Imagen: El Comercio / Ahmed El Kacim y Karim Maana |
Ahmed salió de Tánger con 15 años oculto en los bajos de un camión y Karim a los 17 de Ghana como polizón en un barco hasta el puerto de El Musel. Lograron superar su llegada a España como 'menas' y ahora trabajan en la hostelería.
Olaya Suárez | El Comercio, 2019-03-17
https://www.elcomercio.es/gijon/menas-trabajadores-honrados-gijon-marruecos-20190317013426-ntvo.html
Para Karim y Ahmed la mayoría de edad no fue ansiada. No esperaban con anhelo cumplir los 18 para poder sacarse el carné de conducir, comprar tabaco o tener derecho a voto. No lo celebraron con una puesta de largo ni aplaudieron el paso de la adolescencia a la vida adulta. No tenían prisa alguna por hacerse mayores.
Karim y Ahmed vivieron la mayoría de edad con «mucho vértigo», el que les dio dejar el piso tutelado en el que vivían a miles de kilómetros de su familia y sus raíces. Su hogar en Gijón. El día de sus respectivos cumpleaños cogieron sus pocas pertenencias y salieron para enfrentarse a la «vida real».
Ahmed El Kacim, marroquí de Nador, y Karim Maana, de Ghana, fueron en su día lo que se conoce como 'menas', menores extranjeros no acompañados, que hasta los 18 años estuvieron tutelados por el Principado y residían en el piso del centro de Gijón gestionado por la ONG Accem. «Se lo debemos todo», dicen rotundos.
Con ese todo se refieren al calor humano, al apoyo, la orientación y a los recursos que pusieron a su alcance cuando ambos llegaron solos y siendo unos niños a Asturias, donde hoy los dos trabajan en el gremio de la hostelería. Son personas independientes y «muy conscientes de que todo en la vida se consigue con fuerzo». Sobre todo para ellos, que para llegar hasta donde están han tenido que arrastrar una mochila muy pesada.
Ahmed abandonó Marruecos con 15 años. Como otros muchos y con edad de no tener más preocupación que salir con sus amigos, estudiar y preguntar en casa qué hay para comer. Decidió arriesgar su vida, ocultarse en los bajos de un camión y cruzar el Estrecho. Porque en su tierra jugar era un lujo solo reservado para los más privilegiados y la comida no llegaba sola al plato. «No me quedaba otra, era supervivencia y una cosa que a casi todos nos rondaba la cabeza, conseguir una vida mejor y poder ayudar a la familia», explica ahora a sus 23 años y talante de adulto.
«Lo intenté varias veces y la última pude engancharme en la parte de abajo de un camión en Tánger. Eran las cinco de la mañana y a las nueve ya estaba en Algeciras, allí un familiar me compró billetes de autobús para llegar a Gijón, donde ya vivía un hermano mío y donde me había dicho que la vida era tranquila y con posibilidades», recuerda.
A las horas de poner un pie en la región la Policía lo llevó al centro Materno Infantil, donde estuvo aproximadamente un mes antes de ser derivado al piso tutelado con otros siete jóvenes. «Tenía claro que quería aprovechar todas las oportunidades». Y así lo hizo. Empezó a estudiar en el Instituto número 1, a asistir a clases de español y a todos los cursos de formación que le pusieron a su alcance: electricidad, mecánica, peluquería, hostelería... Optó por hacer las prácticas en un restaurante y de ahí, a otro. En la actualidad trabaja en la cocina de una sidrería.
