viernes, 15 de julio de 2011

hemeroteka | Rusia rosa

Imagen: cubaencuentro | Muchacho desnudo, cuadro del pintor Alexander Ivanov.
Rusia rosa
Aunque hoy el panorama es bien distinto, en otras épocas la sociedad rusa se distinguió por ser un ejemplo de tolerancia hacia la homosexualidad
Carlos Espinosa Domínguez
cubaencuentro, 2011-07-15

Ha vuelto a ocurrir. Por sexto año consecutivo, la policía impidió el desfile por el Día del Orgullo Gay que iba a tener lugar en Moscú. Había esperanzas de que el nuevo alcalde de esa ciudad fuera un poco más tolerante que su predecesor, Yuri Luzhkov, conocido por su violenta homofobia y por haber tildado esa celebración de “satánica”. El pretexto dado esta vez por las autoridades es que no pueden garantizar la seguridad de los participantes, además de que dicen haber recibido quejas de grupos religiosos y ciudadanos.

La reiterada prohibición y la represión violenta que han acompañado los intentos por celebrar ese desfile, demuestran que el gobierno de Rusia, que asegura que ese país es “democrático y legal”, se empeña en seguir negando a homosexuales, lesbianas y transexuales los derechos básicos de igualdad ante la ley. A eso se suma, o posiblemente es una consecuencia de ello, que la población tiene respecto a ello una actitud similar. De acuerdo a un estudio llevado a cabo por el Opinion Research Center, de la Universidad de Chicago, el 64 % de los rusos piensa que la homosexualidad es un comportamiento equivocado. Asimismo los encuestados declararon que prefieren tener como vecino a un alcohólico o un drogadicto, en lugar de a un homosexual.

Actualmente, Rusia se halla entre los países en donde la homofobia ha aumentado más en los últimos años. Muchos se preguntan si eso se debe a la enorme herencia del régimen soviético, o si hay que achacarlo a la influencia de la aún poderosa Iglesia Ortodoxa Oriental. En realidad, es el resultado de la acción combinada de la iglesia, la herencia soviética, el Estado y la profesión médica. Sin embargo, no siempre Rusia fue un ejemplo de intolerancia ante esta otra sexualidad. Por el contrario, quien revise su historia comprobará que hubo etapas en que fue ejemplo de todo lo contrario, incluso para sus vecinos europeos.

Durante el período de Kiev (860-1240), llamado así porque esa ciudad fue la capital, las principales expresiones literarias consistían en textos históricos y religiosos. Entre los segundos figuran las vidas de santos, y en algunas de ellas se han encontrado ejemplos de amor entre hombres. La más conocida es La leyenda de Boris y Gleb, escrita por un monje anónimo en el siglo XI. Sus protagonistas son dos jóvenes príncipes, Boris, que estaba casado, y Jorge el Húngaro, un sirviente a quien Boris amaba “más allá de toda consideración”. Ambos murieron asesinados, debido a problemas dinásticos. La lectura de La leyenda… pone de manifiesto las claras simpatías del autor por el amor mutuo que se tenían los protagonistas. El texto adopta la estructura de las vidas de santos y mezcla historia, hagiografía y poesía lírica. En su momento tuvo una amplia circulación no solo en Rusia, sino en los territorios que hoy ocupan Bulgaria, Serbia y Rumanía.

El principal reflejo de ese tema en la literatura de ese período hay que buscarlo, no obstante, en los escritos de los religiosos ortodoxos, quienes denunciaban y se oponían a esa forma de sexualidad. Por ejemplo, en el “Sermón número 12” de Daniel, un popular predicador de la década de 1530, para el cual los hombres que se afeitaban, usaban loción, se perfumaban el cuerpo y cambiaban de ropa más de una vez al día, se comportaban como putas. De modo similar, el Arcipreste Avvakum Petrov, líder de los Viejos Creyentes, comenta en su Autobiografía (1637) que se negaba a escuchar la confesión de un hombre que se hubiese afeitado la barba. Según cuenta, en una ocasión hizo enfurecer a un gobernante de provincia porque rehusó bendecir al hijo, por esa razón. De acuerdo a Avvakum, con eso el joven trataba de lucir más atractivo a otros hombres. La respuesta del padre es digna de aplauso: arrojó el sacerdote al río Volga.

