Imagen: La Vanguardia / Alba Palacios |
Esta es la historia del primer gol de una futbolista transgénero en un partido oficial con un equipo femenino, el Las Rozas CF, de Preferente.
Domingo Marchena | La Vanguardia, 2018-09-21
https://www.lavanguardia.com/deportes/20180921/451936883998/alba-palacios-primera-futbolista-transgenero-las-rozas.html
Todo se puede complicar 'ad infinitum' con los adjetivos. Y los adjetivos son gratis. Pero si vamos a la esencia, si se eliminan las capas de la cebolla, esta historia se simplifica. Una chica ama el fútbol. Y a otra chica.
Imagínense un asedio. El ejército que tiene que conquistar la fortaleza está preparado, pero las defensas son formidables, y los peligros, innumerables. Hace falta que alguien dé el primer paso y que su ejemplo galvanice a la tropa. Así se siente Alba Palacios, de 33 años. Escalando una muralla.
Alba nació en el cuerpo de Álvaro. En un mundo de mujeres, con dos hermanas y una legión de tías y primas, su madre le decía: “¡Ay, mi niño!”. Creció y comprendió por qué esa frase era tan mortificante. Le gustaban las cosas de chicos. También las chicas, pero ella era una chica. Descubrió que “si fuera mujer, sería lesbiana”. Poco después, se enamoró. Su novia, el pilar de su vida desde hace 17 años, se llama como un personaje de Carlos Ruiz Zafón.
Los estudios fueron una vía de escape. Se licenció en ingeniería informática y trabaja en una importante empresa, donde han aceptado su transformación con naturalidad. Otro refugio fue el fútbol. En la niñez dormía con un balón Mikasa. Jugó en equipos como el Pozuelo en Tercera División, Primera Regional y Preferente. Lo dejó cuando creyó que no podía engañarse más.
En septiembre del 2016, antes de iniciar el proceso de hormonación, le dijo a su madre: “Seré una chica trans”. La contestación fue: “¿Y a ti qué te pasa? ¿Me tomé un yogur caducado durante el embarazo?”. Aunque ahora su familia la apoya, con su pareja las cosas fueron más sencillas. “No podría vivir sin ti. Si no me aceptas como mujer, me olvido de todo”, le dijo. Y ella, que era heterosexual, respondió: “Te quiero hagas lo que hagas, seas como seas”. Y esa fórmula dio paso a otra aún más sencilla. “Te quiero”.
“No me conformo –dice Alba– con ser una pregunta de Trivial: ¿quién fue la primera jugadora trans que metió un gol?”. En España hubo antes otras valientes, como Izaro Antxia, en fútbol sala, o Antía Fernández y Omaira Perdomo, en voleibol. Pero ella es una pionera con dos salidas consecutivas del armario. Transexual y homosexual. “Cuando tenía aspecto de chico y besaba a mi chica, nadie se fijaba. Ahora sí”.
El año pasado, la nostalgia la venció y regresó a un campo de fútbol, en el estadio del polideportivo de Navalcarbón, esta vez como espectadora. Cuando el partido acabó, abordó al entrenador local, David Herrero, del equipo femenino de Las Rozas CF: “Hola, ¿me aceptáis?”.
Y David, que a pesar de sus 34 años tiene mucha experiencia, no supo qué contestar. Ha dirigido numerosas categorías, masculinas y femeninas, en escuelas de fútbol y clubs como Vallecas El Pozo, Alcobendas o el UD Sanse, pero nunca había conocido a nadie como ella. Tenía miedo de la reacción del vestuario y así se lo comentó por teléfono a una de sus jugadoras. “Ese año quedamos campeonas”, recuerda David, y ese campeonas suena a orgullo sin prejuicio. La jugadora, cuyo nombre calla porque está convencido de que habló en nombre de todas, dijo que adelante, que Alba sería una más. Brazos abiertos, corazones abiertos.
Desde entonces, se entrenaba con el equipo, pero no podía disputar partidos oficiales porque ha experimentado un cambio de género, aún no de sexo. En su DNI figura como Álvaro. El otro día se compró un ordenador y pagó con su tarjeta. “¿Quién es Álvaro?”, preguntó el chico de la caja. “Álvaro era yo”, respondió. Y el vendedor esbozó una sonrisa de complicidad y comprensión.
No siempre será así. Está preparada para los insultos e insidias. “Dirán que hago trampas y que juego con ventaja. Quien piense eso ignora el efecto de mis cinco pastillas diarias (dos para bloquear la testosterona y tres de estrógenos). Mareos, cansancio, calambres, sofocos... Yo nunca tendré la menstruación, como mis compañeras, pero parezco una señora con la menopausia”, bromea. Los análisis muestran que tiene niveles hormonales propios de una mujer.
La ley indica que hasta que pasen dos años del inicio del tratamiento no se puede cambiar el DNI. En el caso de Alba será a finales del 2019, pero la Comunidad de Madrid ha apelado a dos normas autonómicas –la ley de Identidad y Expresión de Género y la ley contra la LGTBIfobia– para que pueda jugar. Ya tenía ficha federativa de sus tiempos de Álvaro y sólo fue necesario añadir Alba, como si fuera un sobrenombre. “No me engaño, sé que esto no habría ocurrido en la Liga Iberdrola, que en la élite todo sería más complicado y que no me recibirían como en Las Rozas, pero...”.
¡Pero es tan feliz! Debutó el domingo, ante el Sur Getafe, y marcó el primero de los cuatro goles de su equipo (1-4). Su madre se hinchó a llorar con su tanto. El próximo partido, ya en casa, con el nuevo césped artificial recién instalado, será ante el Olivo Coslada. Adiós a la tarde en que preguntó en el hospital Ramón y Cajal si podían lograr que su mente aceptara su cuerpo de varón. “Eso es imposible, Alba”, le contestaron. Era la primera vez que alguien ajeno a su entorno más íntimo la llamaba así, como ella siempre quiso. Alba, Alba, Alba.
