Imagen: El Salto / Protesta de trabajadoras sexuales |
Ese enfrentamiento entre abolicionismo y regulacionismo no solo es un falso dilema, bastante reduccionista además, sino que debilita al movimiento feminista de cara al 8M.
Isabel Gamero | El Salto, 2019-02-17
https://www.elsaltodiario.com/feminismos/un-falso-dilema-el-debate-entre-abolicionismo-y-regulacionismo-que-nos-debilita-como-8m-
Tras haber participado en el V Encuentro Estatal 8M, que tuvo lugar a finales de enero en Valencia, y seguido las polémicas surgidas en las asambleas organizativas del 8M en Barcelona y Madrid, me animo a intervenir en el debate abierto —como una brecha dolorosa y sangrante— que enfrenta abolicionismo y regulacionismo para argumentar que este enfrentamiento no solo es un falso dilema, bastante reduccionista, sino que, además, debilita al movimiento feminista de cara al 8M.
Considero que es un dilema reduccionista porque presenta dos únicas opciones, incompatibles y excluyentes, que fuerzan a posicionarse. A grandes rasgos, estas opciones serían “estás con las abolicionistas” o “estás con el sistema prostituyente, proxeneta, antimujeres, capitalista, violento y neoliberal”. Quizá puede parecer que exagero, pero recuerden cómo se dieron los debates —o mejor, las broncas— en Barcelona, Madrid, Valencia. Si no estuvieron allí, busquen publicaciones de @Mabolicion en Twitter o lean artículos como éste.
Cuando el dilema se plantea así, ya no hay salida, sino ruptura. O lo uno: feminismo “verdadero”. O lo otro: explotación, puterío y violencia por doquier. Da la impresión de que si en los espacios feministas se da voz a una prostituta, esto va a ser el final del 8M, que será colonizado por proxenetas y hombres con “labios pintados, algunos el pelo teñido, un par de ellos (o elles) son muy grandes”, expresión literal, copiada del artículo enlazado más arriba.
Escribo con la convicción de que en el feminismo no se pueden dar categorías cerradas, opuestas y excluyentes. Cuando todo se hace tan rígido, es cuando se dan las rupturas que nos debilitan.
Tres falsos reduccionismos y tres respuestas desde el feminismo del 99%
El reduccionismo que llevan a cabo las abolicionistas en este enfrentamiento se puede explicar a través de tres dimensiones distintas y relacionadas. En primer lugar, se reducen todas las variantes posibles del feminismo a dos únicas opciones: abolicionismo o regulacionismo, y el “verdadero feminismo” queda identificado con el abolicionismo, sin que exista ninguna otra opción más. El segundo tipo de reduccionismo se refiere a quién es el sujeto autorizado del feminismo que, en principio, solo serían mujeres cis (y curiosamente, en Valencia, las abolicionistas más beligerantes eran mujeres españolas, no racializadas, cercanas a partidos de izquierda y sindicatos). Todas las demás mujeres, las prostitutas y sobre todo las trans, no son aceptadas como sujetos del feminismo. El tercer reduccionismo es el que entiende que la prostitución es la peor de todas las formas posibles de violencias contra las mujeres, por ello ha de ser confrontada y atacada, para acabar con el patriarcado. Esto se puede leer aquí, donde la prostitución se define como “la institución patriarcal más violenta que existe contra la mujer” o aquí, donde se la describe como “una de las formas más terroríficas de violencia y machismo para las mujeres”.
Con esta triple reducción, cualquier diálogo se hace imposible porque no queda un mínimo espacio para argumentar, solo enfrentamiento u oposición. “Estás con nosotras o estás con el mal”, y entonces, ya hemos perdido fuerzas y aliadas contra el patriarcado, lo que nos debilita. Otra consecuencia de estas tres reducciones es la invisibilización de la pluralidad y diversidad del feminismo, que ahora se autodenomina “feminismo del 99%” y que enfrenta cada uno de los reduccionismos expuestos.
En primer lugar, el feminismo del 99% es amplio, diverso, discrepante y conflictivo. Nos empuja a salir de nuestras zonas de confort, de las asambleas y aulas donde todas éramos iguales y a replantearnos ideas que creíamos ciertas. Nos empuja a reconocer que podemos estar equivocadas. El feminismo del 99% está formado por una pluralidad de voces y luchas distintas, desde las veganas y animalistas hasta las que nos oponemos a los tratados de libre comercio; las que saltan las fronteras y las que hacen coaching menstrual. Ya no nos vale una única definición, cerrada y excluyente, del feminismo. Ahora vivimos en la pluralidad, en el conflicto y la discrepancia. Ha llegado el momento de aceptar que somos distintas, que en los debates feministas nos vamos a encontrar con posturas con la que no estamos de acuerdo y que tenemos que aprender a vivir con las diferencias, luchando juntas contra el patriarcado.
