Imagen: ABC / María, amiga y vecina de Juan Alberto, en Lucena |
ABC reconstruye las últimas semanas de las víctimas de acuerdo al testimonio de su círculo de amigos.
Rafael A. Aguilar | ABC, 2018-04-21
http://sevilla.abc.es/andalucia/cordoba/sevi-crimen-priego-cordoba-relato-salvaje-acabo-jose-luis-y-juan-alberto-201804212307_noticia.html
«Crimen pasional», sentencia un agente de policía en una carretera perdida en medio de ningún sitio de Argentina en uno de los capítulos de la película «Relatos salvajes» y después de hacer una primera inspección ocular a los hechos: dos varones —uno de ellos interpretado por Leonardo Sbaraglia— aparecen calcinados en el interior de un vehículo y sus cuerpos están fundidos en lo que se asemeja a un abrazo y que en realidad es un forcejeo, una pelea que los ha llevado hasta la muerte después de una discusión de tráfico. José Luis y Juan Alberto, vecinos de Priego de Córdoba y de Lucena de 43 y 24 años respectivamente, también perecieron hace una semana en el interior de un turismo, ambos acuchillados: el primero en el asiento trasero y con un fuerte golpe en la cabeza y el segundo en el maletero. Eran, o habían sido, pareja.
El suceso ha conmocionado a la Subbética de Córdoba, la comarca con cierta pujanza industrial, agrícola y turística del sur de la provincia y en la que están enclavadas las dos localidades natales de las víctimas, separadas por algo más de treinta kilómetros. Un silencio de vergüenza y de dolor se ha apoderado de Priego, que es donde fueron hallados los dos cadáveres, en concreto en una cochera propiedad de la familia de José Luis (Selu) y situada en la calle Gabriel Celaya, a la espalda de la casa en la que él vivía con su madre viuda y con problemas de alzheimer desde hace tiempo.
«No nos gusta estar en boca de nadie, que nadie vaya diciendo por ahí que aquí hay mucho de esto o mucho de lo otro: vivimos, como quien dice, del turismo, y esto nos viene muy mal», explica el dueño de restaurante situado junto a la parroquia de la Asunción, donde el lunes fue enterrado uno de los dos protagonistas de esta historia. Discreto, deportista, callado y sin tacha hasta la fecha en la relación con sus vecinos, José Luis trabajaba en el campo, cuidando la explotación de sus parientes, y a veces en programas del Plan de Fomento del Empleo Agrario (Profea), el antiguo PER.
Una semana después del desenlace del trágico relato, que comenzó cuatro días antes con la desaparición de los dos hombres, nadie tiene dudas de que vivían o habían vivido una tormentosa historia de amor en una situación difícil en los últimos seis meses: el prieguense quería mantenerla en privado mientras que Juan Alberto, que estaba saliendo de una depresión y que arrastraba una minusvalía psíquica que le había impedido acabar la Educación Secundaria (ESO), insistía en normalizarla.
«Se conocieron a través de las redes sociales, en una página de ésas de contactos. Juan Alberto, nuestro amigo, era abiertamente homosexual, no se lo ocultaba a nadie», declaran Sandra, Andrea y Rocío, tres chicas lucentinas con las que el joven salía los fines de semana desde hacía unos tres años y a quienes su pareja se resistía a conocer. «José Luis se encariñó con él. Alguiló un piso en el centro de Lucena y Juan Alberto dejó la casa de su familia [en un bloque de viviendas sociales en el extrarradio del municipio] y se fue con él por unos meses. En ese tiempo apenas se puso en contacto con nosotras. Estaba absorbido por la relación», añaden las jóvenes, que vieron a su amigo por última vez un par de días antes de que se le perdiera la pista.
«Ésta había sido su primera relación seria, aunque ya había tenido otras experiencias más cortas», añade María Abraham, vecina del fallecido de Lucena y que se precia de haberse ganado su confianza íntima en los últimos tres años. Mucho más rocoso es el entorno de José Luis, que se niega en redondo a hacer apreciación alguna sobre el suceso luctuoso que ha dejado al aire la condición sexual de su familiar, que él llevaba con absoluta reserva.
La última comunicación por «whastapp» entre Juan Alberto y este grupo de amigos está registrada el jueves 12 de abril por la mañana y su última conexión al móvil, como la de su pareja o expareja, es de las 17.04 de ese día. «Sabíamos que, aunque lo habían dejado después de cuatro o cinco meses juntos, se seguían viendo de vez en cuando. El hombre de Priego venía a veces a buscar a Juan Alberto y se iban por ahí, pero no nos decían dónde. Juan quería cortar pero le daba pena y por eso iba cuando él lo llamaba. Juan no había empezado ninguna relación después de dejarlo con José Luis», comentan Ana, Sandra y Rocío.
La familia de Juan Alberto —su padre está en silla de ruedas y tiene dos hermanos— puso una denuncia en la Comisaría de la Policía Nacional de Lucena entre el jueves 12 y el viernes 13 para dar cuenta de su desaparición y la noticia llegó a la Policía Local de Priego, que casó enseguida la información acerca del paradero desconocido de José Luis, que conocían por comentarios en el pueblo pero que nadie les había comunicado oficialmente. «Cruzamos datos y vimos que podían ser pareja. Por ahí empezamos a trabajar», indica uno de los agentes que acudieron a la cochera de Gabriel Celaya el domingo 15 y cuando el hermano de la víctima del municipio, guardia civil inactivo por enfermedad, dio el aviso porque se había encontrado los cuerpos en el garaje, cuya luz estaba encendida y con las llaves de la puerta privada de la plaza echadas por dentro.
