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Fran Ferri · Portavoz de Compromís en las Cortes Valencianas | El Mundo, 2015-07-05
http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/2015/07/05/5598ea96ca4741173e8b4570.html
Estas semanas en diferentes ciudades del mundo recordamos las revueltas de Stonewall ocurridas el 28 de junio de 1969, en las cuales centenares de gais, lesbianes, bisexuales y transexuales dijeron «basta» a los abusos y redadas policiales. Es un símbolo de la lucha contra todo tipo de discriminación, que recordamos poniendo la mirada en los retos que tenemos por delante para conseguir una sociedad más igualitaria.
Son unas fechas para constatar que, según todas las encuestas, nuestra sociedad es de las más avanzadas del mundo en cuanto a la defensa de los derechos LGTB+, aceptando con total naturalidad la existencia de la diversidad sexual y el derecho de las parejas homoparentales a la adopción o la acogida de menores.
Son unas fechas para felicitarnos por la explosión de adhesiones de centenares de ayuntamientos que hacen visible su compromiso con la diversidad mostrando la bandera del arco iris. O por las multitudinarias manifestaciones del Orgullo que están teniendo lugar en nuestras ciudades. La masiva participación ciudadana y su carácter festivo nos hace pensar que el Orgullo está canalizando también la alegría por el cambio político que estamos viviendo.
Todo esto nos puede hacer pensar que vamos ganando nuestra batalla contra el odio, nuestra guerra contra la LGTBfobia. Pero si hacemos una pausa en nuestra euforia, veremos que el odio aún domina
Me hace pensar que no podemos estar ganando esta batalla cuando aún hay niños y niñas que sufren acoso escolar a causa de la LGTBfobia, mientras algunas administraciones miran hacia otro lado. Un acoso que, en muchos casos, ha acabado en suicidios. En vidas truncadas y familias destrozadas.
Me hunde en el pesimismo al comprobar como las personas transexuales siguen enfrentándose a tasas de paro desorbitantes. Un constante «Ya le llamaremos» que esconde una realidad de transfobia e ignorancia latente en parte de la sociedad.
Me aterra cuando salen en las noticias brutales agresiones a lesbianas, gais, transexuales y bisexuales, que hacen que la LGTBfobia sea la principal causa de delitos de odio, según las estadísticas del Ministerio del Interior.
Me indigna cuando conozco casos de jóvenes que son expulsados de sus casas por sus propias familias. Y al mismo tiempo siento lástima por ellas, porque por su odio, pierden a sus seres queridos.
Me rebela la exclusión de las mujeres lesbianas de los tratamientos de infertilidad por un supuesto ahorro. Ese ahorro selectivo esconde una mentalidad muy clara: en la que hay una ciudadanía de primera, y una ciudadanía de segunda.
Me preocupa cuando repuntan las infecciones de transmisión sexual por la falta de educación, y por los miedos y trabas para acceder a la información, las pruebas y los tratamientos.
Me subleva que se aprueben convenios de adopción que se basan en una discriminación inaceptable, cuando las familias homoparentales tienen más complicada la adopción, también dentro de nuestras fronteras.
Me irrita que, a pesar del supuesto consenso social e institucional, continúe bien viva una LGTBfobia soterrada que equiparan diversidad con frivolidad construyendo así muros invisibles, implícitos, pero igualmente infranqueables.
Y así estoy. Moviéndome entre la euforia y la desazón. Entre la alegría de comprobar grandes avances, y la tristeza de conocer o experimentar tantas injusticias.
Afortunadamente, en esta nueva etapa tenemos un panorama político esperanzador. Por primera vez en décadas contamos con gobiernos y ayuntamientos aliados de la causa de todas las personas que queremos una sociedad de iguales.
El propio «Acord del Botànic» nos compromete a alcanzar en esta legislatura una Ley integral para la igualdad efectiva de personas LGTBI y contra la discriminación por orientación sexual o identidad de género.
Pero estoy seguro que nuestro nuevo gobierno, con el impulso de Les Corts, irá mucho más allá. Que hará de los colegios e institutos lugares donde se respete y se eduque en la diversidad. Que consensuará con los agentes sociales un Plan para que las personas transexuales no sean excluídas del mundo laboral. Que formará a las policías locales en la lucha contra los delitos de odio, también contra la LGTBfobia. Que nos ayudará a acabar con esa discriminación soterrada que se hace invisible a nuestros ojos. Que respetará los derechos reproductivos de las mujeres lesbianas, y ayudará en su visibilización.
