Imagen: El Diario |
La mención de Manuela Carmena a contratar a madres para limpiar colegios denota buena voluntad, pero ha cabreado a muchas feministas. Si queremos ser protagonistas del cambio, debemos ser integradoras y pactar sobre unos mínimos, aparcando discusiones que restan energías.
María Castejón | +Pikara, El Diario, 2015-06-22
http://www.eldiario.es/pikara/Cooperativas-mujeres-nuevas-estrategias-feministas_6_401469855.html
A las feministas siempre nos han dicho que no era nuestro momento. Ha pasado desde los tiempos de la Revolución Francesa -que para algunas autoras marca el inicio de la lucha conjunta de las mujeres para superar la opresión y la desigualdad- en los que las mujeres lucharon y se implicaron como lo han hecho siempre en todas las luchas. Incluso hubo mujeres como la cortesana Théroigne de Mericourt, quien quiso crear un cuerpo de Amazonas y acabó apaleada, o la más conocida Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) frente a la vergonzosa Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) que dejaba fuera de los derechos de ciudadanía a las mujeres, que habían sido vetadas de los Clubes Revolucionarios y atacadas por revolucionarios que consideraban inadmisible que las mujeres estuvieran en el espacio público y en la arena política.
A las sufragistas norteamericanas e inglesas les pasó lo mismo. Las primeras vieron cómo se les reconocía el voto a ¡¡los hombres negros!!! (en una exclamación racista) antes que a ellas y las británicas, tras 2.588 peticiones presentadas en el Parlamento, asistieron en mayo de 1917 a la aprobación de la ley de sufragio femenino casi como contraprestación a los servicios prestados durante la I Guerra Mundial, que supuso la fractura de la Internacional Sufragista, todo un trabajo común de mujeres de diversas nacionalidades. Ya se sabe, en tiempos de guerra la mujer de mi enemigo es también mi enemiga.
Ocurrió otro tanto en la II República en la Guerra Civil y en la Transición. Lo prioritario no eran las reivindicaciones feministas, era hacer la Revolución, ganar la Guerra o fundar la democracia, lo que dio como resultado una democracia incompleta a la que las mujeres hemos ido arañando conquistas.
El balance es claro. La lucha por los derechos de las mujeres no es lineal y está llena de obstáculos y de una escasa o nula implicación de los hombres en todo este asunto. Las feministas de la Segunda Ola con su “lo personal es político” identificaron con claridad que el enemigo de las mujeres no sólo estaba fuera de la izquierda, sino también en estructuras progresistas, en nuestras casas, y en nuestras camas. Como vemos, ejemplos, práctica y genealogía no nos falta. Además no podemos obviar que la lucha de las mujeres no ha sido generosa con mujeres no pertenecientes a la clase media, ni blancas ni heterosexuales.
Nos encontramos en un momento histórico crucial y nuevo, en el que la victoria en las urnas de partidos de izquierda y el gobierno en ciudades y comunidades autónomas ha traído consigo una brutal y esperada cacería por parte de la derecha que, a tan sólo 24 horas de la toma de posesión de Manuela Carmena de la alcaldía de Madrid, forzó la renuncia a la concejalía de Cultura de Guillermo Zapata por unos tuits sobre los límites del humor negro y cruel escritos hace cuatro años. Tampoco podemos olvidar el acoso a Rita Maestre por la acción realizada en la capilla de Somosaguas de la Universidad Complutense en marzo de 2011 y que las críticas se están centrando en el asalto a un lugar cristiano y no en las reivindicaciones de género que motivaron aquella acción.
Desde los feminismos se han alzado voces irritadas por la repercusión del Zapatagate y por la escasa repercusión de los tuits de Pablo Soto, que sin duda se deben a que a la derecha lo del machismo no le parece relevante y a que Carmena no va a abrir esa caja de los truenos. No es una prioridad discursiva ni parece que programática.
Que en la izquierda hay mucho machismo y que las estructuras son patriarcales lo sabemos todas. Que el feminismo no es una prioridad en los programas de la izquierda no es una sorpresa para ninguna. Ahora bien, ¿qué vamos a hacer las feministas que no militamos en estructuras políticas? Surgen muchas dudas en un escenario nuevo en el que hay que crear nuevas estrategias, sinergias y asumir tanto la transversalidad como la interseccionalidad desde fuera de los partidos y desde dentro. Ya no estamos sólo ante el feminismo institucional o el feminismo de la igualdad, lo primero porque muchas representantes electas vienen desde otras luchas y lo segundo porque el ciberfeminismo puede tener la capacidad de colarse en decisiones y debates.
