Juan Carlos Usó publica "¿Nos matan con heroína?", un documentado estudio donde rebate las conspiranoias sobre la sustancia más demonizada del mundo
Víctor Lenore | El Confidencial, 2015-12-13
http://www.elconfidencial.com/cultura/2015-12-13/heroina-juan-carlos-uso_1118947/
Es uno de los mayores expertos en drogas y contracultura de nuestro país. Juan Carlos Usó (Nules, 1959) es autor de clásicos como 'Spanish Trip', 'Píldoras de Realidad' y 'Drogas y cultura de masas'. Ahora publica un nuevo libro, tan claro como profusamente documentado: '¿Nos matan con heroína'? Sobre la intoxicación farmacológica como arma de estado" (Libros Crudos). Un texto donde aporta contexto histórico, desmonta mitos izquierdistas y aboga por la despenalización como salida al sufrimiento social relacionado con los estupefacientes.
Después de su lectura, resulta imposible tomarse en serio a quienes defienden que "el sistema" inundó el Primer Mundo de drogas para neutralizar las rebeliones juveniles. "Tuve una doble motivación para escribir este libro. Por un lado, contribuir a desmitificar uno de los aspectos más controvertidos de la historia contemporánea y, por otra parte, hacer justicia a todas las personas que ya no están para poder decir “tomar drogas fue una decisión mía”... Y yo añadiría, tan respetable como cualquier otra", explica.
Pregunta- Una de las tesis centrales del texto dice que, desde ambientes underground hasta la izquierda ilustrada, ha calado la falsa certeza de que los poderes públicos usaron la heroína como arma para desmovilizar a la juventud occidental. ¿Cómo es posible que una premisa falsa sobreviva tanto tiempo?
Respuesta- Por el poder que posee el mito... Hay una cita de la escritora Clara Usón, que he utilizado al comienzo del penúltimo capítulo de mi libro que ilustra perfectamente esta idea: “El mito tiene una fuerza lírica y una belleza estética de la que la historia carece. El mito rectifica la historia, es como si dijera: puede que las cosas no sucedieran de este modo, pero así es como debieran haber sido, como queremos recordarlas, y una derrota heroica es más digna de memoria que una victoria dudosa”.Los humanos somos proclives al autoengaño y el mito consigue hacernos más tolerable la realidad. Sin la ayuda del mito, la realidad se nos indigestaría.
P- La polémica llega hasta nuestros días con una querella que el sindicato de policía pone Juan Carlos Monedero, que en unas declaraciones acusaba a la fuerzas de seguridad del estado de inundar España con heroína durante la Transición. ¿Crees que un libro con tantos datos como el tuyo puede zanjar esta polémica o que los partidarios de la “conspiranoia” son ajenos a cualquier tipo de argumento? ¿Se tendrá que resolver esto por vía judicial?
R- Mi tocayo es uno más de los muchos que se han expresado en ese sentido. Lo que sucede es que contra la gente de Podemos hay una operación de acoso y derribo desde los orígenes de la formación francamente impresentable... No creo que mi libro acabe con la “conspiranoia”, ni mucho menos. Sería tan ingenuo como pensar que la historia puede acabar con la mitología y, de paso, con la mitomanía. Me extraña que los “conspiranoicos”, tan seguros como están de la existencia de un plan oculto para la diseminación calculada de heroína desde altas instancias, no hayan llevado el caso al Tribunal Internacional de La Haya. Por lo demás, no creo que nada de todo esto acabe dirimiéndose en los tribunales.
P- Demuestras que en el caso del País Vasco, la heroína fue arma arrojadiza entre los dos bandos: se acusó a ETA de tráfico para comprar armas y a la policía de fomentar el consumo para dirigir a la juventud hacia paraísos artificiales ajenos a la militancia. De hecho, ETA se tomó tan en serio la lucha contra esta supuesta trama que atentó profusamente contra “camellos” y salas de fiesta. ¿Cómo se llega a este punto de locura? ¿Cómo se dio marcha atrás?