En segundo lugar, el sujeto del feminismo del 99% es plural y cambiante. Entendemos que existen múltiples formas de ser mujer, todas maltratadas por el patriarcado. Ya va siendo hora de pensar más allá de las categorías binarias y excluyentes, que tanto les gustan al patriarcado y al pensamiento moderno. Ya va siendo hora de pensar en las problemáticas concretas de mujeres migrantes, racializadas, de aceptar el transfeminismo y recibir a las trans como hermanas en la lucha.
En tercer lugar, el feminismo del 99% entiende que el patriarcado tiene mil caras que se manifiestan en múltiples violencias distintas, desde las más sutiles (no por ello menos denigrantes) como los micromachismos, los chistes, los piropos, los insultos... hasta las más agresivas (maltrato, violaciones...) y las mortales (feminicidios), pasando por una amplia gama de actos violentos y forzados como la ablación del clítoris, los matrimonios infantiles, el abuso sexual en la infancia, la trata...
Existe la violencia económica, las maquilas y los talleres clandestinos, el acoso laboral, la prohibición del aborto, los policías que piden documentos a personas por su color de piel, la violencia obstétrica, las horas de trabajo y cuidado no reconocidas, los pajeros y exhibicionistas, los CIEs, los suelos pegajosos y los techos de cristal, los maltratadores, los violadores grupales y la justicia patriarcal que no hace justicia...
Afirmar que la prostitución es la peor forma de violencia posible hacia las mujeres, como mantienen las abolicionistas, implica dejar de lado las luchas en las que todas estamos de acuerdo y esto también nos debilita porque ya no estaríamos con el 99%, sino solo con un sector del feminismo, el abolicionista. Además, al entender a las prostitutas como enemigas, no como aliadas, también se cortarían y bloquearían, de antemano, las alianzas de todas las mujeres contra estas otras formas de violencia patriarcales. ¿Es que acaso una prostituta no estaría en contra de los CIEs, de las violaciones grupales, del maltrato y del abuso, de que la maten por ser mujer o trans?
En definitiva, limitar las definiciones del feminismo de cara al 8M, imponer quién sería su sujeto válido y centrar el debate en la prostitución nos debilita, nos enfrenta y nos corta las alas, cuando deberíamos estar construyendo juntas —y juntes y juntxs— para acabar con el patriarcado.
Ampliando el debate: algunas preguntas sobre libertad, trata, cosificación y violencia
Para acabar, voy a mencionar algunas de las preguntas y matices que me hubiera encantado poder formular en los debates del encuentro de Valencia, lo que no fue posible por el enfrentamiento que se dio entre abolicionistas y reglamentaristas.
En primer lugar, uno de los motivos del sector abolicionista para rechazar la prostitución es considerar que “implica la negación de las mujeres como sujeto político del feminismo” (frase literal de este artículo). Para el abolicionismo, la prostitución es denigrante porque niega a la mujer, la reduce y cosifica; convierte su cuerpo en mercancía que se puede comprar y vender al mejor postor. Sin embargo, cuando algunas abolicionistas impidieron a las prostitutas expresarse en Valencia, cuando les gritaron e insultaron cada vez que intentaban hablar, cuando increparon a las organizadoras del Encuentro por permitir la participación de las prostitutas, ¿no estaban haciendo, las abolicionistas, lo mismo que criticaban?, ¿no estaban negando que las prostitutas fueran sujeto político del feminismo? Es más, ¿qué clase de debate se puede dar cuando un sector niega al otro?, ¿cómo van a estar representadas así todas las posturas y opiniones? En nombre de este feminismo del 99% yo quisiera escuchar a las regulacionistas, a las del sindicato OTRAS, a las putas, por mucho que pueda estar en desacuerdo con ellas.
En segundo lugar, en casi todos sus manifiestos, las abolicionistas identifican prostitución y trata, oponiéndose a ambas de forma global y radical, como puede leerse aquí donde trata y prostitución se definen como las dos caras de la misma moneda; o aquí, donde la trata se entiende como el origen de la prostitución, de la pornografía y de los vientres de alquiler. Ahora bien, si algo diferencia la trata de la prostitución es la (aparente) elección de las prostitutas, cuyo trabajo (en principio) no parece tener nada que ver con las redes de tratas de mujeres. Me encantaría saber la postura de las prostitutas sobre la trata, pero para ello habría que dejarles hablar y escucharlas.
