Imagen: El País / Kenya Cuevas |
Kenya Cuevas es expresidiaria, portadora del VIH y una reconocida activista defensora de los derechos de la comunidad LGTBI en su país.
Andrea Jimenez | Planeta Futuro, El País, 2018-09-14
https://elpais.com/elpais/2018/09/04/planeta_futuro/1536055136_851307.html
Kenya Cuevas se metió a puta el mismo día que decidió su transición a mujer. Por aquellos años, en la Plaza de la Solidaridad en la Alameda Central de Ciudad de México, había un campamento de niños de la calle que ella conocía bien. “Los clientes lo frecuentaban porque sabían que podían obtener sexo de menores. No existía el protocolo que las autoridades tienen montado ahora”.
Se subió a un coche y pidió ayuda para escaparse de casa. “Mi primer cliente me acercó a recoger mis cosas y me llevó hasta un hotel donde residían algunas prostitutas. Cuando me desperté rodeada de mujeres trans, tan hermosas con sus pelucas, me dije: ¡Ay, qué padre, yo quiero ser como ellas”. Esa misma noche ya estaba haciendo la calle en la Avenida de Insurgentes. Tenía nueve años.
Cuevas es hoy una de las mayores activistas a favor de los derechos de la comunidad trans en México, el segundo país con más violencia por transfobia después de Brasil. "¡Se ensañan con nosotras! Solo en este pasado mes de agosto se cometieron 12 asesinatos", clama. Comprobar esta cifra resulta una odisea. En México, los transfeminicidios no están tipificados por las autoridades. “De hecho, muchos de los casos se registran como homicidios de hombres. Los crímenes de odio no entran en las estadísticas”.
Según el Centro de Apoyo a las Identidades Trans A. C , asociación que lleva desde el 2007 documentando el asesinato de mujeres trans en México, durante el periodo de junio a agosto de 2018 se contabilizaron 17 muertes. Dos más de las identificadas en el último trimestre por Letra S, organización civil dedicada a la difusión de información y a la defensa de los Derechos Humanos, que en lo que va de año ha registrado 33 casos.
La última víctima fue asesinada a balazos el pasado 28 de agosto en las calles de Guadalajara. Pocas semanas antes, la ONU se había pronunciado ante el caso de Alaska Contreras, Reina Gay 2018, de un municipio de Veracruz, cuyo cuerpo apareció con señas de tortura y un alambre de púas enredado al cuello.
Al conocer la noticia, Cuevas contactó con distintos colectivos y organizaciones civiles de la comunidad trans y convocó a los medios a una rueda de prensa para pronunciarse ante la ola de crímenes de odio por identidad de género bajo el lema #NiUnaMás .
Su reivindicación contra los transfeminicidios comienza en 2016, el día que mataron a su amiga Paola, quien había subido al coche de un cliente ante la mirada de Cuevas. A escasos metros, el auto paró y ella escuchó como su amiga la llamaba a gritos. Cuando se acercó a socorrerla, se encontró al hombre con un arma en la mano y a Paola en el asiento de atrás agonizando.
Cuevas pudo ver la cara del asesino y mirarlo a los ojos, pero el equipo fiscal que se hizo cargo del caso la descartó como testigo de la investigación y concluyó que no había pruebas suficientes para inculparlo. “Yo estaba ahí, pero me pusieron como curiosa del lugar, sin la calidad de testigo ni de víctima indirecta”. La familia no quiso hacerse responsable del cuerpo así que Cuevas y sus amigas organizaron un funeral con el ataúd abierto donde no faltaron la fiesta ni los invitados.
El rostro de Cuevas saltó a los medios a los dos días, cuando decidió transportar junto a otras compañeras el cadáver de su amiga por el mismo lugar donde ocurrió el crimen, y colapsó con una carroza funeraria una de las principales avenidas de Ciudad de México. “Yo ya lo he hecho todo, he parado el tráfico, he cerrado locales, catedrales... Todo para exigir justicia a las autoridades”.
