El País / Blas Matamoro // |
El narrador argentino, cofundador del Frente de Liberación Homosexual en 1971, acaba de reeditar ‘Las tres carabelas’, dos ‘nouvelles’ sobre educación sentimental gay, la dictadura y el exilio.
Raquel Garzón | El País, 2021-11-15
https://elpais.com/cultura/2021-11-15/blas-matamoro-el-francotirador-que-jamas-se-sintio-un-escritor-maldito.html
Septiembre de 1976. La dictadura argentina, que lleva seis meses en el poder, censura 'Olimpo’, del periodista y escritor Blas Matamoro (Buenos Aires, 79 años), e inicia una siniestra tradición. “Incautaron la edición oficial de dos mil ejemplares. Pero la editorial Corregidor había tirado tres mil y los primeros ya se habían distribuido; esos se salvaron”, cuenta el autor 45 años después en Madrid, convencido de que el contenido del libro era lo de menos. “Fue una forma de terrorismo para asustar a la gente que escribía, pero sobre todo a la que publicaba”.
Matamoro, uno de los fundadores hace 50 años del clandestino Frente de Liberación Homosexual (FLH), espacio pionero en la lucha por los derechos gay en el que participaron, entre otros, los escritores Manuel Puig, Juan José Hernández y Juan José Sebreli, acaba de reeditar dos 'nouvelles’ de los años 80, reunidas en ‘Las tres carabelas’ (Blatt & Ríos). En ellas, la prosa elegante e incisiva de quien dirigió la revista ‘Cuadernos Hispanoamericanos’ entre 1996 y 2007 recrea la educación sentimental en tiempos de deseo silenciado, para los que no se ajustaban a la norma hetero, y pinta una Argentina cruzada por la efervescencia política, el psicoanálisis y las esquirlas del miedo que desencadenó la dictadura.
“Te tenés que ir, Blas”, lo convenció su hermana cuando escuchó por radio el decreto de prohibición. “Yo no había sufrido amenazas”, recuerda Matamoro, “pero poco antes a mi compañero lo habían tenido desaparecido una semana por un error policial, junto a gente que había estado presa. Primero eran siete, al día siguiente eran seis, al día siguiente cinco... Cuando salió y durante años, no podía oler carne quemada sin ponerse mal. A su lado habían aplicado la picana y ese olor le recordaba aquel infierno”, cuenta el escritor con acento argentino inconmovible.
Temiendo por su vida, Blas Matamoro se exilió el día después de la prohibición de ‘Olimpo’, censurado por “atacar las tradiciones del ser nacional y la moral cristiana”. La portada de esa colección de ensayos sobre personajes que trenzaron hechos y mitología (de Perón a Drácula, pasando por Carlos Robledo Puch, el asesino en serie con cara de ángel) definía el talante de francotirador intelectual que aún distingue a su autor: el rostro sensual de Isabel Sarli, la bomba porno de la época, se sobreimprimía sobre la cúpula de una iglesia de Bahía en Brasil, invitando a zambullirse en las páginas.
¿Cómo se meten 34 años en una sola maleta? ¿Qué se lleva? ¿Qué se pierde para siempre? Matamoro llegó a Madrid con una máquina de escribir Olivetti Lettera, un par de libros, algo de ropa y 300 dólares en cheques de viajero. Nada más. “¿Está eso en las novelas?”, pregunta. Sí, aunque no recuerde haberlo escrito. El olvido, a veces, protege de lo que arde.
La experiencia de emigrar
De los primeros años madrileños recuerda la libertad (“existían ya clubes para gays y no había restricciones en las calles, en los parques ni en los lugares de reunión”), la estrechez económica y los trabajos variopintos: escribía para ‘La Opinión’ de Buenos Aires, hacía traducciones, colaboraba donde podía y fue, incluso, el ‘negro’ literario de las memorias de un peluquero cuyo nombre no dará. En diciembre de 1979, empezó a trabajar como redactor en ‘Cuadernos Hispanoamericanos’ y mejoraron los vientos.
Madrid trajo también el amor de Fernando y una pareja de más de 40 años (“es mucha vida compartida”). ¿Nunca quiso tener hijos? “Tengo sobrinos, que me dicen a veces: ‘Sos anticuado, tío’. Pero a mí sí me gustaría que hubiera alguien que me llamara ‘padre’, eso es algo que le falta a mi vida. Nunca se planteó”.