Unido a esto, también se puede considerar que la prostitución se diferencia de todas las formas de violencia patriarcales citadas en el apartado anterior —trata incluida— por el carácter forzado, involuntario y no deseado de cualquier forma de violencia machista y patriarcal, que (al menos y en un primer momento) no parece estar presente en la prostitución. Nadie elige ser violada ni asesinada; en cambio, muchas prostitutas sostienen que ellas sí eligen libremente ejercer su trabajo, por el que ganan bastante más que con otros trabajos precarios y donde pueden poner límites a su propia explotación.
Y de nuevo, para poder distinguir entre acciones libres y no libres, para poder debatir esa diferenciación y para poder, incluso, cuestionarla y rebatirla, habría que poder escuchar a las protagonistas de este debate, las prostitutas, entender sus motivos y sus razones. En ese caso, me encantaría poder preguntarles si consideran su decisión completamente libre, como sujetos autónomos y emprendedores —de los que tanto habla Albert Rivera— o si existen, por el contrario, factores sociales, contextuales, biográficos, económicos, de precariedad o inviabilidad de otras opciones... que les llevaron a tomar la decisión de prostituirse. ¿Tuvieron elección?, ¿habrían elegido otra dedicación de haber podido elegir?, ¿se plantearían un horizonte sin trabajos explotadores, sea prostitución, horas de camarera en negro o talleres textiles clandestinos?
Ninguna de estas preguntas pudo ser planteada en Valencia, ninguno de estos debates se pudo abrir, ya que la más mínima mención a prostitución, trabajo sexual, regulación... aunque solo fuera para indicar que no hay consenso en ese tema, se seguía inmediatamente de voces, gritos, proclamas y consignas de jóvenes combativas y señoras abolicionistas sofocadas que clamaban contra la supuesta presencia de proxenetas en el 8M. Por el contrario, la pregunta que flotaba en el aire —y que tampoco se pudo formular— era si esa terquedad, ese dogmatismo, ese reduccionismo y esas actitudes violentas —sobre todo de carácter verbal hacia las prostitutas— no iban a ser precisamente las que reventaran la asamblea, bloquearan el debate y debilitaran el movimiento del 8M, al dividirlo y enfrentarlo. Y esto no nos lo podemos permitir, en el contexto actual de auge de la ultraderecha que pretende imponernos su propio modelo de mujer y arrebatarnos todos los derechos conseguidos tras años de luchas feministas.
Considero que es un dilema reduccionista porque presenta dos únicas opciones, incompatibles y excluyentes, que fuerzan a posicionarse. A grandes rasgos, estas opciones serían “estás con las abolicionistas” o “estás con el sistema prostituyente, proxeneta, antimujeres, capitalista, violento y neoliberal”. Quizá puede parecer que exagero, pero recuerden cómo se dieron los debates —o mejor, las broncas— en Barcelona, Madrid, Valencia. Si no estuvieron allí, busquen publicaciones de @Mabolicion en Twitter o lean artículos como éste.
Cuando el dilema se plantea así, ya no hay salida, sino ruptura. O lo uno: feminismo “verdadero”. O lo otro: explotación, puterío y violencia por doquier. Da la impresión de que si en los espacios feministas se da voz a una prostituta, esto va a ser el final del 8M, que será colonizado por proxenetas y hombres con “labios pintados, algunos el pelo teñido, un par de ellos (o elles) son muy grandes”, expresión literal, copiada del artículo enlazado más arriba.
Escribo con la convicción de que en el feminismo no se pueden dar categorías cerradas, opuestas y excluyentes. Cuando todo se hace tan rígido, es cuando se dan las rupturas que nos debilitan.
