Imagen: El Mundo |
Lorena, 15 años en un infierno machista de celos, gritos y control. "Tardé años en reconocer el maltrato. Y mis hijos me piden que no lo denuncie". "El juez no te cree, te juzga a ti. Quiere pruebas y en ese estado no las buscas".
Rafael J. Álvarez | El Mundo, 2015-07-24
http://www.elmundo.es/espana/2015/07/24/55b1801322601d232a8b45a4.html
Lorena se acostumbró a que él rompiera a patadas las puertas cuando ella le llevaba la contraria, a no salir sola, a dejar de trabajar desde que nació el primer crío, a aguantar el espionaje de su intimidad. Incluso a que el tipo, furioso a centímetros de su cara, le apretara tanto el brazo con esas manos de cachas que aún tiene. Lorena aprendió a sobrevivir.
¿Y por qué nunca lo denunciaste? "Porque temo su venganza y porque la justicia jamás me creería".
Lorena es una de las cientos de miles de mujeres de la violencia machista oculta, la que dice que la mitad de las víctimas no denuncia porque no identifica el maltrato como agresión de género. O que una de cada cuatro siente miedo. O que una de cada 10 cree que nadie la cree.
Estamos en la elegancia de Oviedo, caminando las calles que asfaltan su pedigrí. Lorena y su ex marido se parecen a este sitio, son gente de los altos escalones. Por fuera nadie diría que su vida fue un incendio diario de celos, espionajes, gritos, amenazas y control puertas -rotas- adentro.
"Él es brillante, inteligente, empresarialmente potente y con personalidad arrolladora. Un engatusador que me obnubiló. Ahora sé que todo fue una estrategia para chuparme la sangre y convertirme en su posesión".
Lorena no olvida los golpes a los críos, ni que él destruyó las fotos de sus ex novios, ni las broncas si ella miraba a alguien, ni los registros del correo, el móvil o el bolso buscando gente que él no podía controlar. Lo peor es que ni siquiera existían.
Porque Lorena fue una antes de conocerle y otra después. Ella, la licenciada en Medicina con dos Máster en la biografía, era una mujer completa hasta que aquel seductor se cruzó en su vida. Hoy, dos hijos, 15 años, cuatro psicólogos, una separación y mil agresiones después, Lorena es una hembra en la rampa de salida del maltrato, una convaleciente que sortea el control que él sigue intentando sobre ella.
"Cuando me separé, la agresividad subió. 'Te voy a destrozar, te vas a quedar sin nada y sin los niños, estás desequilibrada...'Así a diario. Tengo una carpeta llena de mails. Usa a mis hijos para controlarme".
Hoy todo está claro, pero hace una década las preguntas culpables parecían inocentes. "Me decía que él prefería que yo no saliera con algunas personas, que si yo le quería lo haría por él. O me preguntaba: '¿Para qué te pintas si tú eres muy guapa?'. Y un día me dejé de pintar".
Empezaron las llamadas de control, 10, 12, 15... "Hasta que le diera una explicación que le valiera, no paraba. Y siempre, estuviera donde estuviera o fuera como fuera la conversación, tenía que decirle: 'Te amo".
La fue aislando de su círculo y encogiéndole la estima. "No podía ir con las madres del cole, ni jugar al pádel porque el profesor le parecía guapo. Sólo salíamos con su gente".
Lo anormal era fácil en casa de Lorena. "Me cogía el móvil y me lo miraba. Me preguntaba quién me llamaba, con quién hablaba... Yo trataba de evitar que la cosa creciera, que él se enfadara porque...".
Él, enfadado. Él, vigoréxico. Él, dueño. "Se acercaba mucho a mi cara, me presionaba el brazo y me gritaba... Sí, alguna vez me llamó puta. Y si yo le discutía algo, entraba en cólera y empezaba a golpear cosas. Le daba puñetazos a las paredes y patadas a las puertas. Rompía cristales, daba portazos... Y cuando se enfadaba conmigo también golpeaba el coche por dentro". Es la violencia contra las cosas destinada a asustar a las mujeres. Está descrita y se llama violencia ambiental. Pero nadie la mide. Y no existe en los juzgados.
"¿Machista? Absolutamente. Me controla a mí y a sus siguientes parejas. Una de las cosas que dice es que si tuviera una hija la ataría a la pata de la cama 40 años".
Hay un millón de instantes que no están en esta historia, las cosas que Lorena ya no recuerda o que no quiere pronunciar. Pero todas se agolpan en la pregunta de siempre.
¿Y por qué no lo denunciaste?
"En primer lugar, porque no reconocí el maltrato hasta muchos años después. Pensaba que se le iba la olla, que era agresivo de por sí, que yo lo podía llevar. Luego tuve miedo: '¿Y si me estoy equivocando y no es tan grave? ¿Y si todo va peor para los niños?'. Y miedo a que me hiciera daño, a que me pegara, a su venganza. Es un tío guerrero. Decía que 'cualquier fin es válido'".