El asesino estuvo preso 48 horas y lo soltaron. Casi dos años después, Paola sigue enterrada, Cuevas amenazada de muerte y el sujeto en la calle. “Ahora tiene orden de detención, pero mientras no la ejecuten, no se puede avanzar en la carpeta”.
Cuevas había grabado un vídeo de los últimos minutos de su amiga con vida que envió a los medios. Tras la exposición mediática, la Fiscalía de Homicidios recomendó medidas cautelares, pero fueron ignoradas por ser ella una trabajadora sexual. Finalmente, gracias a la presión de organizaciones defensoras de los derechos humanos, la Secretaría de Seguridad Pública la reconoció finalmente como víctima indirecta, coincidiendo el proceso con su trámite de cambio de género, a finales del 2016. “Cuando reclamé la protección que me habían prometido, la respuesta de los oficiales fue que a ellos les habían mandado cuidar a un tal Jorge Armando y que no tenían ni idea de quién era Kenya”. Este nombre se lo puso en honor a una compañera de primaría que sabía que le gustaban los chicos y la defendía de los otros niños. “Me prometí que cuando fuera grande, me llamaría así en su memoria”.
En la actualidad, dos guardaespaldas siguen a Cuevas, y no a Jorge Armando, como sus sombras siempre que no salga de Ciudad de México. “Vivo fuera de la capital y voy y vengo todos los días, así que cuando viajo a mi domicilio lo hago con el pulsador de pánico, un dispositivo de teléfono con GPS que tiene un botón de servicio de emergencia”. En enero de 2017, recibió las primeras amenazas por medio de WhatsApp. Días después, le llegó a su casa una corona de muerto con su nombre. “Un día, me escribió que me iba a matar como a un perro, como mató a Paola”.
“El miedo no cesa, siempre va a estar ahí, pero aprendes a vivir con él. Lo bueno es que creo que lo he sabido transformar un poquito en fuerza para seguir defendiendo la visibilidad y los derechos de la comunidad trans, una población que siempre ha estado discriminada”. Hace tan solos unos meses fundó Casa de Muñecas Tiresias, una organización que trabaja con comunidades vulnerables, personas con adicciones, en situación de calle, con VIH y prostitutas. “Ni la hemos inaugurado oficialmente y ya tenemos la agenda saturada”.
Se pasean por los barrios más conflictivos dando charlas para visibilizar su causa y ofrecen acompañamiento para el cambio de identidad. “Un trámite que ahora mismo es bastante rápido, aunque solo cuatro Estados de los 12 pueden hacerlo. Nosotros ofrecemos los servicios gratis”.
“Otra cosa que hacemos es dar asistencia a quien no cuenta con familia después de muerta. Desde pedir el cuerpo hasta identificarlo; las ponemos guapas, las velamos y las enterramos”. Casa de Muñecas Tiresias asume la responsabilidad de dar seguimiento a la dignidad postmuerte. “Cuando me llaman para decirme que fulanita murió, en seguida me dirijo a la delegación correspondiente y ya no pregunto ni a quién ni nada, solo digo que vengo a por mi compañera”.
Todos los gastos de la funeraria corren a cuenta de su bolsillo. “Es un dinero que no tenemos, a mí a veces ni me alcanza para comer, pero al final lo conseguimos sacar adelante. Convoco a gente y siempre aparece alguien con café o con flores; uno aporta 500 pesos, otra que dona 20. ¡Y al final se junta la lana!”. Una vez solo le quedaba una hora para que los servicios retiraran el cuerpo y a ella le faltaban todavía 6.000 pesos (unos 300 euros) por liquidar. “Pues el dinero se recolectó 10 minutos antes y conseguimos pagarlo. ¡Dios bendice cuando la voluntad es buena!”.
Su trabajo le ha hecho ganarse un lugar especial en los distintos colectivos para los que trabaja. “Si te enfermas, Kenya te cuida; si te mueres, te entierra. Se siente bonito hacerlo, pero son muchas responsabilidades”. En el barrio la llaman Mama Kenya. “Y hasta me han pedido autógrafos en Acapulco”.
