Imagen: Ara_cat / Miquel Missé y Judith Butler en CCCB de Barcelona |
Butler ha venido a Barcelona para llevar a la práctica aquello por lo que en Brasil la acusaron de “pederasta” y “bruja”. La pensadora estadounidense se ha reunido con más de 300 estudiantes de secundaria para explicarles sus teorías sobre género y sexualidad.
Eudald Espluga | PlayGround, 2018-04-18
https://www.playgroundmag.net/lit/Judith-Butler-Barcelona-genero-institutos_29079525.html
Judith Butler fue agredida en el aeropuerto de Congonhas, en Sao Paulo, hace apenas unos meses. Después de que una petición anónima recabara hasta 370.000 firmas contra la visita de la pensadora, más de un centenar de personas se manifestaron frente a la Universidad con crucifijos en la mano, y quemaron un muñeco con la cara de Butler. En las pancartas podían leerse acusaciones de pedofilia y zoofilia, y por las calles la llamaron "bruja", "exterminadora de familias" y "promotora mundial de la ideología de género". Su acusación era firme: Butler quería corromper la sociedad brasileña, destruir la tradición, pervertir y confundir a los niños.
Ahora, la filósofa estadounidense ha venido a Barcelona para llevar a la práctica aquello por la que la insultaron en Brasil. Se ha reunido con 300 estudiantes de secundaria —de 12 a 18 años— para exponer sus teorías sobre género y sexualidad, repitiendo así el gesto filosófico más radical: corromper la juventud.
"Corromper a la juventud" fue la acusación que se lanzó sobre Sócrates, el primer gran pensador. "Sócrates es culpable", rezaba la denuncia, "porque fisgonea las cosas del cielo y de debajo la tierra / hace parecer buena la mala causa / y enseña todo esto a los demás". Como al filósofo griego, a Butler se le achaca que haga preguntas impertinentes en público, que cuestione la gramática moral de nuestros hábitos, que se atreva a preguntar "por qué" incluso cuando hablamos de los dioses de la ciudad.
Son muchos los que la ven como un peligro, y temen invitarla a escuelas o institutos. El solo hecho de hablar de género en términos políticos incomoda: "piensan que voy a obligar a los chicos a vestirse de rosa o que les impediré jugar con camiones". Pero Butler no quiere desmaquillar a las adolescentes ni obligar a los chicos a vestir con falda. Ni siquiera desea un mundo en el que las categorías de género no existan: eso sólo funciona en la ciencia ficción. Por el contrario, lejos de crear nuevas prescripciones y atenazar las diferencias en nuevas identidades, aspira a relajar el binarismo normativo hegemónico para evitar así el sufrimiento y la exclusión de todas aquellas personas que no encajan perfectamente en los ideales de "hombre" o "mujer".
Teoría queer para niños
Para hacer comprensible su teoría, Butler ha lanzado la siguiente pregunta: "cuando nacisteis, ¿qué es lo primero que quisieron saber de vosotros? Exacto, si eráis niños o niñas". Hoy, la asignación de sexo se produce incluso antes del parto. "Nadie llega al mundo siendo una 'persona'. Los humanos sólo somos reconocidos como personas cuando tenemos género". Pero el género no tiene nada que ver con nuestra anatomía: "el género son los significados sociales de la asignación de sexo". Así que más que con los genitales o las hormonas, el género tiene que ver con todas aquellas expectativas que son trasladados al cuerpo del bebé en forma de nombre, colores, juguetes, ropa, comportamiento, hábitos, etcétera.
El problema, sin embargo, no es la existencia de una taxonomía que nos divida —"no podemos abolir las categorías"—, sino que su rigidez nos obligue a vivir con miedo y vergüenza. "Tenemos que pensar el género como un espacio de libertad", y entender que hay muchas maneras de ser hombre y mujer, o de no ser ninguna de las dos cosas. Pero, a diferencia de lo que piensan sus críticos, Butler no tiene ningún problema con aquellos que se sientan cómodos con el género que les ha sido asignado.
Para explicarse, Butler ha recorrido a su experiencia personal. Desde pequeña veía como su madre utilizaba la expresión "ponerse la cara" para referirse al maquillaje. Se situaba ante el espejo e intentaba que su rostro se acercara al ideal de mujer que había aprendido en Hollywood. Era literalmente una performance, una actuación: no iba a salir a la calle hasta que se hubiera "puesto la cara".