Un aspecto muy significativo que merece ser resaltado, es el hecho de que en los períodos kievano y moscovita no existían leyes contra el sexo entre hombres. El primer código penal ruso, promulgado durante el reinado de Iaroslav el Sabio (1019-1054), no incluía ninguna referencia a ello. Las únicas sanciones eran las aplicadas por la Iglesia Ortodoxa Oriental, la institución más poderosa en aquellos años. Pero incluso esta era mucho menos severa que las de Europa Occidental. A diferencia de estos países, que basaban sus leyes en las prohibiciones del Antiguo Testamento, la Cristiandad Ortodoxa consideraba esas formas de “desviación sexual” no como crímenes, sino como pecados sujetos a la jurisdicción religiosa, no a las autoridades civiles.

La sodomía empieza a ser penalizada
Debido a eso, en lugar de aplicar los terribles castigos a los que se condenaba a los sodomitas en Europa (tortura, castración, muerte), en Rusia consistía en de uno a siete años de cárcel. Si no había penetración anal, la expiación era más leve: ir a confesarse, hacer un cierto número de postraciones, abstenerse de comer carne y productos lácteos por varios meses y, en caso extremo, la excomunión. En su libro Sex and Society in the World of Orthodox Slavs, 900-1700, Eve Levin hace notar que lo que más importaba era la posición relativa de las personas durante el acto. La mujer debajo y el hombre encima, tal era la postura natural según los patrones de la iglesia. Revertir esa posición pasaba a ser considerado “no natural” o pecado. Las relaciones homosexuales y lesbianas eran consideradas un pecado equivalente a la inversión de esa postura en una pareja heterosexual.

El Gran Príncipe Vasili III de Moscú, que gobernó de 1505 a 1533, fue homosexual. Por razones de Estado se vio obligado a casarse. Pero prefería tener relaciones sexuales con sus oficiales y guardias, quienes se le unían desnudos en su cama. Uno de sus hijos fue Iván el Terrible, quien sentía fascinación por los hombres afeminados. Uno de los más despiadados jefes de su policía secreta, Fiodor Basmanov, alcanzó ese puesto gracias a sus seductores bailes vestido de mujer.

Las casas de baños, que tan populares son hasta hoy en Rusia, dieron lugar a una tradición de indulgencia hacia el sexo entre hombres. Surgieron en el siglo XVII y desde el comienzo el Gobierno estableció que debían estar segregados. Esta separación de hombres y mujeres creó un espacio propicio para la homosexualidad y, más tarde, para la prostitución masculina. Una ilustración del siglo XVII muestra a los empleados, jóvenes y afeitados, mientras sirven a los clientes: les quitan las botas, les echan agua, los golpean con ramas para activarles la circulación. Entre 1860 y 1880, este servicio era muy solicitado. Incluso algunas casas de baños llegaron a tener gabinetes privados muy lujosos. Mijaíl Kuzmin, un escritor a quien me referiré ampliamente en otro trabajo, dejó en su diario estos apuntes que describen muy bien lo que ocurría en esos sitios:

“En la noche pensé ir a una casa de baños, solo por hábito, por placer, por higiene… El hombre que me atendió en la puerta, al oír que yo pedía un asistente, una sábana y jabón, acercándose disimuladamente a mí, me preguntó: ‘Quizás usted querrá un asistente bien parecido’. -No, no. ‘Bueno, está bien entonces’. No sé lo que me pasó, porque ni siquiera tenía eso en mente. -No, simplemente envíe un asistente. ‘Entonces le enviaré un asistente bien parecido’, dijo con una mirada suspicaz. -Sí, por favor, uno bien parecido, dije distraídamente, hundiéndome más. Bajando la voz, me preguntó: ‘Quizás a usted le gustaría uno bien joven’. Pensándolo un momento, le respondí: -No estoy seguro. ‘Enseguida, señor’”. (Agradezco a Juan Cueto-Roig la traducción del inglés.)

