Imagen: InfoLibre / Boti García Rodrigo // |
Boti García Rodrigo: "Ser lesbiana me salvó la vida, me hizo libre".
La directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI publica las memorias de su infancia, marcada por la dictadura, el silencio y la ocultación. En ‘Mayo del cuarenta y cinco’, la activista analiza las huellas que dejaron en ella, pero también en toda la sociedad, la represión y la educación nacionalcatólica.
Clara Morales | InfoLibre, 2021-08-02
https://www.infolibre.es/noticias/cultura/2021/07/27/boti_garcia_rodrigo_ser_lesbiana_salvo_vida_hizo_libre_123034_1026.html
Dice Boti García Rodrigo (Madrid, 1945) que se le da mal esperar. No le gusta la inacción y ni siquiera parece resultarle sencillo mantenerse sentada. Parece un rasgo vital: en 2020, a los 75 años asumió la recién creada Dirección General de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI, dentro del Ministerio de Igualdad de Irene Montero. Por primera vez se ponía del otro lado de la barrera. Durante décadas, su tarea como activista LGTBI había consistido en presionar a la administración, incluso desde la presidencia de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) y, anteriormente, de la del colectivo Cogam. Ahora acaba de publicar, además, ‘Mayo del cuarenta y cinco’ (editorial Dos Bigotes), un libro de memorias en el que la activista recuerda su infancia en la posguerra, marcada por la represión política de parte de su familia, por el silencio sobre las experiencias dolorosas de unos padres decididos a olvidar, por la asfixiante educación religiosa, por la admiración secreta hacia un tío que resultaría ser homosexual, por la certeza de ser diferente.
Su historia, contada sin dramatismos y con una pizca de ironía, es la de todo un país, un país crecido en el trauma heredado de la Guerra Civil, desconocedor de su propio pasado, asfixiado por la convención social. Su historia es una historia de ruptura, una historia con final feliz: la niña que aún no sabía que era lesbiana acabaría escapando a la opresión de la dictadura y viviría su vida como una mujer libre. Pero, asegura, no hay que ser complacientes. El asesinato de Samuel Luiz al grito de “maricón” le ha afectado profundamente. Y de pronto no ve tanta distancia con aquel mayo del 45.
Respuesta. Verdaderamente, qué cosas ocurren en la vida.
Pregunta. ¿Por qué lo dice?
R. Mientras esperaba, porque yo espero muy mal, pensaba yo que la vida está llena de casualidades. Precisamente, he dado en escribir este libro ahora que soy directora general, y pareciera que no tiene conexión, pero sí que la tiene. Yo estoy relatando la infancia de una niña que no es cualquier infancia ni cualquier niña. No es cualquier infancia porque fue una infancia marcada por el nacionalcatolicismo, y no es cualquier niña porque era una niña lesbiana, aunque ella no lo sabía. Entonces, vaya si tiene conexión, porque estoy tocando una época que está perviviendo hoy, con una gente —iba a decir gentuza— que son los herederos de aquellas otras gentes que nos hundieron la vida. Tiene sentido, porque están ocurriendo ahora unas violencias que son distintas pero son las mismas que nos infligieron a quienes éramos diferentes, disidentes, en aquella época.
P. En el libro se dice de forma explícita que esta es su infancia pero no solo su infancia, que son unas circunstancias históricas compartidas. ¿Tenía una voluntad de contar algo colectivo?
R. No tenía ninguna voluntad, pero fue saliendo. Es que no pensaba hacer nada, yo estaba aburrida en Barcelona, con perdón, y quise volver a mi casa, que era Madrid, pero también era mi infancia. Fíjate que yo me voy de Madrid a Barcelona justo a la muerte del dictador. Muere el dictador, que es quien con su régimen nos partió la vida —nos la siguen partiendo, la cara y la vida—, y yo me voy a Barcelona buscando libertad. Como mi tío se iba a Barcelona buscando libertad, porque era gay y no podía vivir aquí. Yo escribo esto buscando mi infancia, sin saber que lo que estoy encontrando es a mí misma, y que no estoy sola, sino que conmigo encuentro a tanta gente que somos los mismos que estuvieron machacados, sojuzgados, ninguneados... Cuando no asesinados, como el pobre Samuel.
