Imagen: El Mundo / Leopoldo María Panero |
Leopoldo María Panero hizo una épica de su genealogía familiar, y elevó un complejo de Edipo -repartido entre tres hermanos- a categoría histórica, fílmica y literaria (Michi mediante). Intentó digerir toda la heráldica y la locura de los genes y cuentan los papeles que no pudo, a pesar de su genio. Murió en 2014.
Jesús Nieto Jurado | El Cultural, El Mundo, 2016-07-28
http://www.elcultural.com/noticias/letras/Leopoldo-M-Panero-el-desencanto-si-y-que/9623
Aquí el abajo firmante ha conocido a estos héroes que se salen de horma, que van a su bola, que se escapan de todo fijamiento vital. Lo mismo un futbolista que un señor que come kiwis a la orillita del Estrecho (Montero Glez), la cosa es contar aquí las vidas y obras de gente que no encajan en lo que la mayoría cree un escritor. A todos menos a Panero, claro. En este esfuerzo van pasando vivos y conocidos, pero el caso que nos ocupa hoy es diferente por maldito. Leopoldo M. Panero es poeta por familia y por herencia, pero es maldito según van contando las crónicas y los forenses y una antología que va llegando. Porque escribir de Leopoldo María Panero es entrar en un submundo de monjas que regañan las lecturas, de metáforas que duelen, de sueros que adormecen las cocacolas zeros en un loquero al Norte del Norte (Mondragón...). Yo sé que a mi musa le gustan sus poemas, y que lee a Panero desde la comodidad de sus dos carreras, quizá al sol y tostada por ese verano malagueño. De Panero ha pasado a Gil de Biedma encima de la tumbona, y con esta rotundidad de lecturas va el pueblo, el pueblo bien comido, intuyendo su próxima boda.
Pongámonos en situación y veamos a Leopoldo María Panero unos minutos antes de que lo viera Chávarri en el rodaje de El desencanto. Había muerto el padre, el 'Conejito Blanco' ("acribillado por los besos de sus hijos/ absuelto por los ojos más dulcemente azules"). Era Leopoldo M. Panero en ese momento guapo y atractivo; con ese punto resabiado y heráldico que tanto vendía en las noches malditas de Madrid. Vivía su madre, que actuaba como antiácido y como musa de esa camada de genios: fiel a sí misma y a esa "disciplina del cardado" que diría Antonio Soler. Si se reviven las vidas y obras de Leopoldo M. Panero, hay que reseñar esa entomología que firmó Jaime Chávarri, que ideó Michi, y que titularon ‘El desencanto’. Hay quienes vieron en esa película una metáfora de Freud, del complejo de Edipo repartido entre tres hermanos, un símbolo familiar del 'fin de siecle' y demás. Pero cuando uno lee a Leopoldo María Panero se encuentra con una ristra de frustraciones visualizadas y encarnadas por un murciélago o por un ataúd ("os echaré de menos, nunca os olvidaré"), pero todo parece sanísimo a la espera de la crónica periodística o del poema fechado en el frenopático.
Me dicen mis maestros y mis amigos que de Leopoldo María Panero se ha escrito todo, que no queda por Iberia un esquinazo vacío de metáforas y ditirambos disparados hacia el genio. Pero aquí se sale de horma el autor de la sección, y al último de la fila, al cuerdo que los enterró, a Leopoldo María había que dedicarle un perfil. Sí, sé que del loco/cuerdo se ha escrito todo, pero es que yo abro los periódicos y no dejo de leer a Homero y no me quejo. Porque de ese complejo de Edipo repartido entre tres hermanos no iba yo a dejar de escribir. El padre con los sonetos pedernales, y la prole tan lúcida y tan clara por los campos llanos de Astorga. Michi Panero, que fue como el testaferro de sus hermanos, murió de los primeros; en tanto que el tiempo mató al mensajero. Yo siempre proyecto ‘El desencanto’ en mis clases, y así vamos manteniendo vivo al último maldito. Y es que si hablamos de ‘El desencanto’ hablamos de la proyección pública definitiva de Leopoldo María Panero. Si se ve esa película a la distancia el escribiente tiene que preguntarse, obligatoriamente, por la felicidad y por la propia existencia. Como yo conocí a Leopoldo María Panero gracias a la película de Chávarri, todo mi constructo vital vino a adecuarse a una imagen. Después, las lecturas enfermas; a mis años volví a la torre y a los castillos y a la muerte ("cuando la luna salga /y el primer somormujo me diga su palabra").