Debido al aumento de los viajes al exterior, a partir del siglo XVIII los rusos empezaron a darse cuenta de que lo que ellos habían dado como bueno por casi un milenio, era visto con espanto y furia en los países supuestamente más civilizados de Occidente. Pedro el Grande, quien introdujo a Rusia en el mundo moderno, promulgó en 1716 unas regulaciones que penalizaban la sodomía en el ejército con el ahorcamiento o el exilio. Pero él mismo se encargó después de suavizarlas. Un dato a apuntar: aunque estaba casado, ese monarca practicaba la bisexualidad en las ocasiones adecuadas. En las campañas utilizaba soldados como compañeros de cama. Prefería aquellos con vientres grandes y flácidos, sobre los cuales le gustaba descansar su cabeza.

El sexo entre hombres pasó a sobrevivir entonces entre las clases bajas, así como en las lejanas regiones del norte, entre los disidentes que se separaron de los Viejos Creyentes. Dos de esas sectas, los Khlysty y los Skoptsy, dieron cabida a las relaciones homo y bisexuales en su cultura, su folclor y sus rituales religiosos. Uno de los más importantes autores homosexuales de principios del siglo XX, Nikolai Kluev, incorporó buena parte de esos elementos en su visionaria producción poética. Los Skoptsy, muy vinculados al comercio, tenían además la práctica institucionalizada de que un viejo mercader adoptaba a un joven asistente-amante, que pasaba a ser su hijo y heredero. Tras su muerte, este podía repetir el proceso, lo que dio lugar a una dinastía mercantil.

No fue, sin embargo, hasta el siglo XIX cuando el Estado pasó a intervenir. Los artículos 995 y 996 de una ley puesta en vigor en 1835 condenaban las relaciones entre personas del mismo sexo con el exilio en Siberia de 4 a 5 años. Algunas veces a eso se sumaban los trabajos forzados y la confiscación de las propiedades. Asimismo si había violencia o intervenía un menor, los trabajos forzados se cuadruplicaban, En Siberia, los reclusos eran tratados por doctores para curarlos de sus hábitos “antinaturales”, y a menudo las autoridades locales los violaban. El código penal de 1903 redujo esos castigos. Así, el sexo entre adultos se redujo a 3 meses de cárcel.

Un caso muy singular es el de Nadezhda Nurova (1763-1866), quien en términos modernos vendría a ser un transexual. Ferviente patriota, amante de los animales y con poco talento para las labores tradicionalmente consideradas como femeninas, fue forzada por sus padres a casarse. Pero años después, dejó a su esposo y sus tres hijos, se vistió con un uniforme de cosaco, adoptó el nombre de Alexander Sokolov y se unió al ejército para combatir contra Napoleón. Dejó una piel en la que se sentía incómoda desde su adolescencia. Cambió por completo su identidad. Exploró los roles sexuales y vivió como un hombre entre hombres. De esa experiencia, Nurova emergió orgullosa y triunfante. Fue condecorada y enterrada con honores militares. Publicó sus memorias, que se han traducido al inglés como The Cavalry Maiden. Curiosamente, en su retiro mantuvo el disfraz masculino.

De Tolstoi a Lermontov
Las reformas iniciadas en 1861 por el zar Alejandro II permitieron que la homosexualidad volviera a emerger en Rusia. Entre otras medidas, el monarca reemplazó el arcaico sistema legal por juicios con jurado, abiertos a la prensa y al público. Asimismo abolió el sistema de siervos y redujo la censura de libros y periódicos. Eso explica la aparición, en los años siguientes, de una serie de obras literarias que tratan de manera más directa el amor entre personas del mismo sexo. Como dato interesante, conviene señalar que varios de sus autores eran heterosexuales.

