Imagen: El Comercio / MADO 2019 |
Las políticas públicas de igualdad necesitan definir a quiénes protegen.
Alba González Sanz | ctxt, 2019-07-06
https://ctxt.es/es/20190703/Firmas/27162/Alba-Gonzalez-Sanz-LGTBI-feminismo-politica-igualdad-tribuna.htm
El pasado 3 de julio estuve presente en la conferencia inaugural de Amelia Valcárcel en la Escuela Feminista Rosario de Acuña que, desde 2002, se celebra cada verano en Xixón. Es un evento de referencia y a nadie se le oculta que está vinculado a las posiciones institucionales del PSOE en materia de políticas públicas de igualdad. En cada ocasión se toma un debate candente en la esfera pública y –justo es reconocerlo– se encara de frente. El título de las jornadas de este año, ‘Política feminista, libertades e identidades’, no esconde del todo el tema fundamental que se ha tratado: ¿es la teoría 'queer' una teoría feminista?, ¿la agenda ‘queer’ colisiona con la agenda política de las mujeres?, ¿las derivadas prácticas de la teorización ‘queer’ son un caballo de Troya de la lucha de las mujeres? En último término: ¿quién es el sujeto político del feminismo y cuál debe ser su agenda? En realidad: ¿qué hacemos con la categoría “género” y por qué hemos dejado de hablar de “sexo”?
Rosario de Acuña fue una librepensadora –no una anarquista, como se escuchó allí, además de otros datos erróneos sobre su persona o sus opiniones– lo que significa que el debate, el intercambio de ideas, el uso de la razón para discernir los asuntos, no le habrían provocado el menor de los miedos. La considero un referente genealógico fundamental de mi pensamiento, aunque contextualizado en su lejano siglo XIX y en el breve tiempo del XX que pudo vivir. Puedo emplear las mismas palabras hacia la directora de la Escuela que lleva su nombre, Amelia Valcárcel, a la que considero referente en mi formación intelectual y una filósofa imprescindible para pensar el poder. En su conferencia inaugural planteó las bases de la conceptualización “mujer” en la historia reciente, desde el inicio de esa modernidad de revoluciones ilustradas hasta hoy.
Las redes se han llenado de denuncias hacia lo dicho en las diferentes sesiones de la Escuela. Creo que con razón. Para empezar, porque el punto de vista desde el que se ha tratado de responder a esas preguntas es único. Para seguir, porque lo que puede ser un debate legítimo y que creo no debemos hurtar, aunque sea incómodo, acaba convertido en una parodia de las ideas... y de las personas. En esa frontera se cruza del intercambio de posiciones teóricas –que no ha habido– hacia la mofa de quienes por otro lado padecen las condiciones de opresión patriarcal de una forma salvaje, las mujeres trans. No quiero entrar en la teorización, sospecho que requiere un poso y unas condiciones de diálogo que no se han dado: efectivamente cómo tomamos “género” y qué conceptualizamos como “sexo” es algo que puede y debe discutirse llegando hasta las últimas implicaciones prácticas del debate.
Mientras las redes ardían en la denuncia de transfobia y del uso de dinero público para financiar posiciones que resultan, cuando menos, de dudoso principio democrático, yo pensaba en el fondo del asunto y en lo que de verdad nos jugamos: hay un choque en la concepción de las políticas públicas de igualdad de los últimos años, desde la irrupción de Podemos en la esfera política. No es casualidad que las leyes de igualdad de trato hacia el colectivo LGTBI, o de forma específica hacia las personas trans, duerman en cajones de parlamentos autonómicos o del Congreso a pesar de que se haya hecho un duro trabajo para sacarlas adelante en lo textual. Tampoco lo es, por cierto, aunque no se está conectando, la imposibilidad de que el Dictamen del Pacto de Estado en materia de violencia de género ampliara a conciencia la definición de violencia machista a la comprensión del total de las formas de violencia que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo, sacando la protección legal del reducido espacio de las relaciones de pareja en el que la dejó el PSOE.
Las políticas públicas de igualdad necesitan definir un sujeto de protección. Las mujeres lo hemos sido históricamente aunque, desde la modificación legal que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, la agenda LGTBI ha tomado también un papel relevante. El PSOE quiere mantener el marco de las políticas de igualdad en la relación mujer-hombre y me parece legítimo. Más dudoso me parece que la alcaldesa de Xixón, Ana González, use ese binomio los días de Escuela feminista y hable de diversidad cuando recibe a colectivos LGTBI. Ella deberá aclarar sus posiciones. En el fondo del asunto late la idea de que el feminismo pueda ser una lucha por y para las mujeres o, además, una cultura política emancipatoria para el conjunto social que, en ese sentido, mire los cuerpos, sus vulnerabilidades, sus restricciones de libertad –pero libertad de verdad, no como la entiende C’s– y legisle para garantizar vidas dignas de ser vividas, vidas libres de todas las violencias.