R- Verás, creo que suele confundirse la aparición o la creación del fenómeno heroína, con su instrumentalización. Durante años en Euskadi se vivió un conflicto político y social muy acusado, que algunos autores han llegado a calificar de guerra de baja intensidad. En todas las guerras modernas, una de las batallas más enconadas suele ser la de la propaganda. De tal manera, los dos bandos enfrentados hicieron todo lo posible e imposible por instrumentalizar el fenómeno en su beneficio. No hubo marcha atrás. En cuanto se decretó el alto el fuego, se acabó la propaganda y los intentos por instrumentalizar el consumo y tráfico de heroína.
P- Otra conclusión muy potente del libro es que la heroína no fue un problema tan general y extendido, sino que hubo mucho de folclore mediático y exageración por parte de los partidarios de la teoría de la conspiración. El problema llega incluso a novelas de escritores actuales como Javier Cercas. ¿Fue el potencial dramático de esta droga, más que su impacto real, lo que nos hace percibirla como un problema central de la Transición?
R- Estoy absolutamente convencido de ello. No hay más que hacer un seguimiento de los barómetros del CIS para llegar a la conclusión de que el llamado “problema de la droga” es más mediático que real. En el caso concreto de la heroína, te diría más... Su potencial dramático no estuvo tan vinculado a la sustancia en sí como a su principal vía de empleo: la ruta intravenosa, sin duda la más aberrante y, por tanto, memorable que existe.
P- Afirmas que, en el fondo, todo este debate se debe enmarcar en lo que el filósofo Pascal Bruckner ha descrito como una tendencia a la infantilización y a la victimización de toda la sociedad occidental. ¿Por qué vías se pueden evitar caer en estas dos dinámicas?
R- No soy filósofo, desde luego, pero sólo se me ocurre una fórmula magistral para eludir esa peligrosa deriva: una buena dosis de responsabilidad sazonada con unas gotas de amor propio.
P- Analizas a fondo La Movida, con una inquietante frase de Alaska que dice que “la nuestra no fue una generación biológica, sino una generación de descartes” y otra de Sabino Méndez (guitarra y compositor de Loquillo) que señala que se trata de cierta juventud que “se acostumbró a ignorar las diferencias entre el capricho y las primeras necesidades”. ¿Cómo valoras ese fenómeno cultural ahora que tenemos más perspectiva?
R- A mi juicio la tan cacareada Movida no fue sino la versión madrileña de la explosiva vitalidad que estalló en España tras la muerte de Franco. He de precisar que mi visión surge en la periferia. En este sentido, mi valoración del fenómeno siempre fue muy positiva, pues mientras los medios de comunicación tuvieron puestos los focos de atención sobre lo que sucedía en Madrid, en Valencia y su zona de influencia –que es por donde yo me moví durante los 70 y los 80– pudimos gozar de una libertad fuera de lo común.
P- Otra aportación crucial del libro es señalar un factor muy poco debatido: la escasa preparación y presupuesto de la policía española, que pudo llegar a confundirse con tolerancia e incluso fomento del tráfico de drogas. ¿Hasta qué punto llegó esta precariedad y cómo empieza a resolverse?
R- Si no estoy mal informado, el primer aparato de rayos X que hubo en el aeropuerto de Barajas se instaló en 1982. Ese dato lo dice todo acerca de la precariedad de medios policiales. Diez años más tarde, a partir de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, llegó a España la modernidad y comenzaron a suplirse todas esas carencias.
P- ¿Dirías que vivimos una desdramatización de las drogas en la cultura popular actual?
R- Creo que la desdramatización de las drogas y su incorporación a la denominada cultura popular es algo que comienza durante los años 20 del siglo pasado, cuando se constituyen en el tema central de canciones, novelas, cuadros, viñetas gráficas, películas... Otra cosa es que durante los últimos años esta dinámica se haya acelerado. En este sentido, me permito recomendar el libro del psicólogo social David Pere Martínez Oró: 'Sin pasarse de la raya. La normalización de los consumos de drogas' (2015).