Más razones: "La puñetera justicia. Es una mierda. Lo estoy comprobando con la custodia de los niños. Pero en violencia de género no te creen, te juzgan a ti. Tienes que tener pruebas y cuando estás en ese estado no las tienes, no se te ocurre acumularlas. Yo soy una deuda andante. Así que sin dinero, sin pruebas y hecha una mierda la gente me decía: 'Denuncia'. No, denuncia tú".
Y un último porqué que quizá sea el primero. "Mis hijos me dicen: 'Mamá, no denuncies a papá que lo van a meter en la cárcel'. Si les protegiera, le denunciaría. Pero creo que no. Así que he aprendido a manejar la situación. Y estoy dándoles armas a mis hijos para que lleven a su padre. En el fondo, yo no quiero saber nada de él. Sólo que me deje vivir en paz".
Evitación, vergüenza y culpa
Una de cada cuatro víctimas de violencia machista no denuncia a su agresor por miedo. Miedo a ellos y sus represalias, miedo al proceso judicial, miedo a no ser creídas, miedo a perder a sus hijos, miedo a no tener medios económicos, miedo a ser tratadas de modo prejuicioso por no haber cortado esa relación tóxica... Miedo.
En el sótano de la violencia de género no revelada, o sea, casi toda (el 71% de las víctimas jamás ha denunciado), hay un cargamento de razones que el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad ha medido cuantitativamente. Un informe presentado ayer por la secretaria de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, Susana Camarero, y la delegada del Gobierno para la Violencia de Género, Blanca Hernández, incide en las causas de "la inhibición a denunciar de las víctimas".
La no identificación del problema como una violencia machista aparece como un factor clave. Casi la mitad de las víctimas que no denuncia (45%) lo hace porque "no concede la suficiente importancia a la violencia de género sufrida". La expresión utilizada en el estudio podría dar a entender que se vuelca la responsabilidad en la propia víctima, pero los expertos en violencia de género saben que la cultura patriarcal construye un estado social que dificulta a la mujer el reconocimiento de una actitud violenta como tal.
El otro gran bloque de mujeres (27%) que no le cuentan a la Policía o la Justicia lo que está pasando tiene miedo. El miedo "a no ser creídas, sobre todo si las lesiones no son físicas" y a "perder a sus hijos", es algo que confiesa en el estudio del Ministerio el 8% de las entrevistadas.
Dos de cada 10 mujeres que no denuncian sienten "vergüenza". Es un pudor "a reconocer las cosas que han tolerado", como si ellas fueran las responsables de no salir de la violencia. Una de cada 10 mujeres que no denuncia lo hace porque se siente «culpable» de la violencia sufrida.
¿Y por qué nunca lo denunciaste? "Porque temo su venganza y porque la justicia jamás me creería".
Lorena es una de las cientos de miles de mujeres de la violencia machista oculta, la que dice que la mitad de las víctimas no denuncia porque no identifica el maltrato como agresión de género. O que una de cada cuatro siente miedo. O que una de cada 10 cree que nadie la cree.
Estamos en la elegancia de Oviedo, caminando las calles que asfaltan su pedigrí. Lorena y su ex marido se parecen a este sitio, son gente de los altos escalones. Por fuera nadie diría que su vida fue un incendio diario de celos, espionajes, gritos, amenazas y control puertas -rotas- adentro.
"Él es brillante, inteligente, empresarialmente potente y con personalidad arrolladora. Un engatusador que me obnubiló. Ahora sé que todo fue una estrategia para chuparme la sangre y convertirme en su posesión".
Lorena no olvida los golpes a los críos, ni que él destruyó las fotos de sus ex novios, ni las broncas si ella miraba a alguien, ni los registros del correo, el móvil o el bolso buscando gente que él no podía controlar. Lo peor es que ni siquiera existían.
Porque Lorena fue una antes de conocerle y otra después. Ella, la licenciada en Medicina con dos Máster en la biografía, era una mujer completa hasta que aquel seductor se cruzó en su vida. Hoy, dos hijos, 15 años, cuatro psicólogos, una separación y mil agresiones después, Lorena es una hembra en la rampa de salida del maltrato, una convaleciente que sortea el control que él sigue intentando sobre ella.
"Cuando me separé, la agresividad subió. 'Te voy a destrozar, te vas a quedar sin nada y sin los niños, estás desequilibrada...'Así a diario. Tengo una carpeta llena de mails. Usa a mis hijos para controlarme".
Hoy todo está claro, pero hace una década las preguntas culpables parecían inocentes. "Me decía que él prefería que yo no saliera con algunas personas, que si yo le quería lo haría por él. O me preguntaba: '¿Para qué te pintas si tú eres muy guapa?'. Y un día me dejé de pintar".
Empezaron las llamadas de control, 10, 12, 15... "Hasta que le diera una explicación que le valiera, no paraba. Y siempre, estuviera donde estuviera o fuera como fuera la conversación, tenía que decirle: 'Te amo".