En solo dos años, Cuevas ha realizado el reconocimiento de 12 cuerpos mutilados. “Es una actividad de mi trabajo a la que no puedo acostumbrarme. Deseas que no vuelva a pasar, pero yo no pienso las cosas, las hago. Y cuando las haces bien, el universo te las regresa”. La organización también ofrece ayuda para servicios de salud especializados en enfermedades de transmisión sexual (ETS) y VIH, con el que ella lleva viviendo 24 años.
“Empecé llevando pruebas de detección a los lugares de trabajo de prostitutas. Las chicas sabían que estaban infectadas, pero no sabían cómo proceder, así que yo les ayudaba con los documentos oficiales para acceso a la salud y las acompañaba. Es que una se siente muy sola cuando se entera de que tiene VIH. Yo solo tenía 12 años cuando supe que estaba infectada. ¡Y qué miedo sentí! Porque yo estaba muy chiquita… Me salí a los nueve años de mi casa y me infecté a los 12”.
Fue en la cárcel de Santa Marta, en la que estuvo presa 10 años, donde nace su activismo. “La policía entró al picadero donde compraba la droga, la vendedora les dio un porcentaje de dinero de la venta. ¡Y claro, me agarraron a la inocente de mí!”.
En prisión la metieron en el dormitorio 10, donde aislaban a los enfermos por VIH, y Cuevas veía como sus compañeros se morían sin visitas ni atenciones. “Teníamos un servicio médico, pero era deplorable, te dejaban en una cama. Así que yo iba a visitarles, los bañaba, les daba de comer, les llevaba los medicamentos y les contaba chistes”. Algunos consiguieron levantarse y salir de aquel dormitorio, muchos otros se murieron en sus brazos. “Porque las personas con VIH se morían, no había tratamientos adecuados, nos daban uno general para todos sin considerar las distintas cargas virales, sin considerar que se podrían crear cepas resistentes. Mataban a la gente”.
Entonces Cuevas, sin el apoyo de un abogado ni soporte familiar, denunció al centro penitenciario. “Me fui defendiendo hasta reducir mis años en prisión, yo solita, sin ninguna ayuda salí de la penitenciaría”. Recupera la libertad y se aferra al activismo como forma de vida.
Hace unas semanas, se reunió con la Secretaría de Desarrollo Social del nuevo Gobierno para organizar mesas de trabajo de escucha abierta. “Esto del tema trans es nuevo para los políticos y la ciudadanía mexicana. La gente piensa que nosotras somos hombres gais, y no tenemos nada que ver con nuestros hermanos. ¡Ni siquiera identifican cada sigla de la comunidad!”.
También ha dado los primeros pasos con la Secretaría de Educación, para acercar a la comunidad LGBTTTI (lesbianas, gais, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero e intersexuales) desde los testimonios de vida y desde los problemas que enfrentan, y se generen protocolos adecuados de integración e inclusión. “Hay que empezar por la educación. Cuando una decide hacer la transición, está en primaria o secundaria. Es entonces cuando empiezan a violentar tus primeros derechos. Te prohíben el derecho a estudiar por el hecho de ser diferente.”
Con el apoyo de los voluntarios y amigos que le ayudan a sacar adelante el trabajo de Casa de Muñecas Tiresias, Cuevas confía en que su proyecto se consolide como una organización nacional en pocos años y ella pueda contar con los recursos suficientes para dejar de ejercer la prostitución. “De momento, no tengo otra forma de salir adelante, necesito la lana”.
El año pasado empezó a trabajar en un documental sobre la vida de Paola, con la que compartió ochos años de calle y de amistad. A principios del rodaje, se filmó una escena a modo de destino fatal en la Cuevas se adentraba en un mar revuelto. ”Como si la metáfora de mi vida fuera que la oscuridad me absorbiera y desapareciera en ella. Yo he sentido rencor y odio contra todo, pero todo inicia desde el perdón, cuando entendí que algunos sentimientos solo oscurecen el alma y te arrebatan la felicidad, pude reconstruirme desde cero”.