De esa epifanía arrancan sus provocativas ideas, y así se lo ha contado a los estudiantes que llenaban el teatro del Centro de Cultura Contamporània de Barcelona. Butler no se considera hombre ni mujer. Literalmente le da igual: "no estoy interesada en tener una identidad, sino en tener afiliaciones". Porque su rechazo del género es un rechazo político de las estructuras de dominación que subordinan a las mujeres y a todos aquellos que no encajan en el paradigma: el "marica" de la clase, la "puta" o la "marimacho". Y habla de "afiliaciones" porque entiende que la resistencia frente a la heteronormatividad patriarcal tiene que ser comunitaria: la lucha trans no es solamente la de aquellos que aspiran a una resignación de género, sino también la de todos aquellos que habitan en la indefinición de los márgenes; incluso —y quizá especialmente— de las personas cisgénero que no quieren que su identidad sirva para vehicular la opresión de sus iguales.
El género en disputa y la brecha generacional
Judith Butler había accedido a realizar esta charla en el marco de su proyecto para adaptar ‘El género en disputa’ a un público juvenil. Una iniciativa previsiblemente polémica que llevaba un paso más allá la idea de "corrupción de la juventud". ¿Un manual para escuelas en la que se enseñara que el género es una construcción social? Paradójicamente, el encuentro ha demostrado que quizá no son esos adolescentes quienes más necesitan este tipo de corrupción filosófica.
Frente a las palabras de Butler, nadie ha reaccionado con estupor. Tampoco con sorna. Más que sentir que su edificio conceptual se tambaleaba, sus preguntas revelaban que por primera vez podían dar salida a algunas de sus preocupaciones más íntimas. Si interrogaban a la pensadora, no era tanto para cuestionar sus premisas sobre el género, como para entender de qué modo podían conjugar estas ideas con el feminismo o para saber cómo podían trasladarlas a la escuela.
La brecha generacional respecto a la sensibilización con temas como la LGTBIfobia resultaba evidente cuando los estudiantes preguntaban cómo podían ellos hacer pedagogía en casa o con sus profesores. Miquel Missé, sociólogo y activista trans que dirigía el acto, lo ha resumido perfectamente: "no sois lo que los profesores y profesoras hacen de vosotros. También vosotros los hacéis a ellos. Tenéis el poder de cambiar cómo se explica una cosa en clase".
Como ejercicio de corrupción de la juventud, el encuentro ha sido claramente un fracaso. Pero un fracaso esperanzador, que invita a pensar que una versión adolescente de ‘El género en disputa’ ya dispone de unos lectores preparados para entenderlo.
Ahora, la filósofa estadounidense ha venido a Barcelona para llevar a la práctica aquello por la que la insultaron en Brasil. Se ha reunido con 300 estudiantes de secundaria —de 12 a 18 años— para exponer sus teorías sobre género y sexualidad, repitiendo así el gesto filosófico más radical: corromper la juventud.
"Corromper a la juventud" fue la acusación que se lanzó sobre Sócrates, el primer gran pensador. "Sócrates es culpable", rezaba la denuncia, "porque fisgonea las cosas del cielo y de debajo la tierra / hace parecer buena la mala causa / y enseña todo esto a los demás". Como al filósofo griego, a Butler se le achaca que haga preguntas impertinentes en público, que cuestione la gramática moral de nuestros hábitos, que se atreva a preguntar "por qué" incluso cuando hablamos de los dioses de la ciudad.
Son muchos los que la ven como un peligro, y temen invitarla a escuelas o institutos. El solo hecho de hablar de género en términos políticos incomoda: "piensan que voy a obligar a los chicos a vestirse de rosa o que les impediré jugar con camiones". Pero Butler no quiere desmaquillar a las adolescentes ni obligar a los chicos a vestir con falda. Ni siquiera desea un mundo en el que las categorías de género no existan: eso sólo funciona en la ciencia ficción. Por el contrario, lejos de crear nuevas prescripciones y atenazar las diferencias en nuevas identidades, aspira a relajar el binarismo normativo hegemónico para evitar así el sufrimiento y la exclusión de todas aquellas personas que no encajan perfectamente en los ideales de "hombre" o "mujer".