Estos días centenares de miles de personas (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, pero también muchos heterosexuales) salimos a la calle para celebrar que la diversidad nos enriquece como sociedad, y que la igualdad nos hace avanzar como pueblo. Pero para poder celebrar más cosas en 2016, debemos aprovechar el cambio político. A la faena, con Orgullo!
Son unas fechas para constatar que, según todas las encuestas, nuestra sociedad es de las más avanzadas del mundo en cuanto a la defensa de los derechos LGTB+, aceptando con total naturalidad la existencia de la diversidad sexual y el derecho de las parejas homoparentales a la adopción o la acogida de menores.
Son unas fechas para felicitarnos por la explosión de adhesiones de centenares de ayuntamientos que hacen visible su compromiso con la diversidad mostrando la bandera del arco iris. O por las multitudinarias manifestaciones del Orgullo que están teniendo lugar en nuestras ciudades. La masiva participación ciudadana y su carácter festivo nos hace pensar que el Orgullo está canalizando también la alegría por el cambio político que estamos viviendo.
Todo esto nos puede hacer pensar que vamos ganando nuestra batalla contra el odio, nuestra guerra contra la LGTBfobia. Pero si hacemos una pausa en nuestra euforia, veremos que el odio aún domina
Me hace pensar que no podemos estar ganando esta batalla cuando aún hay niños y niñas que sufren acoso escolar a causa de la LGTBfobia, mientras algunas administraciones miran hacia otro lado. Un acoso que, en muchos casos, ha acabado en suicidios. En vidas truncadas y familias destrozadas.
Me hunde en el pesimismo al comprobar como las personas transexuales siguen enfrentándose a tasas de paro desorbitantes. Un constante «Ya le llamaremos» que esconde una realidad de transfobia e ignorancia latente en parte de la sociedad.
Me aterra cuando salen en las noticias brutales agresiones a lesbianas, gais, transexuales y bisexuales, que hacen que la LGTBfobia sea la principal causa de delitos de odio, según las estadísticas del Ministerio del Interior.
Me indigna cuando conozco casos de jóvenes que son expulsados de sus casas por sus propias familias. Y al mismo tiempo siento lástima por ellas, porque por su odio, pierden a sus seres queridos.
Me rebela la exclusión de las mujeres lesbianas de los tratamientos de infertilidad por un supuesto ahorro. Ese ahorro selectivo esconde una mentalidad muy clara: en la que hay una ciudadanía de primera, y una ciudadanía de segunda.
Me preocupa cuando repuntan las infecciones de transmisión sexual por la falta de educación, y por los miedos y trabas para acceder a la información, las pruebas y los tratamientos.
Me subleva que se aprueben convenios de adopción que se basan en una discriminación inaceptable, cuando las familias homoparentales tienen más complicada la adopción, también dentro de nuestras fronteras.
Me irrita que, a pesar del supuesto consenso social e institucional, continúe bien viva una LGTBfobia soterrada que equiparan diversidad con frivolidad construyendo así muros invisibles, implícitos, pero igualmente infranqueables.
Y así estoy. Moviéndome entre la euforia y la desazón. Entre la alegría de comprobar grandes avances, y la tristeza de conocer o experimentar tantas injusticias.
Afortunadamente, en esta nueva etapa tenemos un panorama político esperanzador. Por primera vez en décadas contamos con gobiernos y ayuntamientos aliados de la causa de todas las personas que queremos una sociedad de iguales.
El propio «Acord del Botànic» nos compromete a alcanzar en esta legislatura una Ley integral para la igualdad efectiva de personas LGTBI y contra la discriminación por orientación sexual o identidad de género.
Pero estoy seguro que nuestro nuevo gobierno, con el impulso de Les Corts, irá mucho más allá. Que hará de los colegios e institutos lugares donde se respete y se eduque en la diversidad. Que consensuará con los agentes sociales un Plan para que las personas transexuales no sean excluídas del mundo laboral. Que formará a las policías locales en la lucha contra los delitos de odio, también contra la LGTBfobia. Que nos ayudará a acabar con esa discriminación soterrada que se hace invisible a nuestros ojos. Que respetará los derechos reproductivos de las mujeres lesbianas, y ayudará en su visibilización.
Estos días centenares de miles de personas (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, pero también muchos heterosexuales) salimos a la calle para celebrar que la diversidad nos enriquece como sociedad, y que la igualdad nos hace avanzar como pueblo. Pero para poder celebrar más cosas en 2016, debemos aprovechar el cambio político. A la faena, con Orgullo!
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