Ha convencido a la directora para que le deje grabar una escena en la que aparezca “muy guapa y con un vestido blanco”. Cuevas se quedó viuda hace cuatro años, cuando la pareja con la que llevaba más de una década y que conoció en la cárcel, murió de sida. “La verdad es que yo he sufrido mucho, pero ya estoy en paz con el universo, ya no existe oscuridad en mi vida. Por eso, cuando me muera, quiero que me vistan de novia, toda de blanco”.
Se subió a un coche y pidió ayuda para escaparse de casa. “Mi primer cliente me acercó a recoger mis cosas y me llevó hasta un hotel donde residían algunas prostitutas. Cuando me desperté rodeada de mujeres trans, tan hermosas con sus pelucas, me dije: ¡Ay, qué padre, yo quiero ser como ellas”. Esa misma noche ya estaba haciendo la calle en la Avenida de Insurgentes. Tenía nueve años.
Cuevas es hoy una de las mayores activistas a favor de los derechos de la comunidad trans en México, el segundo país con más violencia por transfobia después de Brasil. "¡Se ensañan con nosotras! Solo en este pasado mes de agosto se cometieron 12 asesinatos", clama. Comprobar esta cifra resulta una odisea. En México, los transfeminicidios no están tipificados por las autoridades. “De hecho, muchos de los casos se registran como homicidios de hombres. Los crímenes de odio no entran en las estadísticas”.
Según el Centro de Apoyo a las Identidades Trans A. C , asociación que lleva desde el 2007 documentando el asesinato de mujeres trans en México, durante el periodo de junio a agosto de 2018 se contabilizaron 17 muertes. Dos más de las identificadas en el último trimestre por Letra S, organización civil dedicada a la difusión de información y a la defensa de los Derechos Humanos, que en lo que va de año ha registrado 33 casos.
La última víctima fue asesinada a balazos el pasado 28 de agosto en las calles de Guadalajara. Pocas semanas antes, la ONU se había pronunciado ante el caso de Alaska Contreras, Reina Gay 2018, de un municipio de Veracruz, cuyo cuerpo apareció con señas de tortura y un alambre de púas enredado al cuello.
Al conocer la noticia, Cuevas contactó con distintos colectivos y organizaciones civiles de la comunidad trans y convocó a los medios a una rueda de prensa para pronunciarse ante la ola de crímenes de odio por identidad de género bajo el lema #NiUnaMás .
Su reivindicación contra los transfeminicidios comienza en 2016, el día que mataron a su amiga Paola, quien había subido al coche de un cliente ante la mirada de Cuevas. A escasos metros, el auto paró y ella escuchó como su amiga la llamaba a gritos. Cuando se acercó a socorrerla, se encontró al hombre con un arma en la mano y a Paola en el asiento de atrás agonizando.
Cuevas pudo ver la cara del asesino y mirarlo a los ojos, pero el equipo fiscal que se hizo cargo del caso la descartó como testigo de la investigación y concluyó que no había pruebas suficientes para inculparlo. “Yo estaba ahí, pero me pusieron como curiosa del lugar, sin la calidad de testigo ni de víctima indirecta”. La familia no quiso hacerse responsable del cuerpo así que Cuevas y sus amigas organizaron un funeral con el ataúd abierto donde no faltaron la fiesta ni los invitados.
El rostro de Cuevas saltó a los medios a los dos días, cuando decidió transportar junto a otras compañeras el cadáver de su amiga por el mismo lugar donde ocurrió el crimen, y colapsó con una carroza funeraria una de las principales avenidas de Ciudad de México. “Yo ya lo he hecho todo, he parado el tráfico, he cerrado locales, catedrales... Todo para exigir justicia a las autoridades”.
El asesino estuvo preso 48 horas y lo soltaron. Casi dos años después, Paola sigue enterrada, Cuevas amenazada de muerte y el sujeto en la calle. “Ahora tiene orden de detención, pero mientras no la ejecuten, no se puede avanzar en la carpeta”.
