Jaled Abdelrahim | Yorokobu, 2014-12-24
http://www.yorokobu.es/la-rebelion-de-los-mujercitos/
En los textos del extinto periódico policiaco Alarma! que la mexicana Susana Vargas ha seleccionado para su nuevo libro, a las mujeres de las que se habla se las califica de «pervertidas, degeneradas, depravadas y asquerosas». Lo que se ve en las fotos que ilustran la mayoría de esos mismos sucesos, son unas damas «sensuales, hermosas, femeninas»… aporta la firmante.
«Son “mujercitos”. Así se apelaba denigratoriamente en México a estos hombres que se vestían de mujer. Los de esta recopilación lo hacían entre los 60 y los 80, y eran clase obrera, travestidos y para sobrevivir se dedicaban al negocio del sexo. Yo puse Mujercitos (editorial RM) como título al libro porque a mi me parece que es algo más que un apelativo ofensivo, pienso que es un símbolo de rebeldía, de resistencia».
Todo empezó con una tesis. La de Vargas se llamaba "Alarma! Mujercitos performando el género en un sistema socio-cultural pigmentocrático". El germen de aquello fueron los ejemplares de ese periódico de nota roja que la autora había localizado en el mercadillo defeño de la Lagunilla, una publicación mítica de actualidad rabiosa sobre los crímenes atroces de la urbe.
«Las revistas eran de entre los años 1963 y 1986. Me llamó mucho la atención que en esa época, en una sociedad homofóbica, transfóbica y machista, existieran este tipo de publicaciones. Aparecen sujetos transgrediendo el género. De algún modo, aunque fuera para hablar de sus detenciones, o de sus asesinatos en algunos pocos casos, eran una minoría perseguida que se estaba haciendo notoria gracias a esas noticias muchas veces», explica. «Eran su publicidad. Las fotos de esas detenidas son las de mujeres dignas, bellas. Eso era una manera de revolucionarse, de demostrar su identidad. No me hubiera esperado un acto así en un país como México».
Vargas ha investigado que lejos de tratarse de un fenómeno moderno, los grupúsculos de individuos con «sexualidades no normativas» son un hecho de siempre. Como ejemplo arcaico pone el caso de «el baile de los 41», un suceso que ocurrió en 1901. «En México ‘41’ significa ser gay», explica, «fue por una redada de una fiesta de 42 hombres, en una casa del centro de la ciudad. Eran todos homosexuales y algunos estaban vestidos de mujer. Lo que ocurrió es que se escapó uno, Ignacio de la Torre y Mier, yerno de Porfirio Díaz, que obviamente no fue enjuiciado por eso. A los 41 se les acusó de faltas a la moral y a las buenas costumbres [fueron enviados a realizar trabajos forzados en Oaxaca]. Pero todo el mundo sabía que pasaban estas cosas. La razón por la que les pillaron es porque los vecinos se quejaron del ruido».
Para su tesis y su encuadernación, con diseño de Olivier Andreotti inspirado en las páginas de Alarma! y prólogo del crítico Cuauhtémoc Medina, la autora quiso centrarse en dos décadas en las que «los ambientes en los que se movían los “mujercitos” eran distintos que aquellos de principios de siglo».
«En esta época los hombres vestidos de mujer son sin duda los peor parados de todos las identidades sexogenéricas, y no vienen de una clase alta, sino de los sectores más humildes, algo que sorprende porque creemos que la clase baja es la más violenta y la más cerrada a admitir a estos individuos, y sin embargo es el la que más se permite esta transgresión del sexo». «Y son precisamente estos individuos, los mujercitos, los que más han defendido los derechos colectivos de todos los demás tipos de minorías».
Vargas opina que actualmente existe una heteronormatividad y una homonormatividad. «La de la heterosexualidad es histórica, pero por ejemplo ahora, también muchos homosexuales se han subido al carro del neoliberalismo, y piensan desde un foco individual. Las circunstancias les benefician: imagina una familia con el sueldo de dos hombres, y sin hijos… la sociedad tiene en cuenta su poder adquisitivo y se hacen planes enfocados a ellos. Lo mismo le ha pasado a movimientos como el feminismo. Antes era más radical y más colectivo, ahora muchas veces se asocia con la idea de mujer con individualidad financiera. Pero eso no deja de ser otra idea procedente del neoliberalismo, no es el feminismo de la equidad. Incluso la comunidad transexual y transgénero ha conseguido algo. Suelen ser personas con una mayor movilidad económica, que a menudo tienen dinero para acceder a cosas como operaciones de cambio de sexo».