Alexei Konstantinovich Tolstoi (1817-1875) fue, además de escritor, un dramaturgo cuyas piezas teatrales se siguen representando en Rusia. Es autor de la voluminosa novela histórica Príncipe Serebriani (1862), que se inspira en las obras de Walter Scott y se ambienta durante el reinado de Iván el Terrible. En su momento fue ampliamente popular e incluso se tradujo a varios idiomas. Uno de sus personajes es un militar de carácter paradójico. Fue el iniciador de los asesinatos que tuvieron lugar durante las purgas políticas. Pero en su otra faceta, era un hombre afeminado que comentaba en público sobre los cosméticos usados por él para embellecerse el pelo.

En Confesiones de un esposo (1867), Konstantin Leontiev (1831-1891) narra la historia de un hombre casado que se enamora de un turco, a quien había tomado cautivo durante la guerra de Crimea. Ese mismo tema, el del bisexualismo, Leontiev lo trata en otra novela suya, La paloma egipcia (1881). A él pertenece además el cuento “Hamid y Manoli” (1869), primer texto ruso donde se denuncia la homofobia. Relata el amor entre dos hombres, uno de Turquía y otro de Creta, que termina de manera trágica a causa de los prejuicios de la familia de uno de ellos. Conservador y religioso, además de homosexual, Leontiev sirvió como diplomático en Turquía, y se basó en hechos reales que conoció allí para redactar ese relato.

En algunas obras de las máximas figuras de la literatura rusa del siglo XIX, también aparece tratado este tema. León Tolstoi (1828-1910) confesó en sus diarios y en su autobiografía que tuvo deseos homoeróticos en su adolescencia. Pero rehusó tener sexo con hombres porque su atracción hacia ellos era puramente física, mientras que su amor por las mujeres se basaba en otras cualidades de su personalidad. Asimismo en Los cosacos (1863) y Ana Karenina (1875-1877) hay descripciones y referencias al sexo entre hombres. En el capítulo XIX de la segunda parte de Ana Karenina, Alexei Vronski y sus amigos evitan a dos oficiales porque sospechan que son amantes. Al verlos llegar, Vronski frunce el ceño y finge no haber reparado en ellos. El mayor le habla y él le contesta secamente, con aspereza y sin ocultar un gesto de aversión. Tolstoi concluye la escena de este modo: “-¡Ahí van los inseparables! -Exclamó Iavchin, mirando con aire burlón a los oficiales que se alejaban”. Para la etapa cuando escribió Resurrección (1899), el pensamiento de Tolstoi había cambiado y veía la homosexualidad como un síntoma de la decadencia moral de la sociedad.

En Netochka Nezvanova (1849), una de sus primeras novelas, Dostoievski (1821-1881) describe, en la segunda parte, la apasionada relación que la protagonista tiene con una adolescente de su edad, hija de los príncipes que la habían recogido. En 1861, Dostoievski publicó el libro autobiográfico Apuntes de la casa de los muertos, donde relata, a través de un tal Petronik Gorjachikov, las experiencias vividas por él cuando lo enviaron a Siberia, tras haberle sido conmutada la pena de muerte. En esa obra hay veladas indicaciones de que el sexo entre hombres era practicado por algunos de los convictos que cumplían condena en Siberia.

Alexander Pushkin (1799-1837), considerado uno de los más grandes poetas rusos, no era homosexual. Sin embargo, aceptaba otras formas de sexualidad y fue lo que hoy denominaríamos un gay-friendly. Tuvo amistad con Filip Vigel, un noble ruso de origen sueco, quien dio a conocer unas famosas y extensas memorias en las cuales reveló su orientación, y donde además describió los círculos homosexuales de esa época. En 1835, dos años antes de su muerte en un duelo, Pushkin redactó un poema en el que imita la Antología griega. En ese sorprendente texto, asume la voz de un hombre que siente atracción por los adolescentes. Gracias a la inestimable colaboración de dos escritores amigos, esos versos pueden leerse por primera vez en nuestro idioma. José Manuel Prieto, quien además de excelente novelista ha vertido al español la poesía de Anna Ajmátova, tradujo el poema del ruso. Después, el poeta Manuel Santayana se encargó de hacer la versión final. Se titula “Imitación del árabe” y lo copio a continuación: “Amado adolescente, joven tierno,/ no te avergüences; siempre serás mío./ Un mismo ardor rebelde nos habita./ Vivimos juntos una misma vida./ La burla no me arredra:/ somos el doble fiel uno del otro./ Como una nuez doble los dos somos,/ bajo una misma cáscara”.

