martes, 12 de marzo de 2019

#hemeroteca #queer #interseccionalidad | ¿Quién teme a lo queer? – Contra la pureza (interseccional / queer o no será)

Imagen: Oprimide
¿Quién teme a lo queer? – Contra la pureza (interseccional / queer o no será).
Abanderar y poner sobre la mesa una de las categorías o dinámicas que nos definen resulta fundamental para visibilizar problemas y combatir las opresiones, pero no debemos caer en la trampa esencialista que reduce nuestros cuerpos, expresiones y prácticas a un elemento, y que nos define por oposición excluyente.
Victor Mora | Oprimide, 2019-03-12
https://www.oprimide.com/quien-teme-a-lo-queer-contra-la-pureza-interseccional-queer-o-no-sera/

Escuchamos con frecuencia hablar de lo ‘interseccional’ y, en lo que refiere a lo ‘queer’ (como teoría y, desde luego, como práctica política), la interseccionalidad es un eje imposible de obviar para explicarnos como cuerpos atravesados por un mundo de significados en movimiento. Pero, ¿qué es ‘interseccional’ y por qué es importante recordar que es una clave fundamental para tejer alianzas?

En ‘Sister/Outsider’ Audre Lorde definía la ‘diferencia’ como un lugar, como una casa en la que era posible encontrarse y compartir experiencias, sin que para entrar fuera necesario habitar las mismas categorías. La ‘casa de la diferencia’ en Lorde es, precisamente, el espacio donde poder encontrarnos sin tener que escoger entre una de las marcas con las que nos han convertido en ‘diferentes’. Es decir, sin tener que elegir cuál de las opresiones que atraviesan nuestro cuerpo es ‘más importante’, protagonista o es directamente excluida en según qué espacios de activismo.

Cuando Audre Lorde hablaba de sí misma, recordaba que se identificaba con múltiples marcas que por defecto la asumían como parte de distintos grupos definidos como ‘diferentes’; y su propio cuerpo se encontraba atravesado por elementos distintos y cada uno de ellos podía ser motivo de exclusión:

“En mi condición de feminista, negra, lesbiana, socialista, de cuarenta y nueve años, madre de dos hijos, uno de ellos varón, miembro de pareja interracial, suelo encontrarme incluida en diversos grupos definidos como diferentes, desviados, inferiores o sencillamente malos.”

Cada una de esas categorías, en función del contexto, los espacios y relaciones que el cuerpo habite, se manifiesta con intensidad variable, y condiciona nuestro relato de manera distinta. Es decir, dependiendo del paisaje contextual, cada una de esas marcas (mujer / negra / feminista / madre / lesbiana…) cobrará una relevancia particular, una importancia protagónica o secundaria. Será inevitable causa de combate, de resistencia, o quizá motivo de pedagogía encarnada o, tal vez, en espacios de seguridad, un elemento tan común que se volverá invisible.

Contra la pureza, contra lo ‘esencial’, que siempre debería hacernos sospechar, Lorde mostraba su cuerpo atravesado por múltiples intersecciones. Un cuerpo en fuga que escapaba de toda marca que la quisiera en exclusiva. No sólo negaba la necesidad de jerarquía, sino que problematizaba toda definición categórica con su existencia misma. El cuerpo atravesado en intersección transita contextos pragmáticos que, nuevamente, recolocarán sus marcas para otorgarle significados otros. ¿Tiene sentido “escoger” una de esas marcas como principal? La reflexión de Audre Lorde sirve como pregunta desestabilizadora de las lógicas exclusivas de la identidad. ¿Soy antes negra que lesbiana, marica que trans, sorda que vieja? Lorde avanza la necesidad de encontrar un espacio donde podamos encontrarnos y poner en común las experiencias de la intersección sin necesidad de definirnos de forma esencialista y excluyente con una sola categoría en oposición al resto. Esa es la casa de la diferencia, ese el espacio que se reivindica como red colectiva desde donde tejer nuevas alianzas para trabajar por objetivos comunes.