La autora sostiene que los “mujercitos,” «a los que podríamos considerar travestis» pero prefiere abstenerse porque «cada uno tiene una consideración individual», «nunca pudieron subir el ese escalón socioeconómico». «Ellas son las que salían en estas noticias de nota roja, de crímenes; nunca llegaron a tener una capacidad económica solvente; algunas morían asesinadas y muchas no sobrevivieron al VIH de los 80. Si tenían una redada, se las culpaba a ellas de haber engañado al cliente con el que se estaban prostituyendo en vez de al cliente; y todo eso, además de por su aspecto, era debido a pertenecer a la clase baja. En México no se puede hablar de género sin hablar de clase y tonalidad e la piel. Y la tonalidad de la piel además se hace, uno es más o menos blanco depende del restaurante donde coma».
Miradas voraces de hombres-mujeres que acababan de ser detenidos. Afrenta directa al objetivo de un fotoperiodista que cubre un suceso donde ellas son el cuerpo del delito, literalmente hablando. Lo que quiere resaltar el libro según Vargas es como aquella época de duro régimen político, «precisamente por existir una persecución, hizo que se reivindicaran cambios». «Estas imágenes de una revista con una tirada de medio millón de ejemplares, donde una vez al mes salía una noticia de un “mujercitos”, durante 20 años, incidieron extensamente en un imaginario nacional de sexualidades no normativas».
«Quieren decir aquí estoy, y miro a la cámara seductora aunque el texto que acompañe mi imagen sea para insultarme, y me reivindico. Yo, que pertenezco al sector más perseguido y defenestrado de todos. Y también reivindico por los derechos de los demás porque vengo de lo más bajo», pone como conclusión al fenómeno la mexicana.
«Ahora estamos viviendo un régimen similar en México, de opresión. Creo que lo que hacían estas detenidas posando para la cámara se puede comparar con lo que está pasando ahora cuando vemos a gente escribiendo 43 por todas partes. Un agotamiento y una resistencia. La represión política implica que tenemos más conciencia. La gente se está movilizando en todas partes. Este libro es un homenaje y una esperanza. Siempre existe un espacio para ejercer subversión y resistencia a pesar del momento de violencia máxima».
«Son “mujercitos”. Así se apelaba denigratoriamente en México a estos hombres que se vestían de mujer. Los de esta recopilación lo hacían entre los 60 y los 80, y eran clase obrera, travestidos y para sobrevivir se dedicaban al negocio del sexo. Yo puse Mujercitos (editorial RM) como título al libro porque a mi me parece que es algo más que un apelativo ofensivo, pienso que es un símbolo de rebeldía, de resistencia».
Todo empezó con una tesis. La de Vargas se llamaba "Alarma! Mujercitos performando el género en un sistema socio-cultural pigmentocrático". El germen de aquello fueron los ejemplares de ese periódico de nota roja que la autora había localizado en el mercadillo defeño de la Lagunilla, una publicación mítica de actualidad rabiosa sobre los crímenes atroces de la urbe.
«Las revistas eran de entre los años 1963 y 1986. Me llamó mucho la atención que en esa época, en una sociedad homofóbica, transfóbica y machista, existieran este tipo de publicaciones. Aparecen sujetos transgrediendo el género. De algún modo, aunque fuera para hablar de sus detenciones, o de sus asesinatos en algunos pocos casos, eran una minoría perseguida que se estaba haciendo notoria gracias a esas noticias muchas veces», explica. «Eran su publicidad. Las fotos de esas detenidas son las de mujeres dignas, bellas. Eso era una manera de revolucionarse, de demostrar su identidad. No me hubiera esperado un acto así en un país como México».
