Imagen: 65 y más / Federico Armenteros |
La Fundación 26 de diciembre vela por los derechos de los mayores LGTB.
Pablo Recio | 65 y más, 2019-03-19
https://www.65ymas.com/sociedad/asociaciones-de-mayores/mayores-lgtb-fundacion-26-diciembre_1535_102.html
La Fundación 26 de diciembre, creada en 2010 con el objetivo de defender los derechos de las personas mayores LGTB, un colectivo que se cifra en torno a las 800.000 personas en toda España, es hoy un referente en la lucha contra el edadismo. La organización debe su nombre a una fecha histórica simbólica para el colectivo: el 26 de diciembre de 1978, cuando se modificó la Ley 16/1970 sobre Peligrosidad y Rehabilitación (anteriormente conocida como la Ley de Vagos y Maleantes) que penalizaba la homosexualidad, así como el consumo de droga, la prostitución, la venta de pornografía o la inmigración ilegal.
Para llegar a buena parte de los mayores que actualmente forman parte de la fundación, abrieron, en 2014, una sede en el barrio madrileño de Lavapiés que sirve como centro de día. En él, se organizan actividades de todo tipo enfocadas al público de más edad como charlas, talleres, cine fórum o grupos de discusión. Para conocer más en profundidad el proyecto y las reivindicaciones de sus integrantes, 65Ymás conversa con su presidente y fundador, Federico Armenteros, un educador social que con 50 años se quedó en el paro y decidió dar un giro a su vida y crear la ONG, que hoy asiste a unas 700 personas.
“Veía que los mayores no estaban en ningún sitio”, comenta el presidente cuando se le pregunta por la razón para crear la fundación. En el pasado, había participado en alguna asociación LGTB como la madrileña COGAM, pero no sentía que se le diese la suficiente visibilidad a las personas mayores. Por ello, en 2008 empezó a planear cómo sería la fundación y, en 2010, decidió dar el paso y la creó.
Desde entonces, no ha parado de crecer el número de mayores que se acercan a su local para participar en sus actividades o, simplemente, para conocer el proyecto. “Funciona por el boca a oreja”, explica. Pero el camino no ha sido fácil. “Nuestro colectivo ha nacido cojo. Los miembros que iban más avanzados entendieron que se podrían recuperar derechos si dejábamos de lado las miserias”, critica. “Muchos mayores se encuentran en un mundo de exclusión y de vulnerabilidad, pero eso no vende”, denuncia.
Para Armenteros, la imagen que se tiene del mundo gay, “que no LGTB”, no responde a la realidad. “Compramos que ese colectivo es joven, divertido, consumidor, guapísimo, atleta...”, explica. Según el presidente de la fundación, la culpa la tienen “los medios y ellos mismos” que han alimentado ese estereotipo. “Nos han educado en el hedonismo”, explica.
En su opinión, los mayores no se encuentran en la misma situación que las personas de menor edad. “Un joven está dentro de la sociedad. Es evidente que hay homofobia, pero no tienen una Ley de Peligrosidad a sus espaldas. Podrán caer mejor en sus familias o en el colegio, pero hay leyes que nos defienden”, apunta. Y añade que, para él, el resultado de esto es que, al final, “sólo se habla de los LGTB en el Orgullo”.
Asimismo, según Armenteros, se ha vendido el mito de que las personas homosexuales son ricos. “Muchos de los que vienen a la fundación no tienen un duro. La realidad del colectivo es igual que la del resto de la población. Hay mayores con dinero y otros con menos. Algunos viven con 400 euros de pensión”, comenta. Y denuncia: “El colectivo no lo quiere ver. Dicen, nosotros apoyamos la fiesta y la visibilidad, pero todo lo que es feo, no”.
Una residencia para personas LGTB
Uno de los caballos de batalla más importantes de la fundación ha sido tratar de conseguir un espacio hecho para ellos en el que poder envejecer. En 2010 lo intentaron con el Cohousing, pero no fue posible por motivos financieros. “Creíamos que los homosexuales éramos ricos. Tienes que poner una inversión de 110.000 euros. Los mayores te decían: ‘No voy a vender mi casa para meterme en algo que vete a saber si sale’”, recuerda.
Unos años después, se enteraron de que la Comunidad de Madrid les podía ceder un edificio para tal fin en el barrio de Villaverde por 30 años, siempre y cuando la restauración y acondicionamiento corriese por cuenta de la fundación. Se presentaron y les cedieron el espacio. Actualmente, trabajan para que el proyecto salga adelante.
“Me sentía como Juana la Loca o Clara Campoamor, porque el colectivo no me ha acompañado en esta reivindicación”, rememora. Para él, lo importante es tener capacidad de elegir. “El Estado tiene residencias pero ni se ha formado al personal ni se han hecho para el colectivo. Además, en ellas están los mayores, que son los más crueles porque hemos vivido juntos y han sido educados en la homofobia. Es como si metemos a las mujeres maltratadas con su maltratador”, explica. Y se pregunta: “¿Por qué tengo que ir con personas con las que no me une nada?”
