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Peligrosidad estatal.
Alana Portero (aka «La Gata de Cheshire») | Agente Provocador, 2021-05-19
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Alana Portero escribe sobre la abstención del PSOE para frenar la ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans: «Si se trata de apuntarse el tanto de la concesión de derechos, a qué viene la campaña de odio generada desde nombres y apellidos del partido. Digo concesión y no conquista porque los derechos los estamos conquistando nosotras, las personas trans, con nuestra sangre, con nuestra energía, con nuestro sudor, con nuestra inteligencia, con nuestra alegría y con nuestra capacidad de trabajo».
Escribo estas líneas pocas horas después del fin del debate en el Congreso de los diputados. Se discutía y se votaba la toma en consideración de la propuesta de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans. Esta vez, la iniciativa venía desde seis grupos parlamentarios: ERC, Más País, Junts, Compromís, CUP y Nueva Canarias. El texto sobre la mesa era prácticamente el mismo que el Ministerio de Igualdad, con Irene Montero a la cabeza, lleva proponiendo en el consejo de ministros casi toda la legislatura; el mismo que el PSOE se ha dedicado a bloquear con insistencia, incumpliendo así el pacto de gobierno.
La parte de la sociedad española que se tiene a sí misma por progresista lleva siendo rehén del partido socialista desde la transición. Esto no es nuevo. El miedo a la derecha, justificado, lleva una y otra vez a confiar en un partido que entiende la apuesta por los derechos sociales como parte de su rutina cosmética. Mientras abre la bolsa de las migas de pan y nos arremolinamos a su alrededor para tener algo que llevarnos a la boca, continúa con su agenda elitista y despegada de las necesidades reales de la sociedad que pretende gobernar. El PSOE es la sonrisa del vendedor de coches trepa que se acuerda de llevar donuts cuando sus compañeros cumplen años, que les llama «figura» pero que les quita las ventas y las comisiones en cuanto se descuidan. El PSOE siempre saluda y te ayuda con las bolsas de la compra pero vota en contra de construir una rampa en el portal porque con una barandilla, que fue idea suya, se apaña todo el mundo.
Recuerdo perfectamente imágenes de algunos congresos socialistas de los ochenta, cuando se gestó el mito del partido. Solían terminarlos puño en alto cantando la internacional. No se sabían la letra. Tengo grabado el gesto orgulloso de Felipe González, imaginándose a sí mismo como un perfil más junto a Marx, Lenin, Stalin y Mao, balbuceando y aprovechando algún destello de memoria para encajar alguna palabra en la melodía. Era patético pero casi nadie se daba cuenta. Un montón de ministros empanados —vestidos de pana— confiando en que las bases cantasen lo suficientemente alto como para salvar el playback y que sus votantes no les dieran el ‘sashay away’.
La pantomima del obrerismo, aunque ha vuelto con fuerza entre la intelectualidad pretendidamente roja del ‘establishment’, es una herramienta de prevalencia y engaño más antigua que las verbenas. Siempre funciona. El poder de la nostalgia es muy superior al de la esperanza. Es mucho menos cansado y no se corren riesgos. En el pasado casi todos somos perfectos.
Hace tiempo que la invocación del matrimonio igualitario como carta blanca de las proezas sociales del PSOE provoca ardor de estómago. Fue un avance indiscutible, de eso no cabe duda. Para otro momento dejamos las consideraciones filosóficas sobre si las personas LGTB necesitábamos hacernos hueco en las estructuras cisheterosexistas clásicas. El caso es que al fin, parejas de toda la vida, tenían derecho a acompañarse en los hospitales, heredar un techo en el que seguir viviendo en ausencia de uno de los dos o cobrar una pensión de viudedad. Bienvenido fue y celebrado siga siendo el matrimonio igualitario.
Del mismo modo, quienes andábamos cerca de algunos activistas en aquella época, sabemos que aquello fue una ley de mínimos, que había propuestas más ambiciosas e inclusivas que quedaron en el tintero de la sonrisa sardónica socialista. Algunos héroes, benditos sean, contribuyeron a desleír algo mucho más potente que lo que terminó siendo.
Curiosamente, las relegadas en aquella época son las mismas que las de hoy, el día que la ley trans se ha echado para atrás con la negativa de la derecha y la connivencia socialista. Las idas y venidas del PSOE respecto a los derechos trans, mientras confunden, matan.
Si se trata de apuntarse el tanto de la concesión de derechos, a qué viene la campaña de odio generada desde nombres y apellidos del partido. Digo concesión y no conquista porque los derechos los estamos conquistando nosotras, las personas trans, con nuestra sangre, con nuestra energía, con nuestro sudor, con nuestra inteligencia, con nuestra alegría y con nuestra capacidad de trabajo. El poder, sea afín o no, solo puede aspirar a la concesión. El poder no es pueblo.
Decía, y perdón por la disgresión, que si se trataba de ningunear a los socios de gobierno y arrebatarles el mérito público de la ley, no se entiende la hostilidad salvaje de los últimos años contra las personas trans. Tampoco las alianzas atroces, la política de bulos y la dialéctica de la derecha evangélica americana. En esto los feminismos blancos, burgueses, académicos y anglosajones son expertos desde los años setenta. Era cuestión de tiempo que tales alianzas atravesasen el océano y nos cayeran encima. Era esperable, pero machacan igual.