Cuevas había grabado un vídeo de los últimos minutos de su amiga con vida que envió a los medios. Tras la exposición mediática, la Fiscalía de Homicidios recomendó medidas cautelares, pero fueron ignoradas por ser ella una trabajadora sexual. Finalmente, gracias a la presión de organizaciones defensoras de los derechos humanos, la Secretaría de Seguridad Pública la reconoció finalmente como víctima indirecta, coincidiendo el proceso con su trámite de cambio de género, a finales del 2016. “Cuando reclamé la protección que me habían prometido, la respuesta de los oficiales fue que a ellos les habían mandado cuidar a un tal Jorge Armando y que no tenían ni idea de quién era Kenya”. Este nombre se lo puso en honor a una compañera de primaría que sabía que le gustaban los chicos y la defendía de los otros niños. “Me prometí que cuando fuera grande, me llamaría así en su memoria”.
En la actualidad, dos guardaespaldas siguen a Cuevas, y no a Jorge Armando, como sus sombras siempre que no salga de Ciudad de México. “Vivo fuera de la capital y voy y vengo todos los días, así que cuando viajo a mi domicilio lo hago con el pulsador de pánico, un dispositivo de teléfono con GPS que tiene un botón de servicio de emergencia”. En enero de 2017, recibió las primeras amenazas por medio de WhatsApp. Días después, le llegó a su casa una corona de muerto con su nombre. “Un día, me escribió que me iba a matar como a un perro, como mató a Paola”.
“El miedo no cesa, siempre va a estar ahí, pero aprendes a vivir con él. Lo bueno es que creo que lo he sabido transformar un poquito en fuerza para seguir defendiendo la visibilidad y los derechos de la comunidad trans, una población que siempre ha estado discriminada”. Hace tan solos unos meses fundó Casa de Muñecas Tiresias, una organización que trabaja con comunidades vulnerables, personas con adicciones, en situación de calle, con VIH y prostitutas. “Ni la hemos inaugurado oficialmente y ya tenemos la agenda saturada”.
Se pasean por los barrios más conflictivos dando charlas para visibilizar su causa y ofrecen acompañamiento para el cambio de identidad. “Un trámite que ahora mismo es bastante rápido, aunque solo cuatro Estados de los 12 pueden hacerlo. Nosotros ofrecemos los servicios gratis”.
“Otra cosa que hacemos es dar asistencia a quien no cuenta con familia después de muerta. Desde pedir el cuerpo hasta identificarlo; las ponemos guapas, las velamos y las enterramos”. Casa de Muñecas Tiresias asume la responsabilidad de dar seguimiento a la dignidad postmuerte. “Cuando me llaman para decirme que fulanita murió, en seguida me dirijo a la delegación correspondiente y ya no pregunto ni a quién ni nada, solo digo que vengo a por mi compañera”.
Todos los gastos de la funeraria corren a cuenta de su bolsillo. “Es un dinero que no tenemos, a mí a veces ni me alcanza para comer, pero al final lo conseguimos sacar adelante. Convoco a gente y siempre aparece alguien con café o con flores; uno aporta 500 pesos, otra que dona 20. ¡Y al final se junta la lana!”. Una vez solo le quedaba una hora para que los servicios retiraran el cuerpo y a ella le faltaban todavía 6.000 pesos (unos 300 euros) por liquidar. “Pues el dinero se recolectó 10 minutos antes y conseguimos pagarlo. ¡Dios bendice cuando la voluntad es buena!”.
Su trabajo le ha hecho ganarse un lugar especial en los distintos colectivos para los que trabaja. “Si te enfermas, Kenya te cuida; si te mueres, te entierra. Se siente bonito hacerlo, pero son muchas responsabilidades”. En el barrio la llaman Mama Kenya. “Y hasta me han pedido autógrafos en Acapulco”.
En solo dos años, Cuevas ha realizado el reconocimiento de 12 cuerpos mutilados. “Es una actividad de mi trabajo a la que no puedo acostumbrarme. Deseas que no vuelva a pasar, pero yo no pienso las cosas, las hago. Y cuando las haces bien, el universo te las regresa”. La organización también ofrece ayuda para servicios de salud especializados en enfermedades de transmisión sexual (ETS) y VIH, con el que ella lleva viviendo 24 años.
