Imagen: El Asombrario / Conchita Wurst |
Paco Tomás | El Asombrario, 2018-04-17
https://elasombrario.com/conchita-wurst-y-el-v-i-h/
Un desafortunado tuit del diario ‘El País’ sobre la declaración de la cantante Conchita Wurst -“tengo VIH”- lleva al autor a reflexionar sobre todo lo preocupante que subyace bajo ese desliz: el desentendimiento de las administraciones públicas para informar sobre el VIH y el sida, para hablar de ello, para hacer campañas, para informar. La sociedad ha bajado la guardia frente a la infección, y los responsables políticos tienen una parte muy importante de culpa. La Comunidad de Madrid, por ejemplo, ha recortado drásticamente las ayudas a las asociaciones con más experiencia en ese ámbito, poniendo en peligro que puedan seguir desarrollando su trabajo.
Despertarnos con un tuit de ‘El País’: “La ganadora de Eurovisión Conchita Wurst anuncia que tiene sida”. Debajo, el enlace a la noticia, que ellos mismos habían redactado, donde leíamos: “Tengo VIH”. En cuanto las reacciones airadas que provocó semejante barbaridad se materializaron en otros tantos tuits, el diario rectificó la información. A veces pienso que por eso Twitter nunca va a permitir que podamos editar los tuits. Porque, para bien o para mal, aquello que escribimos, en 140 o 280 caracteres, nos posiciona, da una información de nosotros mismos, de nuestro entorno, de nuestra sociedad, mucho más real que la resultante de un tuit editado.
Porque aunque algunos quieran diferenciar entre la calidad del periodismo escrito y la falta de rigor del digital, aunque haya quien prefiera culpar al becario, aunque queramos quitarle importancia al hecho anecdótico, lo cierto es que bajo ese error subyace una realidad tan preocupante que debería haber inspirado otra información al instante.
Desde el primer caso de VIH-Sida detectado en España, en octubre de 1981, hasta hoy han pasado 37 años. En ese tiempo hemos pasado de la ignorancia al terror, del miedo al dolor, de ahí a la tristeza que convertimos en luchadora para ir transitando hacia la esperanza e instalarnos en la vida. Porque lo que ha sucedido en estos años es que algo que era sinónimo de muerte ahora es perfectamente compatible con la vida. Aquella enfermedad devastadora que cambió nuestras vidas hoy es una dolencia crónica gracias al diagnóstico inmediato y al tratamiento con antirretrovirales. Sin embargo, algo ha permanecido latente, durante todo este tiempo, y ha sido la serofobia.
El último informe de vigilancia epidemiológica del VIH Sida del Ministerio de Sanidad apuntaba que las relaciones sexuales no protegidas entre hombres habían vuelto a ocupar el primer lugar en cuanto al mecanismo probable de infección en el conjunto global de datos. Hace siete años, cuatro de cada diez nuevos infectados en España eran homosexuales. Si a eso añadimos que el 18% de las personas infectadas no sabe que lo está, porque no se ha hecho la prueba, con el conflicto que ello supone respecto al diagnóstico tardío, podrán hacerse el mapa de una situación muy poco halagüeña.
Habrá quien crea que las nuevas generaciones han bajado la guardia ante la infección. No han sentido el miedo y la cronificación de la enfermedad, con una calidad de vida muy alta, no les parece algo a lo que temer. En ese caso, ¿por qué hay esa tasa tan baja de personas haciéndose la prueba y la sospecha de un número tan elevado de personas infectadas sin saberlo? ¿Se le ha perdido el respeto a la infección pero no a la prueba? La respuesta es serofobia. Cómo enfrentarme a un resultado positivo cuando, dentro de mí, a mi alrededor, percibo que mi estado serológico conlleva estigma y discriminación.