Podemos poner el ejemplo de Carmena, que la semana pasada mencionó la propuesta de formar cooperativas de madres para limpiar los colegios (luego en Twitter incluyó a padres en el enunciado). A nivel teórico y académico me pueden parecer unas declaraciones aberrantes, por sexistas e incluso misóginas y clasistas. Pero como madre que chupa mucho patio escolar, sé que hay muchas precarias para quienes las cooperativas de limpieza podrían ser una oportunidad de tener unos ingresos compatibles con la crianza y de moverse por un espacio conocido. Podría ser un punto de partida para emprender y crear otro tipo de trabajos y trascender lo privado, así que sin abrazar la propuesta con entusiasmo y con miles de alertas sonando y parpadeando en mi sentido académico, lo veo a priori como una oportunidad.
Las palabras de Carmena denotan buena voluntad, pero pueden llegar a entristecer y cabrear a las feministas. Hay que admitir que estamos desencantadas y más que cansadas. Que tener que apuntar a hombres y mujeres de la izquierda que dejen de lado el sexismo y la misoginia y asuman de manera radical (de raíz) y de forma contundente los feminismos es un sinsentido y es agotador. Pero no nos queda otra, y tenemos que asumir de una vez por todas que si las y los gobernantes no son feministas (no podemos olvidar que las personas que están en el poder no suelen ser o definirse feministas) siempre nos van a decepcionar. También tenemos que ser claras y admitir que, si no nos metemos en política porque no nos convence, no nos gusta o simplemente no nos apetece, no podemos esperar que hagan lo que nosotras haríamos.
Ahora bien, si de verdad queremos ser protagonistas de estos nuevos tiempos, si de verdad queremos dejar de ser el grupúsculo al que le dan las migajas, debemos de ser integradoras y pactar. Pactar es difícil cuando vemos que nunca es nuestro momento, pero los cabreos en las redes y los muchas veces estériles debates de quién es más feminista disgustan y restan energías, pero debemos llegar a unos mínimos básicos y reconocidos por todas. Y claro, no sólo se trata de hacer autocrítica y de trabajar en nuevos escenarios y direcciones, ya que de forma paralela los y las gobernantes deberán asumir sin ambages que el feminismo debe de ser uno de los ejes principales sobre los que debe vertebrarse este nuevo escenario que tanto demanda la ciudadanía. Es ahora y no puede ser de otra manera.
Y esperemos a lo de las cooperativas de madres. De momento no han sido una práctica usual, pero me da la impresión tienen un potencial y carácter subversivo innegable. Puede ser un punto de partida para algo positivo. Nuevas propuestas para nuevos tiempos.
A las sufragistas norteamericanas e inglesas les pasó lo mismo. Las primeras vieron cómo se les reconocía el voto a ¡¡los hombres negros!!! (en una exclamación racista) antes que a ellas y las británicas, tras 2.588 peticiones presentadas en el Parlamento, asistieron en mayo de 1917 a la aprobación de la ley de sufragio femenino casi como contraprestación a los servicios prestados durante la I Guerra Mundial, que supuso la fractura de la Internacional Sufragista, todo un trabajo común de mujeres de diversas nacionalidades. Ya se sabe, en tiempos de guerra la mujer de mi enemigo es también mi enemiga.
Ocurrió otro tanto en la II República en la Guerra Civil y en la Transición. Lo prioritario no eran las reivindicaciones feministas, era hacer la Revolución, ganar la Guerra o fundar la democracia, lo que dio como resultado una democracia incompleta a la que las mujeres hemos ido arañando conquistas.
El balance es claro. La lucha por los derechos de las mujeres no es lineal y está llena de obstáculos y de una escasa o nula implicación de los hombres en todo este asunto. Las feministas de la Segunda Ola con su “lo personal es político” identificaron con claridad que el enemigo de las mujeres no sólo estaba fuera de la izquierda, sino también en estructuras progresistas, en nuestras casas, y en nuestras camas. Como vemos, ejemplos, práctica y genealogía no nos falta. Además no podemos obviar que la lucha de las mujeres no ha sido generosa con mujeres no pertenecientes a la clase media, ni blancas ni heterosexuales.
