Público / Ron DeSantis, Gobernador de Florida // |
"No digas gay", que la vida ya te lo dirá
Marta Nebot | Público, 2023-04-23
https://blogs.publico.es/otrasmiradas/71370/no-digas-gay-que-la-vida-ya-te-lo-dira/
Saber que la historia es pendular no hace que cuando el péndulo bascula no duela. Ser consciente de que siempre avanzamos dos pasitos para adelante seguidos inexorablemente de, al menos, uno hacia atrás, no impide que cuando llega el retroceso el péndulo nos golpee –a falta de alma– en toda la cabeza.
La diversidad sexual se peleó, se consiguió y se normalizó en Occidente y, sin embargo, ahora resulta que en Estados Unidos, en Florida, en el estado que preside el Gobernador DeSantis (la alternativa a Trump como candidato a la presidencia del que dice seguir siendo el líder de este lado del mundo), ha prohibido que se hable en las aulas de orientación sexual e identidad de género a los menores de 18 años. Hace un año lo prohibió hasta tercero de primaria. Ahora lo lleva aún más lejos.
La llamada Ley de los Derechos de Los Padres en la Educación, por sus defensores, y, Ley No Digas Gay, por sus detractores, es un paso atrás de los que duelen sin paliativos.
Como siempre en Estados Unidos, todo lo hacen a lo grande. Lo suyo no es un pin parental, un a mi hijo de eso que no le hablen; es un a tomar por culo la bicicleta, un como no se va a hablar del tema como quiero, que no se hable ni para mi hijo ni para nadie. Ahora que parecían erradicadas las discriminaciones y las terapias y las curaciones de todo lo que no sea la heterosexualidad más ortodoxa en las clases prefieren eliminar el tema.
Allí nació el debate de Perogrullo sobre de quién son los hijos, si del estado o de los padres. Los hijos no son de nadie salvo de sí mismos y las leyes son de todos. Eso es lo que se había establecido, lo avanzado que ahora se va al traste.
La convención alcanzada era que ni el Estado ni los padres deben manipular la orientación sexual de los niños. La educación es el instrumento con el que administrar esa autonomía dando la información necesaria para poder ser libre. Es tan obvio que muchos pensamos que este avance no retrocedería.
Sin embargo, el péndulo giró y nos pilló desprevenidos. ¿Quién esperaba que consiguieran que no se informe, que no se eduque, que se mantenga el sufrimiento de quienes se sienten y se saben distintos a lo que su entorno espera? ¿Quién pensaría que en pleno siglo XXI impondrían la idea de que la orientación sexual es contagiosa, de que hablar de la diversidad hace que la diversidad nazca y no que sencillamente florezca? ¿Quién imaginaba que iban a volver las cárceles sin barrotes de sexualidades impostadas, de sufrimientos inútiles para afectados y colaterales, de confusiones y mentiras que destruyen existencias?
Se apoyan en la misma falacia que sustentaba la formación religiosa obligatoria en las escuelas: cuando sean mayores de edad decidirán lo que quieran. Las religiones mejor que nadie saben que lo que se enseña de niños queda tatuado en la mollera y, a diferencia de los tatus que se aplican a la piel, ésos no hay manera de borrarlos de ella.
La vida ya me ha puesto delante casos terroríficos de malos aprendizajes sin vuelta de hoja y otros más entrañables. Esta semana me he acordado mucho de María Luisa, el nombre ficticio con el que llamo a una señora que entrevisté el verano pasado para una serie de programas que hice para la Cadena Ser, titulada DeGeneraciones. En el episodio que hablé con ella y las amigas con las que lleva cuarenta años tomando café todas las mañanas intenté contar cómo es ser viej@ hoy en España. María Luisa tiene más de ochenta, es viuda, vive sola y es muy conservadora. Sin embargo, la vida la sorprendió con un hijo gay aunque no me habló del tema abiertamente.
Ella, sobre diversidad, dijo ante el micrófono: entiendo que los gays son iguales que el resto, pero eso que lo enseñen "desde pequeños" porque si no "choca". Lo repitió un par de veces adusta mientras sus amigas decían otras muchas cosas. Ella no sabía que yo sabía que en su casa les costó mucho entenderse, perdonarse y volver a quererse, porque me lo habían contado antes las otras. Ella sí sabía que o la diversidad se enseña desde niños o seguirá pasando lo que a ella le pasa; que quiere aceptarlo y abrazarlo, porque le ha tocado en carne propia, pero no termina de conseguirlo por más que se lo autoimponga.