No importa que digamos que un diagnóstico temprano hará que se tenga acceso al tratamiento lo suficientemente pronto como para ser indetectable y, por lo tanto, intransmisible si no tenemos altavoces para que ese mensaje llegue a las escuelas, institutos, hogares y plazas. A la gente, a la sociedad, le sigue aterrorizando lo mismo que atemorizaba a la sociedad de hace más de 30 años. ¿Por qué? Porque el Estado y las autoridades político sanitarias hace tiempo que dejaron de preocuparse del VIH, dejaron de hacer campañas, de informar, de firmar un Pacto de Estado y han delegado todo ese trabajo en asociaciones y fundaciones a las que apenas subvencionan como merecen, dado el enorme volumen de trabajo que tienen y las diferentes ramas de actuación a las que hacen frente. La Comunidad de Madrid, por ejemplo, no solo le debe dinero a esas asociaciones que trabajan en el día a día contra la infección y con las personas infectadas sino que les retira las ayudas, impidiendo que aquellas asociaciones con más experiencia en ese ámbito puedan seguir desarrollando su trabajo. No hablar de VIH, no volver a ver una campaña en televisión -¿recuerdan aquel “si da, no da”, aquel “póntelo, pónselo”?-, no comprometerse en la lucha contra la infección, recortar en sanidad, tiene consecuencias. ¿De verdad hay un solo político que piensa que el virus entiende de crisis económicas?
En el momento en el que las administraciones públicas dejaron de ver muertes relacionadas con el VIH-Sida, dejaron de prestar atención a la enfermedad. No hay muertes, no hay titulares. Todo se relajó. Quizá si hubiesen prestado más atención a las asociaciones que trabajan este asunto desde hace años hubiesen comprendido la magnitud del problema.
Lo que subyace bajo el error del tuit de ‘El País’ es que ahí había una persona, joven o adulta, que hoy, 37 años después, en un medio de comunicación que fue referencia, sigue pensando que ser seropositivo y haber desarrollado la enfermedad del síndrome de inmunodeficiencia adquirida es lo mismo. Y es probable que lo crea porque todo el trabajo que se hizo durante los 80 y principios de los 90 desapareció de la noche a la mañana. Un lazo rojo cada 1 de diciembre y a tirar millas. O volvemos a meter la lucha contra el VIH en las agendas, o volvemos a hablar de VIH, o autorizamos la implementación en España de la profilaxis pre exposición (PreP) -la Comisión Europea autorizó su comercialización en Europa en agosto de 2016-, o volvemos a hacer campañas, o financiamos a las asociaciones que están haciendo ese trabajo, o seguiremos manteniendo latente el relato del estigma, que crece con fuerza en el silencio y la invisibilidad, alimentando el miedo y haciendo que uno interiorice conceptos como los que, por descuido o no, aparecieron en el titular.
Despertarnos con un tuit de ‘El País’: “La ganadora de Eurovisión Conchita Wurst anuncia que tiene sida”. Debajo, el enlace a la noticia, que ellos mismos habían redactado, donde leíamos: “Tengo VIH”. En cuanto las reacciones airadas que provocó semejante barbaridad se materializaron en otros tantos tuits, el diario rectificó la información. A veces pienso que por eso Twitter nunca va a permitir que podamos editar los tuits. Porque, para bien o para mal, aquello que escribimos, en 140 o 280 caracteres, nos posiciona, da una información de nosotros mismos, de nuestro entorno, de nuestra sociedad, mucho más real que la resultante de un tuit editado.
Porque aunque algunos quieran diferenciar entre la calidad del periodismo escrito y la falta de rigor del digital, aunque haya quien prefiera culpar al becario, aunque queramos quitarle importancia al hecho anecdótico, lo cierto es que bajo ese error subyace una realidad tan preocupante que debería haber inspirado otra información al instante.
Desde el primer caso de VIH-Sida detectado en España, en octubre de 1981, hasta hoy han pasado 37 años. En ese tiempo hemos pasado de la ignorancia al terror, del miedo al dolor, de ahí a la tristeza que convertimos en luchadora para ir transitando hacia la esperanza e instalarnos en la vida. Porque lo que ha sucedido en estos años es que algo que era sinónimo de muerte ahora es perfectamente compatible con la vida. Aquella enfermedad devastadora que cambió nuestras vidas hoy es una dolencia crónica gracias al diagnóstico inmediato y al tratamiento con antirretrovirales. Sin embargo, algo ha permanecido latente, durante todo este tiempo, y ha sido la serofobia.