Nos encontramos en un momento histórico crucial y nuevo, en el que la victoria en las urnas de partidos de izquierda y el gobierno en ciudades y comunidades autónomas ha traído consigo una brutal y esperada cacería por parte de la derecha que, a tan sólo 24 horas de la toma de posesión de Manuela Carmena de la alcaldía de Madrid, forzó la renuncia a la concejalía de Cultura de Guillermo Zapata por unos tuits sobre los límites del humor negro y cruel escritos hace cuatro años. Tampoco podemos olvidar el acoso a Rita Maestre por la acción realizada en la capilla de Somosaguas de la Universidad Complutense en marzo de 2011 y que las críticas se están centrando en el asalto a un lugar cristiano y no en las reivindicaciones de género que motivaron aquella acción.
Desde los feminismos se han alzado voces irritadas por la repercusión del Zapatagate y por la escasa repercusión de los tuits de Pablo Soto, que sin duda se deben a que a la derecha lo del machismo no le parece relevante y a que Carmena no va a abrir esa caja de los truenos. No es una prioridad discursiva ni parece que programática.
Que en la izquierda hay mucho machismo y que las estructuras son patriarcales lo sabemos todas. Que el feminismo no es una prioridad en los programas de la izquierda no es una sorpresa para ninguna. Ahora bien, ¿qué vamos a hacer las feministas que no militamos en estructuras políticas? Surgen muchas dudas en un escenario nuevo en el que hay que crear nuevas estrategias, sinergias y asumir tanto la transversalidad como la interseccionalidad desde fuera de los partidos y desde dentro. Ya no estamos sólo ante el feminismo institucional o el feminismo de la igualdad, lo primero porque muchas representantes electas vienen desde otras luchas y lo segundo porque el ciberfeminismo puede tener la capacidad de colarse en decisiones y debates.
Podemos poner el ejemplo de Carmena, que la semana pasada mencionó la propuesta de formar cooperativas de madres para limpiar los colegios (luego en Twitter incluyó a padres en el enunciado). A nivel teórico y académico me pueden parecer unas declaraciones aberrantes, por sexistas e incluso misóginas y clasistas. Pero como madre que chupa mucho patio escolar, sé que hay muchas precarias para quienes las cooperativas de limpieza podrían ser una oportunidad de tener unos ingresos compatibles con la crianza y de moverse por un espacio conocido. Podría ser un punto de partida para emprender y crear otro tipo de trabajos y trascender lo privado, así que sin abrazar la propuesta con entusiasmo y con miles de alertas sonando y parpadeando en mi sentido académico, lo veo a priori como una oportunidad.
Las palabras de Carmena denotan buena voluntad, pero pueden llegar a entristecer y cabrear a las feministas. Hay que admitir que estamos desencantadas y más que cansadas. Que tener que apuntar a hombres y mujeres de la izquierda que dejen de lado el sexismo y la misoginia y asuman de manera radical (de raíz) y de forma contundente los feminismos es un sinsentido y es agotador. Pero no nos queda otra, y tenemos que asumir de una vez por todas que si las y los gobernantes no son feministas (no podemos olvidar que las personas que están en el poder no suelen ser o definirse feministas) siempre nos van a decepcionar. También tenemos que ser claras y admitir que, si no nos metemos en política porque no nos convence, no nos gusta o simplemente no nos apetece, no podemos esperar que hagan lo que nosotras haríamos.
Ahora bien, si de verdad queremos ser protagonistas de estos nuevos tiempos, si de verdad queremos dejar de ser el grupúsculo al que le dan las migajas, debemos de ser integradoras y pactar. Pactar es difícil cuando vemos que nunca es nuestro momento, pero los cabreos en las redes y los muchas veces estériles debates de quién es más feminista disgustan y restan energías, pero debemos llegar a unos mínimos básicos y reconocidos por todas. Y claro, no sólo se trata de hacer autocrítica y de trabajar en nuevos escenarios y direcciones, ya que de forma paralela los y las gobernantes deberán asumir sin ambages que el feminismo debe de ser uno de los ejes principales sobre los que debe vertebrarse este nuevo escenario que tanto demanda la ciudadanía. Es ahora y no puede ser de otra manera.
Y esperemos a lo de las cooperativas de madres. De momento no han sido una práctica usual, pero me da la impresión tienen un potencial y carácter subversivo innegable. Puede ser un punto de partida para algo positivo. Nuevas propuestas para nuevos tiempos.
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