‘Las tres carabelas’ reúne dos ‘nouvelles’: la que da título al volumen, en la cual el protagonista recuerda desde España su infancia y juventud, la sensación de “ser distinto”, los primeros amores y discusiones filosóficas y políticas, y ‘La canción del pobre Juan’, que narra el regreso y apasionado encuentro entre un prestigioso escritor y Daniel Dávila, joven estrella del ballet. “El origen de ambas es la necesidad de contar la experiencia de la emigración. Los dos personajes tienen eso en común: rememoran algo que pasó, pero que al ser visto nuevamente no se reconoce”, reflexiona.
Como autor de una treintena de libros (‘Nietzsche y la música’, ‘Novela familar’ y ‘El pasadizo’, entre ellos) sorprende escucharle decir que jamás pone “escritor” en los formularios preguntones que indagan cómo se gana uno la vida. “Con lo que he cobrado por mis libros siempre me alcanzó para cigarros, pero no para los fósforos con los que los encendía”, bromea.
1971: el FLH y la militancia gay
Ensayista punzante y crítico musical exquisito en ‘Scherzo’ y ‘Revista de Occidente’, Matamoro fue uno de los intelectuales que iniciaron el Frente de Liberación Homosexual (FLH), creado hace medio siglo en su apartamento porteño (“La Rioja 169, 5to B, en el barrio de Once”, precisa mientras bebe una caña, tras haber dictado una conferencia en la Fundación Ortega y Gasset).
La pujanza actual del colectivo LGTBI+ contrasta con la situación que se vivía entonces en Buenos Aires, donde el Edicto 2 H prohibía que un varón estuviera en el espacio público junto a otro varón menor de edad; la norma —de 1932— sirvió en no pocas ocasiones para la persecución policial de minorías sexuales. “En 1971, en plena dictadura de Lanusse, los objetivos que se fijó el FLH fueron dos. Ir a los medios y ganar visibilidad, porque de homosexualidad no se hablaba (lo hicimos, ocultando nuestras verdaderas identidades), y lograr que se derogara el edicto policial por el cual te podían llevar preso por ser homosexual”, sintetiza Matamoro, que no tenía militancia, pero que se había comprometido como abogado de familiares de presos políticos. El final de los edictos policiales llegó mucho después, en 1998, con la sanción de un nuevo código contravencional para la ciudad.
¿Cómo surgió el FLH? “Nos convocó Héctor Anabitarte, un dirigente del gremio de correos que había intentado organizaciones previas y que conocía a Juan José Hernández. Nos reunimos en casa, a principios de agosto de 1971, porque los demás vivían con sus familias. No éramos más de 15 o 20 ese día. Se formaron distintas células; no había una dirección formal y nuestro grupo que se venía reuniendo pasó a llamarse Grupo Profesionales. Héctor había sido comunista y se había ido del PC tras un viaje a la URSS, donde le hablaron de la homosexualidad como enfermedad y degeneración pequeñoburguesa. Los demás simpatizábamos con cierta izquierda, aunque ¿con cuál? Digamos que con la visión de un código de libertades más elástico. En eso todos estábamos de acuerdo. Para los políticos no era un problema a tratar”, analiza.
Algunas discusiones internas partían aguas. “Debatíamos, por ejemplo, si se tenía que normalizar o no la condición homosexual. Néstor Perlongher, un poeta que se sumó después, entendía que no, que había que ocupar una marginalidad dorada, seguir siendo anómalo. Yo nunca coincidí con ese malditismo; para ser maldito se requiere que alguien te maldiga y sacralizás al represor. Nuestro grupo aspiraba a que la homosexualidad fuera una más entre diversas opciones sexuales”.
En ese tiempo de “renacimiento peronista” el FLH reflejó las disidencias ideológicas. “Aparecieron distintas tendencias, anarcoides y peronistas que resultaron mal, porque el peronismo no quería saber nada con el tema”. El Frente se disolvió antes de la nueva dictadura, afirma Matamoro. “Ya no había actividad visible, aunque la gente que se seguía juntando “.
En 2018 la Academia Argentina de Letras premió ‘Con ritmo de tango’ (Fórcola), un diccionario personalísimo en el que Matamoro reflexiona sobre la argentinidad, y comenzó una merecida revalorización de su obra. Además de ‘Las tres carabelas’, en 2021 se reeditó en España ‘Los cuentos de Hegel’ (Taugenit) y el sello Blatt & Ríos anticipa la publicación de una novela inédita, ‘Fundido a negro’, y una reedición de ‘El pasadizo’. “Me han propuesto incluso publicar los diarios que escribo desde 1995. No sé. Pero en cualquier caso, me emociona porque son lectores jóvenes, con formaciones ligadas a lo digital, al pop, nada que ver conmigo que me siento más bien clásico”.
