Imagen: Pikara / Alicia Miyares, Rosa María Rodríguez Magda, Amelia Valcárcel y Anna Prats |
Feministas ligadas al PSOE están canalizando el discurso de odio transmisógino con respaldo institucional y dinero público. Emplean estrategias de manipulación y chascarrillos ofensivos similares a los de la extrema derecha para crear enemigas ficticias con las que mantener su nicho de poder e intentar frenar la emancipación de las proletarias.
Teresa Bambú y Rebelión Feminista | Pikara, 2019-07-10
https://www.pikaramagazine.com/2019/07/transmisoginia-feminismo/
El colectivo trans ha empezado a empoderarse y a conseguir representación, pero a cada avance social le sucede siempre una reacción. En este caso viene representada en las que ondean la bandera de la mal llamada Cuarta Ola, representantes de un feminismo institucional cuyos hilos mueve el PSOE sin ningún tipo de decoro. La Escuela Feminista Rosario de Acuña celebrada la semana pasada en Gijón ha sido un buen ejemplo de lo expuesto: una mesa integrada casi totalmente por militantes y cargos de este partido. No me extenderé en esta columna en desglosar punto por punto las faltas de rigor académico de estas jornadas, ya que la misma cantinela de siempre ya la he explicado y resumido en trabajos en este y otros portales. Ahora lo preciso es denunciar el odio transmisógino en nuestras filas, y exigir una rendición de cuentas a quienes, vendiéndose como frente de vanguardia, ahora solamente representan palos en las ruedas para el movimiento con su discurso biologicista calcado al “los niños tienen pene y las niñas vagina” de HazteOír.
No se explica que personas con la formación en Filosofía de Amelia Valcárcel o de su discípula Alicia Miyares carguen contra un colectivo especialmente proletarizado y marginalizado como lo son las mujeres trans. A lo largo de sus intervenciones, plantean la transexualidad como una moda, ya que subyace su idea de que realmente se tratan de hombres con vestido a quienes califican constantemente de “tíos” o de “actores del género”.
Tampoco se explica que catedráticas mencionen la teoría queer no para hacer crítica constructiva, sino para verter mentiras acerca de esta como que, en palabras de Miyares, “vindica sexualidades extremas como algo pertinente como la pedofilia”, para posteriormente plantear a las personas trans como un producto de esta teoría. La asociación de la pedofilia con el colectivo LGTB para estigmatizarnos es algo que cualquiera con un mínimo de memoria histórica es capaz de señalar con repugnancia y que va mucho más allá de un error de interpretación de una simple teoría o una diferencia de opinión, pero en este gallinero primaba sobre cualquier principio democrático el vómito de odio y de chistes ofensivos acerca de “penes femeninos”, “sexadores de pollos” o “mujeres sin vagina”.
Esta tergiversación de los estudios sobre identidad sexual se hace palpable también en la intervención de Ángeles Álvarez, exdiputada del PSOE, que confunde con mala fe la transexualidad con la inconformidad de género o le da a dicha identidad “un significado vivencial y optativo” en base a una interpretación perversa de los diversos proyectos de ley de identidad de género en la que ignora deliberadamente qué dice la evidencia científica al respecto. Pero lo más sangrante resultó su justificación del bloqueo a la Ley Trans Estatal, impulsada por Podemos de la que en tanto que portavoz de la Comisión de Igualdad del Congreso ella misma fue artífice. Ante este proyecto de ley que proponía reformas que son cuestión de vida o muerte para el colectivo trans, ya había alegado frivolidades como “no podemos estar cambiando cada cinco minutos la identidad”. Y en el espectáculo bochornoso de la semana pasada volvió a banalizar con necedades como “cuidado, pueden darse casos de que haya hombres que se cambien el género para entrar en listas de paridad”, todas ellas aliñadas con el mismo tipo de bromitas de puro y carajillo.
