se extiende más allá de la propia marcha y sirve para organizar conciertos, fiestas y eventos culturales. Es una forma más de celebrar nuestra forma de existir, de seguir difundiendo de que es posible ser feliz a pesar del odio y, sobre todo, de perpetuar ese espacio libre de la intolerancia y sus censuras. Pero, al mismo tiempo, provoca que nuestra cita reivindicativa más importante se haya convertido en una extraña mezcla de convocatorias que dificulta enormemente su gestión.

En la última década hemos podido observar cómo el problema de la organización del Orgullo se ha intentado solucionar con un método tal vez demasiado sencillo: las asociaciones LGTBI se encargarían exclusivamente de la manifestación y un grupo de empresarios sería el responsable de esa otra parte únicamente festiva. La consecuencia ha sido que, a las dificultades que pone el Ayuntamiento para la organización de una serie de eventos que no termina de entender —o que boicotea directamente en defensa de ese prurito de la moral más caduca— hay que sumar los problemas derivados de una gestión muy particular.

Recuerdo los Orgullos de la primera década de este siglo XXI. Además de las grandes manifestaciones que hicieron posible la aprobación del Matrimonio Igualitario, y en las que al fin se leía un manifiesto, sin necesidad de conciertos de fin de fiesta; se celebraba una verbena en el corazón de Chueca, con locales del barrio que sacaban sus barras a la calle y diferentes escenarios por los que ir pasando para disfrutar de tal o cual espectáculo. Ese espacio de libertad más allá de la manifestación se vivía y se podía disfrutar en las calles del centro, hasta que su gestión pareció demasiado complicada y se cedió a una serie de empresarios.

Las consecuencias han sido terribles, tal y como lo llevamos observando desde hace tiempo: nuestro Orgullo se ha masificado de forma incontrolable y los pequeños comerciantes de Chueca se han visto obligados a ceder su participación en esa verbena a los promotores de grandes macrofiestas, que han alejado la celebración del barrio, convertido ahora en una suerte de botellonódromo. Además, hay una lectura más que es necesario hacer, quizá la más importante desde el punto de vista reivindicativo: la privatización a la que MADO ha sometido a nuestro Orgullo ha provocado la exclusión de muchas personas que no quieren o no pueden participar en las fiestas temáticas más grandes, más normativas y, ante todo, más privadas.

Como en la fábula de la rana y el escorpión, no debe sorprendernos que quienes comercian con nuestro ocio traten de hacer el mejor negocio posible, más aún cuando pueden revestir su labor empresarial del valor de una supuesta reivindicación de los derechos de las personas no heterosexuales. Pero tampoco es posible mirar hacia otro lado y dejar de señalar los problemas de su gestión. El problema surge cuando se intenta buscar una alternativa al modelo de MADO y, con las entidades convocantes del Orgullo centradas únicamente en la manifestación, queda claro que solo quedan dos vías. Una, la más deseable, es que entre los locales y tiendas del barrio de Chueca surja otro consorcio que se decida a organizar una verbena sostenible, como lo fue en su momento, si bien este ha de ser un proyecto a largo plazo que necesitaría, además, apoyo firme de asociaciones e instituciones. Otra es que el propio Ayuntamiento tome el control y, del mismo modo que organiza otras tantas fiestas, se haga cargo de las que se celebran en torno a nuestro Orgullo. Pero, claro, ¿quién puede confiar en la gestión de un equipo municipal capitaneado por un personaje como Almeida?

Lo estamos comprobando este año con más evidencias que nunca antes. Tras el breve paréntesis de relativas facilidades que tuvo el Orgullo con Carmena, un año sin manifestación ni fiestas con motivo de la pandemia y otro, el 2021, con una convocatoria muy limitada por la misma causa, el actual gobierno de la ciudad de Madrid se ha decidido por el boicot sin remilgo alguno. Ni siquiera los anteriores equipos del Partido Popular se atrevieron a poner tantos palos en la rueda a la convocatoria del Orgullo y sus celebraciones.