Repensar el colectivo
“El movimiento ha ofrecido a la sociedad en su conjunto unas libertades que no existían”, apunta por una parte. Pero matiza: “No obstante, la gente está muy cansada. Hay que implicar a todos al igual que hace el movimiento feminista que quiere vincular a toda la sociedad. Ellas han sido nuestras madres”. En las discusiones entre miembros del colectivo suelen sacar a menudo este tema a colación. “Hablando con las mayores, les digo: ‘Vosotras erais una mierda pero nosotros peor aún. Éramos una deshonra, invertidos”, cuenta.
Pero, si una parte del colectivo mayor LGTB ha sufrido discriminación, estos han sido las mujeres y los hombres trans. Según el dirigente de la ONG, los hombres trans no pudieron hacer el tránsito y “si una mujer afirmaba que se sentía hombre, la mandaban al psiquiátrico”. “Tienen una esperanza de vida de 54 años. Muchos han muerto por la drogodependencia, automedicación, siliconas en mal estado y, sobre todo, por la exclusión social”, explica.
Derecho a la compensación
“Las legislaciones son un brindis al sol. No tienen dotación presupuestaria, es como la Ley de Dependencia”, critica el presidente de la fundación. A su parecer, hay cosas que se han conseguido como que les cedan la residencia, pero la iniciativa “no salió del Estado”, sino que fueron ellos los que tuvieron que luchar por ella, cosa que, en su opinión, no le pasa a la Iglesia a la que sí ofrecen directamente estas cesiones.
Aunque el factor edad está integrado en la Ley LGTB de 2016 de la Comunidad de Madrid, Armenteros piensa que hace falta que las instituciones den un paso más y compensen de alguna manera el daño hecho a los mayores que forman parte del colectivo. “No ha habido un reconocimiento público”, apunta. Según él, queda aún mucho por hacer. Prueba de ello, fue que hubo que esperar a los 90 para que “nos quitaran del catálogo de enfermedades”, recuerda.
Por último, el fundador de la organización por los derechos de los mayores LGTB, se muestra pesimista por el poco músculo que tiene el colectivo. “Sólo nos han enseñado a sacarlo en la fiesta del Orgullo”, afirma. Armenteros ve con preocupación el aumento de la extrema derecha. Según constata, mucha gente empieza a decir cosas como: “Teniendo tanto cáncer, ¿tenemos que operar a ésta?”. Además, “están machacando a las clínicas de aborto y nadie hace nada”, denuncia.
Al presidente de la fundación no le parece tan fácil luchar contra un posible regreso de las políticas del pasado. “¿Cuántos homosexuales han votado a Vox? Un montón. ¿Cuántas personas están en los colectivos? Muy pocas, pero pasa lo mismo con las asociaciones de vecinos”, apunta. Y concluye: “El colectivo se tiene que unir al movimiento feminista”, porque, según él, por sí mismo no tiene la fuerza suficiente.
Para llegar a buena parte de los mayores que actualmente forman parte de la fundación, abrieron, en 2014, una sede en el barrio madrileño de Lavapiés que sirve como centro de día. En él, se organizan actividades de todo tipo enfocadas al público de más edad como charlas, talleres, cine fórum o grupos de discusión. Para conocer más en profundidad el proyecto y las reivindicaciones de sus integrantes, 65Ymás conversa con su presidente y fundador, Federico Armenteros, un educador social que con 50 años se quedó en el paro y decidió dar un giro a su vida y crear la ONG, que hoy asiste a unas 700 personas.
“Veía que los mayores no estaban en ningún sitio”, comenta el presidente cuando se le pregunta por la razón para crear la fundación. En el pasado, había participado en alguna asociación LGTB como la madrileña COGAM, pero no sentía que se le diese la suficiente visibilidad a las personas mayores. Por ello, en 2008 empezó a planear cómo sería la fundación y, en 2010, decidió dar el paso y la creó.
Desde entonces, no ha parado de crecer el número de mayores que se acercan a su local para participar en sus actividades o, simplemente, para conocer el proyecto. “Funciona por el boca a oreja”, explica. Pero el camino no ha sido fácil. “Nuestro colectivo ha nacido cojo. Los miembros que iban más avanzados entendieron que se podrían recuperar derechos si dejábamos de lado las miserias”, critica. “Muchos mayores se encuentran en un mundo de exclusión y de vulnerabilidad, pero eso no vende”, denuncia.
Para Armenteros, la imagen que se tiene del mundo gay, “que no LGTB”, no responde a la realidad. “Compramos que ese colectivo es joven, divertido, consumidor, guapísimo, atleta...”, explica. Según el presidente de la fundación, la culpa la tienen “los medios y ellos mismos” que han alimentado ese estereotipo. “Nos han educado en el hedonismo”, explica.