Y la muerte presentida de Leopoldo María (¿te acuerdas, Leopoldo?), y Leopoldo de psiquiátrico en psiquiátrico, enterrado con los barrotes de la moral. Podemos preguntarnos si Leopoldo María Panero fue una víctima de sí mismo, o una víctima del verso; podemos preguntarnos todo sobre los Panero encima de sus tumbas esas mañanas de sol sin cierzo ni 'levante'. Yo los llamé los claros varones de Astorga, paridos por Felicidad Blanc, tan rubia y tan linda y tan resabiada. Nadie dijo que airear las miserias familiares fuese un género literario, pero esta gente lo hizo a medias. O lo hicieron a calzón quitado con la metáfora de un camposanto. Los tres hermanos se amaban y se mataban, o deseaban amarse y matarse y ajustar cuentas mucho tiempo después; pasó que murieron de menos a más, y Leopoldo María lo mismo aparecía con Dragó que con Bunbury cantando verdades. Su discurso era lúcido en un 70%; el resto del porcentaje le iba en contarnos cómo lo quisieron envenenar y en el fracaso estudiado de la Transición.
Sobre los papeles queda que Leopoldo María Panero nació en Madrid en el 48 y que dejó de ver la luz hace dos años en Las Palmas; que entretanto fue 'novísimo' a su pesar; que vivió la noche de Madrid y que fundó 'Carnaby Street' entre que se desfundaba a sí mismo. Reivindicar el "fuera de horma" es una empresa ociosa, pues que Panero en sí mismo vino a romper compartimentos y estancos y esquemas. Y sin embargo hay que perfilarlo hoy, julio, entre que releemos a Michi Panero para una antología que nos dejarán sin pagar.
Hay que volver a Leopoldo María Panero y a sus poemas de antología, y a sus amantes premiados y muertos por ese sol vírico de Madrid de cuando llega la madrugada. Pero a Leopoldo María Panero hay que verlo como le vio Michi cuando le cargó el muerto a Chávarri para enfocarlos, a los hermanos, entre dientes y puñales. Podríamos constreñir todo en hijo rebelde y maldito, en padre arraigado por soneto complaciente; en madre que hacía como que tragaba y amaba 'sui generis' a sus vástagos... Fueron, insisto, claros hijos de Astorga, y Leopoldo el mártir último y zurdo de un tiempo ido que quizá sea el más nuestro, el de esta sección.
"¿Te acuerdas, Leopoldo...?", cantaba Felicidad Blanc -la madre- en la película de Chávarri. Y sí, Leopoldo fue disfrazado de sí mismo; iba disfrazado de Arlequín...
Pongámonos en situación y veamos a Leopoldo María Panero unos minutos antes de que lo viera Chávarri en el rodaje de El desencanto. Había muerto el padre, el 'Conejito Blanco' ("acribillado por los besos de sus hijos/ absuelto por los ojos más dulcemente azules"). Era Leopoldo M. Panero en ese momento guapo y atractivo; con ese punto resabiado y heráldico que tanto vendía en las noches malditas de Madrid. Vivía su madre, que actuaba como antiácido y como musa de esa camada de genios: fiel a sí misma y a esa "disciplina del cardado" que diría Antonio Soler. Si se reviven las vidas y obras de Leopoldo M. Panero, hay que reseñar esa entomología que firmó Jaime Chávarri, que ideó Michi, y que titularon ‘El desencanto’. Hay quienes vieron en esa película una metáfora de Freud, del complejo de Edipo repartido entre tres hermanos, un símbolo familiar del 'fin de siecle' y demás. Pero cuando uno lee a Leopoldo María Panero se encuentra con una ristra de frustraciones visualizadas y encarnadas por un murciélago o por un ataúd ("os echaré de menos, nunca os olvidaré"), pero todo parece sanísimo a la espera de la crónica periodística o del poema fechado en el frenopático.