Tres falsos reduccionismos y tres respuestas desde el feminismo del 99%
El reduccionismo que llevan a cabo las abolicionistas en este enfrentamiento se puede explicar a través de tres dimensiones distintas y relacionadas. En primer lugar, se reducen todas las variantes posibles del feminismo a dos únicas opciones: abolicionismo o regulacionismo, y el “verdadero feminismo” queda identificado con el abolicionismo, sin que exista ninguna otra opción más. El segundo tipo de reduccionismo se refiere a quién es el sujeto autorizado del feminismo que, en principio, solo serían mujeres cis (y curiosamente, en Valencia, las abolicionistas más beligerantes eran mujeres españolas, no racializadas, cercanas a partidos de izquierda y sindicatos). Todas las demás mujeres, las prostitutas y sobre todo las trans, no son aceptadas como sujetos del feminismo. El tercer reduccionismo es el que entiende que la prostitución es la peor de todas las formas posibles de violencias contra las mujeres, por ello ha de ser confrontada y atacada, para acabar con el patriarcado. Esto se puede leer aquí, donde la prostitución se define como “la institución patriarcal más violenta que existe contra la mujer” o aquí, donde se la describe como “una de las formas más terroríficas de violencia y machismo para las mujeres”.
Con esta triple reducción, cualquier diálogo se hace imposible porque no queda un mínimo espacio para argumentar, solo enfrentamiento u oposición. “Estás con nosotras o estás con el mal”, y entonces, ya hemos perdido fuerzas y aliadas contra el patriarcado, lo que nos debilita. Otra consecuencia de estas tres reducciones es la invisibilización de la pluralidad y diversidad del feminismo, que ahora se autodenomina “feminismo del 99%” y que enfrenta cada uno de los reduccionismos expuestos.
En primer lugar, el feminismo del 99% es amplio, diverso, discrepante y conflictivo. Nos empuja a salir de nuestras zonas de confort, de las asambleas y aulas donde todas éramos iguales y a replantearnos ideas que creíamos ciertas. Nos empuja a reconocer que podemos estar equivocadas. El feminismo del 99% está formado por una pluralidad de voces y luchas distintas, desde las veganas y animalistas hasta las que nos oponemos a los tratados de libre comercio; las que saltan las fronteras y las que hacen coaching menstrual. Ya no nos vale una única definición, cerrada y excluyente, del feminismo. Ahora vivimos en la pluralidad, en el conflicto y la discrepancia. Ha llegado el momento de aceptar que somos distintas, que en los debates feministas nos vamos a encontrar con posturas con la que no estamos de acuerdo y que tenemos que aprender a vivir con las diferencias, luchando juntas contra el patriarcado.
En segundo lugar, el sujeto del feminismo del 99% es plural y cambiante. Entendemos que existen múltiples formas de ser mujer, todas maltratadas por el patriarcado. Ya va siendo hora de pensar más allá de las categorías binarias y excluyentes, que tanto les gustan al patriarcado y al pensamiento moderno. Ya va siendo hora de pensar en las problemáticas concretas de mujeres migrantes, racializadas, de aceptar el transfeminismo y recibir a las trans como hermanas en la lucha.
En tercer lugar, el feminismo del 99% entiende que el patriarcado tiene mil caras que se manifiestan en múltiples violencias distintas, desde las más sutiles (no por ello menos denigrantes) como los micromachismos, los chistes, los piropos, los insultos... hasta las más agresivas (maltrato, violaciones...) y las mortales (feminicidios), pasando por una amplia gama de actos violentos y forzados como la ablación del clítoris, los matrimonios infantiles, el abuso sexual en la infancia, la trata...
Existe la violencia económica, las maquilas y los talleres clandestinos, el acoso laboral, la prohibición del aborto, los policías que piden documentos a personas por su color de piel, la violencia obstétrica, las horas de trabajo y cuidado no reconocidas, los pajeros y exhibicionistas, los CIEs, los suelos pegajosos y los techos de cristal, los maltratadores, los violadores grupales y la justicia patriarcal que no hace justicia...
Afirmar que la prostitución es la peor forma de violencia posible hacia las mujeres, como mantienen las abolicionistas, implica dejar de lado las luchas en las que todas estamos de acuerdo y esto también nos debilita porque ya no estaríamos con el 99%, sino solo con un sector del feminismo, el abolicionista. Además, al entender a las prostitutas como enemigas, no como aliadas, también se cortarían y bloquearían, de antemano, las alianzas de todas las mujeres contra estas otras formas de violencia patriarcales. ¿Es que acaso una prostituta no estaría en contra de los CIEs, de las violaciones grupales, del maltrato y del abuso, de que la maten por ser mujer o trans?
En definitiva, limitar las definiciones del feminismo de cara al 8M, imponer quién sería su sujeto válido y centrar el debate en la prostitución nos debilita, nos enfrenta y nos corta las alas, cuando deberíamos estar construyendo juntas —y juntes y juntxs— para acabar con el patriarcado.