Ese día comenzó a escalar la muralla.
Imagínense un asedio. El ejército que tiene que conquistar la fortaleza está preparado, pero las defensas son formidables, y los peligros, innumerables. Hace falta que alguien dé el primer paso y que su ejemplo galvanice a la tropa. Así se siente Alba Palacios, de 33 años. Escalando una muralla.
Alba nació en el cuerpo de Álvaro. En un mundo de mujeres, con dos hermanas y una legión de tías y primas, su madre le decía: “¡Ay, mi niño!”. Creció y comprendió por qué esa frase era tan mortificante. Le gustaban las cosas de chicos. También las chicas, pero ella era una chica. Descubrió que “si fuera mujer, sería lesbiana”. Poco después, se enamoró. Su novia, el pilar de su vida desde hace 17 años, se llama como un personaje de Carlos Ruiz Zafón.
Los estudios fueron una vía de escape. Se licenció en ingeniería informática y trabaja en una importante empresa, donde han aceptado su transformación con naturalidad. Otro refugio fue el fútbol. En la niñez dormía con un balón Mikasa. Jugó en equipos como el Pozuelo en Tercera División, Primera Regional y Preferente. Lo dejó cuando creyó que no podía engañarse más.
En septiembre del 2016, antes de iniciar el proceso de hormonación, le dijo a su madre: “Seré una chica trans”. La contestación fue: “¿Y a ti qué te pasa? ¿Me tomé un yogur caducado durante el embarazo?”. Aunque ahora su familia la apoya, con su pareja las cosas fueron más sencillas. “No podría vivir sin ti. Si no me aceptas como mujer, me olvido de todo”, le dijo. Y ella, que era heterosexual, respondió: “Te quiero hagas lo que hagas, seas como seas”. Y esa fórmula dio paso a otra aún más sencilla. “Te quiero”.
“No me conformo –dice Alba– con ser una pregunta de Trivial: ¿quién fue la primera jugadora trans que metió un gol?”. En España hubo antes otras valientes, como Izaro Antxia, en fútbol sala, o Antía Fernández y Omaira Perdomo, en voleibol. Pero ella es una pionera con dos salidas consecutivas del armario. Transexual y homosexual. “Cuando tenía aspecto de chico y besaba a mi chica, nadie se fijaba. Ahora sí”.
El año pasado, la nostalgia la venció y regresó a un campo de fútbol, en el estadio del polideportivo de Navalcarbón, esta vez como espectadora. Cuando el partido acabó, abordó al entrenador local, David Herrero, del equipo femenino de Las Rozas CF: “Hola, ¿me aceptáis?”.
Y David, que a pesar de sus 34 años tiene mucha experiencia, no supo qué contestar. Ha dirigido numerosas categorías, masculinas y femeninas, en escuelas de fútbol y clubs como Vallecas El Pozo, Alcobendas o el UD Sanse, pero nunca había conocido a nadie como ella. Tenía miedo de la reacción del vestuario y así se lo comentó por teléfono a una de sus jugadoras. “Ese año quedamos campeonas”, recuerda David, y ese campeonas suena a orgullo sin prejuicio. La jugadora, cuyo nombre calla porque está convencido de que habló en nombre de todas, dijo que adelante, que Alba sería una más. Brazos abiertos, corazones abiertos.
Desde entonces, se entrenaba con el equipo, pero no podía disputar partidos oficiales porque ha experimentado un cambio de género, aún no de sexo. En su DNI figura como Álvaro. El otro día se compró un ordenador y pagó con su tarjeta. “¿Quién es Álvaro?”, preguntó el chico de la caja. “Álvaro era yo”, respondió. Y el vendedor esbozó una sonrisa de complicidad y comprensión.
No siempre será así. Está preparada para los insultos e insidias. “Dirán que hago trampas y que juego con ventaja. Quien piense eso ignora el efecto de mis cinco pastillas diarias (dos para bloquear la testosterona y tres de estrógenos). Mareos, cansancio, calambres, sofocos... Yo nunca tendré la menstruación, como mis compañeras, pero parezco una señora con la menopausia”, bromea. Los análisis muestran que tiene niveles hormonales propios de una mujer.
La ley indica que hasta que pasen dos años del inicio del tratamiento no se puede cambiar el DNI. En el caso de Alba será a finales del 2019, pero la Comunidad de Madrid ha apelado a dos normas autonómicas –la ley de Identidad y Expresión de Género y la ley contra la LGTBIfobia– para que pueda jugar. Ya tenía ficha federativa de sus tiempos de Álvaro y sólo fue necesario añadir Alba, como si fuera un sobrenombre. “No me engaño, sé que esto no habría ocurrido en la Liga Iberdrola, que en la élite todo sería más complicado y que no me recibirían como en Las Rozas, pero...”.
¡Pero es tan feliz! Debutó el domingo, ante el Sur Getafe, y marcó el primero de los cuatro goles de su equipo (1-4). Su madre se hinchó a llorar con su tanto. El próximo partido, ya en casa, con el nuevo césped artificial recién instalado, será ante el Olivo Coslada. Adiós a la tarde en que preguntó en el hospital Ramón y Cajal si podían lograr que su mente aceptara su cuerpo de varón. “Eso es imposible, Alba”, le contestaron. Era la primera vez que alguien ajeno a su entorno más íntimo la llamaba así, como ella siempre quiso. Alba, Alba, Alba.
Ese día comenzó a escalar la muralla.
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