Teoría queer para niños
Para hacer comprensible su teoría, Butler ha lanzado la siguiente pregunta: "cuando nacisteis, ¿qué es lo primero que quisieron saber de vosotros? Exacto, si eráis niños o niñas". Hoy, la asignación de sexo se produce incluso antes del parto. "Nadie llega al mundo siendo una 'persona'. Los humanos sólo somos reconocidos como personas cuando tenemos género". Pero el género no tiene nada que ver con nuestra anatomía: "el género son los significados sociales de la asignación de sexo". Así que más que con los genitales o las hormonas, el género tiene que ver con todas aquellas expectativas que son trasladados al cuerpo del bebé en forma de nombre, colores, juguetes, ropa, comportamiento, hábitos, etcétera.
El problema, sin embargo, no es la existencia de una taxonomía que nos divida —"no podemos abolir las categorías"—, sino que su rigidez nos obligue a vivir con miedo y vergüenza. "Tenemos que pensar el género como un espacio de libertad", y entender que hay muchas maneras de ser hombre y mujer, o de no ser ninguna de las dos cosas. Pero, a diferencia de lo que piensan sus críticos, Butler no tiene ningún problema con aquellos que se sientan cómodos con el género que les ha sido asignado.
Para explicarse, Butler ha recorrido a su experiencia personal. Desde pequeña veía como su madre utilizaba la expresión "ponerse la cara" para referirse al maquillaje. Se situaba ante el espejo e intentaba que su rostro se acercara al ideal de mujer que había aprendido en Hollywood. Era literalmente una performance, una actuación: no iba a salir a la calle hasta que se hubiera "puesto la cara".
De esa epifanía arrancan sus provocativas ideas, y así se lo ha contado a los estudiantes que llenaban el teatro del Centro de Cultura Contamporània de Barcelona. Butler no se considera hombre ni mujer. Literalmente le da igual: "no estoy interesada en tener una identidad, sino en tener afiliaciones". Porque su rechazo del género es un rechazo político de las estructuras de dominación que subordinan a las mujeres y a todos aquellos que no encajan en el paradigma: el "marica" de la clase, la "puta" o la "marimacho". Y habla de "afiliaciones" porque entiende que la resistencia frente a la heteronormatividad patriarcal tiene que ser comunitaria: la lucha trans no es solamente la de aquellos que aspiran a una resignación de género, sino también la de todos aquellos que habitan en la indefinición de los márgenes; incluso —y quizá especialmente— de las personas cisgénero que no quieren que su identidad sirva para vehicular la opresión de sus iguales.
El género en disputa y la brecha generacional
Judith Butler había accedido a realizar esta charla en el marco de su proyecto para adaptar ‘El género en disputa’ a un público juvenil. Una iniciativa previsiblemente polémica que llevaba un paso más allá la idea de "corrupción de la juventud". ¿Un manual para escuelas en la que se enseñara que el género es una construcción social? Paradójicamente, el encuentro ha demostrado que quizá no son esos adolescentes quienes más necesitan este tipo de corrupción filosófica.
Frente a las palabras de Butler, nadie ha reaccionado con estupor. Tampoco con sorna. Más que sentir que su edificio conceptual se tambaleaba, sus preguntas revelaban que por primera vez podían dar salida a algunas de sus preocupaciones más íntimas. Si interrogaban a la pensadora, no era tanto para cuestionar sus premisas sobre el género, como para entender de qué modo podían conjugar estas ideas con el feminismo o para saber cómo podían trasladarlas a la escuela.
La brecha generacional respecto a la sensibilización con temas como la LGTBIfobia resultaba evidente cuando los estudiantes preguntaban cómo podían ellos hacer pedagogía en casa o con sus profesores. Miquel Missé, sociólogo y activista trans que dirigía el acto, lo ha resumido perfectamente: "no sois lo que los profesores y profesoras hacen de vosotros. También vosotros los hacéis a ellos. Tenéis el poder de cambiar cómo se explica una cosa en clase".
Como ejercicio de corrupción de la juventud, el encuentro ha sido claramente un fracaso. Pero un fracaso esperanzador, que invita a pensar que una versión adolescente de ‘El género en disputa’ ya dispone de unos lectores preparados para entenderlo.
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