viernes, 27 de junio de 2014

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Orgullo gay, vergüenza 'bi'
La bisexualidad está mal considerada, pero existe una predisposición muy generalizada hacia ella
Xavier Bru de Sala | El Periódico, 2014-06-27

A Julio César le llamaban, con razón, el hombre de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres. Entre los más bellos sonetos de Shakespeare destaca la escena donde, con todo el dolor del corazón, aconseja a su joven amante que se case y sea padre de familia. Además, en uno de los últimos poemas jura que su enamorada, de piel muy oscura, es clara y resplandeciente. Plutarco reporta que el rey Demetrio, liberador y amo de Atenas hasta el punto de alojarse en el Partenón, no hacía honor a la virginidad de la diosa titular del templo sino que se acostaba tan a menudo con damas de cierta edad como con los hijos de ellas. A lo largo y ancho de las civilizaciones, la bisexualidad humana se encuentra presente, y no tan solo de manera individual sino a menudo institucionalizada, socialmente bien considerada. Sobre todo -pero no solamente- la masculina. ¿Un ejemplo? En la ciudad de Argel, en la época en que Cervantes estuvo prisionero, los ricos paseaban con muchachos travestidos, enjoyados y maquillados, a los que declaraban en público su amor mientras sus esposas, en el harén, se festejaban entre ellas.

En las sociedades occidentales, el orgullo gay se abre paso, y estos días tenemos una prueba en el Pride Barcelona, la fiesta LGBT (de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales), aunque los bisexuales pasen desapercibidos. Lejos de mi intención reivindicar nada si no es la más cuidadosa y extrema tolerancia en el sexo entre adultos. Solo constato que la bisexualidad está mal vista, empezando por el mundo gay masculino. Por citar un texto paradigmático, en su famosa obra Ángeles en América, auténtico manifiesto gay contra la hipocresía y a favor de un mundo de hombres homo, Tony Kushner prohíbe a los gais toda veleidad bisexual o feminoide. Los gais son los auténticos, los verdaderos hombres, proclama, no los que viven en sociedad con las mujeres y mezclados con ellas disuelven su masculinidad.

En una bellísima y profunda reivindicación de la libertad sexual, Proust, que no era del parecer de Kushner pero alcanzaba a ver tan lejos como un gigante con un telescopio, denuncia que la mayor parte de miembros de la que él bautiza como «la raza maldita» eran casados y con hijos que, asustados y a escondidas, buscaban contacto sexual con otros hombres. ¿Se trataba de homosexuales o bisexuales? Debería, debe haber aún, de todo y en diversos grados.

¿Cómo deberían hacerlo los bisexuales para salir del armario? Antes un o una joven confesará a sus padres ser gay o lesbiana que bisexual. Un amigo gay, ya de cierta edad, se ha pasado media vida acostándose con docenas de hombres que se declaran heterosexuales. Por no hablar de las memorias del inmenso Gore Vidal, que dice haber hecho lo mismo con más de media comunidad literaria norteamericana.

¿Cuántos y cuántas bisexuales practican a escondidas de su pareja, sea del otro o del mismo sexo? ¿Cuántos y cuántas se refugian en la fantasía? No lo sabemos. La bisexualidad está poco y a menudo mal estudiada porque está mal considerada, pero es casi forzoso sospechar, e incluso admitir, que existe cuando menos una predisposición muy generalizada en la especie humana. Quizá no tanto como en el caso de los simpáticos y promiscuos bonobos. O tal vez sí. Tal vez las barreras son culturales, religiosas, sociales. Tal vez no saltan debido a la fuerza de las convenciones y el temor a la diferencia que los gais tienen el mérito de haber desafiado. O en el fondo, en el caso de los aparejados, para mantener la estabilidad de la relación y evitar los celos, tan desagradables como cargados de peligros.

Que la homosexualidad parte de una base genética, sobre la que operan la cultura y la experiencia, está fuera de toda duda, como demuestran numerosos y muy rigurosos estudios. También se empieza a descubrir que la variabilidad sexual de nuestra especie supera la más extensa de las paletas de colores aunque no se manifieste. En el fondo y a pesar de las proclamas, somos un hatajo de reprimidos. Deberíamos preguntarnos si la bisexualidad es cultural o genética, o si se encuentra más o menos generalizada como tendencia. Ante la falta de respuestas admitidas por todo el mundo, podríamos aventurar una hipótesis sobre los porcentajes. Quizá los heterosexuales al 100% son tan escasos como los homosexuales puros y en medio hay una gama de grises que afecta a la mayoría. Y si añadimos la proporción, asimismo variable, de feminidad de los hombres y de masculinidad de las mujeres, empezaremos a entrever eso que llamamos complejidad y que atribuimos al mundo y a los demás, nunca a nosotros.

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