Se repite una y otra vez desde filas socialistas el mismo mantra, la misma homilía: «la ley no garantiza la SEGURIDAD y las garantías jurídicas». Esto es una versión tránsfoba y engominada del concepto de «peligrosidad social» que tanto horror y tanta violencia ha costado a las personas LGTB en este país durante medio siglo. Una mitología del diablo interior que todas las desviadas llevamos dentro. Una patraña inquisitorial, sin anclajes materiales, que utiliza el miedo de las mujeres para propagarse. La amenaza lavanda y todos aquellos terrores momificados rescatados de la tumba por señoras, como la vicepresidenta Calvo, que miran a sus interlocutoras trans como si fuesen a robar en la sección del Corte Inglés de la que es encargada.
La única seguridad que está comprometida en este escenario legal es la de las personas trans, ya está bien. La seguridad de las mujeres violentadas por los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado cuando en una identificación no coincide la documentación con la situación real; eso si se tiene el privilegio de acceder a una documentación. La seguridad de los hombres trans a los que se les dificulta la atención ginecológica porque a cuatro indecentes con poder les importa más su mundo simbólico de venus de Willendorf que las vidas de carne y hueso. La seguridad de las mujeres trans maltratadas que no tienen acceso a los mismos protocolos contra la violencia de género que las compañeras cis, la de las que mueren a manos de sus maridos y nadie cuenta como víctimas del terror machista. La seguridad de las presas, a las que se está utilizando de una forma aberrante, que de repente importan aunque lleven años a merced de funcionarios de prisiones, hombres de los pies a la cabeza dentro de los penales, que hacen de ellas su fantasía de poder, dominación y humillación sin importarles la naturaleza cis, trans o mediopensionista.
Qué cinismo repugnante invocar miedos infundados para inocular en la sociedad una conversación que estaba, si no en fase de superación, sí al menos se daba en términos menos violentos. Qué vergüenza entrometerse en las familias, destrozando la posibilidad del entendimiento, de la convivencia y del aprendizaje, abandonando a las infancias y adolescencias trans a los prejuicios mediáticos que les han crecido a sus padres y madres en dos años.
Garantías legales y seguridad necesitan las compañeras trans putas; mujeres completamente abandonadas a su suerte, dependientes de sus redes de apoyo y de su resiliencia para no acabar olvidadas en una zanja.
Hoy no hay lugar para el sosiego, la calma y los paños calientes. Intervenía Rufián en la sesión del congreso con toda su buena intención y terminaba con un chascarrillo absurdo sobre la naturaleza legítima de las mujeres trans, como traduciéndoselo a la derecha usando una frase infame del franquismo.
Mirad, se aprecian las alianzas, pero no. Ayer no era el día para eso. Ayer, todo lo que no fuese mirar con cara de perro a las bancadas de la vergüenza, sobraba. Hoy es un día para la hostilidad porque nos han pisoteado, nos han relegado y nos han dejado para más adelante otra vez. Es pesadísimo asistir a los divertimentos dialécticos aliados, al chimpún cachondito cuando en el mismo contexto, en el mismo debate se han dicho barbaridades de una crueldad intolerable. Es muy cansado que cuando se tocan temas que afectan en su mayoría a mujeres siempre haya espacio para la bromita y el enfriado de ambiente.
Ayer la dignidad parlamentaria estaba en las intervenciones de la gente de las CUP, de Bildu, del PNV, de Junts y sobre todo de Unidas Podemos. En el gesto de Sofía Castañón haciéndonos presentes a las personas trans en un debate sobre nosotras que se estaba dando, como siempre, sin nosotras; en la cara exhausta y el aplomo de Irene Montero disculpándose por negligencias que no tienen nada que ver con ella, asumiendo responsabilidades que las verdaderas culpables, en femenino, no han tenido la vergüenza de reconocer, siquiera dignándose a presentarse en el debate.
A ambas, Sofía e Irene les digo que sabemos quién está trabajando por mejorar esta sociedad y quién está poniendo trampas a la decencia política.
La dignidad popular, la resistente, la que acaba pudiendo con todo, estaba fuera del congreso. En las compañeras y compañeros que se manifestaban en la carrera de San Jerónimo por todas. Que se han encontrado con la hostilidad de frente y no le han apartado la mirada.
La dignidad de mañana estará en las personas trans que, a pesar de ser ciudadanas de segunda, nos seguiremos levantando cada día y enfrentaremos las dificultades lo mejor que podamos. La dignidad siempre estará en las que se han quedado por el camino y que no olvidamos. También en las que tienen ganas de rendirse pero aguantan un día más.
Nada en este mundo debilita más a quienes nos quieren sometidas que nuestra felicidad o la persecución de la misma. Si estás leyendo esto hundida por la vergüenza parlamentaria de ayer, considera este final un empujoncito para continuar peleando hasta bailar un día sobre las osamentas del mundo terminal del odio y la crueldad.
Te espero con los zapatos de baile puestos.
A todas.
Será ley.
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