martes, 4 de noviembre de 2014

#hemeroteca #lesbianismo | Que no quede huella

Que no quede huella
El documental ‘Locas mujeres’ sobre Gabriela Mistral, insiste en descubrirnos lo evidente, que la poeta chilena tenía una relación de pareja con la escritora estadounidense Doris Dana. ¿Por qué esta insistencia en demostrar? Porque sobre las relaciones afectivas y sexuales lesbianas impera la normativa historiográfica -y vital- de que no quede huella.
Xara Sacchi | Pikara magazine, 2014-11-04
http://www.pikaramagazine.com/2014/11/que-no-quede-huella/

“Que no quede huella, que no, que no, que no quede huella…” Bronco, Que no quede Huella

“Marginación, postergación, misoginia, no son sino eufemismos que suavizan una realidad llamada odio. Punto.” María Elena Walsh, Carta a una compatriota

Hace unos días vi un documental sobre la poeta chilena Gabriela Mistral y su compañera, amante, amiga, pareja, la escritora estadounidense Doris Dana. ‘Locas mujeres’ -así se llama el documental realizado por María Elena Wood -revuelve, entre los archivos que ha ordenado y guardado Doris Dana a través de los años, los papeles, manuscritos, telegramas, recuerdos de Gabriela Mistral, la escritora, y su vida en común con Doris Dana.

En la clase de literatura en la secundaria leímos a Mistral, también a Storni y a Walsh. Fue una suerte tener a una profesora apasionada por la literatura sudamericana. De esta profesora se rumoreaba que estaba enferma. Una compañera me dijo en tono despectivo en un recreo: “Es que tiene Chagas”. La enfermedad de Chagas es una enfermedad endémica, no de la pobreza como se suele decir, sino de la desigualdad económica y social, y el racismo. Por eso, apuntar a alguien de chagásico es marcarlo como amenaza social. Esta profesora siempre nos contaba sobre las vidas de l*s escritor*s. Así, creo que varias generaciones habrán escuchado la palabra lesbiana por primera vez, aunque sea como un rumor o como un “pero” o como un “puede ser”, “dicen” o “soltera, no se casó nunca, tenía una secretaria, amiga, hermana, empleada que siempre la ayudó y estuvo con ella”. Y entonces saltaba la palabra: Lesbiana. O Chagásica, o gris, o solitaria, u odiosa, o loca.

No recuerdo que la profesora haya pronunciado la palabra lesbiana, pero sí recuerdo las risas burlonas en el aula. Las caras de asco. La sanción.

El documental pareciera todo el tiempo insistir en descubrirnos lo evidente, mostrarnos pruebas de que Gabriela Mistral tenía una relación de pareja con Doris Dana y había tenido igualmente otra relación con Palma Guillén, con la que habían adoptado un hijo, Yin Yin.

¿Por qué esta insistencia en demostrar? El porqué es perfectamente comprensible, porque sobre las relaciones afectivas y sexuales lesbianas impera la normativa historiográfica -y vital- de que no quede huella. Que no quede huella. Entonces ‘Locas mujeres’ va rastro por rastro, papel por papel, documento por documento. Aquí los papeles de tutela compartida de Yin Yin de Palma y Gabriela. Allí las notitas de amor en una libreta de Gabriela y Doris. Acá las grabaciones de su vida en común. Ahí, la única cama de la casa.

Dicen que Doris Dana nunca hablaba de su relación con Gabriela. Y en el documental dan varias explicaciones sobre eso. Yo pienso que el porqué también es muy sencillo: porque tenían una relación de diez años juntas. No recuerdo muchas parejas de escritores dando pruebas de su relación diciendo algo así como “es verdad, estamos juntos, somos heterosexuales”. No es necesario. Se da validez al amor, al cariño, se asume que les gusta darse placer sexual, estar juntos, adoptar niñ*s, vivir como se les de la gana, en una casa, en dos, con dos camas, con una. Se asume que hay una “verdad” en esa afectividad conyugal. La relación de Doris y Gabriela (y de Gabriela y Palma) era evidente y visible. Hay todo un esfuerzo por acallarla, por “protegerla”, por cubrirla, por negarla, un inmenso esfuerzo por ponerla en duda… ¿Por qué será? Por “locas”, claro, no será por la tremenda opresión social, económica, cultural y política sobre las prácticas afectivas y sexuales disidentes, no, ¡claro! Qué va. “Si eso no es amor”, y cuando dicen esto, quieren decir: del bueno, del verdadero, del bello, del sano, del real, del limpio, del productivo…

