Imagen: El País / Liniker |
Las letras combativas de la banda brasileña de Liniker y Os Caramelows son un fenómeno musical y social.
María Martín | El País, 2019-07-02
https://elpais.com/cultura/2019/06/10/actualidad/1560185450_964589.html
En el Brasil de Bolsonaro no hay lugares nobles reservados a mujeres negras, transexuales y pobres. Lideran los ranking de víctimas de violencia antes que los de éxitos, pero Liniker de Barros Ferreira (São Paulo, 23 años) ha roto el molde, con la ayuda de su madre y de Internet. Sus videoclips acumulan más de 40 millones de visualizaciones en YouTube, llena conciertos en media Europa y la aplauden como uno de los rostros de la vanguardia de la música brasileña. “La música negra brasileña”, puntualiza siempre. Ella, criada en un país en el que se asesina a un joven negro cada 23 minutos, quiere dejar de dar las gracias por estar viva.
Liniker y su banda Os Caramelows nacieron en un garaje en 2015, con un puñado de cartas de amor nunca enviadas y 34 euros para pagar billetes de autobús y comprar bocadillos. Sus tres primeros videoclips se grabaron en el salón de la madre del guitarrista, se viralizaron y en cinco días eran un fenómeno. “Hoy los más jóvenes no escuchan música, ven música, y eso es algo importante para entender nuestro éxito”, ilustra Liniker antes de su concierto en junio en las Naves Matadero, en Madrid. Su estética andrógina, con carmín en los labios, perilla, grandes pendientes y vestidos de lentejuelas quiebra el muro de los prejuicios de Brasil, el país donde mueren más transexuales asesinadas de todo el mundo. Sus letras y su música, una combinación de soul con ritmos tropicalistas, son en sí mismas una reivindicación política.
Con apenas tres canciones, sin disco ni discográfica y sin saber muy bien qué hacer, la banda salió de gira a los dos meses de lanzarse en Internet. La Red ya había catapultado a otros fenómenos como Rico Dalasam, negro y gay, que conquistó el mundo machista y homófobo del rap. Y ese mismo año, 2015, la artista drag Pabllo Vittar comenzaba en YouTube una ascensión que la convertiría en estrella y niña bonita de patrocinadores como Adidas o Avon. Algo estaba cambiando en Brasil.
“Vivimos en un país muy difícil. Empezamos a reconocernos y a querer salir porque no teníamos representatividad. Queríamos entrar en los espacios en los que hasta ese momento no teníamos acceso”, cuenta Liniker en su camerino. La llegada del ultraderechista Jair Bolsonaro a la presidencia del país ha supuesto una decepción para la banda, defensora de todas las causas que el mandatario desprecia. “Con Bolsonaro en el poder, tenemos miedo, estamos expuestos”, lamenta.
Hace cuatro años, Liniker no tenía un centavo en el bolsillo. Ni siquiera pasaporte. Estudiaba teatro y comenzaba a redescubrirse. Apareció por primera vez en su ciudad, en el interior de São Paulo, con ropa de mujer y comenzó la catarsis. Mientras parte de su familia la observaba con recelo, su madre, Ângela, profesora de baile y su mayor inspiración, la animaba. “Si mi madre, que me había criado, estaba tranquila, estaba todo bien. Al resto, que le den”, contó a El Paíz en 2015, cuando apenas salía del cascarón.
Hoy la banda tiene dos discos, se mantiene como un grupo independiente y va por la quinta gira internacional. Ha visto a fans con su cara tatuada en el brazo y se ha convertido en una referencia, un papel agotador también. “A veces, tengo la sensación de que me colocan de una forma masticada para que la gente entienda etiquetas como el no-binarismo. Pero este proceso que yo he vivido es algo complejo, que necesita tiempo”, asegura. “Hay una exigencia demasiado fuerte para que explique las cosas”.
Los viajes los conciertos, la batalla por hacerse un hueco lejos de lo mainstream han moldeado al grupo. “Creo que hemos conseguido crear nuestra firma. Es un sonido poco procesado, donde escuchas el ambiente, los detalles. Es también nuestra forma brasileña de expresarnos. Hemos creado un sonido tropical, vivo, muy conectado con lo que ocurre”, ilustra la cantante. “Ahora no consigo verme más creando rápido, en eso también he madurado”.
Liniker y su banda Os Caramelows nacieron en un garaje en 2015, con un puñado de cartas de amor nunca enviadas y 34 euros para pagar billetes de autobús y comprar bocadillos. Sus tres primeros videoclips se grabaron en el salón de la madre del guitarrista, se viralizaron y en cinco días eran un fenómeno. “Hoy los más jóvenes no escuchan música, ven música, y eso es algo importante para entender nuestro éxito”, ilustra Liniker antes de su concierto en junio en las Naves Matadero, en Madrid. Su estética andrógina, con carmín en los labios, perilla, grandes pendientes y vestidos de lentejuelas quiebra el muro de los prejuicios de Brasil, el país donde mueren más transexuales asesinadas de todo el mundo. Sus letras y su música, una combinación de soul con ritmos tropicalistas, son en sí mismas una reivindicación política.
Con apenas tres canciones, sin disco ni discográfica y sin saber muy bien qué hacer, la banda salió de gira a los dos meses de lanzarse en Internet. La Red ya había catapultado a otros fenómenos como Rico Dalasam, negro y gay, que conquistó el mundo machista y homófobo del rap. Y ese mismo año, 2015, la artista drag Pabllo Vittar comenzaba en YouTube una ascensión que la convertiría en estrella y niña bonita de patrocinadores como Adidas o Avon. Algo estaba cambiando en Brasil.
“Vivimos en un país muy difícil. Empezamos a reconocernos y a querer salir porque no teníamos representatividad. Queríamos entrar en los espacios en los que hasta ese momento no teníamos acceso”, cuenta Liniker en su camerino. La llegada del ultraderechista Jair Bolsonaro a la presidencia del país ha supuesto una decepción para la banda, defensora de todas las causas que el mandatario desprecia. “Con Bolsonaro en el poder, tenemos miedo, estamos expuestos”, lamenta.
Hace cuatro años, Liniker no tenía un centavo en el bolsillo. Ni siquiera pasaporte. Estudiaba teatro y comenzaba a redescubrirse. Apareció por primera vez en su ciudad, en el interior de São Paulo, con ropa de mujer y comenzó la catarsis. Mientras parte de su familia la observaba con recelo, su madre, Ângela, profesora de baile y su mayor inspiración, la animaba. “Si mi madre, que me había criado, estaba tranquila, estaba todo bien. Al resto, que le den”, contó a El Paíz en 2015, cuando apenas salía del cascarón.
Hoy la banda tiene dos discos, se mantiene como un grupo independiente y va por la quinta gira internacional. Ha visto a fans con su cara tatuada en el brazo y se ha convertido en una referencia, un papel agotador también. “A veces, tengo la sensación de que me colocan de una forma masticada para que la gente entienda etiquetas como el no-binarismo. Pero este proceso que yo he vivido es algo complejo, que necesita tiempo”, asegura. “Hay una exigencia demasiado fuerte para que explique las cosas”.
Los viajes los conciertos, la batalla por hacerse un hueco lejos de lo mainstream han moldeado al grupo. “Creo que hemos conseguido crear nuestra firma. Es un sonido poco procesado, donde escuchas el ambiente, los detalles. Es también nuestra forma brasileña de expresarnos. Hemos creado un sonido tropical, vivo, muy conectado con lo que ocurre”, ilustra la cantante. “Ahora no consigo verme más creando rápido, en eso también he madurado”.
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