Imagen: El Mundo / Fernando Grande-Marlaska |
Rafa Latorre | El Mundo, 2018-09-29
http://www.elmundo.es/opinion/2018/09/29/5bae237522601d94128b4622.html
Está visto que el brillo de una palabra como maricón consigue cegar hasta las inteligencias más templadas. Si hay alguien invulnerable a las connotaciones peyorativas que siempre ha tenido la mariconada es Fernando Grande-Marlaska. El juez se casó en 2005 y a la vuelta de un viaje con su marido decidió concederle una entrevista a Rosa Montero en El País para contarlo. Por entonces todavía hacía falta que alguien como el juez, hoy ministro, le demostrara a miles de ignorantes que homosexualidad no es antónimo de virilidad.
Aquel rotundo "un maricón" que la fiscal Delgado, ahora ministra, soltó en alegre comandita con el comisario Villarejo, no merece explicación. A menos que estemos dispuestos a convertirnos en una comunidad de eunucos. En todo caso lo que sería necesario es que la ministra explicara la pregunta inmediatamente anterior. "¿Puedo contar lo de éste?", le consultó a Baltasar Garzón antes de revelar "lo de éste" al que hoy sabemos que era un chantajista. El mismo Villarejo ya estaba sugiriendo cuál era su condición en aquella sobremesa procaz. El brillo cegador de "las chorbitas" que el ex comisario dijo haber reclutado también ha impedido atender al hecho de que eran enviadas para extraer información a "gente dura, correosa en los consejos de administración» que «menuda ruina les buscaban". Curiosamente, la ministra puede hoy dar gracias a que Grande-Marlaska no sea hombre de andarse con mariconadas, pues su orgullo gay tenía otra virtud además de la aleccionadora y es que le protegía del chantaje. Es sabido que lo que mejor engrasa el chantaje es la vergüenza, aun cuando el origen de esta es la discriminación. No es el caso de los hombres a los que la ministra acusó de irse con menores en Cartagena de Indias. Si aquella fue una mentira para animar la charla, malo; si era verdad, mucho peor. Andar regalándole -o suministrándole- a un extorsionador confidencias que no te atreves a denunciar ante un juez reduce la más salvaje charla tabernaria a la categoría de anécdota.
Las conversaciones privadas presentan el gran problema deontológico del periodismo y yo me veo incapaz de resolverlo. Me temo que no soy el único desconcertado pues quienes hoy editorializan contra la ciénaga, ayer hozaron en ella como cochinos. Convendría llegar a una solución estable, más que nada por la imposibilidad manifiesta de que la gente deje de saber lo que sabe, que es lo que los medios ahora le están pidiendo a su público. Primero, con un sensacional despliegue, reclaman su atención y, después, le prescriben lobotomía.
Aquel rotundo "un maricón" que la fiscal Delgado, ahora ministra, soltó en alegre comandita con el comisario Villarejo, no merece explicación. A menos que estemos dispuestos a convertirnos en una comunidad de eunucos. En todo caso lo que sería necesario es que la ministra explicara la pregunta inmediatamente anterior. "¿Puedo contar lo de éste?", le consultó a Baltasar Garzón antes de revelar "lo de éste" al que hoy sabemos que era un chantajista. El mismo Villarejo ya estaba sugiriendo cuál era su condición en aquella sobremesa procaz. El brillo cegador de "las chorbitas" que el ex comisario dijo haber reclutado también ha impedido atender al hecho de que eran enviadas para extraer información a "gente dura, correosa en los consejos de administración» que «menuda ruina les buscaban". Curiosamente, la ministra puede hoy dar gracias a que Grande-Marlaska no sea hombre de andarse con mariconadas, pues su orgullo gay tenía otra virtud además de la aleccionadora y es que le protegía del chantaje. Es sabido que lo que mejor engrasa el chantaje es la vergüenza, aun cuando el origen de esta es la discriminación. No es el caso de los hombres a los que la ministra acusó de irse con menores en Cartagena de Indias. Si aquella fue una mentira para animar la charla, malo; si era verdad, mucho peor. Andar regalándole -o suministrándole- a un extorsionador confidencias que no te atreves a denunciar ante un juez reduce la más salvaje charla tabernaria a la categoría de anécdota.
Las conversaciones privadas presentan el gran problema deontológico del periodismo y yo me veo incapaz de resolverlo. Me temo que no soy el único desconcertado pues quienes hoy editorializan contra la ciénaga, ayer hozaron en ella como cochinos. Convendría llegar a una solución estable, más que nada por la imposibilidad manifiesta de que la gente deje de saber lo que sabe, que es lo que los medios ahora le están pidiendo a su público. Primero, con un sensacional despliegue, reclaman su atención y, después, le prescriben lobotomía.
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