P- En el texto te muestras como un firme partidario de la despenalización de las drogas. ¿Podrías resumir tus argumentos y explicar en qué estado se encuentra esta batalla? Parece que, con la crisis, hay algunos gobiernos más proclives a tomar en serio esta posibilidad.
R- Antes de la prohibición el control y la dispensación de drogas estaba en manos de profesionales de la salud: médicos y farmacéuticos… y también drogueros, que eran los mayoristas, los que suministraban a los boticarios. Al imponerse la política prohibicionista, o sea, Después de la Prohibición el control pasó a manos de la policía –y demás cuerpos de “seguridad”– y la dispensación a manos de criminales. Y así nos va. Me parece un argumento más que suficiente para abogar por la despenalización. Por eso mismo, ahora la punta de lanza del movimiento antiprohibicionista ha pasado de Europa al continente americano, donde se concentran los países más castigados por los efectos perversos de la prohibición.
P- En el texto no hablas de tu experiencia con las drogas, ni de la de tu círculo. No sé si te animarías a explicar un poco cómo ha sido tu trayectoria de uso o de rechazo y cómo crees que ha influido en las tesis que expones. Al menos, de dónde nace el interés por el asunto que te ha llevado a convertirte en uno de los máximos expertos españoles.
R- Mis experiencias con drogas no han influido directamente en mi obra, aunque sí indirectamente. Me explico. Normalmente, cuando se habla de drogas, se cargan las tintas sobre la oferta, dejando de lado la demanda. Es más, a los consumidores se les suele presentar como víctimas involuntarias, una especie de buzones, que están ahí para que se traguen lo que les echen. No se tiene en cuenta para nada su voluntad, porque se supone que no tienen, que su cerebro está químicamente secuestrado. En las sociedades consideradas libres, las decisiones de las personas son respetadas en materia de sexo, política, opinión, religión… pero no en materia farmacológica. Es absolutamente denigrante e inadmisible... Por otra parte, en 1914 Herbert Clark Hoover, que más tarde sería presidente de los EEUU, declaró que la Harrison Narcotics Tax Act era “el mayor experimento moral de la Historia”. Lo cual convierte la prohibición de las drogas en un asunto de mayor envergadura que las cruzadas, la evangelización en América, las Guerras de religión, etc. Demasiada golosina para un historiador, ¿no te parece que mi interés por el tema está más que justificado?
Después de su lectura, resulta imposible tomarse en serio a quienes defienden que "el sistema" inundó el Primer Mundo de drogas para neutralizar las rebeliones juveniles. "Tuve una doble motivación para escribir este libro. Por un lado, contribuir a desmitificar uno de los aspectos más controvertidos de la historia contemporánea y, por otra parte, hacer justicia a todas las personas que ya no están para poder decir “tomar drogas fue una decisión mía”... Y yo añadiría, tan respetable como cualquier otra", explica.
Pregunta- Una de las tesis centrales del texto dice que, desde ambientes underground hasta la izquierda ilustrada, ha calado la falsa certeza de que los poderes públicos usaron la heroína como arma para desmovilizar a la juventud occidental. ¿Cómo es posible que una premisa falsa sobreviva tanto tiempo?
Respuesta- Por el poder que posee el mito... Hay una cita de la escritora Clara Usón, que he utilizado al comienzo del penúltimo capítulo de mi libro que ilustra perfectamente esta idea: “El mito tiene una fuerza lírica y una belleza estética de la que la historia carece. El mito rectifica la historia, es como si dijera: puede que las cosas no sucedieran de este modo, pero así es como debieran haber sido, como queremos recordarlas, y una derrota heroica es más digna de memoria que una victoria dudosa”.Los humanos somos proclives al autoengaño y el mito consigue hacernos más tolerable la realidad. Sin la ayuda del mito, la realidad se nos indigestaría.