¿Dónde radica la clave de ese interés? “Mis editores dicen que hay cierta ansiedad por una ‘literatura bien escrita’ frente a una línea dominante que no aspira a estarlo (he escuchado a Aira en esa tesitura, hablando del derecho a escribir mal). Puede ser. Pero me parece que incide también la nostalgia de una épica perdida: la noción de que lo que te pasa significa algo y se puede contar como si fuera fatal, necesario, explicable o no, misterioso, frente a la pura eventualidad que no deja rastros. La épica sí deja rastros”.
Matamoro, uno de los fundadores hace 50 años del clandestino Frente de Liberación Homosexual (FLH), espacio pionero en la lucha por los derechos gay en el que participaron, entre otros, los escritores Manuel Puig, Juan José Hernández y Juan José Sebreli, acaba de reeditar dos 'nouvelles’ de los años 80, reunidas en ‘Las tres carabelas’ (Blatt & Ríos). En ellas, la prosa elegante e incisiva de quien dirigió la revista ‘Cuadernos Hispanoamericanos’ entre 1996 y 2007 recrea la educación sentimental en tiempos de deseo silenciado, para los que no se ajustaban a la norma hetero, y pinta una Argentina cruzada por la efervescencia política, el psicoanálisis y las esquirlas del miedo que desencadenó la dictadura.
“Te tenés que ir, Blas”, lo convenció su hermana cuando escuchó por radio el decreto de prohibición. “Yo no había sufrido amenazas”, recuerda Matamoro, “pero poco antes a mi compañero lo habían tenido desaparecido una semana por un error policial, junto a gente que había estado presa. Primero eran siete, al día siguiente eran seis, al día siguiente cinco... Cuando salió y durante años, no podía oler carne quemada sin ponerse mal. A su lado habían aplicado la picana y ese olor le recordaba aquel infierno”, cuenta el escritor con acento argentino inconmovible.
Temiendo por su vida, Blas Matamoro se exilió el día después de la prohibición de ‘Olimpo’, censurado por “atacar las tradiciones del ser nacional y la moral cristiana”. La portada de esa colección de ensayos sobre personajes que trenzaron hechos y mitología (de Perón a Drácula, pasando por Carlos Robledo Puch, el asesino en serie con cara de ángel) definía el talante de francotirador intelectual que aún distingue a su autor: el rostro sensual de Isabel Sarli, la bomba porno de la época, se sobreimprimía sobre la cúpula de una iglesia de Bahía en Brasil, invitando a zambullirse en las páginas.
¿Cómo se meten 34 años en una sola maleta? ¿Qué se lleva? ¿Qué se pierde para siempre? Matamoro llegó a Madrid con una máquina de escribir Olivetti Lettera, un par de libros, algo de ropa y 300 dólares en cheques de viajero. Nada más. “¿Está eso en las novelas?”, pregunta. Sí, aunque no recuerde haberlo escrito. El olvido, a veces, protege de lo que arde.
La experiencia de emigrar
De los primeros años madrileños recuerda la libertad (“existían ya clubes para gays y no había restricciones en las calles, en los parques ni en los lugares de reunión”), la estrechez económica y los trabajos variopintos: escribía para ‘La Opinión’ de Buenos Aires, hacía traducciones, colaboraba donde podía y fue, incluso, el ‘negro’ literario de las memorias de un peluquero cuyo nombre no dará. En diciembre de 1979, empezó a trabajar como redactor en ‘Cuadernos Hispanoamericanos’ y mejoraron los vientos.
Madrid trajo también el amor de Fernando y una pareja de más de 40 años (“es mucha vida compartida”). ¿Nunca quiso tener hijos? “Tengo sobrinos, que me dicen a veces: ‘Sos anticuado, tío’. Pero a mí sí me gustaría que hubiera alguien que me llamara ‘padre’, eso es algo que le falta a mi vida. Nunca se planteó”.
‘Las tres carabelas’ reúne dos ‘nouvelles’: la que da título al volumen, en la cual el protagonista recuerda desde España su infancia y juventud, la sensación de “ser distinto”, los primeros amores y discusiones filosóficas y políticas, y ‘La canción del pobre Juan’, que narra el regreso y apasionado encuentro entre un prestigioso escritor y Daniel Dávila, joven estrella del ballet. “El origen de ambas es la necesidad de contar la experiencia de la emigración. Los dos personajes tienen eso en común: rememoran algo que pasó, pero que al ser visto nuevamente no se reconoce”, reflexiona.