En su opinión, los mayores no se encuentran en la misma situación que las personas de menor edad. “Un joven está dentro de la sociedad. Es evidente que hay homofobia, pero no tienen una Ley de Peligrosidad a sus espaldas. Podrán caer mejor en sus familias o en el colegio, pero hay leyes que nos defienden”, apunta. Y añade que, para él, el resultado de esto es que, al final, “sólo se habla de los LGTB en el Orgullo”.
Asimismo, según Armenteros, se ha vendido el mito de que las personas homosexuales son ricos. “Muchos de los que vienen a la fundación no tienen un duro. La realidad del colectivo es igual que la del resto de la población. Hay mayores con dinero y otros con menos. Algunos viven con 400 euros de pensión”, comenta. Y denuncia: “El colectivo no lo quiere ver. Dicen, nosotros apoyamos la fiesta y la visibilidad, pero todo lo que es feo, no”.
Una residencia para personas LGTB
Uno de los caballos de batalla más importantes de la fundación ha sido tratar de conseguir un espacio hecho para ellos en el que poder envejecer. En 2010 lo intentaron con el Cohousing, pero no fue posible por motivos financieros. “Creíamos que los homosexuales éramos ricos. Tienes que poner una inversión de 110.000 euros. Los mayores te decían: ‘No voy a vender mi casa para meterme en algo que vete a saber si sale’”, recuerda.
Unos años después, se enteraron de que la Comunidad de Madrid les podía ceder un edificio para tal fin en el barrio de Villaverde por 30 años, siempre y cuando la restauración y acondicionamiento corriese por cuenta de la fundación. Se presentaron y les cedieron el espacio. Actualmente, trabajan para que el proyecto salga adelante.
“Me sentía como Juana la Loca o Clara Campoamor, porque el colectivo no me ha acompañado en esta reivindicación”, rememora. Para él, lo importante es tener capacidad de elegir. “El Estado tiene residencias pero ni se ha formado al personal ni se han hecho para el colectivo. Además, en ellas están los mayores, que son los más crueles porque hemos vivido juntos y han sido educados en la homofobia. Es como si metemos a las mujeres maltratadas con su maltratador”, explica. Y se pregunta: “¿Por qué tengo que ir con personas con las que no me une nada?”
Repensar el colectivo
“El movimiento ha ofrecido a la sociedad en su conjunto unas libertades que no existían”, apunta por una parte. Pero matiza: “No obstante, la gente está muy cansada. Hay que implicar a todos al igual que hace el movimiento feminista que quiere vincular a toda la sociedad. Ellas han sido nuestras madres”. En las discusiones entre miembros del colectivo suelen sacar a menudo este tema a colación. “Hablando con las mayores, les digo: ‘Vosotras erais una mierda pero nosotros peor aún. Éramos una deshonra, invertidos”, cuenta.
Pero, si una parte del colectivo mayor LGTB ha sufrido discriminación, estos han sido las mujeres y los hombres trans. Según el dirigente de la ONG, los hombres trans no pudieron hacer el tránsito y “si una mujer afirmaba que se sentía hombre, la mandaban al psiquiátrico”. “Tienen una esperanza de vida de 54 años. Muchos han muerto por la drogodependencia, automedicación, siliconas en mal estado y, sobre todo, por la exclusión social”, explica.
Derecho a la compensación
“Las legislaciones son un brindis al sol. No tienen dotación presupuestaria, es como la Ley de Dependencia”, critica el presidente de la fundación. A su parecer, hay cosas que se han conseguido como que les cedan la residencia, pero la iniciativa “no salió del Estado”, sino que fueron ellos los que tuvieron que luchar por ella, cosa que, en su opinión, no le pasa a la Iglesia a la que sí ofrecen directamente estas cesiones.
Aunque el factor edad está integrado en la Ley LGTB de 2016 de la Comunidad de Madrid, Armenteros piensa que hace falta que las instituciones den un paso más y compensen de alguna manera el daño hecho a los mayores que forman parte del colectivo. “No ha habido un reconocimiento público”, apunta. Según él, queda aún mucho por hacer. Prueba de ello, fue que hubo que esperar a los 90 para que “nos quitaran del catálogo de enfermedades”, recuerda.
Por último, el fundador de la organización por los derechos de los mayores LGTB, se muestra pesimista por el poco músculo que tiene el colectivo. “Sólo nos han enseñado a sacarlo en la fiesta del Orgullo”, afirma. Armenteros ve con preocupación el aumento de la extrema derecha. Según constata, mucha gente empieza a decir cosas como: “Teniendo tanto cáncer, ¿tenemos que operar a ésta?”. Además, “están machacando a las clínicas de aborto y nadie hace nada”, denuncia.
Al presidente de la fundación no le parece tan fácil luchar contra un posible regreso de las políticas del pasado. “¿Cuántos homosexuales han votado a Vox? Un montón. ¿Cuántas personas están en los colectivos? Muy pocas, pero pasa lo mismo con las asociaciones de vecinos”, apunta. Y concluye: “El colectivo se tiene que unir al movimiento feminista”, porque, según él, por sí mismo no tiene la fuerza suficiente.
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