La discriminación, el odio, la “fobia” -espantoso eufemismo para justificar la violencia- hacia las afectividades sexo-genéricas no normativas, es decir, en este caso particular, de las tortilleras, bolleras, zapatas, lelas, camionas, sáficas, bomberas, chong*s… y un largo etcétera es estructural. Vamos a decirlo tod*s junt*s otra vez: e-s-t-r-u-c-t-u-r-a-l.

Eso significa que no es un caso aislado, una cuestión de temperatura del ambiente, de mal humor de una persona, sino que, como existe una normativa social, cultural, económica, racial y política que funciona con la fuerza de la obligatoriedad compulsiva, que es en este caso la heterosexualidad obligatoria o la presunción de esta, entonces lo que disiente, resiste, tuerce, desvía, itera, ignora esta normatividad es considerado como lo que está fuera, lo que amenaza, lo que no tiene forma, ni verdad ni belleza, lo que no es más que errado, sin sentido, ilegible, intratable, intraducible… y un larguísimo etcétera aquí también.

Hace un tiempo hicimos con otras compañeras un videíto para un 28J, “Yo no perdono”, se llamaba. El video era bastante simple, y con cosas básicas y obvias que constituyen la discriminación de cada día. Tenía una un tinte identitario lesbiano bastante clásico. No es que fuéramos ingenuas, no, sólo queríamos hablar de pequeñas cosas que van haciendo doler al cuerpo. No grandes discursos, sino cosas de entre casa. No queríamos tampoco “ofender” a seres queridos. Pero claro, eso es una trampa. Así que, como ya he superado ese tema, voy a contar algunos ejemplos cotidianos de lo que significa eso de la “lesbofobia” estructural y espero ofenderlos y que eso deje huella -disculpen la profusión de comillas que vendrá a partir de ahora en el texto.

Estaba hablando con un profesor muy amable de literatura inglesa y me comentaba que su hija adolescente “también” andaba noviando con una “amiguita”, entre comentarios de qué suerte que ahora los tiempos están mejor, no como en su época, bla, bla, bla… Me larga: “Para mí mucho mejor que esté con chicas, así no me viene un día con un ojo morado y tengo que ir a partirle la cara al hijo de puta”. No me sorprendió, tengo una categoría para ellos, les llamo los padres, hermanos, tíos, ex, machos comprensivos con las practicas afectivas y sexuales lesbianas. Generalmente “la mejoría” implica aserciones como “así no se quedará embarazada”, “así no anda puteando”, “así no deja de estudiar” y otro largo etcétera misógino en el cual “sus” hijas, hermanas, ex, sobrinas son unas especies de muñequitas muermo idiotas que no sabe nada de la vida, no saben lo que desean ni lo que quieren y que ellos tienen que proteger de otros hombres que piensan como ellos, “porque ellos saben como son los changos” -dirían en mi pueblo.

