Imagen: Wikipedia / Arakis y Amelia Valcárcel en las Jornadas 'feministas' de Gijón |
Lo que de verdad les importa no es el feminismo, sino cómo diferenciarse del feminismo popular que se visualizó el 8M de 2018 para poder seguir defendiendo su parcela de diferencia.
Raúl Solís | La Voz del Sur, 2019-07-07
https://www.lavozdelsur.es/machirulas-del-feminismo/
Estos días se ha celebrado en Gijón un encuentro feminista que ha terminado creando una gran polémica por el alto contenido de odio vertido hacia las mujeres trans. Detrás de la Escuela Feminista Rosario Acuña y de la transfobia en nombre del feminismo, corriente que cada vez tiene más visibilidad, están las feministas institucionalizadas vinculadas al PSOE.
La fundadora de esta escuela, la filósofa feminista Amelia Valcárcel, que en su día fue consejera de Cultura del Gobierno de Asturias y ahora es miembro del Consejo de Estado; Alicia Miyares es también una destacada militante feminista dentro de las filas del PSOE; la exdiputada en el Congreso y exconcejala en el Ayuntamiento de Madrid Ángeles Álvarez fue quien bloqueó la Ley de Igualdad LGTBI en la pasada legislatura porque se opone frontalmente a que la identidad de género ocupe espacio en la legislación. Ni más ni menos que como Vox.
Este feminismo transfóbico mezcla, en su delirio, el hecho trans con la defensa de los vientres de alquiler y la prostitución y, en un salto mortal, consideran que las mujeres trans van en contra de la abolición del género que ellas dicen defender. Si eres trans, automáticamente defiendes la regulación de la prostitución y los vientres de alquiler. Así lo ha decretado el dogma y sectarismo de esta corriente.
El problema de estas feministas es que, aunque apelan a la filosofía clásica del feminismo para justificar su ideología excluyente, no tienen ni idea más allá de los dogmas aprendidos, no conocen a una sola mujer trans y no les interesa en absoluto sentarse delante de alguna, conocerla y darse cuenta de que viven de prejuicios irracionales y de que se alimentan de noticias falsas como que un hombre en México se hizo mujer para integrar las listas electorales de un partido y romper la paridad. Este es el nivel, aunque no os lo creáis.
Las feministas transfóbicas critican que las personas trans conviertan el género en una categoría identitaria en lugar de analítica, pero ellas, en el fondo están planteando un conflicto identitario. Las TERF (feministas trans-excluyentes) son feministas institucionalizadas, que han vivido y viven del género y que encuentran en el feminismo lo que les da soporte vital como activistas, intelectuales, políticas o en la academia, pero tienen las santas narices de censurar a las personas trans porque son identitarias.
A las TERF, lo que de verdad les importa no es el feminismo, sino cómo diferenciarse del feminismo popular que se visualizó el 8M de 2018 para poder seguir defendiendo su parcela de diferencia (identidad) dentro de un universo donde ellas ya no son las únicas, como sí lo eran hace unos años.
Podríamos decir que estas TERF se dedican ahora a odiar a las mujeres trans porque piensan que es lo que les puede seguir haciendo diferentes, lo que las diferenciará de esas “niñatas jóvenes que no se han leído a Simone de Beauvoir y van de feministas”. Lo pongo entrecomillado porque es así como piensan de las jóvenes que se han sumado al feminismo en los últimos años.
Más o menos, vienen a pensar que antes eran pocas pero al menos estaban unidas. Sería deseable que el PSOE, partido con un fuerte compromiso por la igualdad, tome cartas en el asunto y no permita que en su interior se esté gestando una ideología de odio que enfrente al movimiento feminista con el LGTB.
Sería también maravilloso que reconocidas feministas fueran tajantes y se posicionaran nítidamente en contra de este feminismo odioso que a quien hará realmente daño será al movimiento feminista. En realidad, lo ideal sería que estas feministas transfóbicas dejaran de encontrar espacios y dinero público, como el que les ha cedido el Ayuntamiento de Gijón, para afirmar que “las activistas trans son tíos”, reírse de una operación de cambio de sexo o difundir ‘fake news’ que den algo de sostén a su odio irracional contra las personas trans.
La fundadora de esta escuela, la filósofa feminista Amelia Valcárcel, que en su día fue consejera de Cultura del Gobierno de Asturias y ahora es miembro del Consejo de Estado; Alicia Miyares es también una destacada militante feminista dentro de las filas del PSOE; la exdiputada en el Congreso y exconcejala en el Ayuntamiento de Madrid Ángeles Álvarez fue quien bloqueó la Ley de Igualdad LGTBI en la pasada legislatura porque se opone frontalmente a que la identidad de género ocupe espacio en la legislación. Ni más ni menos que como Vox.
Este feminismo transfóbico mezcla, en su delirio, el hecho trans con la defensa de los vientres de alquiler y la prostitución y, en un salto mortal, consideran que las mujeres trans van en contra de la abolición del género que ellas dicen defender. Si eres trans, automáticamente defiendes la regulación de la prostitución y los vientres de alquiler. Así lo ha decretado el dogma y sectarismo de esta corriente.
El problema de estas feministas es que, aunque apelan a la filosofía clásica del feminismo para justificar su ideología excluyente, no tienen ni idea más allá de los dogmas aprendidos, no conocen a una sola mujer trans y no les interesa en absoluto sentarse delante de alguna, conocerla y darse cuenta de que viven de prejuicios irracionales y de que se alimentan de noticias falsas como que un hombre en México se hizo mujer para integrar las listas electorales de un partido y romper la paridad. Este es el nivel, aunque no os lo creáis.
Las feministas transfóbicas critican que las personas trans conviertan el género en una categoría identitaria en lugar de analítica, pero ellas, en el fondo están planteando un conflicto identitario. Las TERF (feministas trans-excluyentes) son feministas institucionalizadas, que han vivido y viven del género y que encuentran en el feminismo lo que les da soporte vital como activistas, intelectuales, políticas o en la academia, pero tienen las santas narices de censurar a las personas trans porque son identitarias.
A las TERF, lo que de verdad les importa no es el feminismo, sino cómo diferenciarse del feminismo popular que se visualizó el 8M de 2018 para poder seguir defendiendo su parcela de diferencia (identidad) dentro de un universo donde ellas ya no son las únicas, como sí lo eran hace unos años.
Podríamos decir que estas TERF se dedican ahora a odiar a las mujeres trans porque piensan que es lo que les puede seguir haciendo diferentes, lo que las diferenciará de esas “niñatas jóvenes que no se han leído a Simone de Beauvoir y van de feministas”. Lo pongo entrecomillado porque es así como piensan de las jóvenes que se han sumado al feminismo en los últimos años.
Más o menos, vienen a pensar que antes eran pocas pero al menos estaban unidas. Sería deseable que el PSOE, partido con un fuerte compromiso por la igualdad, tome cartas en el asunto y no permita que en su interior se esté gestando una ideología de odio que enfrente al movimiento feminista con el LGTB.
Sería también maravilloso que reconocidas feministas fueran tajantes y se posicionaran nítidamente en contra de este feminismo odioso que a quien hará realmente daño será al movimiento feminista. En realidad, lo ideal sería que estas feministas transfóbicas dejaran de encontrar espacios y dinero público, como el que les ha cedido el Ayuntamiento de Gijón, para afirmar que “las activistas trans son tíos”, reírse de una operación de cambio de sexo o difundir ‘fake news’ que den algo de sostén a su odio irracional contra las personas trans.
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