La Vanguardia / Clara y María Antònia // |
La mitad de mi familia es trans.
Dos cambios de género en una misma familia transformó la vida a todos sus miembros. Una historia de amor y resiliencia que salvó los prejuicios y visibilizó las nuevas formas de familia.
María José Elías Rein, Daniela Tudela Gutiérrez | La Vanguardia, 2021-11-06
https://www.lavanguardia.com/vida/20211106/7808642/mitad-familia-trans.html
“Creía tener un padre, una madre y un hermano”. El padre y el hermano de Roger Canals, de 34 años, cambiaron de género. Ahora tiene dos madres, Clara y María Antònia, y una hermana llamada Berta. Una familia de Sabadell que lo es todo. Menos tradicional.
La historia de Clara Palau i Canals y Maria Antònia Vilanova, ambas de 63 años, comenzó hace más de cuatro décadas en la parroquia de su barrio. En ese entonces Clara se presentaba como un chico, pero no sería hasta hace cuatro años que le diría a su esposa que en realidad era una chica “que se había pasado la vida disfrazada de señor”.
Tuvieron “dos niños, pero una de ellas, Berta, ahora es una chica trans” dice Clara, que además de ser delineante industrial también es una mujer trans.
Antes de que Clara haga el tránsito, Maria Antònia sabía que a su pareja le gustaba usar prendas femeninas. Pero creía que se trataba de una fantasía, de algo pasajero. Habían pactado que Clara iría una vez por mes a Barcelona a la asociación Enfemme. Allí, encontraba un espacio de socialización donde practicaba crossdressing y tomaba sesiones de feminización. Durante años le sirvió de refugio.
¨Lo que Maria Antònia intuía es que yo era un chico con el vicio o costumbre de alguna vez vestirse de chica. Como si fueras al gimnasio. Vas, haces tus ejercicios y vuelves a la normalidad¨.
“Nunca pensé que era porque realmente se sentía una mujer”, dice Maria Antònia que ya había vivido un cambio de género dentro de su familia.
La primera en hacerlo fue la hija mayor, Berta. Quien en aquel momento tenía 25 años. Maria Antònia cuenta que su transición no le produjo un choque “muy fuerte” ya que, como madre, siempre supo que algo le sucedía a su hija. Cuando se enteraron que Berta se consideraba una mujer trans pensó que sería “algo positivo y que sería el camino'' para que su hija se sienta mejor.
En cambio, para Clara fue un punto de inflexión. “Fuimos a una psicóloga que me preguntó qué pensaba del cambio de género de Berta. No pude decir nada. De alguna manera yo nunca me sentí un hombre. Solo lo interpretaba. Ahí comprendí que era el momento de dar el paso”.
“A los trans no se nos espera, aparecemos”, agrega Clara, que con 59 años entendió que no era tarde para mostrarle al mundo como en realidad se sentía por dentro.
Sentirse con un género distinto al asignado al nacer no conoce de edades, de clases sociales ni de entornos familiares. A Clara Palau, le surgía desde lo más íntimo de su ser. Pero con lo que se podría llamar una vida resuelta (dos hijos ya mayores, un trabajo y una pareja estable) era una decisión difícil de encarar. “Tenía miedo de perder a mi pareja”, confiesa. Pero un recordatorio de libertad de su hija le avivaría la necesidad imperiosa por visibilizarse.
Para Maria Antònia fue una “época dura”. Casi de un momento a otro, debía hacer el duelo por el hombre con quien alguna vez se casó. “Mi compañero masculino se estaba volviendo una mujer”.
El matrimonio estaba en jaque. Aunque Clara quería continuar, porque la considera “una de las mejores personas de este mundo”, entendía el impacto que su decisión causaba en su pareja. “Fue complicado que Maria Antònia entienda que yo usaba un disfraz las 24 horas”.
Por ello, justo antes de que diera el paso, acordaron que Maria Antònia deje el hogar.
Fue entonces que Roger les envió un mensaje de apoyo: “Quería que Maria Antònia entendiera que si se quería separar estaba bien, pero lo importante era la relación y cómo se sentía con esa persona. Que el género no importaba”. Estuvieron separadas medio año pero el afecto entre ellas reivindicó su matrimonio.
Incluso quince días después de que Maria Antònia se fuera de casa se reencontraron. Esta vez, para ayudar a Clara a renovar su armario. “Como pretty woman en medio de la tienda; probando y quitando prendas”, recuerda Clara. Su amor desde la adolescencia, su pareja de años y madre de sus hijos es ahora también su asesora de moda.
La persona que Maria Antònia amaba era la misma. “Fuera él, ella o quien sea”, dice. Además, cree que su pareja está “mucho más feliz, y eso se nota”. Por su parte, tanto ella como su hijo creen que Clara ha pasado de ser alguien reservada a una persona que comunica sus sentimientos y emociones.