P. Eduardo Mendicutti dice en el prólogo que "un hombre y una mujer son fundamentalmente su infancia". Si esta infancia ha sido colectiva, y si la infancia nos construye, ¿qué infancia cree que ha tenido esa gran parte del país que se crió en dictadura? ¿Cómo nos ha modelado como sociedad?
R. Este país ha tenido una infancia en la que se sufrió mucho. Sufrimos las minorías sexuales, sufrimos las mujeres, sufrieron todos aquellos que eran diferentes por cualesquiera circunstancias, porque el régimen castigó todo aquello que no pudiera digerir. Y no se digiere bien la disidencia sexual, no se digiere bien la necesidad de libertad de las mujeres, igual que no se digiere bien la necesidad de libertad de la gente intelectual para crear, por ejemplo. Esta sociedad ha crecido en esa ciénaga, ha crecido sobre un fascismo y una dictadura que no se ha asumido. Se quiso hacer tábula rasa frente a la necesidad de hacer memoria y de devolver justicia a quienes no tuvimos justicia. Decimos: necesitamos verdad, justicia y reparación. No hemos crecido en la verdad, porque se nos escamoteó en la escuela, en los libros de texto, en el mantenimiento de una religión opresiva, de una educación castradora, de una sociedad que no nos quería a quienes éramos diferentes. No tuvimos justicia, y estamos exigiendo reparación. Esta mañana [la mañana en que el Consejo de Ministros aprueba el proyecto de Ley de Memoria Democrática] alguien comentaba que tiene que incluirse la reparación de aquellas personas represaliadas por el franquismo. Yo confío en que, si la ley es digna de llamarse ley, lo haga.
P. ¿Son víctimas del franquismo las personas LGTBI detenidas o asesinadas bajo la dictadura?
R. Absolutamente. El franquismo era el nacionalpatriarcado, las normas establecidas por la Iglesia católica, por una dictadura que no podía concebir ninguna ideología disidente y ninguna persona libre, igual que no podía concebir a unas mujeres libres. Las mujeres estaban para servir al padre, para servir al marido y para tener hijos. Impensable que hubiera mujeres que, como las lesbianas, se separaran de la norma. Impensable. Pero es que además la sociedad franquista no podía concebir que hubiera personas que se separaran de los machos que tenían que ser los soldados del régimen. ¿Cómo podíamos sobrevivir las personas disidentes de género? No se podía. ¿Cómo podía admitirse que las mujeres tuviéramos una sexualidad independiente fuera de los hombres? No se podía.
P. Su tío, también homosexual, aparece solo en dos momentos del libro. Se indica que la conversación en la que ambos se confían mutuamente su homosexualidad llegó más tarde, de adulta.
R. Mucho más tarde.
P. Pero, de niña, ¿le tenía como referencia, o tenía al menos la idea de que su tío era distinto?
R. En mi casa paterna se decía: “Hay que ver este hombre, qué manía con irse a Barcelona, con irse al extranjero, y luego vuelve con esas ropas”. Fíjate, las ropas. ¡Eran ropas de color, eran ropas de libertad! Los niños intuyen cosas que los adultos no sospechan, y yo sospechaba que mi tío tenía la verdad, y que estas tías rancias mías, y mi padre también, estaban equivocados. Decían: “Qué maniático, por qué se va”. Yo entendía por qué se iba, aunque no lo entendiera. Quizá porque yo también me sentía así. Me recuerdo agarradita a los barrotes de mi balcón, en la glorieta de Atocha, mirando a la estación. Yo pensaba, sin pensar, que por la estación se iba a la libertad, porque te llevaba a otros sitios. Igual que mi tío se iba a otros sitios porque necesitaba respirar. Eran unas épocas... ¡Y son unas épocas! El asesinato de Samuel Luiz ha sido un punto de inflexión. Samuel ha sido una luz —haciendo un juego de palabras con su apellido— que ha iluminado la barbaridad de lgtbifobia que hemos sufrido y que venimos sufriendo. En el franquismo había campos de internamiento y allí se mandaba a los homosexuales — en ese término estaban también metidas las personas trans—, se les condenaba simplemente por ser. En las fichas se ve: “causa, homosexual”. Por ser. Igual que ahora se nos maltrata y se nos asesina simplemente por ser.
P. Ese tío homosexual es uno de los silencios de su familia. Hay otros, como la enfermedad mental, como el suicidio o como el compromiso político. ¿Cómo le pesaron a usted esos silencios?