Ampliando el debate: algunas preguntas sobre libertad, trata, cosificación y violencia
Para acabar, voy a mencionar algunas de las preguntas y matices que me hubiera encantado poder formular en los debates del encuentro de Valencia, lo que no fue posible por el enfrentamiento que se dio entre abolicionistas y reglamentaristas.
En primer lugar, uno de los motivos del sector abolicionista para rechazar la prostitución es considerar que “implica la negación de las mujeres como sujeto político del feminismo” (frase literal de este artículo). Para el abolicionismo, la prostitución es denigrante porque niega a la mujer, la reduce y cosifica; convierte su cuerpo en mercancía que se puede comprar y vender al mejor postor. Sin embargo, cuando algunas abolicionistas impidieron a las prostitutas expresarse en Valencia, cuando les gritaron e insultaron cada vez que intentaban hablar, cuando increparon a las organizadoras del Encuentro por permitir la participación de las prostitutas, ¿no estaban haciendo, las abolicionistas, lo mismo que criticaban?, ¿no estaban negando que las prostitutas fueran sujeto político del feminismo? Es más, ¿qué clase de debate se puede dar cuando un sector niega al otro?, ¿cómo van a estar representadas así todas las posturas y opiniones? En nombre de este feminismo del 99% yo quisiera escuchar a las regulacionistas, a las del sindicato OTRAS, a las putas, por mucho que pueda estar en desacuerdo con ellas.
En segundo lugar, en casi todos sus manifiestos, las abolicionistas identifican prostitución y trata, oponiéndose a ambas de forma global y radical, como puede leerse aquí donde trata y prostitución se definen como las dos caras de la misma moneda; o aquí, donde la trata se entiende como el origen de la prostitución, de la pornografía y de los vientres de alquiler. Ahora bien, si algo diferencia la trata de la prostitución es la (aparente) elección de las prostitutas, cuyo trabajo (en principio) no parece tener nada que ver con las redes de tratas de mujeres. Me encantaría saber la postura de las prostitutas sobre la trata, pero para ello habría que dejarles hablar y escucharlas.
Unido a esto, también se puede considerar que la prostitución se diferencia de todas las formas de violencia patriarcales citadas en el apartado anterior —trata incluida— por el carácter forzado, involuntario y no deseado de cualquier forma de violencia machista y patriarcal, que (al menos y en un primer momento) no parece estar presente en la prostitución. Nadie elige ser violada ni asesinada; en cambio, muchas prostitutas sostienen que ellas sí eligen libremente ejercer su trabajo, por el que ganan bastante más que con otros trabajos precarios y donde pueden poner límites a su propia explotación.
Y de nuevo, para poder distinguir entre acciones libres y no libres, para poder debatir esa diferenciación y para poder, incluso, cuestionarla y rebatirla, habría que poder escuchar a las protagonistas de este debate, las prostitutas, entender sus motivos y sus razones. En ese caso, me encantaría poder preguntarles si consideran su decisión completamente libre, como sujetos autónomos y emprendedores —de los que tanto habla Albert Rivera— o si existen, por el contrario, factores sociales, contextuales, biográficos, económicos, de precariedad o inviabilidad de otras opciones... que les llevaron a tomar la decisión de prostituirse. ¿Tuvieron elección?, ¿habrían elegido otra dedicación de haber podido elegir?, ¿se plantearían un horizonte sin trabajos explotadores, sea prostitución, horas de camarera en negro o talleres textiles clandestinos?
Ninguna de estas preguntas pudo ser planteada en Valencia, ninguno de estos debates se pudo abrir, ya que la más mínima mención a prostitución, trabajo sexual, regulación... aunque solo fuera para indicar que no hay consenso en ese tema, se seguía inmediatamente de voces, gritos, proclamas y consignas de jóvenes combativas y señoras abolicionistas sofocadas que clamaban contra la supuesta presencia de proxenetas en el 8M. Por el contrario, la pregunta que flotaba en el aire —y que tampoco se pudo formular— era si esa terquedad, ese dogmatismo, ese reduccionismo y esas actitudes violentas —sobre todo de carácter verbal hacia las prostitutas— no iban a ser precisamente las que reventaran la asamblea, bloquearan el debate y debilitaran el movimiento del 8M, al dividirlo y enfrentarlo. Y esto no nos lo podemos permitir, en el contexto actual de auge de la ultraderecha que pretende imponernos su propio modelo de mujer y arrebatarnos todos los derechos conseguidos tras años de luchas feministas.
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