Una amiga me comenta sobre su nuevo amor, un chico feminista, me lo presenta, muy amable el chico. Lo veo un tanto incómodo ante mi presencia. ¿Inseguro? Pasan los días y quedamos con mi amiga para tomar una cerveza, hablamos de todo y le pregunto: “¿qué tal el feminista?, no le caí muy bien, ¿no?” Entonces, “no, para nada, es que estamos experimentando con la pareja abierta y bueno habíamos quedado que yo con chicas sí, pero con chicos, no”. Ajá. Digo yo -y no le salto al cuello porque la quiero- y digo: “y entonces…”. Ella dice no, nada, habrá pensado “algo”… Qué se yo… pero le pregunté luego y me dijo que nada que ver, que ni se le había cruzado por la cabeza. Tampoco me sorprendí, no educo soberanos ni amigas, así que la dejé ahí con mi silencio. Otra categoría, el novio feminista, antes el pajero de toda la vida. Antes su masculinidad alternativa lo dejaba fuera de juego, ahora puede ejercer ampliamente su machismo pasivo agresivo. Traducción: con chicas sí, pero la única pija que vale es la mía. Porque claro, es imposible que un lazo sexual con una lesbiana tenga el mismo valor que uno con otro imbécil como él. Y ella claro, porque quiere probar no se qué, pero sin perder los privilegios de ser una buena chica heterosexual.

Fiesta. Relación de cuatro años de pareja. Madre: “Te presento a la amiga de mi hija, sabe hablar muy bien francés. Desde que vino aprendió un montón”. Está bien, ya sé, da risa. Pero no te hará gracia si eso significa que no quede huella de una relación compleja, intensa, profunda. Crisis de pareja. La pareja heterosexual del hermano de una de ellas se va de casa. Crisis de pareja. Me llama mi amiga llorando y me dice: “Sabés que a la novia de mi hermano le siguen hablando, le preguntan cómo van, qué van a hacer. Y a mí, de mi novia nada. Como si nunca hubiera existido. Claro, ¿si nunca tuve pareja, de quien me voy a separar?” Negar el duelo, se llama eso. Negar la vida.

“La mascota esa que tienen”, “ese gato”, “el perro ese”, “dejate de joder con esa rata y tené un hijo”, “ay pobrecitas, sin su perro se mueren”. Largo sería hablar sobre la relación entre animalidad, exclusión, derecho a decidir, violencia y discriminación médica, aborto de lesbianas y personas y hombres trans…

“Una cosa es que seas lesbiana y yo te acepte como amiga, otra que permita que lo andes demostrando frente a mis hijos, eso sí que no lo puedo permitir”. Ella, profesora de filosofía. Cuando me dicen “de qué discriminación me hablás si ahora está todo bien”, suelo preguntar: ¿Desearías que tu hija fuera tortillera? Generalmente la respuesta es “bueno, si lo pones así… Prefiero que no, es muy difícil, pero bueno, que sea lo que sea…” Si te digo, “¡ay, qué lindo, estás embarazada, ojalá sea lesbiana!” Bueno, ojalá que sea lo que ella quiera…, y sonrisa de “siempre la misma extremista” y cara de “será normal, tendrá un novio bueno que la cuide y la quiera, ¿por qué lesbiana? Esta siempre con sus cosas de torta resentida, el mundo ha cambiado querida” (sic).

Y podría seguir.

Ni siquiera el desamor está permitido, ni el amor no correspondido pero enunciado y compartido, respetado. Ni los malos polvos. Ni los amores platónicos. Nada absolutamente nada es “verdadero” en las afectividades, prácticas sexuales y performances de género lesbianas para la mirada de la heteronorma. Y sí, sé perfectamente el valor para la producción de ficciones disidentes, mundos posibles, nuevas realidades que tiene “no estar en la verdad”. Sí, sé que muchas cosas cambian y siguen cambiando. Sé que existe el matrimonio igualitario -que legitima la distribución de la propiedad privada entre personas que comparten vínculos afectivos sexuales estables-, pero no cubre contra la discriminación y el odio. Como me dijo una amiga hace unos días: “Sí, ya tengo el documento, ayer se lo mostré a un cana y el culiao me dijo: felicidades, más fácil pintarte los dedos”. Es como decir: ¡¿Cómo es posible que sigan matando mujeres con la excelente ‘Ley contra la violencia hacia las mujeres’ que tenemos?!, o ¡¿cómo es posible que haya racismo en EE.UU. si el presidente es Obama?!