No está claro aún si habrá vallas suficientes para organizar la manifestación, ni si la seguridad puede estar garantizada, ya que la Policía Municipal parece no haberse enterado de que este año, como el pasado, y otros tantos antes de la pandemia, también habría una manifestación. No se aplicará la excepción al aumento de ruido, que sí se activa para cualquier otro festejo popular y está perfectamente recogida en las normas municipales, porque parece que Almeida prefiere un Orgullo silencioso aunque su decisión levante no solo las alarmas de la intolerancia sino también posibles sospechas de prevaricación.

Además, como supimos hace apenas unas horas a través de un comunicado críptico de MADO, ha sido necesario cancelar toda la programación de la Plaza del Rey. No ha sido por el ruido, como parecía la justificación lógica tras haber hablado sobre la cuestión durante varios días, sino porque, aunque pueda sorprender a cualquiera, el Ayuntamiento aún no ha terminado las obras de ampliación de aceras en la calle Alcalá —que empezaron hace ahora un año— y resulta peligrosa la convocatoria en la plaza cercana, tal como ha comunicado a MADO José Fernández, el presidente de la Junta Municipal del Distrito de Centro que, no obstante, es más conocido por haber protagonizado una huida muy sobreactuada cuando Uge Sangil, la presidenta de FELGTBI+, denunció en la presentación de la programación del Orgullo que Almeida no actúa como alcalde de toda la ciudadanía de Madrid y, por lo tanto, no representa a todas las personas que viven en Madrid. Será que el concejal, como buen quintacolumnista de #YoSoyGayydelPP, sí se siente representado, como debe sentirse también Begoña Villacís, que en este enfrentamiento abierto entre empresarios del Orgullo y gobierno municipal aún debe estar calculando a qué caldero debe ir a rebañar votos ahora con el pan que le debe al apoyo de la ultraderecha.

Pero no la critiquemos: es conocida en política esa frase que dice “no expliques con la maldad lo que puede explicarse con la estupidez” y, además, no está bien criticar a quienes ya no habitan el mundo de los vivos. En conclusión, con un partido ultra que nos quiere enviar a la Casa de Campo —quizá para revivir aquel Orgullo de 1979 que tuvo lugar allí y terminó con un tiroteo por parte de los Guerrilleros de Cristo Rey—, otro que plantea un boicot cada vez más evidente a las convocatorias del 28 de junio y un tercer partido que está ya en capilla para su próximo entierro, queda claro que Almeida, Villacís y los ultras que les aseguran los sillones están dejando como una persona tolerante y comprometida a la mismísima Ana Botella.

Ante toda esta polémica con tantas aristas surge la difícil pregunta de qué debemos hacer como ciudadanía, cuando quienes gestionan mal nuestro Orgullo se enfrentan a quienes gestionan mal nuestra ciudad. Belenciana, una de las artistas cuya actuación estaba programada en el escenario prohibido, convocó una sentada en protesta durante el tiempo reservado a su concierto, pero creo que, ya que ponen tanta insistencia en evitar el ruido, quizá una cacerolada a una hora intempestiva sería más efectiva.

Se me ocurre también, y es importante, que antes de tomar una decisión activista debemos preguntarnos si detrás de toda esta difícil celebración no hay otra cosa que un enfrentamiento encubierto entre quienes organizan el Orgullo y pretenden seguir haciéndolo a sus anchas, aunque año tras año sea menos vivible, y un equipo municipal que, a pesar de su intolerancia manifiesta, ha descubierto el interés económico que encierra la convocatoria y, como si fuera un contrato por un puñado de mascarillas, ha decidido boicotearlo para más tarde ofrecerse como salvador y garante de una celebración del Orgullo más tranquila y eficaz.

Puede que estemos siendo movilizados a un enfrentamiento que, en realidad, ni nos va ni nos viene, y que nuestra mejor salida sea tirar por la calle de en medio. Nunca encontraremos el remedio para los problemas del Orgullo reforzando a quienes lo estropean. Hace falta resetear el Orgullo. Así que sobrevivamos a este año como buenamente podamos y sentémonos pronto a planear el siguiente. Dejemos claro que, para el Orgullo que viene, ni queremos AEGAL, ni queremos Almeida, porque otro Orgullo es posible y más necesario que nunca.

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