Un contemporáneo de Pushkin, como él un descollante escritor y muerto también en un duelo, Mijaíl Lermontov (1814-1841), es autor de un ciclo de textos que se conoce como los “Poemas del Húsar”. Dos de ellos, “Oda a la letrina” y “A Tiesenhausen”, pertenecen a la etapa cuando él estaba en la escuela de oficiales de la Guardia de San Petersburgo, y recrean travesuras y encuentros sexuales entre cadetes. El profesor norteamericano Simon Karlinsky, quien investigó la literatura rusa de temática homosexual, ha comentado sobre esos poemas que, aunque el asunto aparece tratado con evidente disgusto del autor, incluye detalles tan concretos que probablemente Lermontov debe haber sido testigo de los hechos que recrea.

Algunos investigadores dan la referencia de un libro publicado en Génova en 1879. Se titula Eros ruso, y recoge poemas explícitamente homoeróticos escritos en las décadas de 1830 y 1840, dentro de una exclusiva institución educacional de San Petersburgo. Se menciona “Las aventuras de un paje”, como su texto más extenso.

El explorador a quien le atraían los jovencitos
Karlinsky es además autor de un libro muy interesante, The Sexual Laberynth of Nikolai Gogol. El autor de Almas muertas fue un ejemplo típico de hombre religioso que luchó por reprimir su sexualidad. Lecturas como las de Karlinski han revelado que sus textos reflejan su miedo al matrimonio y a cualquier sexualidad relacionada con las mujeres. Por el contrario, su diario refleja el fuerte vínculo romántico que tenía con los hombres. Asimismo en una primera versión de su pieza teatral La boda, Gogol se refería al caso de un oficial que estaba tan enamorado de un subalterno, que dormía en la misma cama con él, algo que finalmente eliminó. Gogol terminó suicidándose a los 43 años, después de haber confesado su secreto a un intolerante sacerdote. Este le ordenó hacer abstinencia y rezar noche y día, si quería librarse del fuego y el azufre del infierno.

Una de las figuras más célebres de esta época, tanto dentro como fuera de Rusia, fue el explorador y escritor Nikolai Mijailovich Przhevalski (1839-1888). Había explorado regiones de Mongolia, Turkestán y el Tíbet que hasta entonces eran desconocidas. Fue además el descubridor de varios animales y plantas, entre ellos el equus przhevalski, única especie de caballo salvaje que ha sobrevivido hasta nuestra época. Sus relatos sobre los viajes que realizó al Asia fueron auténticos best sellers y alcanzaron el mismo éxito en las traducciones publicadas en Inglaterra y Estados Unidos. Antón Chéjov fue admirador suyo y en el obituario que redactó lo llamó “un héroe tan vital como el sol”. Por su parte, Vladimir Nabokov se basó en Przhevalski para crear el personaje del padre del protagonista de La dádiva, la mejor y más personal de sus novelas rusas, de acuerdo a los críticos.

Una biografía de Przhevalski, publicada por Donald Rayfield en 1976, vino a revelar lo que hasta entonces muchos se empecinaban en no ver. El explorador ruso, ejemplo prototípico de la masculinidad, como ponen de manifiesto las fotos, tuvo una especial atracción por los jovencitos. Eso era evidente en sus cartas y diarios, pero sus biógrafos insistían en darle otra interpretación. Cualificados geólogos de Viena y botánicos eminentes de Varsovia solicitaban en vano ser admitidos en sus expediciones. Los requisitos que se exigían eran otros y tenían que ver con la edad y el aspecto físico. En cada una de las expediciones de Przhevalski se incluía un compañero entre los 16 y los 22 años. Los jóvenes seleccionados debían demostrar una gran obediencia, compartir la tienda de campaña con él e incluso aceptar alguna que otra fraterna y ocasional tunda. A cambio, recibían regalos costosos, una carrera asegurada en el ejército y la posibilidad de alcanzar la fama por méritos propios.