El viaje vital de Karim fue muy parecido y confluyó con el de Ahmed en el piso de acogida. Este joven originario de Ghana partió a los 17 años como polizón de un buque mercante que acabó por atracar en El Musel. Pasó doce días escondido en las bodegas del barco con otros compatriotas, todos menores. Hicieron acopio de las pocas provisiones que pudieron para sobrevivir en un trayecto que no sabían cuánto duraría. Atrás dejó a sus padres, a sus cinco hermanos y una vida abocada a trabajar de sol a sol en un país en el que el salario mínimo interprofesional es de 56 euros mensuales al cambio de cedis. Como a su amigo marroquí, el día que llegó a Gijón la Policía les llevó directamente al Materno Infantil y después de varias semanas, al piso de Accem. Aprendió castellano y cursó estudios de soldadura y mecánica en la Fundación Revillagigedo. «Sabía que para trabajar había que formarse, eso es básico», dice. Hoy tiene 25 años, trabaja en una sidrería de Poniente y vive con varios amigos en un piso compartido.
Ambos han dejado atrás su experiencia como 'menas' y son el sustento de sus familias en sus países de origen. Cada mes envían parte del dinero que cobran a sus padres y hermanos. Los echan de menos -«mucho», aseguran-, pero saben que su vida ahora está aquí. Ahmed viaja a Nador cada vez que tiene vacaciones y Karim, más lejos de su hogar, ha vuelto a su casa en Takoradi, dos veces en siete años. Pese a todo lo que les ha tocado vivir -«nos hemos vuelto adultos antes de tiempo, no es peor ni mejor, es lo que hay», razonan- se consideran unos «afortunados».
Duro paso a los 18
No quita para que rememoren con angustia cuando cumplieron los 18 y tuvieron que afrontar la vida solos, al dejar de estar tutelados por el Principado. «Impresiona porque cada mes hay que vivir, pagar los recibos, comer, los gastos normales de una persona...», dicen. Aunque esa persona tenga 18 años, ha de asumir toda la responsabilidad de un adulto. Por eso, pese a su juventud, lanzan un mensaje: «Los que lo pueden tener más fácil, que lo aprovechen, y los que se encuentren en una situación como la nuestra, que luchen y se esfuercen por salir adelante».
Las dos historias de tesón y superación son ejemplo de las dificultades a las que se enfrentan los menores que se ven obligados a abandonar solos sus países para labrarse un futuro. «El 90% de los chicos que pasamos por el piso tutelado somos trabajadores, a lo mejor alguno se tuerce, pero como en todos los sitios, la inmensa mayoría sabemos que en España hay más oportunidades para vivir y queremos aprovecharlas», aseguran.
Manifiestan también que les da «mucha pena que con episodios como el del chico que se descolgó por la ventana del piso tutelado la gente piense que no somos personas honradas, porque no es así...». Karim y Ahmed fueron dos de los más de 4.000 'menas' que al año llegan a España.
Karim y Ahmed vivieron la mayoría de edad con «mucho vértigo», el que les dio dejar el piso tutelado en el que vivían a miles de kilómetros de su familia y sus raíces. Su hogar en Gijón. El día de sus respectivos cumpleaños cogieron sus pocas pertenencias y salieron para enfrentarse a la «vida real».
Ahmed El Kacim, marroquí de Nador, y Karim Maana, de Ghana, fueron en su día lo que se conoce como 'menas', menores extranjeros no acompañados, que hasta los 18 años estuvieron tutelados por el Principado y residían en el piso del centro de Gijón gestionado por la ONG Accem. «Se lo debemos todo», dicen rotundos.
Con ese todo se refieren al calor humano, al apoyo, la orientación y a los recursos que pusieron a su alcance cuando ambos llegaron solos y siendo unos niños a Asturias, donde hoy los dos trabajan en el gremio de la hostelería. Son personas independientes y «muy conscientes de que todo en la vida se consigue con fuerzo». Sobre todo para ellos, que para llegar hasta donde están han tenido que arrastrar una mochila muy pesada.
Ahmed abandonó Marruecos con 15 años. Como otros muchos y con edad de no tener más preocupación que salir con sus amigos, estudiar y preguntar en casa qué hay para comer. Decidió arriesgar su vida, ocultarse en los bajos de un camión y cruzar el Estrecho. Porque en su tierra jugar era un lujo solo reservado para los más privilegiados y la comida no llegaba sola al plato. «No me quedaba otra, era supervivencia y una cosa que a casi todos nos rondaba la cabeza, conseguir una vida mejor y poder ayudar a la familia», explica ahora a sus 23 años y talante de adulto.
