miércoles, 27 de marzo de 2019

#hemeroteca #testimonios #mujeres | Aixa de la Cruz: "Me da congoja recordar lo enfadada que escribí este libro"

Imagen: El Mundo / Aixa de la Cruz

Aixa de la Cruz: "Me da congoja recordar lo enfadada que escribí este libro".

'Cambiar de idea' es una novela casi memoria, casi ensayo que descubre un viaje admirable desde el trauma sexual hasta el descubrimiento de la empatía.
Luis Alemany | El Mundo, 2019-03-27
https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/03/27/5c93b322fc6c83e9418b4630.html 

«Escribí este libro profundamente enfadada. Me da congoja recordar lo enfadada que he estado. Enfadada conmigo misma, sobre todo, porque me indignaba pensar en los años que pasé pensando que nada es para tanto. Pensar en toda la violencia que había permitido. Claro, si eres dura contigo misma, es fácil ser dura con los demás. Recuerdo que fue una época desagradable. Perdía amistades por discusiones políticas, por discusiones sobre feminismo, me tomaba muy a pecho todo lo ideológico... Me alegro de que haya pasado esa fase porque era incapacitador. Es difícil ser propositivo si estás tan enfadada. A nivel literario no estuvo mal estar enfadada, a mí me ayudó a crear algo. En cambio, el enfado no funciona bien como activismo».

Leer ‘Cambiar de idea’, de Aixa de la Cruz (Caballo de Troya), también es una experiencia dura. Muy en resumen, el lector descubre en sus páginas a la narradora, una chica llamada Aixa que está en el quicio de su vida. Tiene veintimuchos años y se le están acabando las ganas de salir de noche y de transgredir. No se siente bien consigo misma, está irascible, trata mal a la gente que le quiere y no sabe por qué. De modo que empieza a contarse su vida en busca de alguna herida, alguna culpa, algún error.

También la forma importa: la indagación de Aixa, en principio, tiene el aspecto de un relato autobiográfico al estilo de la nueva sinceridad; al cabo, se convierte en casi un ensayo, lleno de referencias académicas. No hay secreto ni agenda oculta en la historia: el viaje y el equipaje de Aixa se ve con transparencia.

«El libro tiene un comienzo narrativo; después, hay un momento en el que la exploración del yo se vuelve reflexión. Una amiga mía dice que este libro no es autoficción, que es autoensayo. Me parece bien: el plan era exponer la experiencia personal y convertirla en pensamiento. También pesaba el deseo de escribir unas memorias políticas e ideológicas. Estoy siempre marcando distintas etapas de mi conciencia respecto a ciertos asuntos: en 2013 leía a Virginie Despentes; en 2014 creía que el feminismo era tal cosa...», explica De la Cruz.

Y continúa: «El texto final es corto, son 30.000 palabras. Pero el texto base tenía 90.000 palabras que escribí como un diario. Ahí estaban las cosas que me dolían sin que hubiese una búsqueda premeditada de nada concreto. Fue como un gran vómito. Después, con ese material, empecé a trabajar en un sentido literario y a encontrar hilos conductores: el cuerpo, la violencia estructural, el dolor del otro».

Aixa, la narradora, encuentra en su indagación varias heridas: un padre biológico con el que nunca pudo contar para nada, la crueldad de los niños de su clase, un matrimonio muy temprano y frustrado... Pero el verdadero dolor tiene que ver con la violencia sexual de la que ha sido víctima, testigo y encubridora.

«En realidad, el libro se basa en un misterio: la narradora se siente culpable y no sabe por qué. Tiene que descubrir que su silencio sostenido le genera esa sensación de culpa. Porque ser mujer es haber sido víctima y haber sido copartícipe de la violencia sexual. Todas hemos normalizado mil cosas. Yo, que he tenido relaciones sexuales y románticas con mujeres, sé que entre nosotras también hay comportamientos, gestos culturales, que no están bien».

Una hipótesis: el hilo que lleva desde la violencia sexual hasta los trastornos de personalidad son el equivalente de nuestro tiempo al hilo que unía la represión sexual con la neurosis en la época de Freud. ¿Es así?

«Es probable. En el libro menciono a Freud, la idea que hay un periodo de latencia del trauma. El momento de la agresión y el momento en el que la víctima la procesa distan. Muchas veces es un periodo largo. Yo hablo con mujeres de la generación de mi madre y, en principio, te dicen que los manoseos eran algo que pasaba y no tenía importancia. Luego, les explicas que esas experiencias tienen valor, que tienen derecho a contarlo... Y de pronto, les das un micrófono, 30 años después, y empiezan a contar. La herida se muestra y cicatriza en el mismo momento».

~¿Qué le gusta de ‘Cambiar de idea’?

~Por primera vez estoy contenta con un libro mío. Antes nunca me había sentido cómoda. Cuando hacía ficción pura sabía, en el fondo, que estaba impostando, que me escondía. Había algo que no me resultaba del todo natural. Así que buscaba algo a mitad de camino entre el lenguaje académico, que muchas veces se me queda frío estilísticamente, y el relato biográfico, con sus fronteras entre la ficción y la realidad. También estoy contenta porque ha merecido la pena arriesgarse. En el fondo siempre hablamos de nosotros mismos, ¿no? El reto era quitarse el disfraz».

«El pudor lo he perdido hace mucho», continúa De la Cruz, «pero yo no puedo ser exactamente la persona que narra la novela. Yo soy más que esos fragmentos de mí; y ella es otra cosa, un artefacto construido para que mi experiencia simbolice algunos temas. En cambio, yo no soy símbolo de nada».

Sólo nos queda hablar de los escenarios de la novela: Aixa, la narradora, vive en Bilbao su infancia y su crisis. En Granada casi le violan. Aparece por Madrid como una vagabunda. Pero los lugares clave son Sevilla y la Ciudad de México. «México es importante porque las violencias son de una escala enorme para los europeos. Viví en México muy joven, me costaba entender la violencia que veía. Pero eso me sirvió. En México entrené mis ojos en la macroviolencia y así, al volver a Europa, estuve preparada para ver las microviolencias con las que me encontraba».

¿Y Sevilla? «Parece que el feminismo lo ocupa todo en el libro, pero en realidad no, ‘Cambiar de idea’ habla de ser adulto como una manera de ser consciente del dolor de los demás. Y eso incluye la relación con mi madre. Con mi madre me pasó que sólo cuando empecé a pensar en la idea de tener un hijo, su imagen se me hizo más nítida y amable. El episodio de Sevilla es una experiencia casi epifánica. Voy a la ciudad en la que mi madre vivió cuando tenía mi edad, cuando me tuvo a mí. Y ahí, dejo de ser la niña que pide explicaciones y reparte culpas y empiezo a tomar responsabilidades».

Así que, en el fondo, ‘Cambiar de idea’ es una novela feliz, una manera de desenfadarse con el mundo.

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