P- La polémica llega hasta nuestros días con una querella que el sindicato de policía pone Juan Carlos Monedero, que en unas declaraciones acusaba a la fuerzas de seguridad del estado de inundar España con heroína durante la Transición. ¿Crees que un libro con tantos datos como el tuyo puede zanjar esta polémica o que los partidarios de la “conspiranoia” son ajenos a cualquier tipo de argumento? ¿Se tendrá que resolver esto por vía judicial?
R- Mi tocayo es uno más de los muchos que se han expresado en ese sentido. Lo que sucede es que contra la gente de Podemos hay una operación de acoso y derribo desde los orígenes de la formación francamente impresentable... No creo que mi libro acabe con la “conspiranoia”, ni mucho menos. Sería tan ingenuo como pensar que la historia puede acabar con la mitología y, de paso, con la mitomanía. Me extraña que los “conspiranoicos”, tan seguros como están de la existencia de un plan oculto para la diseminación calculada de heroína desde altas instancias, no hayan llevado el caso al Tribunal Internacional de La Haya. Por lo demás, no creo que nada de todo esto acabe dirimiéndose en los tribunales.
P- Demuestras que en el caso del País Vasco, la heroína fue arma arrojadiza entre los dos bandos: se acusó a ETA de tráfico para comprar armas y a la policía de fomentar el consumo para dirigir a la juventud hacia paraísos artificiales ajenos a la militancia. De hecho, ETA se tomó tan en serio la lucha contra esta supuesta trama que atentó profusamente contra “camellos” y salas de fiesta. ¿Cómo se llega a este punto de locura? ¿Cómo se dio marcha atrás?
R- Verás, creo que suele confundirse la aparición o la creación del fenómeno heroína, con su instrumentalización. Durante años en Euskadi se vivió un conflicto político y social muy acusado, que algunos autores han llegado a calificar de guerra de baja intensidad. En todas las guerras modernas, una de las batallas más enconadas suele ser la de la propaganda. De tal manera, los dos bandos enfrentados hicieron todo lo posible e imposible por instrumentalizar el fenómeno en su beneficio. No hubo marcha atrás. En cuanto se decretó el alto el fuego, se acabó la propaganda y los intentos por instrumentalizar el consumo y tráfico de heroína.
P- Otra conclusión muy potente del libro es que la heroína no fue un problema tan general y extendido, sino que hubo mucho de folclore mediático y exageración por parte de los partidarios de la teoría de la conspiración. El problema llega incluso a novelas de escritores actuales como Javier Cercas. ¿Fue el potencial dramático de esta droga, más que su impacto real, lo que nos hace percibirla como un problema central de la Transición?
R- Estoy absolutamente convencido de ello. No hay más que hacer un seguimiento de los barómetros del CIS para llegar a la conclusión de que el llamado “problema de la droga” es más mediático que real. En el caso concreto de la heroína, te diría más... Su potencial dramático no estuvo tan vinculado a la sustancia en sí como a su principal vía de empleo: la ruta intravenosa, sin duda la más aberrante y, por tanto, memorable que existe.
P- Afirmas que, en el fondo, todo este debate se debe enmarcar en lo que el filósofo Pascal Bruckner ha descrito como una tendencia a la infantilización y a la victimización de toda la sociedad occidental. ¿Por qué vías se pueden evitar caer en estas dos dinámicas?
R- No soy filósofo, desde luego, pero sólo se me ocurre una fórmula magistral para eludir esa peligrosa deriva: una buena dosis de responsabilidad sazonada con unas gotas de amor propio.
P- Analizas a fondo La Movida, con una inquietante frase de Alaska que dice que “la nuestra no fue una generación biológica, sino una generación de descartes” y otra de Sabino Méndez (guitarra y compositor de Loquillo) que señala que se trata de cierta juventud que “se acostumbró a ignorar las diferencias entre el capricho y las primeras necesidades”. ¿Cómo valoras ese fenómeno cultural ahora que tenemos más perspectiva?