Como autor de una treintena de libros (‘Nietzsche y la música’, ‘Novela familar’ y ‘El pasadizo’, entre ellos) sorprende escucharle decir que jamás pone “escritor” en los formularios preguntones que indagan cómo se gana uno la vida. “Con lo que he cobrado por mis libros siempre me alcanzó para cigarros, pero no para los fósforos con los que los encendía”, bromea.
1971: el FLH y la militancia gay
Ensayista punzante y crítico musical exquisito en ‘Scherzo’ y ‘Revista de Occidente’, Matamoro fue uno de los intelectuales que iniciaron el Frente de Liberación Homosexual (FLH), creado hace medio siglo en su apartamento porteño (“La Rioja 169, 5to B, en el barrio de Once”, precisa mientras bebe una caña, tras haber dictado una conferencia en la Fundación Ortega y Gasset).
La pujanza actual del colectivo LGTBI+ contrasta con la situación que se vivía entonces en Buenos Aires, donde el Edicto 2 H prohibía que un varón estuviera en el espacio público junto a otro varón menor de edad; la norma —de 1932— sirvió en no pocas ocasiones para la persecución policial de minorías sexuales. “En 1971, en plena dictadura de Lanusse, los objetivos que se fijó el FLH fueron dos. Ir a los medios y ganar visibilidad, porque de homosexualidad no se hablaba (lo hicimos, ocultando nuestras verdaderas identidades), y lograr que se derogara el edicto policial por el cual te podían llevar preso por ser homosexual”, sintetiza Matamoro, que no tenía militancia, pero que se había comprometido como abogado de familiares de presos políticos. El final de los edictos policiales llegó mucho después, en 1998, con la sanción de un nuevo código contravencional para la ciudad.
¿Cómo surgió el FLH? “Nos convocó Héctor Anabitarte, un dirigente del gremio de correos que había intentado organizaciones previas y que conocía a Juan José Hernández. Nos reunimos en casa, a principios de agosto de 1971, porque los demás vivían con sus familias. No éramos más de 15 o 20 ese día. Se formaron distintas células; no había una dirección formal y nuestro grupo que se venía reuniendo pasó a llamarse Grupo Profesionales. Héctor había sido comunista y se había ido del PC tras un viaje a la URSS, donde le hablaron de la homosexualidad como enfermedad y degeneración pequeñoburguesa. Los demás simpatizábamos con cierta izquierda, aunque ¿con cuál? Digamos que con la visión de un código de libertades más elástico. En eso todos estábamos de acuerdo. Para los políticos no era un problema a tratar”, analiza.
Algunas discusiones internas partían aguas. “Debatíamos, por ejemplo, si se tenía que normalizar o no la condición homosexual. Néstor Perlongher, un poeta que se sumó después, entendía que no, que había que ocupar una marginalidad dorada, seguir siendo anómalo. Yo nunca coincidí con ese malditismo; para ser maldito se requiere que alguien te maldiga y sacralizás al represor. Nuestro grupo aspiraba a que la homosexualidad fuera una más entre diversas opciones sexuales”.
En ese tiempo de “renacimiento peronista” el FLH reflejó las disidencias ideológicas. “Aparecieron distintas tendencias, anarcoides y peronistas que resultaron mal, porque el peronismo no quería saber nada con el tema”. El Frente se disolvió antes de la nueva dictadura, afirma Matamoro. “Ya no había actividad visible, aunque la gente que se seguía juntando “.
En 2018 la Academia Argentina de Letras premió ‘Con ritmo de tango’ (Fórcola), un diccionario personalísimo en el que Matamoro reflexiona sobre la argentinidad, y comenzó una merecida revalorización de su obra. Además de ‘Las tres carabelas’, en 2021 se reeditó en España ‘Los cuentos de Hegel’ (Taugenit) y el sello Blatt & Ríos anticipa la publicación de una novela inédita, ‘Fundido a negro’, y una reedición de ‘El pasadizo’. “Me han propuesto incluso publicar los diarios que escribo desde 1995. No sé. Pero en cualquier caso, me emociona porque son lectores jóvenes, con formaciones ligadas a lo digital, al pop, nada que ver conmigo que me siento más bien clásico”.
¿Dónde radica la clave de ese interés? “Mis editores dicen que hay cierta ansiedad por una ‘literatura bien escrita’ frente a una línea dominante que no aspira a estarlo (he escuchado a Aira en esa tesitura, hablando del derecho a escribir mal). Puede ser. Pero me parece que incide también la nostalgia de una épica perdida: la noción de que lo que te pasa significa algo y se puede contar como si fuera fatal, necesario, explicable o no, misterioso, frente a la pura eventualidad que no deja rastros. La épica sí deja rastros”.
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