R. Me pesaron mucho, pero sin entenderlos. Y yo creo que es un peso fatal: si te pesa algo que entiendes, al menos puedes buscar respuesta, pero si te pesa algo que no sabes lo que es... estás en la oscuridad. En la universidad aprendí que era homosexual, y lo aprendí muy tarde, fíjate. Esa niña rara, esa niña que estaba sola, lo que era era disidente sexual, simplemente. Pero también aprendí algo de política, a entender esa oscuridad, a entender la necesidad de luz. Cuando yo corría delante de los grises con mis compañeras de facultad estábamos escapando de la dictadura, y corríamos, corríamos, creo que hacia la libertad. Entonces me empecé a explicar cosas que nadie me había explicado.
P. Decía antes que era una niña lesbiana que no lo sabía todavía. Era una niña que amaba la corbata de su uniforme, que no caminaba como se supone que caminan las niñas, que no jugaba a cosas de niñas... ¿en algún momento recibió una reacción negativa al respecto?
R. Yo enfoco las cosas con humor. Como en el colegio era la típica bromista, un poco gansa, mis compañeras se reían conmigo, incluso las monjas, entonces no he sido objeto de marginación. Tengo la suerte de que la gente me quiere mucho. Siempre pienso: como soy bajita, piensan que soy inofensiva... aunque inofensiva no soy. Entonces no he sufrido externamente, pero sí que lo he sufrido internamente, la llamada lesbofobia interiorizada. Como me sentía diferente, me llevaba al aislamiento.
P. En su casa se escuchaban solo algunos comentarios políticos en susurros, gestos muy sutiles contra la dictadura. ¿Cuándo entendió esa tensión política que se vivía en su casa?
R. De niña nunca me di cuenta. Pero igual que sabía que mi tío tenía la verdad, yo sabía que esas cosas que se hablaban, esa sensación, el NO-DO dando las noticias de Franco, esa obsesión, Franco, Franco, Franco... eso no podía ser bueno. Intuía que la religión, tal y como nos la explicaban, era un ladrillo, un peso. Vivíamos una vida... Era como estar en una olla, con una tapadera puesta, y abajo el fuego del franquismo. A mí me liberó ser lesbiana, siempre lo he dicho. A mí ser lesbiana me salvó la vida, me hizo libre, porque me ayudó a prescindir del padre, del marido —qué suerte— y de la dependencia de los hombres.
P. En el libro habla también de los recuerdos de la guerra de sus padres, con un episodio dramático cuando su madre casi pierde la vida en el bombardeo de Alcañiz.
R. Ese capítulo es uno de mis favoritos del libro. El bombardeo lo escribí verdaderamente afectada, y todavía me afecta. Fue un bombardeo bestial, como fue bestial el de Alicante, no digamos ya el de Gernika, el de tantas poblaciones masacradas por los fascistas y sus aliados, los italianos y los alemanes.
P. ¿Llegaba a sentir miedo del miedo de sus padres a la guerra?
R. Asombro, sobre todo. Pero sí que se intuía el miedo, el hambre... Mis padres estuvieron alojados en Alcañiz con un matrimonio, y cuando se vinieron a Madrid, pasada la guerra, mantuvieron la amistad. Hace poco descubrí una carta de este matrimonio en el que se intuye que les mandan comida a mis padres. Ahí se ve el contraste entre el miedo y el hambre de Madrid y el confort de Alcañiz, donde de verdad tuvieron que ser muy felices. Aunque a punto estuvo mi madre de morir.
P. Usted tuvo una estricta educación religiosa, que sí narra con un punto de ironía. ¿Cómo marca ese aprendizaje, ese continuo apelar a la muerte y al pecado?
R. Marca muchísimo. Hemos vivido con la religión como una capa negra por encima. Mi particular manera de ser me hacía escaparme de aquello. Mis compañeras se lo creían, estaban arrodilladas, querían ser Hijas de María [una especie de distinción escolar]... Yo no. Lo veía con distancia, no entendía nada ni quería entenderlo. Y en el fondo todo aquello me daba como risa. Nunca he temido a la autoridad.
P. Quería preguntarle por una época que no aparece en el libro. Cuando llega a la universidad y empieza a militar: ¿se habla de todo esto, se habla de lo vivido en la infancia, hay una conciencia de su importancia?
