El País / Daniel Sancho en la reconstrucción del crimen // |
La cena de Daniel Sancho
Manuel Jabois | El País, 2023-08-09
https://elpais.com/opinion/2023-08-09/la-cena-de-daniel-sancho.html
De la entrevista de Telecinco a Daniel Sancho, asesino confeso de Edwin Arrieta, hay un momento en el que Sancho, tras contar que está cenando en el mejor hotel de la isla con los policías tailandeses que lo han detenido (“el mejor hotel en el que he estado en mi vida”), parece que está a punto de detallar sus comodidades. Sancho justifica la cena por su buen comportamiento: “He ayudado a cerrar el caso, están agradecidos por mi colaboración”. Sus respuestas generan un buen rollo que incluso asusta, no en vano los espectadores asistimos a un gigantesco (estupefaciente, en realidad) movimiento de marco: la buena relación del detenido con los agentes y el agradecimiento de ellos con él (tú nos ayudas, nosotros te ayudamos, algo que siempre reconforta saber), ese restaurante de Koh Samui con el que de repente nos encontramos fantaseando, un hotel rodeado de mar en pleno agosto, Tailandia; ¡hasta el joven Daniel Sancho!, un chico guapísimo, chef, ¿dónde si no podría cenar y cómo no iba a ser una velada agradable? Ayudó, no lo olviden, a cerrar el caso en tiempo récord. Tan rápido que, si no fuese porque está en la mesa de un restaurante de lujo, invitado por gente agradecida y utilizando su teléfono móvil, cualquiera podría pensar que él es el principal sospechoso.
La gestión de la policía de Tailandia del crimen ha estado tan volcada al show que ha conseguido que, por momentos, nos parezca menos bizarro el desmembramiento de un hombre y el reparto de los trozos de su cuerpo por la isla que los lujos del Seen Beach Club Samui en el que ha cenado su presunto asesino y que han detallado las revistas españolas: “Abierto desde las 10.00 horas hasta las 12 de la noche —hora local—, ofrece cocina asiática, pero también internacional, destacando algunos platos como ceviche de cangrejo azul, carrillera de ternera estofada con leche de coco y cacahuete tostado o croquetas de cerdo con salsa de mango y mostaza”. Como si el plan desde Tailandia fuese convertir un crimen escabroso en una improvisada campaña turística (“las cámaras están sobre el sospechoso: llevémoslo a nuestras joyas de la corona y que lo cuente”), o más probable aún: como si sus garantías procesales y famosa política penitenciaria fuese a ser de repente modélica por su trato exagerado y peliculero a un presunto descuartizador.
Devolvamos el marco al asesinato, en consecuencia a su víctima, Edwin Arrieta y su familia, que asiste impactada a la última cena en libertad de Sancho. Esa familia ha asistido a algo muy común en materia de crónica negra, que es fijar la mirada en el asesino (no crean que esta columna se salva: va exactamente de eso); llama más la atención quien decide cometer un crimen que el que lo sufre, por la razón sencilla de que la anomalía, o sea la noticia, está en esa parte. Se produce también un fenómeno interesante que hace llevar a la gente las manos a la cabeza (aún, después de tantos cientos de años): por qué va a matar alguien que aparentemente lo tiene todo, y cuál es el móvil del crimen. El móvil de un descuartizamiento, como si se exigiese. Cierto que hay formas y formas de fijar esa mirada; ha sido digna de aplauso la flexibilidad de los tertulianos cuando se le pone el tema de actualidad en la mesa: estos días se ha debatido en la tele sobre cuánto tiempo se tarda en trocear huesos humanos. Y en semejante paraíso.
La gestión de la policía de Tailandia del crimen ha estado tan volcada al show que ha conseguido que, por momentos, nos parezca menos bizarro el desmembramiento de un hombre y el reparto de los trozos de su cuerpo por la isla que los lujos del Seen Beach Club Samui en el que ha cenado su presunto asesino y que han detallado las revistas españolas: “Abierto desde las 10.00 horas hasta las 12 de la noche —hora local—, ofrece cocina asiática, pero también internacional, destacando algunos platos como ceviche de cangrejo azul, carrillera de ternera estofada con leche de coco y cacahuete tostado o croquetas de cerdo con salsa de mango y mostaza”. Como si el plan desde Tailandia fuese convertir un crimen escabroso en una improvisada campaña turística (“las cámaras están sobre el sospechoso: llevémoslo a nuestras joyas de la corona y que lo cuente”), o más probable aún: como si sus garantías procesales y famosa política penitenciaria fuese a ser de repente modélica por su trato exagerado y peliculero a un presunto descuartizador.
Devolvamos el marco al asesinato, en consecuencia a su víctima, Edwin Arrieta y su familia, que asiste impactada a la última cena en libertad de Sancho. Esa familia ha asistido a algo muy común en materia de crónica negra, que es fijar la mirada en el asesino (no crean que esta columna se salva: va exactamente de eso); llama más la atención quien decide cometer un crimen que el que lo sufre, por la razón sencilla de que la anomalía, o sea la noticia, está en esa parte. Se produce también un fenómeno interesante que hace llevar a la gente las manos a la cabeza (aún, después de tantos cientos de años): por qué va a matar alguien que aparentemente lo tiene todo, y cuál es el móvil del crimen. El móvil de un descuartizamiento, como si se exigiese. Cierto que hay formas y formas de fijar esa mirada; ha sido digna de aplauso la flexibilidad de los tertulianos cuando se le pone el tema de actualidad en la mesa: estos días se ha debatido en la tele sobre cuánto tiempo se tarda en trocear huesos humanos. Y en semejante paraíso.
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