«Quedan cosas por saber. Hay detalles que analizar. El caso no está cerrado», se extiende este policía en declaraciones a ABC en relación a la hipótesis que parece más firme con los primeros datos de las autopsias, y que se resume en que uno de los dos hombres mató al otro con un cuchillo de grandes dimensiones —que apareció en el interior del vehículo— y que luego se suicidó. «El tiempo dirá qué pasó de verdad», concluye el policía.
El suceso ha conmocionado a la Subbética de Córdoba, la comarca con cierta pujanza industrial, agrícola y turística del sur de la provincia y en la que están enclavadas las dos localidades natales de las víctimas, separadas por algo más de treinta kilómetros. Un silencio de vergüenza y de dolor se ha apoderado de Priego, que es donde fueron hallados los dos cadáveres, en concreto en una cochera propiedad de la familia de José Luis (Selu) y situada en la calle Gabriel Celaya, a la espalda de la casa en la que él vivía con su madre viuda y con problemas de alzheimer desde hace tiempo.
«No nos gusta estar en boca de nadie, que nadie vaya diciendo por ahí que aquí hay mucho de esto o mucho de lo otro: vivimos, como quien dice, del turismo, y esto nos viene muy mal», explica el dueño de restaurante situado junto a la parroquia de la Asunción, donde el lunes fue enterrado uno de los dos protagonistas de esta historia. Discreto, deportista, callado y sin tacha hasta la fecha en la relación con sus vecinos, José Luis trabajaba en el campo, cuidando la explotación de sus parientes, y a veces en programas del Plan de Fomento del Empleo Agrario (Profea), el antiguo PER.
Una semana después del desenlace del trágico relato, que comenzó cuatro días antes con la desaparición de los dos hombres, nadie tiene dudas de que vivían o habían vivido una tormentosa historia de amor en una situación difícil en los últimos seis meses: el prieguense quería mantenerla en privado mientras que Juan Alberto, que estaba saliendo de una depresión y que arrastraba una minusvalía psíquica que le había impedido acabar la Educación Secundaria (ESO), insistía en normalizarla.
«Se conocieron a través de las redes sociales, en una página de ésas de contactos. Juan Alberto, nuestro amigo, era abiertamente homosexual, no se lo ocultaba a nadie», declaran Sandra, Andrea y Rocío, tres chicas lucentinas con las que el joven salía los fines de semana desde hacía unos tres años y a quienes su pareja se resistía a conocer. «José Luis se encariñó con él. Alguiló un piso en el centro de Lucena y Juan Alberto dejó la casa de su familia [en un bloque de viviendas sociales en el extrarradio del municipio] y se fue con él por unos meses. En ese tiempo apenas se puso en contacto con nosotras. Estaba absorbido por la relación», añaden las jóvenes, que vieron a su amigo por última vez un par de días antes de que se le perdiera la pista.
«Ésta había sido su primera relación seria, aunque ya había tenido otras experiencias más cortas», añade María Abraham, vecina del fallecido de Lucena y que se precia de haberse ganado su confianza íntima en los últimos tres años. Mucho más rocoso es el entorno de José Luis, que se niega en redondo a hacer apreciación alguna sobre el suceso luctuoso que ha dejado al aire la condición sexual de su familiar, que él llevaba con absoluta reserva.
La última comunicación por «whastapp» entre Juan Alberto y este grupo de amigos está registrada el jueves 12 de abril por la mañana y su última conexión al móvil, como la de su pareja o expareja, es de las 17.04 de ese día. «Sabíamos que, aunque lo habían dejado después de cuatro o cinco meses juntos, se seguían viendo de vez en cuando. El hombre de Priego venía a veces a buscar a Juan Alberto y se iban por ahí, pero no nos decían dónde. Juan quería cortar pero le daba pena y por eso iba cuando él lo llamaba. Juan no había empezado ninguna relación después de dejarlo con José Luis», comentan Ana, Sandra y Rocío.
La familia de Juan Alberto —su padre está en silla de ruedas y tiene dos hermanos— puso una denuncia en la Comisaría de la Policía Nacional de Lucena entre el jueves 12 y el viernes 13 para dar cuenta de su desaparición y la noticia llegó a la Policía Local de Priego, que casó enseguida la información acerca del paradero desconocido de José Luis, que conocían por comentarios en el pueblo pero que nadie les había comunicado oficialmente. «Cruzamos datos y vimos que podían ser pareja. Por ahí empezamos a trabajar», indica uno de los agentes que acudieron a la cochera de Gabriel Celaya el domingo 15 y cuando el hermano de la víctima del municipio, guardia civil inactivo por enfermedad, dio el aviso porque se había encontrado los cuerpos en el garaje, cuya luz estaba encendida y con las llaves de la puerta privada de la plaza echadas por dentro.
«Quedan cosas por saber. Hay detalles que analizar. El caso no está cerrado», se extiende este policía en declaraciones a ABC en relación a la hipótesis que parece más firme con los primeros datos de las autopsias, y que se resume en que uno de los dos hombres mató al otro con un cuchillo de grandes dimensiones —que apareció en el interior del vehículo— y que luego se suicidó. «El tiempo dirá qué pasó de verdad», concluye el policía.
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