La fue aislando de su círculo y encogiéndole la estima. "No podía ir con las madres del cole, ni jugar al pádel porque el profesor le parecía guapo. Sólo salíamos con su gente".
Lo anormal era fácil en casa de Lorena. "Me cogía el móvil y me lo miraba. Me preguntaba quién me llamaba, con quién hablaba... Yo trataba de evitar que la cosa creciera, que él se enfadara porque...".
Él, enfadado. Él, vigoréxico. Él, dueño. "Se acercaba mucho a mi cara, me presionaba el brazo y me gritaba... Sí, alguna vez me llamó puta. Y si yo le discutía algo, entraba en cólera y empezaba a golpear cosas. Le daba puñetazos a las paredes y patadas a las puertas. Rompía cristales, daba portazos... Y cuando se enfadaba conmigo también golpeaba el coche por dentro". Es la violencia contra las cosas destinada a asustar a las mujeres. Está descrita y se llama violencia ambiental. Pero nadie la mide. Y no existe en los juzgados.
"¿Machista? Absolutamente. Me controla a mí y a sus siguientes parejas. Una de las cosas que dice es que si tuviera una hija la ataría a la pata de la cama 40 años".
Hay un millón de instantes que no están en esta historia, las cosas que Lorena ya no recuerda o que no quiere pronunciar. Pero todas se agolpan en la pregunta de siempre.
¿Y por qué no lo denunciaste?
"En primer lugar, porque no reconocí el maltrato hasta muchos años después. Pensaba que se le iba la olla, que era agresivo de por sí, que yo lo podía llevar. Luego tuve miedo: '¿Y si me estoy equivocando y no es tan grave? ¿Y si todo va peor para los niños?'. Y miedo a que me hiciera daño, a que me pegara, a su venganza. Es un tío guerrero. Decía que 'cualquier fin es válido'".
Más razones: "La puñetera justicia. Es una mierda. Lo estoy comprobando con la custodia de los niños. Pero en violencia de género no te creen, te juzgan a ti. Tienes que tener pruebas y cuando estás en ese estado no las tienes, no se te ocurre acumularlas. Yo soy una deuda andante. Así que sin dinero, sin pruebas y hecha una mierda la gente me decía: 'Denuncia'. No, denuncia tú".
Y un último porqué que quizá sea el primero. "Mis hijos me dicen: 'Mamá, no denuncies a papá que lo van a meter en la cárcel'. Si les protegiera, le denunciaría. Pero creo que no. Así que he aprendido a manejar la situación. Y estoy dándoles armas a mis hijos para que lleven a su padre. En el fondo, yo no quiero saber nada de él. Sólo que me deje vivir en paz".
Evitación, vergüenza y culpa
Una de cada cuatro víctimas de violencia machista no denuncia a su agresor por miedo. Miedo a ellos y sus represalias, miedo al proceso judicial, miedo a no ser creídas, miedo a perder a sus hijos, miedo a no tener medios económicos, miedo a ser tratadas de modo prejuicioso por no haber cortado esa relación tóxica... Miedo.
En el sótano de la violencia de género no revelada, o sea, casi toda (el 71% de las víctimas jamás ha denunciado), hay un cargamento de razones que el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad ha medido cuantitativamente. Un informe presentado ayer por la secretaria de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, Susana Camarero, y la delegada del Gobierno para la Violencia de Género, Blanca Hernández, incide en las causas de "la inhibición a denunciar de las víctimas".
La no identificación del problema como una violencia machista aparece como un factor clave. Casi la mitad de las víctimas que no denuncia (45%) lo hace porque "no concede la suficiente importancia a la violencia de género sufrida". La expresión utilizada en el estudio podría dar a entender que se vuelca la responsabilidad en la propia víctima, pero los expertos en violencia de género saben que la cultura patriarcal construye un estado social que dificulta a la mujer el reconocimiento de una actitud violenta como tal.
El otro gran bloque de mujeres (27%) que no le cuentan a la Policía o la Justicia lo que está pasando tiene miedo. El miedo "a no ser creídas, sobre todo si las lesiones no son físicas" y a "perder a sus hijos", es algo que confiesa en el estudio del Ministerio el 8% de las entrevistadas.
Dos de cada 10 mujeres que no denuncian sienten "vergüenza". Es un pudor "a reconocer las cosas que han tolerado", como si ellas fueran las responsables de no salir de la violencia. Una de cada 10 mujeres que no denuncia lo hace porque se siente «culpable» de la violencia sufrida.
DOCUMENTACIÓN
Una de cada cuatro víctimas de violencia machista no denuncia a su agresor por miedo
Las víctimas no denuncian porque no identifican el maltrato. El 'miedo', la 'vergüenza', la 'culpa' y 'no perjudicar al agresor' son otras razones.
Rafael J. Álvarez | El Mundo, 2015-07-23
http://www.elmundo.es/espana/2015/07/23/55b0cddbe2704e43068b4582.html
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