Me dicen mis maestros y mis amigos que de Leopoldo María Panero se ha escrito todo, que no queda por Iberia un esquinazo vacío de metáforas y ditirambos disparados hacia el genio. Pero aquí se sale de horma el autor de la sección, y al último de la fila, al cuerdo que los enterró, a Leopoldo María había que dedicarle un perfil. Sí, sé que del loco/cuerdo se ha escrito todo, pero es que yo abro los periódicos y no dejo de leer a Homero y no me quejo. Porque de ese complejo de Edipo repartido entre tres hermanos no iba yo a dejar de escribir. El padre con los sonetos pedernales, y la prole tan lúcida y tan clara por los campos llanos de Astorga. Michi Panero, que fue como el testaferro de sus hermanos, murió de los primeros; en tanto que el tiempo mató al mensajero. Yo siempre proyecto ‘El desencanto’ en mis clases, y así vamos manteniendo vivo al último maldito. Y es que si hablamos de ‘El desencanto’ hablamos de la proyección pública definitiva de Leopoldo María Panero. Si se ve esa película a la distancia el escribiente tiene que preguntarse, obligatoriamente, por la felicidad y por la propia existencia. Como yo conocí a Leopoldo María Panero gracias a la película de Chávarri, todo mi constructo vital vino a adecuarse a una imagen. Después, las lecturas enfermas; a mis años volví a la torre y a los castillos y a la muerte ("cuando la luna salga /y el primer somormujo me diga su palabra").
Y la muerte presentida de Leopoldo María (¿te acuerdas, Leopoldo?), y Leopoldo de psiquiátrico en psiquiátrico, enterrado con los barrotes de la moral. Podemos preguntarnos si Leopoldo María Panero fue una víctima de sí mismo, o una víctima del verso; podemos preguntarnos todo sobre los Panero encima de sus tumbas esas mañanas de sol sin cierzo ni 'levante'. Yo los llamé los claros varones de Astorga, paridos por Felicidad Blanc, tan rubia y tan linda y tan resabiada. Nadie dijo que airear las miserias familiares fuese un género literario, pero esta gente lo hizo a medias. O lo hicieron a calzón quitado con la metáfora de un camposanto. Los tres hermanos se amaban y se mataban, o deseaban amarse y matarse y ajustar cuentas mucho tiempo después; pasó que murieron de menos a más, y Leopoldo María lo mismo aparecía con Dragó que con Bunbury cantando verdades. Su discurso era lúcido en un 70%; el resto del porcentaje le iba en contarnos cómo lo quisieron envenenar y en el fracaso estudiado de la Transición.
Sobre los papeles queda que Leopoldo María Panero nació en Madrid en el 48 y que dejó de ver la luz hace dos años en Las Palmas; que entretanto fue 'novísimo' a su pesar; que vivió la noche de Madrid y que fundó 'Carnaby Street' entre que se desfundaba a sí mismo. Reivindicar el "fuera de horma" es una empresa ociosa, pues que Panero en sí mismo vino a romper compartimentos y estancos y esquemas. Y sin embargo hay que perfilarlo hoy, julio, entre que releemos a Michi Panero para una antología que nos dejarán sin pagar.
Hay que volver a Leopoldo María Panero y a sus poemas de antología, y a sus amantes premiados y muertos por ese sol vírico de Madrid de cuando llega la madrugada. Pero a Leopoldo María Panero hay que verlo como le vio Michi cuando le cargó el muerto a Chávarri para enfocarlos, a los hermanos, entre dientes y puñales. Podríamos constreñir todo en hijo rebelde y maldito, en padre arraigado por soneto complaciente; en madre que hacía como que tragaba y amaba 'sui generis' a sus vástagos... Fueron, insisto, claros hijos de Astorga, y Leopoldo el mártir último y zurdo de un tiempo ido que quizá sea el más nuestro, el de esta sección.
"¿Te acuerdas, Leopoldo...?", cantaba Felicidad Blanc -la madre- en la película de Chávarri. Y sí, Leopoldo fue disfrazado de sí mismo; iba disfrazado de Arlequín...
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