“Empecé llevando pruebas de detección a los lugares de trabajo de prostitutas. Las chicas sabían que estaban infectadas, pero no sabían cómo proceder, así que yo les ayudaba con los documentos oficiales para acceso a la salud y las acompañaba. Es que una se siente muy sola cuando se entera de que tiene VIH. Yo solo tenía 12 años cuando supe que estaba infectada. ¡Y qué miedo sentí! Porque yo estaba muy chiquita… Me salí a los nueve años de mi casa y me infecté a los 12”.
Fue en la cárcel de Santa Marta, en la que estuvo presa 10 años, donde nace su activismo. “La policía entró al picadero donde compraba la droga, la vendedora les dio un porcentaje de dinero de la venta. ¡Y claro, me agarraron a la inocente de mí!”.
En prisión la metieron en el dormitorio 10, donde aislaban a los enfermos por VIH, y Cuevas veía como sus compañeros se morían sin visitas ni atenciones. “Teníamos un servicio médico, pero era deplorable, te dejaban en una cama. Así que yo iba a visitarles, los bañaba, les daba de comer, les llevaba los medicamentos y les contaba chistes”. Algunos consiguieron levantarse y salir de aquel dormitorio, muchos otros se murieron en sus brazos. “Porque las personas con VIH se morían, no había tratamientos adecuados, nos daban uno general para todos sin considerar las distintas cargas virales, sin considerar que se podrían crear cepas resistentes. Mataban a la gente”.
Entonces Cuevas, sin el apoyo de un abogado ni soporte familiar, denunció al centro penitenciario. “Me fui defendiendo hasta reducir mis años en prisión, yo solita, sin ninguna ayuda salí de la penitenciaría”. Recupera la libertad y se aferra al activismo como forma de vida.
Hace unas semanas, se reunió con la Secretaría de Desarrollo Social del nuevo Gobierno para organizar mesas de trabajo de escucha abierta. “Esto del tema trans es nuevo para los políticos y la ciudadanía mexicana. La gente piensa que nosotras somos hombres gais, y no tenemos nada que ver con nuestros hermanos. ¡Ni siquiera identifican cada sigla de la comunidad!”.
También ha dado los primeros pasos con la Secretaría de Educación, para acercar a la comunidad LGBTTTI (lesbianas, gais, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero e intersexuales) desde los testimonios de vida y desde los problemas que enfrentan, y se generen protocolos adecuados de integración e inclusión. “Hay que empezar por la educación. Cuando una decide hacer la transición, está en primaria o secundaria. Es entonces cuando empiezan a violentar tus primeros derechos. Te prohíben el derecho a estudiar por el hecho de ser diferente.”
Con el apoyo de los voluntarios y amigos que le ayudan a sacar adelante el trabajo de Casa de Muñecas Tiresias, Cuevas confía en que su proyecto se consolide como una organización nacional en pocos años y ella pueda contar con los recursos suficientes para dejar de ejercer la prostitución. “De momento, no tengo otra forma de salir adelante, necesito la lana”.
El año pasado empezó a trabajar en un documental sobre la vida de Paola, con la que compartió ochos años de calle y de amistad. A principios del rodaje, se filmó una escena a modo de destino fatal en la Cuevas se adentraba en un mar revuelto. ”Como si la metáfora de mi vida fuera que la oscuridad me absorbiera y desapareciera en ella. Yo he sentido rencor y odio contra todo, pero todo inicia desde el perdón, cuando entendí que algunos sentimientos solo oscurecen el alma y te arrebatan la felicidad, pude reconstruirme desde cero”.
Ha convencido a la directora para que le deje grabar una escena en la que aparezca “muy guapa y con un vestido blanco”. Cuevas se quedó viuda hace cuatro años, cuando la pareja con la que llevaba más de una década y que conoció en la cárcel, murió de sida. “La verdad es que yo he sufrido mucho, pero ya estoy en paz con el universo, ya no existe oscuridad en mi vida. Por eso, cuando me muera, quiero que me vistan de novia, toda de blanco”.
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