Ese fue el caso de Piotr Kozlov, el gran amor de Przhevalski, quien luego se convirtió en un notable explorador. En The Dream of Lhasa: The Life of Nikolay Przhevalsky, Rayfield comenta que en él Przhevalski “encontró el joven que no había podido hallar en toda su vida: despierto, sometido, leal y guapo”. Este, a su vez, “sintió una adoración por Przhevalski que habría de persistir a lo largo de su existencia”. Kozlov consiguió llevar adelante los planes de su mentor. Entre otros, una visita a la ciudad prohibida de Lhasa, algo con lo cual el explorador ruso soñó durante toda su vida.

La década de 1890 fue especialmente significativa respecto a la presencia pública de los homosexuales. Dentro de la nobleza, hubo varios hombres que asumieron de manera abierta su opción. El más notorio fue el Gran Duque Serguei Alexandrovich (1857-1905), hermano de Alejandro III y tío de Nicolás II. Personaje enigmático y controversial, tuvo una vida matrimonial infeliz, debido a la conflictiva atracción que sentía por los hombres. En su época, esto fue algo conocido en los círculos aristocráticos, y de acuerdo a algunos autores asistía al teatro y a la ópera acompañado de sus amantes. El Gran Duque murió asesinado en una atentado con una bomba realizado por terroristas.

Un homosexual muy llamativo fue el Príncipe Vladimir Meshchersky (1839-1914), quien llegó a ser consejero de Estado y chambelán imperial. Monárquico reaccionario, que se opuso a cualquier tipo de reforma, tuvo amistad íntima con el Gran Duque Serguei Alexandrovich y fue consejero de Alejandro III. A fines de la década de 1880, se vio envuelto en un escándalo con un joven de la guardia imperial. Alejandro III mandó que la acusación fuera anulada y ordenó silencio a los testigos. La familia de Meshchersky, por el contrario, fue menos tolerante e incluso su hermano le prohibió visitar la casa.

Asimismo en el mundo del arte y la literatura hay que mencionar a algunas figuras que también fueron homosexuales, aunque en algunos casos no se atrevieron a admitirlo públicamente. Entre ellos están el pintor Alexander Ivanov (1806-1858) y los escritores Iván Miatlev (1796-1844), Konstantin Batiushkov (1787-1855) y Alexei Apujtin (1841-1893). Este último fue amante de Piotr Tchaikovski (1840-1893) en sus años de estudiante, aunque este aspecto del popular compositor fue negado durante décadas por los musicólogos soviéticos. De hecho y debido a esa recalcitrante actitud, muchos de sus materiales aún no se han podido recuperar, pese a que se hallan en archivos de Rusia. De todos modos, los que han visto la luz prueban de modo irrefutable la homosexualidad de Tchaikovski, algo que en su época era un secreto a voces.

En las dos últimas décadas del siglo XIX también se destacaron como figuras prominentes algunas lesbianas. Entre ellas se halla Ana Yureinova (1844-1919), quien desarrolló una labor muy activa dentro del movimiento feminista. Fundó además El Heraldo del Norte, publicación que editó junto con su pareja, María Feodorova. También fue destacada Polyxena Soloviova (1867-1924), poeta simbolista y traductora al ruso de Alicia en el país de las maravillas. Según se cuenta, su amante, Natalia Maneseina, había dejado a su esposo para compartir la vida con ella.

Esta eclosión de homosexuales y lesbianas en el campo del arte y las letras, aparece descrita en una novela del hoy olvidado Alexander Amfiteatrov (1862-1938). Se titula Hombres de los 90 y apareció publicada en 1910. Sus personajes principales son una poderosa banquera lesbiana y un poeta “decadente”, quien se mostraba en público con maquillaje y joyas, para hacer evidente se orientación sexual.

Fuente
Rusia rosa
Aunque hoy el panorama es bien distinto, en otras épocas la sociedad rusa se distinguió por ser un ejemplo de tolerancia hacia la homosexualidad
Carlos Espinosa Domínguez
cubaencuentro, 2011-07-15

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