No se trata de ignorar la importante emergencia de cada una de esas categorías como tales categorías de enunciación. No se trata de olvidar (por favor, no olvidar) las razones históricas por las que a partir de categorías oprimidas emergieron sujetos políticos, para combatir precisamente las relaciones de poder que las habían definido como marginales. Lo interseccional trata, al contrario, de reconocer todas las dinámicas que nos atraviesan, para ver qué diálogos y relaciones establecen entre sí y con el mundo. A ser sensibles, también, a aquello que nos hace habitar el privilegio (por ejemplo cis, por ejemplo blanca, por ejemplo esta voz que tengo que se escucha aquí y ahora…) y que no somos capaces de ver porque no han generado resistencia/violencia/disidencia en nuestro desarrollo cotidiano, en nuestro contexto pragmático.

La noción de mestizaje, de identidad fronteriza atravesada por intersecciones como estas, hace visible la imposibilidad de esa especie de ‘pureza esencialista’ que se pretende desde sectores conservadores, y también desde ciertos activismos, a mi juicio equivocados. Insisto en que no se trata de decir que ensalzar una de esas intersecciones en un momento y contexto no sea absolutamente necesario, lo es. Abanderar y poner sobre la mesa de forma individual y también colectiva y organizada, una de las categorías o dinámicas que nos definen, como las generadas por racismo, sexismo, clasismo, etc., resulta fundamental para visibilizar problemas y combatir las opresiones que marcan específicamente esos ejes. Pero debemos evitar caer en la trampa esencialista que reduce nuestros cuerpos, expresiones y prácticas a un elemento, y que nos define por oposición excluyente.

Lorde propone habitar ‘la casa de la diferencia’. Es una invitación a vislumbrar esas disidencias otras (en mi cuerpo, en todo cuerpo), y a no atender (necesariamente, siempre) a lo que ‘marca la diferencia’, sino a comprender que la condición misma de habitar la diferencia puede ser el indicio de reconocimiento que nos falta; puede ser el umbral de la solidaridad de la que demasiado a menudo carecemos.

Como otras imprescindibles / inapropiables (Anzaldúa, Moraga…) Lorde anticipa que frente a la imposible jerarquía y a la imposible ‘esencia’, el horizonte de lo posible dibuja lo corporal mediante formas otras de escritura. La narrativa de la identidad es atravesada, por el cuerpo y sus prácticas híbridas, múltiples, que no (nunca) aspiran a la pureza. Al contrario, lejos del cuerpo puro y adscrito a una línea de identidad demarcada y limitada por las lógicas normativas, el cuerpo corrupto, mestizo, atravesado y móvil (cuerpo queer), es el cuerpo en fuga permanente, que se escapa como fluido por las fisuras del sistema que se pretende sólido, pero está lleno de fallas.

El hecho de que una intersección no nos haga habitar el marco de la opresión, no quiere decir que no nos afecte, eso es falso: condiciona hasta la asfixia el contexto en el que vivimos. Y no se trata de banalizar unas experiencias frente a otras, no se trata de correr más ni de colocar ‘mi diferencia’ en jaque frente a la tuya. Lo interseccional ofrece un mapa nuevo de redistribución y lectura de las experiencias, y nos increpa a ser capaces de leernos y escucharnos fuera de las lógicas de la competición. No se trata de quién tiene una colección mayor de daños, se trata de comprender cómo interactúan esos ejes entre sí y para con otres, y qué hacemos respecto a esas relaciones. Se trata de imaginar nuevas formas de narrarnos, individualmente, en colectividad y puestas en contexto.

La intersección camina en dirección contraria al esencialismo. Todo eje de intersección es una pieza narrativa, y la visión de quiénes somos es la lectura de su conjunto, de sus relaciones y su potencial de posibilidades.

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