“Lesbianas políticas”. Siempre me pregunté por qué la aclaración. ¿Qué se aclara con la diferencia? Soy lesbiana, pero política. Me mata de risa. ¿Soy lesbiana pero no ejerzo? ¿Soy lesbiana pero prefiero novio, casa, coche e hijos? ¿Soy lesbiana pero quiero sólo pijas naturales? -¿y quién le tiene miedo a la naturaleza?-. Soy lesbiana, pero no soy lesbiana-lesbiana, soy lesbiana pero soy hetero, pero no quiero estar ligada a la parte en la que se considera que soy rara, monstruo social, machona, guarra, come coños, anormal. Soy lesbiana pero no lo intentes conmigo porque lo mío es político. “Quiero probar” -una y otra vez, ¡¿probar qué?!

Siempre me da ganas de decirles esa consigna de los ochenta: “Tranquila, una noche conmigo no te hace lesbiana. Ni siquiera lesbiana política”.

Leído en Facebook: Una lesbiana política no tiene que salir una y otra vez del armario porque suponen que tenés un buen chico en casa esperándote porque no te ves como una “lesbiana política”. Me estuve riendo dos horas. Una “lesbiana política” no tiene miedo que la echen del trabajo si se enteran que es lesbiana, no tiene que mentir e inventarse novios en otros países para contener el acoso constante porque el compañero de trabajo piensa que como es lesbiana no le importará follar con él. Una “lesbiana política” no tiene que mudarse a otro país y no poder ver a su familia y amigos porque su vida y la de ellos corre riesgo de muerte. Una “lesbiana política” no muere por la bala de un padre ofendido de que su hija esté con la machona del barrio. Una “lesbiana política” seguro tiene varón como indica la ley para hacerse una inseminación en la salud pública. Una “lesbiana política” no tiene que alquilar un piso con dos habitaciones y decir “somos estudiantes de máster”. A una “lesbiana política” no le llaman del hospital diciendo que “aquí una señorita dice que usted es el contacto para emergencias”, “sí, estamos casadas. ¿Que ha pasado? ¿Está bien?”, “tiene politraumatismo craneal, parece que ha sido una pelea callejera”. En realidad le han partido la cara al grito de lesbiana. Una “lesbiana política” era mi compañera de trabajo, ella era la novia del jefe, un día me cuenta: “Vino uno de ‘esos’ a venderme rosas para mi novio y le dije tengo novia, y entonces me dice el hombre ¡ay, que pena! ¡Te podés creer que ignorante!”. Entonces yo le digo, no te preocupes, si tenés novio.

Y podría seguir.

Y luego… Pero hay lesbianas ricas, blancas y malas. Y sí, pero ese no es el tema. También hay heterosexuales así y si zafan de la justicia son considerados héroes, ¿Y? Es que también “hay maltratadoras” y perseguidoras, y se obsesionan, y no se cuidan o quieren parecer hombres o no quieren parecer lesbianas, bla, bla, bla… Y así como si rezaran el rosario repiten uno y cada uno de los diferentes prejuicios y lugares comunes que producen a la lesbiana como “anormal”, como “peligro moral”, como “desvío insano”. Y también, otra vez… Pero no tenés que estar tan enojada, la vida es linda, disfruta tu sexualidad -falta que te digan que “dios te dió”-. Gracias, no hace falta que me des permiso, ni autorización, para hacerlo, lo haré o no lo haré, eso es asunto mío. Pero no me digas que no siga enojada. Estoy muy enojada. No olvido y no perdono porque siguen persiguiendo, matando, insultando, discriminando, excluyendo a personas por no adecuarse a tu heteronormatividad obligatoria. Y lo hacen para que no quede huella.

Y TAMBIÉN...
Gabriela era lesbiana: ¿qué hacemos?
Benjamín Prado | El País, 2009-09-19

http://elpais.com/diario/2009/09/19/babelia/1253319159_850215.html

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