R. No, esto empieza a aparecer mucho más adelante. Es luego cuando te das cuenta de cómo has crecido. Antes decías: “Soy la única lesbiana del mundo”. Y era verdad, porque no teníamos dónde mirarnos. Pero sigue pasando ahora, los jóvenes siguen creciendo sin referentes, siguen sin tener dónde mirarse. Estamos construyéndonos como personas porque no nos ha construido nadie desde fuera. Yo he llegado tarde a todo: llegué tarde al activismo, llegué tarde al feminismo, llegué tarde a la política, y mira lo que he escrito ahora, tan tarde. Todo tarde. Soy directora general con esta edad. Le dije a Irene Montero: “¿Pero tú sabes la edad que tengo?”. Me dijo: “No me importa”. Y le respondí: “Pues a ver qué te duro”.
Su historia, contada sin dramatismos y con una pizca de ironía, es la de todo un país, un país crecido en el trauma heredado de la Guerra Civil, desconocedor de su propio pasado, asfixiado por la convención social. Su historia es una historia de ruptura, una historia con final feliz: la niña que aún no sabía que era lesbiana acabaría escapando a la opresión de la dictadura y viviría su vida como una mujer libre. Pero, asegura, no hay que ser complacientes. El asesinato de Samuel Luiz al grito de “maricón” le ha afectado profundamente. Y de pronto no ve tanta distancia con aquel mayo del 45.
Respuesta. Verdaderamente, qué cosas ocurren en la vida.
Pregunta. ¿Por qué lo dice?
R. Mientras esperaba, porque yo espero muy mal, pensaba yo que la vida está llena de casualidades. Precisamente, he dado en escribir este libro ahora que soy directora general, y pareciera que no tiene conexión, pero sí que la tiene. Yo estoy relatando la infancia de una niña que no es cualquier infancia ni cualquier niña. No es cualquier infancia porque fue una infancia marcada por el nacionalcatolicismo, y no es cualquier niña porque era una niña lesbiana, aunque ella no lo sabía. Entonces, vaya si tiene conexión, porque estoy tocando una época que está perviviendo hoy, con una gente —iba a decir gentuza— que son los herederos de aquellas otras gentes que nos hundieron la vida. Tiene sentido, porque están ocurriendo ahora unas violencias que son distintas pero son las mismas que nos infligieron a quienes éramos diferentes, disidentes, en aquella época.
P. En el libro se dice de forma explícita que esta es su infancia pero no solo su infancia, que son unas circunstancias históricas compartidas. ¿Tenía una voluntad de contar algo colectivo?
R. No tenía ninguna voluntad, pero fue saliendo. Es que no pensaba hacer nada, yo estaba aburrida en Barcelona, con perdón, y quise volver a mi casa, que era Madrid, pero también era mi infancia. Fíjate que yo me voy de Madrid a Barcelona justo a la muerte del dictador. Muere el dictador, que es quien con su régimen nos partió la vida —nos la siguen partiendo, la cara y la vida—, y yo me voy a Barcelona buscando libertad. Como mi tío se iba a Barcelona buscando libertad, porque era gay y no podía vivir aquí. Yo escribo esto buscando mi infancia, sin saber que lo que estoy encontrando es a mí misma, y que no estoy sola, sino que conmigo encuentro a tanta gente que somos los mismos que estuvieron machacados, sojuzgados, ninguneados... Cuando no asesinados, como el pobre Samuel.
P. Eduardo Mendicutti dice en el prólogo que "un hombre y una mujer son fundamentalmente su infancia". Si esta infancia ha sido colectiva, y si la infancia nos construye, ¿qué infancia cree que ha tenido esa gran parte del país que se crió en dictadura? ¿Cómo nos ha modelado como sociedad?