Si bien resultaría casi evidente que entre Clara y Berta existía mucha complicidad, paradójicamente no era el caso. “Entre ellas dos saltaban chispas”, recuerda Maria Antònia. La hija mayor podía entender cómo se sentía Clara. Lo había vivido en carne propia. Pero como hija sintió la pérdida de una figura masculina, de su padre. De su referente.
“No diferenciaría tanto entre padre y madre. No has perdido nada. La persona es la misma solo que ha cambiado, como podría alguien cambiar de trabajo”, dice Roger. Para él la transición de Clara no ha sido más que positiva.
El hijo menor explica que en su adolescencia fue bastante rebelde y que recién a partir del cambio de género de Clara pudo ¨reconducir¨ para bien la vida que llevaba.
“Hemos ganado con el cambio”, asegura Maria Antònia. No solo en la esfera familiar, también ha significado una ganancia para el colectivo LGTBI. La relación de ambas se ha consolidado y ahora se encargan de ayudar a otras familias que pasan por su misma situación.
Junto a Clara crearon el grupo de TransFamílies en Sabadell. Un espacio donde comparten sus experiencias, despejan inquietudes y dan formación y acompañamiento al entorno de personas trans. Ahora este dúo, ejemplo de resiliencia, de manera altruista es fuente de inspiración y se ha convertido en un referente para todo el colectivo.
Lo que para muchas familias ha significado un punto de ruptura, para los Palau-Vilanova no ha resultado más que fortalecedor. “Ahora somos mucho más felices”.
Arrastradas hacia la prostitución
“La salida laboral más común en las mujeres trans, como yo, es la prostitución y no porque lo elijamos, sino porque no hay más alternativa”, revela Judith Juanhuix, de 50 años, que es doctora en física y realizó su cambio de género en 2017. “Soy la punta del iceberg”, dice ella, quien creyó que podría haber perdido su trabajo, la tenencia de sus hijos y “que se tendría que dedicar a la prostitución”.
Clara Palau también admite que de haber hecho su transición antes “a lo mejor sería una prostituta, porque en 1965 no existía más opción”. Sobre todo en el franquismo, los trabajos sexuales eran la única actividad en la cual las personas trans podían encontrar los medios económicos para sobrevivir, explica José Ignacio Pichardo, doctor en antropología social. Pero la connotación entre prostitución y transexualidad perdura hasta hoy.
Mujer, trans y prostituta. Triplemente vulneradas por el machismo, la transfobia y la “putofobia”, el rechazo a las prostitutas.
Tanto Clara como Judith lograron escapar de la prostitución. Ellas son referentes y representan una minoría que ha logrado ejercer su profesión a pesar de los estigmas.
La historia de Clara Palau i Canals y Maria Antònia Vilanova, ambas de 63 años, comenzó hace más de cuatro décadas en la parroquia de su barrio. En ese entonces Clara se presentaba como un chico, pero no sería hasta hace cuatro años que le diría a su esposa que en realidad era una chica “que se había pasado la vida disfrazada de señor”.
Tuvieron “dos niños, pero una de ellas, Berta, ahora es una chica trans” dice Clara, que además de ser delineante industrial también es una mujer trans.
Antes de que Clara haga el tránsito, Maria Antònia sabía que a su pareja le gustaba usar prendas femeninas. Pero creía que se trataba de una fantasía, de algo pasajero. Habían pactado que Clara iría una vez por mes a Barcelona a la asociación Enfemme. Allí, encontraba un espacio de socialización donde practicaba crossdressing y tomaba sesiones de feminización. Durante años le sirvió de refugio.
¨Lo que Maria Antònia intuía es que yo era un chico con el vicio o costumbre de alguna vez vestirse de chica. Como si fueras al gimnasio. Vas, haces tus ejercicios y vuelves a la normalidad¨.
“Nunca pensé que era porque realmente se sentía una mujer”, dice Maria Antònia que ya había vivido un cambio de género dentro de su familia.
La primera en hacerlo fue la hija mayor, Berta. Quien en aquel momento tenía 25 años. Maria Antònia cuenta que su transición no le produjo un choque “muy fuerte” ya que, como madre, siempre supo que algo le sucedía a su hija. Cuando se enteraron que Berta se consideraba una mujer trans pensó que sería “algo positivo y que sería el camino'' para que su hija se sienta mejor.
En cambio, para Clara fue un punto de inflexión. “Fuimos a una psicóloga que me preguntó qué pensaba del cambio de género de Berta. No pude decir nada. De alguna manera yo nunca me sentí un hombre. Solo lo interpretaba. Ahí comprendí que era el momento de dar el paso”.
“A los trans no se nos espera, aparecemos”, agrega Clara, que con 59 años entendió que no era tarde para mostrarle al mundo como en realidad se sentía por dentro.