Vargas ha investigado que lejos de tratarse de un fenómeno moderno, los grupúsculos de individuos con «sexualidades no normativas» son un hecho de siempre. Como ejemplo arcaico pone el caso de «el baile de los 41», un suceso que ocurrió en 1901. «En México ‘41’ significa ser gay», explica, «fue por una redada de una fiesta de 42 hombres, en una casa del centro de la ciudad. Eran todos homosexuales y algunos estaban vestidos de mujer. Lo que ocurrió es que se escapó uno, Ignacio de la Torre y Mier, yerno de Porfirio Díaz, que obviamente no fue enjuiciado por eso. A los 41 se les acusó de faltas a la moral y a las buenas costumbres [fueron enviados a realizar trabajos forzados en Oaxaca]. Pero todo el mundo sabía que pasaban estas cosas. La razón por la que les pillaron es porque los vecinos se quejaron del ruido».
Para su tesis y su encuadernación, con diseño de Olivier Andreotti inspirado en las páginas de Alarma! y prólogo del crítico Cuauhtémoc Medina, la autora quiso centrarse en dos décadas en las que «los ambientes en los que se movían los “mujercitos” eran distintos que aquellos de principios de siglo».
«En esta época los hombres vestidos de mujer son sin duda los peor parados de todos las identidades sexogenéricas, y no vienen de una clase alta, sino de los sectores más humildes, algo que sorprende porque creemos que la clase baja es la más violenta y la más cerrada a admitir a estos individuos, y sin embargo es el la que más se permite esta transgresión del sexo». «Y son precisamente estos individuos, los mujercitos, los que más han defendido los derechos colectivos de todos los demás tipos de minorías».
Vargas opina que actualmente existe una heteronormatividad y una homonormatividad. «La de la heterosexualidad es histórica, pero por ejemplo ahora, también muchos homosexuales se han subido al carro del neoliberalismo, y piensan desde un foco individual. Las circunstancias les benefician: imagina una familia con el sueldo de dos hombres, y sin hijos… la sociedad tiene en cuenta su poder adquisitivo y se hacen planes enfocados a ellos. Lo mismo le ha pasado a movimientos como el feminismo. Antes era más radical y más colectivo, ahora muchas veces se asocia con la idea de mujer con individualidad financiera. Pero eso no deja de ser otra idea procedente del neoliberalismo, no es el feminismo de la equidad. Incluso la comunidad transexual y transgénero ha conseguido algo. Suelen ser personas con una mayor movilidad económica, que a menudo tienen dinero para acceder a cosas como operaciones de cambio de sexo».
La autora sostiene que los “mujercitos,” «a los que podríamos considerar travestis» pero prefiere abstenerse porque «cada uno tiene una consideración individual», «nunca pudieron subir el ese escalón socioeconómico». «Ellas son las que salían en estas noticias de nota roja, de crímenes; nunca llegaron a tener una capacidad económica solvente; algunas morían asesinadas y muchas no sobrevivieron al VIH de los 80. Si tenían una redada, se las culpaba a ellas de haber engañado al cliente con el que se estaban prostituyendo en vez de al cliente; y todo eso, además de por su aspecto, era debido a pertenecer a la clase baja. En México no se puede hablar de género sin hablar de clase y tonalidad e la piel. Y la tonalidad de la piel además se hace, uno es más o menos blanco depende del restaurante donde coma».
Miradas voraces de hombres-mujeres que acababan de ser detenidos. Afrenta directa al objetivo de un fotoperiodista que cubre un suceso donde ellas son el cuerpo del delito, literalmente hablando. Lo que quiere resaltar el libro según Vargas es como aquella época de duro régimen político, «precisamente por existir una persecución, hizo que se reivindicaran cambios». «Estas imágenes de una revista con una tirada de medio millón de ejemplares, donde una vez al mes salía una noticia de un “mujercitos”, durante 20 años, incidieron extensamente en un imaginario nacional de sexualidades no normativas».
«Quieren decir aquí estoy, y miro a la cámara seductora aunque el texto que acompañe mi imagen sea para insultarme, y me reivindico. Yo, que pertenezco al sector más perseguido y defenestrado de todos. Y también reivindico por los derechos de los demás porque vengo de lo más bajo», pone como conclusión al fenómeno la mexicana.
«Ahora estamos viviendo un régimen similar en México, de opresión. Creo que lo que hacían estas detenidas posando para la cámara se puede comparar con lo que está pasando ahora cuando vemos a gente escribiendo 43 por todas partes. Un agotamiento y una resistencia. La represión política implica que tenemos más conciencia. La gente se está movilizando en todas partes. Este libro es un homenaje y una esperanza. Siempre existe un espacio para ejercer subversión y resistencia a pesar del momento de violencia máxima».
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