R. Este país ha tenido una infancia en la que se sufrió mucho. Sufrimos las minorías sexuales, sufrimos las mujeres, sufrieron todos aquellos que eran diferentes por cualesquiera circunstancias, porque el régimen castigó todo aquello que no pudiera digerir. Y no se digiere bien la disidencia sexual, no se digiere bien la necesidad de libertad de las mujeres, igual que no se digiere bien la necesidad de libertad de la gente intelectual para crear, por ejemplo. Esta sociedad ha crecido en esa ciénaga, ha crecido sobre un fascismo y una dictadura que no se ha asumido. Se quiso hacer tábula rasa frente a la necesidad de hacer memoria y de devolver justicia a quienes no tuvimos justicia. Decimos: necesitamos verdad, justicia y reparación. No hemos crecido en la verdad, porque se nos escamoteó en la escuela, en los libros de texto, en el mantenimiento de una religión opresiva, de una educación castradora, de una sociedad que no nos quería a quienes éramos diferentes. No tuvimos justicia, y estamos exigiendo reparación. Esta mañana [la mañana en que el Consejo de Ministros aprueba el proyecto de Ley de Memoria Democrática] alguien comentaba que tiene que incluirse la reparación de aquellas personas represaliadas por el franquismo. Yo confío en que, si la ley es digna de llamarse ley, lo haga.
P. ¿Son víctimas del franquismo las personas LGTBI detenidas o asesinadas bajo la dictadura?
R. Absolutamente. El franquismo era el nacionalpatriarcado, las normas establecidas por la Iglesia católica, por una dictadura que no podía concebir ninguna ideología disidente y ninguna persona libre, igual que no podía concebir a unas mujeres libres. Las mujeres estaban para servir al padre, para servir al marido y para tener hijos. Impensable que hubiera mujeres que, como las lesbianas, se separaran de la norma. Impensable. Pero es que además la sociedad franquista no podía concebir que hubiera personas que se separaran de los machos que tenían que ser los soldados del régimen. ¿Cómo podíamos sobrevivir las personas disidentes de género? No se podía. ¿Cómo podía admitirse que las mujeres tuviéramos una sexualidad independiente fuera de los hombres? No se podía.
P. Su tío, también homosexual, aparece solo en dos momentos del libro. Se indica que la conversación en la que ambos se confían mutuamente su homosexualidad llegó más tarde, de adulta.
R. Mucho más tarde.
P. Pero, de niña, ¿le tenía como referencia, o tenía al menos la idea de que su tío era distinto?
R. En mi casa paterna se decía: “Hay que ver este hombre, qué manía con irse a Barcelona, con irse al extranjero, y luego vuelve con esas ropas”. Fíjate, las ropas. ¡Eran ropas de color, eran ropas de libertad! Los niños intuyen cosas que los adultos no sospechan, y yo sospechaba que mi tío tenía la verdad, y que estas tías rancias mías, y mi padre también, estaban equivocados. Decían: “Qué maniático, por qué se va”. Yo entendía por qué se iba, aunque no lo entendiera. Quizá porque yo también me sentía así. Me recuerdo agarradita a los barrotes de mi balcón, en la glorieta de Atocha, mirando a la estación. Yo pensaba, sin pensar, que por la estación se iba a la libertad, porque te llevaba a otros sitios. Igual que mi tío se iba a otros sitios porque necesitaba respirar. Eran unas épocas... ¡Y son unas épocas! El asesinato de Samuel Luiz ha sido un punto de inflexión. Samuel ha sido una luz —haciendo un juego de palabras con su apellido— que ha iluminado la barbaridad de lgtbifobia que hemos sufrido y que venimos sufriendo. En el franquismo había campos de internamiento y allí se mandaba a los homosexuales — en ese término estaban también metidas las personas trans—, se les condenaba simplemente por ser. En las fichas se ve: “causa, homosexual”. Por ser. Igual que ahora se nos maltrata y se nos asesina simplemente por ser.
P. Ese tío homosexual es uno de los silencios de su familia. Hay otros, como la enfermedad mental, como el suicidio o como el compromiso político. ¿Cómo le pesaron a usted esos silencios?
R. Me pesaron mucho, pero sin entenderlos. Y yo creo que es un peso fatal: si te pesa algo que entiendes, al menos puedes buscar respuesta, pero si te pesa algo que no sabes lo que es... estás en la oscuridad. En la universidad aprendí que era homosexual, y lo aprendí muy tarde, fíjate. Esa niña rara, esa niña que estaba sola, lo que era era disidente sexual, simplemente. Pero también aprendí algo de política, a entender esa oscuridad, a entender la necesidad de luz. Cuando yo corría delante de los grises con mis compañeras de facultad estábamos escapando de la dictadura, y corríamos, corríamos, creo que hacia la libertad. Entonces me empecé a explicar cosas que nadie me había explicado.