R- A mi juicio la tan cacareada Movida no fue sino la versión madrileña de la explosiva vitalidad que estalló en España tras la muerte de Franco. He de precisar que mi visión surge en la periferia. En este sentido, mi valoración del fenómeno siempre fue muy positiva, pues mientras los medios de comunicación tuvieron puestos los focos de atención sobre lo que sucedía en Madrid, en Valencia y su zona de influencia –que es por donde yo me moví durante los 70 y los 80– pudimos gozar de una libertad fuera de lo común.
P- Otra aportación crucial del libro es señalar un factor muy poco debatido: la escasa preparación y presupuesto de la policía española, que pudo llegar a confundirse con tolerancia e incluso fomento del tráfico de drogas. ¿Hasta qué punto llegó esta precariedad y cómo empieza a resolverse?
R- Si no estoy mal informado, el primer aparato de rayos X que hubo en el aeropuerto de Barajas se instaló en 1982. Ese dato lo dice todo acerca de la precariedad de medios policiales. Diez años más tarde, a partir de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, llegó a España la modernidad y comenzaron a suplirse todas esas carencias.
P- ¿Dirías que vivimos una desdramatización de las drogas en la cultura popular actual?
R- Creo que la desdramatización de las drogas y su incorporación a la denominada cultura popular es algo que comienza durante los años 20 del siglo pasado, cuando se constituyen en el tema central de canciones, novelas, cuadros, viñetas gráficas, películas... Otra cosa es que durante los últimos años esta dinámica se haya acelerado. En este sentido, me permito recomendar el libro del psicólogo social David Pere Martínez Oró: 'Sin pasarse de la raya. La normalización de los consumos de drogas' (2015).
P- En el texto te muestras como un firme partidario de la despenalización de las drogas. ¿Podrías resumir tus argumentos y explicar en qué estado se encuentra esta batalla? Parece que, con la crisis, hay algunos gobiernos más proclives a tomar en serio esta posibilidad.
R- Antes de la prohibición el control y la dispensación de drogas estaba en manos de profesionales de la salud: médicos y farmacéuticos… y también drogueros, que eran los mayoristas, los que suministraban a los boticarios. Al imponerse la política prohibicionista, o sea, Después de la Prohibición el control pasó a manos de la policía –y demás cuerpos de “seguridad”– y la dispensación a manos de criminales. Y así nos va. Me parece un argumento más que suficiente para abogar por la despenalización. Por eso mismo, ahora la punta de lanza del movimiento antiprohibicionista ha pasado de Europa al continente americano, donde se concentran los países más castigados por los efectos perversos de la prohibición.
P- En el texto no hablas de tu experiencia con las drogas, ni de la de tu círculo. No sé si te animarías a explicar un poco cómo ha sido tu trayectoria de uso o de rechazo y cómo crees que ha influido en las tesis que expones. Al menos, de dónde nace el interés por el asunto que te ha llevado a convertirte en uno de los máximos expertos españoles.
R- Mis experiencias con drogas no han influido directamente en mi obra, aunque sí indirectamente. Me explico. Normalmente, cuando se habla de drogas, se cargan las tintas sobre la oferta, dejando de lado la demanda. Es más, a los consumidores se les suele presentar como víctimas involuntarias, una especie de buzones, que están ahí para que se traguen lo que les echen. No se tiene en cuenta para nada su voluntad, porque se supone que no tienen, que su cerebro está químicamente secuestrado. En las sociedades consideradas libres, las decisiones de las personas son respetadas en materia de sexo, política, opinión, religión… pero no en materia farmacológica. Es absolutamente denigrante e inadmisible... Por otra parte, en 1914 Herbert Clark Hoover, que más tarde sería presidente de los EEUU, declaró que la Harrison Narcotics Tax Act era “el mayor experimento moral de la Historia”. Lo cual convierte la prohibición de las drogas en un asunto de mayor envergadura que las cruzadas, la evangelización en América, las Guerras de religión, etc. Demasiada golosina para un historiador, ¿no te parece que mi interés por el tema está más que justificado?
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