Sentirse con un género distinto al asignado al nacer no conoce de edades, de clases sociales ni de entornos familiares. A Clara Palau, le surgía desde lo más íntimo de su ser. Pero con lo que se podría llamar una vida resuelta (dos hijos ya mayores, un trabajo y una pareja estable) era una decisión difícil de encarar. “Tenía miedo de perder a mi pareja”, confiesa. Pero un recordatorio de libertad de su hija le avivaría la necesidad imperiosa por visibilizarse.
Para Maria Antònia fue una “época dura”. Casi de un momento a otro, debía hacer el duelo por el hombre con quien alguna vez se casó. “Mi compañero masculino se estaba volviendo una mujer”.
El matrimonio estaba en jaque. Aunque Clara quería continuar, porque la considera “una de las mejores personas de este mundo”, entendía el impacto que su decisión causaba en su pareja. “Fue complicado que Maria Antònia entienda que yo usaba un disfraz las 24 horas”.
Por ello, justo antes de que diera el paso, acordaron que Maria Antònia deje el hogar.
La Vanguardia / María Antònia, Roger, Clara y Berta // |
Fue entonces que Roger les envió un mensaje de apoyo: “Quería que Maria Antònia entendiera que si se quería separar estaba bien, pero lo importante era la relación y cómo se sentía con esa persona. Que el género no importaba”. Estuvieron separadas medio año pero el afecto entre ellas reivindicó su matrimonio.
Incluso quince días después de que Maria Antònia se fuera de casa se reencontraron. Esta vez, para ayudar a Clara a renovar su armario. “Como pretty woman en medio de la tienda; probando y quitando prendas”, recuerda Clara. Su amor desde la adolescencia, su pareja de años y madre de sus hijos es ahora también su asesora de moda.
La persona que Maria Antònia amaba era la misma. “Fuera él, ella o quien sea”, dice. Además, cree que su pareja está “mucho más feliz, y eso se nota”. Por su parte, tanto ella como su hijo creen que Clara ha pasado de ser alguien reservada a una persona que comunica sus sentimientos y emociones.
Si bien resultaría casi evidente que entre Clara y Berta existía mucha complicidad, paradójicamente no era el caso. “Entre ellas dos saltaban chispas”, recuerda Maria Antònia. La hija mayor podía entender cómo se sentía Clara. Lo había vivido en carne propia. Pero como hija sintió la pérdida de una figura masculina, de su padre. De su referente.
“No diferenciaría tanto entre padre y madre. No has perdido nada. La persona es la misma solo que ha cambiado, como podría alguien cambiar de trabajo”, dice Roger. Para él la transición de Clara no ha sido más que positiva.
El hijo menor explica que en su adolescencia fue bastante rebelde y que recién a partir del cambio de género de Clara pudo ¨reconducir¨ para bien la vida que llevaba.
“Hemos ganado con el cambio”, asegura Maria Antònia. No solo en la esfera familiar, también ha significado una ganancia para el colectivo LGTBI. La relación de ambas se ha consolidado y ahora se encargan de ayudar a otras familias que pasan por su misma situación.
Junto a Clara crearon el grupo de TransFamílies en Sabadell. Un espacio donde comparten sus experiencias, despejan inquietudes y dan formación y acompañamiento al entorno de personas trans. Ahora este dúo, ejemplo de resiliencia, de manera altruista es fuente de inspiración y se ha convertido en un referente para todo el colectivo.
Lo que para muchas familias ha significado un punto de ruptura, para los Palau-Vilanova no ha resultado más que fortalecedor. “Ahora somos mucho más felices”.
Arrastradas hacia la prostitución
“La salida laboral más común en las mujeres trans, como yo, es la prostitución y no porque lo elijamos, sino porque no hay más alternativa”, revela Judith Juanhuix, de 50 años, que es doctora en física y realizó su cambio de género en 2017. “Soy la punta del iceberg”, dice ella, quien creyó que podría haber perdido su trabajo, la tenencia de sus hijos y “que se tendría que dedicar a la prostitución”.
Clara Palau también admite que de haber hecho su transición antes “a lo mejor sería una prostituta, porque en 1965 no existía más opción”. Sobre todo en el franquismo, los trabajos sexuales eran la única actividad en la cual las personas trans podían encontrar los medios económicos para sobrevivir, explica José Ignacio Pichardo, doctor en antropología social. Pero la connotación entre prostitución y transexualidad perdura hasta hoy.
Mujer, trans y prostituta. Triplemente vulneradas por el machismo, la transfobia y la “putofobia”, el rechazo a las prostitutas.
Tanto Clara como Judith lograron escapar de la prostitución. Ellas son referentes y representan una minoría que ha logrado ejercer su profesión a pesar de los estigmas.
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