Imagen: El País / Fotograma de 'Chemsex' |
Un documental británico se sumerge en el mundo de las 'chemsexs', una peligrosa tendencia creciente en las grandes capitales del planeta.
Alfonso Rivera | El País, 2016-07-27
http://elpais.com/elpais/2016/07/22/tentaciones/1469191907_774972.html
Dirigido/producido por William Fairman y Max Gogarty, ‘Chemsex’ es un film inglés de alta graduación. Las escenas de sexo duro abundan, los testimonios –a cara descubierta o tras una cortina roja- carecen de remilgos y lo que denuncia pone los pelos de punta. No se cuestiona que el sexo es divertido y que cada uno es muy libre de buscar el placer cómo desee (siempre que no se atente contra otra persona), pero sí se alerta sobre ciertas prácticas de alto riesgo en el contagio de enfermedades graves. Es cierto que las drogas (o el alcohol) y la diversión han ido casi siempre de la mano, tanto en fiestas ‘homo’ como heterosexuales, pero hay dos elementos contemporáneos que han ayudado al florecimiento de estas reuniones caseras donde abunda el ‘speed’, la viagra y el éxtasis y escasean los condones: las aplicaciones de ligoteo y la medicación que ha convertido a aquella plaga llamada sida en una pandemia no letal.
“Las drogas me dan una confianza que nunca tuve: me sentía como una estrella del porno”, asegura uno de los numerosos entrevistados (hay incluso algún que otro español residente en Londres), rememorando sus más gozosos encuentros sexuales en grupo regados con ketamina, mefedrona, GHB y otras muchas sustancias. De esa abundancia de química procede el término ‘chemsex’, algo que en España se denomina coloquialmente -a través de las apps- “sesión”, acompañada habitualmente de complementos como “con tema” y “BB” (‘bareback’, o sin protección profiláctica: algo así como una ruleta rusa venérea).
En grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, a cualquier hora del día o la noche, se pueden encontrar perfiles en las aplicaciones del móvil que, ya desde el ‘nick’ del usuario, invitan a participar en esas orgías privadas: te pasan la dirección y, cuando llegas, penetras en un piso a oscuras, con las cortinas echadas y música electrónica, donde rápidamente te invitan a una raya (que puede que sea de lo que te dicen o no…). Al poco ya estás colocado y empieza el baile sexual, con uno, con dos o con varios. Así durante horas, raya va, copa viene, incluso, como se ve en el documental referido, algunos se inyectan delante de los presentes. El colocón es tal que, al día siguiente, no recordarás muy bien con quién te lo hiciste, ni cómo, ni mucho menos si tomaste las debidas y recomendadas precauciones.
Esa es la denuncia principal de este documental que forma parte del Atlantic Film Festival que estos días se celebra físicamente en Palma de Mallorca y a través de internet (hasta el 27 de julio) en la web filmin: el riesgo para la salud que conlleva perder el control en un encuentro sexual con desconocidos. Algunos de los adictos a estas prácticas que desfilan por la película llegan a reconocer que la posibilidad de contagiarse del VIH forma parte de la excitación, del juego, del morbo.
En Londres hay un centro de salud (Dean Street Clinic) que atiende a estos nuevos ‘yonkis’ de las fuertes emociones (y de algo cercano a la autodestrucción), hombres de todas las edades y clases sociales que buscan la evasión extrema, un sustituto a la falta de afecto y la compañía multitudinaria como antídoto temporal a la soledad. Los cineastas se plantean si el colectivo gay es precisamente, por sus condiciones de (semi)clandestinidad, ausencia de normas sociales y de desarrollo emocional a veces castrado, el más proclive a sucumbir a estas tentaciones.
Pero, como muestra asimismo el documental ‘Chemsex’, se puede salir de ese submundo y consumismo sexual desenfrenado: los valientes testimonios que por él desfilan dan prueba de ello. Porque se corre el riesgo de que ese gusto por el exceso puede llegar a normalizarse, con consecuencias nefastas para la salud, no sólo del colectivo homosexual, sino de toda la sociedad.
“Las drogas me dan una confianza que nunca tuve: me sentía como una estrella del porno”, asegura uno de los numerosos entrevistados (hay incluso algún que otro español residente en Londres), rememorando sus más gozosos encuentros sexuales en grupo regados con ketamina, mefedrona, GHB y otras muchas sustancias. De esa abundancia de química procede el término ‘chemsex’, algo que en España se denomina coloquialmente -a través de las apps- “sesión”, acompañada habitualmente de complementos como “con tema” y “BB” (‘bareback’, o sin protección profiláctica: algo así como una ruleta rusa venérea).
En grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, a cualquier hora del día o la noche, se pueden encontrar perfiles en las aplicaciones del móvil que, ya desde el ‘nick’ del usuario, invitan a participar en esas orgías privadas: te pasan la dirección y, cuando llegas, penetras en un piso a oscuras, con las cortinas echadas y música electrónica, donde rápidamente te invitan a una raya (que puede que sea de lo que te dicen o no…). Al poco ya estás colocado y empieza el baile sexual, con uno, con dos o con varios. Así durante horas, raya va, copa viene, incluso, como se ve en el documental referido, algunos se inyectan delante de los presentes. El colocón es tal que, al día siguiente, no recordarás muy bien con quién te lo hiciste, ni cómo, ni mucho menos si tomaste las debidas y recomendadas precauciones.
Esa es la denuncia principal de este documental que forma parte del Atlantic Film Festival que estos días se celebra físicamente en Palma de Mallorca y a través de internet (hasta el 27 de julio) en la web filmin: el riesgo para la salud que conlleva perder el control en un encuentro sexual con desconocidos. Algunos de los adictos a estas prácticas que desfilan por la película llegan a reconocer que la posibilidad de contagiarse del VIH forma parte de la excitación, del juego, del morbo.
En Londres hay un centro de salud (Dean Street Clinic) que atiende a estos nuevos ‘yonkis’ de las fuertes emociones (y de algo cercano a la autodestrucción), hombres de todas las edades y clases sociales que buscan la evasión extrema, un sustituto a la falta de afecto y la compañía multitudinaria como antídoto temporal a la soledad. Los cineastas se plantean si el colectivo gay es precisamente, por sus condiciones de (semi)clandestinidad, ausencia de normas sociales y de desarrollo emocional a veces castrado, el más proclive a sucumbir a estas tentaciones.
Pero, como muestra asimismo el documental ‘Chemsex’, se puede salir de ese submundo y consumismo sexual desenfrenado: los valientes testimonios que por él desfilan dan prueba de ello. Porque se corre el riesgo de que ese gusto por el exceso puede llegar a normalizarse, con consecuencias nefastas para la salud, no sólo del colectivo homosexual, sino de toda la sociedad.
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