Creo que las mujeres no perdemos por el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBI. Precisamente desde fuertes anclajes feministas sabemos y defendemos que nacer con coño, nacer con vagina, es un factor de opresión estructural en absolutamente todas las partes del mundo, con las convenientes salvedades de clase –y ni así, en realidad–. Creo que las compañeras trans ponen el cuerpo por nosotras como nosotras lo ponemos por ellas en la lucha política por ese horizonte de vidas vivibles desde una óptica anticapitalista. Creo que ellas mismas, como sucede con la mayor parte del colectivo de hombres gais en relación con la explotación reproductiva de las mujeres, saben dónde están las trampas del discurso liberal con la precisión de quienes lo sufren a cuchillo. No son un peligro, no son troyanas. En todo caso, son las que nos recuerdan qué queremos ser, en qué punto de la historia de la larga lucha feminista queremos situarnos. Mi aspiración es que ese obrero al que se conceptualiza desde cierta izquierda como siempre varón, siempre blanco y siempre con mono llegue a identificar la agenda feminista como la suya: porque defendemos la igualdad en el trabajo, porque apostamos por el anticapitalismo –algunas, claro–, porque atacamos y analizamos de forma compleja todas las formas de opresión, porque queremos poner la vida en el centro y eso revolucionará el mundo.
Somos muchas quienes pensamos así y, lo que es más importante, tratamos de ampliar la agenda política de lo posible al conjunto de los cuerpos sin por ello hurtar las complejidades del debate –que, insisto, las tiene, y deben abordarse sin que el mero planteamiento de la duda le lance a una la acusación de tránsfoba. Como le dice el doctor Freud al doctor Fleischman en un capítulo de ‘Doctor en Alaska’ cuando Joel le pregunta cómo lleva el desmantelamiento del psicoanálisis que estaba llevando a cabo la teoría feminista (sí, en esa serie hablaban de esas cosas): “Es solo una teoría”. Las teorías lo son y ahí su grandeza: discutamos, debatamos. Pero, a la vez, no son solo una teoría. Son políticas públicas, son cuerpos en la intemperie. Eso lo sabemos las mujeres y lo sabemos las feministas que recordamos lo que las leyes sobre adulterio, la imposibilidad del divorcio, la concesión a los celos o la no conceptualización de la violencia machista ha supuesto en nuestras carnes. Desde ese saber encarnado vamos a defender los derechos de las personas trans, del colectivo LGTBI, de las mujeres en su conjunto y en sus muchas y ricas particularidades, con la vista puesta en ese horizonte democrático de un mundo justo. Porque al fondo del debate colea una disputa por la dirección política del feminismo en España y un temblor de hegemonías hasta ahora no contestadas, que muchas reconocemos como parte genealógica de nuestra formación pero que, llegadas a este punto, nos vemos en la obligación de cuestionar.
Alba González Sanz es investigadora y escritora. Concejala de Podemos Equo Xixón en el Ayuntamiento de la ciudad.
Rosario de Acuña fue una librepensadora –no una anarquista, como se escuchó allí, además de otros datos erróneos sobre su persona o sus opiniones– lo que significa que el debate, el intercambio de ideas, el uso de la razón para discernir los asuntos, no le habrían provocado el menor de los miedos. La considero un referente genealógico fundamental de mi pensamiento, aunque contextualizado en su lejano siglo XIX y en el breve tiempo del XX que pudo vivir. Puedo emplear las mismas palabras hacia la directora de la Escuela que lleva su nombre, Amelia Valcárcel, a la que considero referente en mi formación intelectual y una filósofa imprescindible para pensar el poder. En su conferencia inaugural planteó las bases de la conceptualización “mujer” en la historia reciente, desde el inicio de esa modernidad de revoluciones ilustradas hasta hoy.
Las redes se han llenado de denuncias hacia lo dicho en las diferentes sesiones de la Escuela. Creo que con razón. Para empezar, porque el punto de vista desde el que se ha tratado de responder a esas preguntas es único. Para seguir, porque lo que puede ser un debate legítimo y que creo no debemos hurtar, aunque sea incómodo, acaba convertido en una parodia de las ideas... y de las personas. En esa frontera se cruza del intercambio de posiciones teóricas –que no ha habido– hacia la mofa de quienes por otro lado padecen las condiciones de opresión patriarcal de una forma salvaje, las mujeres trans. No quiero entrar en la teorización, sospecho que requiere un poso y unas condiciones de diálogo que no se han dado: efectivamente cómo tomamos “género” y qué conceptualizamos como “sexo” es algo que puede y debe discutirse llegando hasta las últimas implicaciones prácticas del debate.