Hace un año muchas pensarían que lo TERF [siglas en inglés de feminismo radical transexcluyente] se limitaba a las redes sociales. Pero en estas ponencias pagadas con dinero público y con el beneplácito de las instituciones se ha asistido al traslado del odio vertido en Twitter a las diapositivas, en las que Anna Prats, una de las mayores divulgadoras de la transmisoginia en la red, exponía a través de capturas a sus víctimas como trofeos de caza, y continuaba con la difamación y el ciclo de violencia ante los aplausos extasiados y los chascarrillos groseros de un público de filofascistas con ínfulas de revolucionarias. Todo para ya de vuelta a las redes poder victimizarse ante la posible denuncia por delitos de odio, apelando al miedo a hablar, creyéndose una antisistema cuando realmente ha ocupado ese púlpito bajo el ala del poder del partido de los GAL, la OTAN y el artículo 155.
El PSOE ha logrado fagocitar a la Academia y al movimiento feminista, y ha para ello alentado la transfobia en un contexto histórico en el que el fascismo ha repuntado, con exactamente el mismo mensaje biologicista y con las mismas técnicas de manipulación mediática y de los aportes académicos que aplica la extrema derecha. Sin darnos cuenta, este partido al que parece encantarle jugar con fuego con tal de instrumentalizar y controlar los movimientos sociales ha potenciado que cale el discurso fascista en nuestras filas. El verdadero caballo de Troya son precisamente quienes buscan enemigas ficticias para echar tierra por encima de las verdaderas demandas del movimiento feminista: la emancipación de las racializadas, de las discapacitadas, de las sáficas, de las trans. En definitiva, la emancipación de las proletarias, no de aquellas que han atravesado el techo de cristal y buscan mantener su nicho de poder ni de las que venderían hasta a su madre para conseguirlo. Canalizar el discurso de odio no ha sido sino la estrategia para dividir el movimiento feminista y vaciarlo de espíritu crítico hacia las instituciones burguesas y en particular, hacia las cuestiones de género en las que el PSOE se ha mostrado ineficaz, como la falta de dotación de recursos para la aplicación efectiva de la Ley Integral de Violencia de Género. Todo esto sin perjuicio de abanderarse como feministas con fines electoralistas.
No nos excedemos al tachar de ingenuas a aquellas personas que creían que este fenómeno se circunscribía a las redes sociales y a la crueldad que permite el anonimato, pero al fin y al cabo, tras esos perfiles hay personas con su ideología y, sobre todo, con sus conflictos de interés y su ansia de poder. Y por esto mismo tampoco nos excedemos si llamamos colaboracionistas a todas aquellas que callaron y miraron para otro lado, sabiendo perfectamente a quién estaban difundiendo, con quién estaban colaborando, a quiénes se estaban absteniendo de fiscalizar. Sea miedo, indiferencia, interés arribista o silenciosa aprobación, sólo esperamos que pese sobre su conciencia el resto de sus vidas. Las que verdaderamente vamos contra el sistema patriarcal y capitalista lo tenemos claro: estamos #HastaElCoñoDeTransfobia.
No se explica que personas con la formación en Filosofía de Amelia Valcárcel o de su discípula Alicia Miyares carguen contra un colectivo especialmente proletarizado y marginalizado como lo son las mujeres trans. A lo largo de sus intervenciones, plantean la transexualidad como una moda, ya que subyace su idea de que realmente se tratan de hombres con vestido a quienes califican constantemente de “tíos” o de “actores del género”.
Tampoco se explica que catedráticas mencionen la teoría queer no para hacer crítica constructiva, sino para verter mentiras acerca de esta como que, en palabras de Miyares, “vindica sexualidades extremas como algo pertinente como la pedofilia”, para posteriormente plantear a las personas trans como un producto de esta teoría. La asociación de la pedofilia con el colectivo LGTB para estigmatizarnos es algo que cualquiera con un mínimo de memoria histórica es capaz de señalar con repugnancia y que va mucho más allá de un error de interpretación de una simple teoría o una diferencia de opinión, pero en este gallinero primaba sobre cualquier principio democrático el vómito de odio y de chistes ofensivos acerca de “penes femeninos”, “sexadores de pollos” o “mujeres sin vagina”.