«Lo intenté varias veces y la última pude engancharme en la parte de abajo de un camión en Tánger. Eran las cinco de la mañana y a las nueve ya estaba en Algeciras, allí un familiar me compró billetes de autobús para llegar a Gijón, donde ya vivía un hermano mío y donde me había dicho que la vida era tranquila y con posibilidades», recuerda.
A las horas de poner un pie en la región la Policía lo llevó al centro Materno Infantil, donde estuvo aproximadamente un mes antes de ser derivado al piso tutelado con otros siete jóvenes. «Tenía claro que quería aprovechar todas las oportunidades». Y así lo hizo. Empezó a estudiar en el Instituto número 1, a asistir a clases de español y a todos los cursos de formación que le pusieron a su alcance: electricidad, mecánica, peluquería, hostelería... Optó por hacer las prácticas en un restaurante y de ahí, a otro. En la actualidad trabaja en la cocina de una sidrería.
El viaje vital de Karim fue muy parecido y confluyó con el de Ahmed en el piso de acogida. Este joven originario de Ghana partió a los 17 años como polizón de un buque mercante que acabó por atracar en El Musel. Pasó doce días escondido en las bodegas del barco con otros compatriotas, todos menores. Hicieron acopio de las pocas provisiones que pudieron para sobrevivir en un trayecto que no sabían cuánto duraría. Atrás dejó a sus padres, a sus cinco hermanos y una vida abocada a trabajar de sol a sol en un país en el que el salario mínimo interprofesional es de 56 euros mensuales al cambio de cedis. Como a su amigo marroquí, el día que llegó a Gijón la Policía les llevó directamente al Materno Infantil y después de varias semanas, al piso de Accem. Aprendió castellano y cursó estudios de soldadura y mecánica en la Fundación Revillagigedo. «Sabía que para trabajar había que formarse, eso es básico», dice. Hoy tiene 25 años, trabaja en una sidrería de Poniente y vive con varios amigos en un piso compartido.
Ambos han dejado atrás su experiencia como 'menas' y son el sustento de sus familias en sus países de origen. Cada mes envían parte del dinero que cobran a sus padres y hermanos. Los echan de menos -«mucho», aseguran-, pero saben que su vida ahora está aquí. Ahmed viaja a Nador cada vez que tiene vacaciones y Karim, más lejos de su hogar, ha vuelto a su casa en Takoradi, dos veces en siete años. Pese a todo lo que les ha tocado vivir -«nos hemos vuelto adultos antes de tiempo, no es peor ni mejor, es lo que hay», razonan- se consideran unos «afortunados».
Duro paso a los 18
No quita para que rememoren con angustia cuando cumplieron los 18 y tuvieron que afrontar la vida solos, al dejar de estar tutelados por el Principado. «Impresiona porque cada mes hay que vivir, pagar los recibos, comer, los gastos normales de una persona...», dicen. Aunque esa persona tenga 18 años, ha de asumir toda la responsabilidad de un adulto. Por eso, pese a su juventud, lanzan un mensaje: «Los que lo pueden tener más fácil, que lo aprovechen, y los que se encuentren en una situación como la nuestra, que luchen y se esfuercen por salir adelante».
Las dos historias de tesón y superación son ejemplo de las dificultades a las que se enfrentan los menores que se ven obligados a abandonar solos sus países para labrarse un futuro. «El 90% de los chicos que pasamos por el piso tutelado somos trabajadores, a lo mejor alguno se tuerce, pero como en todos los sitios, la inmensa mayoría sabemos que en España hay más oportunidades para vivir y queremos aprovecharlas», aseguran.
Manifiestan también que les da «mucha pena que con episodios como el del chico que se descolgó por la ventana del piso tutelado la gente piense que no somos personas honradas, porque no es así...». Karim y Ahmed fueron dos de los más de 4.000 'menas' que al año llegan a España.
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