Mientras las redes ardían en la denuncia de transfobia y del uso de dinero público para financiar posiciones que resultan, cuando menos, de dudoso principio democrático, yo pensaba en el fondo del asunto y en lo que de verdad nos jugamos: hay un choque en la concepción de las políticas públicas de igualdad de los últimos años, desde la irrupción de Podemos en la esfera política. No es casualidad que las leyes de igualdad de trato hacia el colectivo LGTBI, o de forma específica hacia las personas trans, duerman en cajones de parlamentos autonómicos o del Congreso a pesar de que se haya hecho un duro trabajo para sacarlas adelante en lo textual. Tampoco lo es, por cierto, aunque no se está conectando, la imposibilidad de que el Dictamen del Pacto de Estado en materia de violencia de género ampliara a conciencia la definición de violencia machista a la comprensión del total de las formas de violencia que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo, sacando la protección legal del reducido espacio de las relaciones de pareja en el que la dejó el PSOE.
Las políticas públicas de igualdad necesitan definir un sujeto de protección. Las mujeres lo hemos sido históricamente aunque, desde la modificación legal que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, la agenda LGTBI ha tomado también un papel relevante. El PSOE quiere mantener el marco de las políticas de igualdad en la relación mujer-hombre y me parece legítimo. Más dudoso me parece que la alcaldesa de Xixón, Ana González, use ese binomio los días de Escuela feminista y hable de diversidad cuando recibe a colectivos LGTBI. Ella deberá aclarar sus posiciones. En el fondo del asunto late la idea de que el feminismo pueda ser una lucha por y para las mujeres o, además, una cultura política emancipatoria para el conjunto social que, en ese sentido, mire los cuerpos, sus vulnerabilidades, sus restricciones de libertad –pero libertad de verdad, no como la entiende C’s– y legisle para garantizar vidas dignas de ser vividas, vidas libres de todas las violencias.
Creo que las mujeres no perdemos por el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBI. Precisamente desde fuertes anclajes feministas sabemos y defendemos que nacer con coño, nacer con vagina, es un factor de opresión estructural en absolutamente todas las partes del mundo, con las convenientes salvedades de clase –y ni así, en realidad–. Creo que las compañeras trans ponen el cuerpo por nosotras como nosotras lo ponemos por ellas en la lucha política por ese horizonte de vidas vivibles desde una óptica anticapitalista. Creo que ellas mismas, como sucede con la mayor parte del colectivo de hombres gais en relación con la explotación reproductiva de las mujeres, saben dónde están las trampas del discurso liberal con la precisión de quienes lo sufren a cuchillo. No son un peligro, no son troyanas. En todo caso, son las que nos recuerdan qué queremos ser, en qué punto de la historia de la larga lucha feminista queremos situarnos. Mi aspiración es que ese obrero al que se conceptualiza desde cierta izquierda como siempre varón, siempre blanco y siempre con mono llegue a identificar la agenda feminista como la suya: porque defendemos la igualdad en el trabajo, porque apostamos por el anticapitalismo –algunas, claro–, porque atacamos y analizamos de forma compleja todas las formas de opresión, porque queremos poner la vida en el centro y eso revolucionará el mundo.
Somos muchas quienes pensamos así y, lo que es más importante, tratamos de ampliar la agenda política de lo posible al conjunto de los cuerpos sin por ello hurtar las complejidades del debate –que, insisto, las tiene, y deben abordarse sin que el mero planteamiento de la duda le lance a una la acusación de tránsfoba. Como le dice el doctor Freud al doctor Fleischman en un capítulo de ‘Doctor en Alaska’ cuando Joel le pregunta cómo lleva el desmantelamiento del psicoanálisis que estaba llevando a cabo la teoría feminista (sí, en esa serie hablaban de esas cosas): “Es solo una teoría”. Las teorías lo son y ahí su grandeza: discutamos, debatamos. Pero, a la vez, no son solo una teoría. Son políticas públicas, son cuerpos en la intemperie. Eso lo sabemos las mujeres y lo sabemos las feministas que recordamos lo que las leyes sobre adulterio, la imposibilidad del divorcio, la concesión a los celos o la no conceptualización de la violencia machista ha supuesto en nuestras carnes. Desde ese saber encarnado vamos a defender los derechos de las personas trans, del colectivo LGTBI, de las mujeres en su conjunto y en sus muchas y ricas particularidades, con la vista puesta en ese horizonte democrático de un mundo justo. Porque al fondo del debate colea una disputa por la dirección política del feminismo en España y un temblor de hegemonías hasta ahora no contestadas, que muchas reconocemos como parte genealógica de nuestra formación pero que, llegadas a este punto, nos vemos en la obligación de cuestionar.
Alba González Sanz es investigadora y escritora. Concejala de Podemos Equo Xixón en el Ayuntamiento de la ciudad.
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