P. Decía antes que era una niña lesbiana que no lo sabía todavía. Era una niña que amaba la corbata de su uniforme, que no caminaba como se supone que caminan las niñas, que no jugaba a cosas de niñas... ¿en algún momento recibió una reacción negativa al respecto?
R. Yo enfoco las cosas con humor. Como en el colegio era la típica bromista, un poco gansa, mis compañeras se reían conmigo, incluso las monjas, entonces no he sido objeto de marginación. Tengo la suerte de que la gente me quiere mucho. Siempre pienso: como soy bajita, piensan que soy inofensiva... aunque inofensiva no soy. Entonces no he sufrido externamente, pero sí que lo he sufrido internamente, la llamada lesbofobia interiorizada. Como me sentía diferente, me llevaba al aislamiento.
P. En su casa se escuchaban solo algunos comentarios políticos en susurros, gestos muy sutiles contra la dictadura. ¿Cuándo entendió esa tensión política que se vivía en su casa?
R. De niña nunca me di cuenta. Pero igual que sabía que mi tío tenía la verdad, yo sabía que esas cosas que se hablaban, esa sensación, el NO-DO dando las noticias de Franco, esa obsesión, Franco, Franco, Franco... eso no podía ser bueno. Intuía que la religión, tal y como nos la explicaban, era un ladrillo, un peso. Vivíamos una vida... Era como estar en una olla, con una tapadera puesta, y abajo el fuego del franquismo. A mí me liberó ser lesbiana, siempre lo he dicho. A mí ser lesbiana me salvó la vida, me hizo libre, porque me ayudó a prescindir del padre, del marido —qué suerte— y de la dependencia de los hombres.
P. En el libro habla también de los recuerdos de la guerra de sus padres, con un episodio dramático cuando su madre casi pierde la vida en el bombardeo de Alcañiz.
R. Ese capítulo es uno de mis favoritos del libro. El bombardeo lo escribí verdaderamente afectada, y todavía me afecta. Fue un bombardeo bestial, como fue bestial el de Alicante, no digamos ya el de Gernika, el de tantas poblaciones masacradas por los fascistas y sus aliados, los italianos y los alemanes.
P. ¿Llegaba a sentir miedo del miedo de sus padres a la guerra?
R. Asombro, sobre todo. Pero sí que se intuía el miedo, el hambre... Mis padres estuvieron alojados en Alcañiz con un matrimonio, y cuando se vinieron a Madrid, pasada la guerra, mantuvieron la amistad. Hace poco descubrí una carta de este matrimonio en el que se intuye que les mandan comida a mis padres. Ahí se ve el contraste entre el miedo y el hambre de Madrid y el confort de Alcañiz, donde de verdad tuvieron que ser muy felices. Aunque a punto estuvo mi madre de morir.
P. Usted tuvo una estricta educación religiosa, que sí narra con un punto de ironía. ¿Cómo marca ese aprendizaje, ese continuo apelar a la muerte y al pecado?
R. Marca muchísimo. Hemos vivido con la religión como una capa negra por encima. Mi particular manera de ser me hacía escaparme de aquello. Mis compañeras se lo creían, estaban arrodilladas, querían ser Hijas de María [una especie de distinción escolar]... Yo no. Lo veía con distancia, no entendía nada ni quería entenderlo. Y en el fondo todo aquello me daba como risa. Nunca he temido a la autoridad.
P. Quería preguntarle por una época que no aparece en el libro. Cuando llega a la universidad y empieza a militar: ¿se habla de todo esto, se habla de lo vivido en la infancia, hay una conciencia de su importancia?
R. No, esto empieza a aparecer mucho más adelante. Es luego cuando te das cuenta de cómo has crecido. Antes decías: “Soy la única lesbiana del mundo”. Y era verdad, porque no teníamos dónde mirarnos. Pero sigue pasando ahora, los jóvenes siguen creciendo sin referentes, siguen sin tener dónde mirarse. Estamos construyéndonos como personas porque no nos ha construido nadie desde fuera. Yo he llegado tarde a todo: llegué tarde al activismo, llegué tarde al feminismo, llegué tarde a la política, y mira lo que he escrito ahora, tan tarde. Todo tarde. Soy directora general con esta edad. Le dije a Irene Montero: “¿Pero tú sabes la edad que tengo?”. Me dijo: “No me importa”. Y le respondí: “Pues a ver qué te duro”.
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