El último informe de vigilancia epidemiológica del VIH Sida del Ministerio de Sanidad apuntaba que las relaciones sexuales no protegidas entre hombres habían vuelto a ocupar el primer lugar en cuanto al mecanismo probable de infección en el conjunto global de datos. Hace siete años, cuatro de cada diez nuevos infectados en España eran homosexuales. Si a eso añadimos que el 18% de las personas infectadas no sabe que lo está, porque no se ha hecho la prueba, con el conflicto que ello supone respecto al diagnóstico tardío, podrán hacerse el mapa de una situación muy poco halagüeña.
Habrá quien crea que las nuevas generaciones han bajado la guardia ante la infección. No han sentido el miedo y la cronificación de la enfermedad, con una calidad de vida muy alta, no les parece algo a lo que temer. En ese caso, ¿por qué hay esa tasa tan baja de personas haciéndose la prueba y la sospecha de un número tan elevado de personas infectadas sin saberlo? ¿Se le ha perdido el respeto a la infección pero no a la prueba? La respuesta es serofobia. Cómo enfrentarme a un resultado positivo cuando, dentro de mí, a mi alrededor, percibo que mi estado serológico conlleva estigma y discriminación.
No importa que digamos que un diagnóstico temprano hará que se tenga acceso al tratamiento lo suficientemente pronto como para ser indetectable y, por lo tanto, intransmisible si no tenemos altavoces para que ese mensaje llegue a las escuelas, institutos, hogares y plazas. A la gente, a la sociedad, le sigue aterrorizando lo mismo que atemorizaba a la sociedad de hace más de 30 años. ¿Por qué? Porque el Estado y las autoridades político sanitarias hace tiempo que dejaron de preocuparse del VIH, dejaron de hacer campañas, de informar, de firmar un Pacto de Estado y han delegado todo ese trabajo en asociaciones y fundaciones a las que apenas subvencionan como merecen, dado el enorme volumen de trabajo que tienen y las diferentes ramas de actuación a las que hacen frente. La Comunidad de Madrid, por ejemplo, no solo le debe dinero a esas asociaciones que trabajan en el día a día contra la infección y con las personas infectadas sino que les retira las ayudas, impidiendo que aquellas asociaciones con más experiencia en ese ámbito puedan seguir desarrollando su trabajo. No hablar de VIH, no volver a ver una campaña en televisión -¿recuerdan aquel “si da, no da”, aquel “póntelo, pónselo”?-, no comprometerse en la lucha contra la infección, recortar en sanidad, tiene consecuencias. ¿De verdad hay un solo político que piensa que el virus entiende de crisis económicas?
En el momento en el que las administraciones públicas dejaron de ver muertes relacionadas con el VIH-Sida, dejaron de prestar atención a la enfermedad. No hay muertes, no hay titulares. Todo se relajó. Quizá si hubiesen prestado más atención a las asociaciones que trabajan este asunto desde hace años hubiesen comprendido la magnitud del problema.
Lo que subyace bajo el error del tuit de ‘El País’ es que ahí había una persona, joven o adulta, que hoy, 37 años después, en un medio de comunicación que fue referencia, sigue pensando que ser seropositivo y haber desarrollado la enfermedad del síndrome de inmunodeficiencia adquirida es lo mismo. Y es probable que lo crea porque todo el trabajo que se hizo durante los 80 y principios de los 90 desapareció de la noche a la mañana. Un lazo rojo cada 1 de diciembre y a tirar millas. O volvemos a meter la lucha contra el VIH en las agendas, o volvemos a hablar de VIH, o autorizamos la implementación en España de la profilaxis pre exposición (PreP) -la Comisión Europea autorizó su comercialización en Europa en agosto de 2016-, o volvemos a hacer campañas, o financiamos a las asociaciones que están haciendo ese trabajo, o seguiremos manteniendo latente el relato del estigma, que crece con fuerza en el silencio y la invisibilidad, alimentando el miedo y haciendo que uno interiorice conceptos como los que, por descuido o no, aparecieron en el titular.
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