Si pudiera impondría una charla con María Luisa a todos los DeSantis para ahorrarnos mucho tiempo, sufrimiento y felicidad perdida. Estoy convencida de que Maria Luisa podría convencerlos de que este pendulazo sobra.
La diversidad sexual se peleó, se consiguió y se normalizó en Occidente y, sin embargo, ahora resulta que en Estados Unidos, en Florida, en el estado que preside el Gobernador DeSantis (la alternativa a Trump como candidato a la presidencia del que dice seguir siendo el líder de este lado del mundo), ha prohibido que se hable en las aulas de orientación sexual e identidad de género a los menores de 18 años. Hace un año lo prohibió hasta tercero de primaria. Ahora lo lleva aún más lejos.
La llamada Ley de los Derechos de Los Padres en la Educación, por sus defensores, y, Ley No Digas Gay, por sus detractores, es un paso atrás de los que duelen sin paliativos.
Como siempre en Estados Unidos, todo lo hacen a lo grande. Lo suyo no es un pin parental, un a mi hijo de eso que no le hablen; es un a tomar por culo la bicicleta, un como no se va a hablar del tema como quiero, que no se hable ni para mi hijo ni para nadie. Ahora que parecían erradicadas las discriminaciones y las terapias y las curaciones de todo lo que no sea la heterosexualidad más ortodoxa en las clases prefieren eliminar el tema.
Allí nació el debate de Perogrullo sobre de quién son los hijos, si del estado o de los padres. Los hijos no son de nadie salvo de sí mismos y las leyes son de todos. Eso es lo que se había establecido, lo avanzado que ahora se va al traste.
La convención alcanzada era que ni el Estado ni los padres deben manipular la orientación sexual de los niños. La educación es el instrumento con el que administrar esa autonomía dando la información necesaria para poder ser libre. Es tan obvio que muchos pensamos que este avance no retrocedería.
Sin embargo, el péndulo giró y nos pilló desprevenidos. ¿Quién esperaba que consiguieran que no se informe, que no se eduque, que se mantenga el sufrimiento de quienes se sienten y se saben distintos a lo que su entorno espera? ¿Quién pensaría que en pleno siglo XXI impondrían la idea de que la orientación sexual es contagiosa, de que hablar de la diversidad hace que la diversidad nazca y no que sencillamente florezca? ¿Quién imaginaba que iban a volver las cárceles sin barrotes de sexualidades impostadas, de sufrimientos inútiles para afectados y colaterales, de confusiones y mentiras que destruyen existencias?
Se apoyan en la misma falacia que sustentaba la formación religiosa obligatoria en las escuelas: cuando sean mayores de edad decidirán lo que quieran. Las religiones mejor que nadie saben que lo que se enseña de niños queda tatuado en la mollera y, a diferencia de los tatus que se aplican a la piel, ésos no hay manera de borrarlos de ella.
La vida ya me ha puesto delante casos terroríficos de malos aprendizajes sin vuelta de hoja y otros más entrañables. Esta semana me he acordado mucho de María Luisa, el nombre ficticio con el que llamo a una señora que entrevisté el verano pasado para una serie de programas que hice para la Cadena Ser, titulada DeGeneraciones. En el episodio que hablé con ella y las amigas con las que lleva cuarenta años tomando café todas las mañanas intenté contar cómo es ser viej@ hoy en España. María Luisa tiene más de ochenta, es viuda, vive sola y es muy conservadora. Sin embargo, la vida la sorprendió con un hijo gay aunque no me habló del tema abiertamente.
Ella, sobre diversidad, dijo ante el micrófono: entiendo que los gays son iguales que el resto, pero eso que lo enseñen "desde pequeños" porque si no "choca". Lo repitió un par de veces adusta mientras sus amigas decían otras muchas cosas. Ella no sabía que yo sabía que en su casa les costó mucho entenderse, perdonarse y volver a quererse, porque me lo habían contado antes las otras. Ella sí sabía que o la diversidad se enseña desde niños o seguirá pasando lo que a ella le pasa; que quiere aceptarlo y abrazarlo, porque le ha tocado en carne propia, pero no termina de conseguirlo por más que se lo autoimponga.
Si pudiera impondría una charla con María Luisa a todos los DeSantis para ahorrarnos mucho tiempo, sufrimiento y felicidad perdida. Estoy convencida de que Maria Luisa podría convencerlos de que este pendulazo sobra.
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