Esta tergiversación de los estudios sobre identidad sexual se hace palpable también en la intervención de Ángeles Álvarez, exdiputada del PSOE, que confunde con mala fe la transexualidad con la inconformidad de género o le da a dicha identidad “un significado vivencial y optativo” en base a una interpretación perversa de los diversos proyectos de ley de identidad de género en la que ignora deliberadamente qué dice la evidencia científica al respecto. Pero lo más sangrante resultó su justificación del bloqueo a la Ley Trans Estatal, impulsada por Podemos de la que en tanto que portavoz de la Comisión de Igualdad del Congreso ella misma fue artífice. Ante este proyecto de ley que proponía reformas que son cuestión de vida o muerte para el colectivo trans, ya había alegado frivolidades como “no podemos estar cambiando cada cinco minutos la identidad”. Y en el espectáculo bochornoso de la semana pasada volvió a banalizar con necedades como “cuidado, pueden darse casos de que haya hombres que se cambien el género para entrar en listas de paridad”, todas ellas aliñadas con el mismo tipo de bromitas de puro y carajillo.
Hace un año muchas pensarían que lo TERF [siglas en inglés de feminismo radical transexcluyente] se limitaba a las redes sociales. Pero en estas ponencias pagadas con dinero público y con el beneplácito de las instituciones se ha asistido al traslado del odio vertido en Twitter a las diapositivas, en las que Anna Prats, una de las mayores divulgadoras de la transmisoginia en la red, exponía a través de capturas a sus víctimas como trofeos de caza, y continuaba con la difamación y el ciclo de violencia ante los aplausos extasiados y los chascarrillos groseros de un público de filofascistas con ínfulas de revolucionarias. Todo para ya de vuelta a las redes poder victimizarse ante la posible denuncia por delitos de odio, apelando al miedo a hablar, creyéndose una antisistema cuando realmente ha ocupado ese púlpito bajo el ala del poder del partido de los GAL, la OTAN y el artículo 155.
El PSOE ha logrado fagocitar a la Academia y al movimiento feminista, y ha para ello alentado la transfobia en un contexto histórico en el que el fascismo ha repuntado, con exactamente el mismo mensaje biologicista y con las mismas técnicas de manipulación mediática y de los aportes académicos que aplica la extrema derecha. Sin darnos cuenta, este partido al que parece encantarle jugar con fuego con tal de instrumentalizar y controlar los movimientos sociales ha potenciado que cale el discurso fascista en nuestras filas. El verdadero caballo de Troya son precisamente quienes buscan enemigas ficticias para echar tierra por encima de las verdaderas demandas del movimiento feminista: la emancipación de las racializadas, de las discapacitadas, de las sáficas, de las trans. En definitiva, la emancipación de las proletarias, no de aquellas que han atravesado el techo de cristal y buscan mantener su nicho de poder ni de las que venderían hasta a su madre para conseguirlo. Canalizar el discurso de odio no ha sido sino la estrategia para dividir el movimiento feminista y vaciarlo de espíritu crítico hacia las instituciones burguesas y en particular, hacia las cuestiones de género en las que el PSOE se ha mostrado ineficaz, como la falta de dotación de recursos para la aplicación efectiva de la Ley Integral de Violencia de Género. Todo esto sin perjuicio de abanderarse como feministas con fines electoralistas.
No nos excedemos al tachar de ingenuas a aquellas personas que creían que este fenómeno se circunscribía a las redes sociales y a la crueldad que permite el anonimato, pero al fin y al cabo, tras esos perfiles hay personas con su ideología y, sobre todo, con sus conflictos de interés y su ansia de poder. Y por esto mismo tampoco nos excedemos si llamamos colaboracionistas a todas aquellas que callaron y miraron para otro lado, sabiendo perfectamente a quién estaban difundiendo, con quién estaban colaborando, a quiénes se estaban absteniendo de fiscalizar. Sea miedo, indiferencia, interés arribista o silenciosa aprobación, sólo esperamos que pese sobre su conciencia el resto de sus vidas. Las que verdaderamente vamos contra el sistema patriarcal y capitalista lo tenemos claro: estamos #HastaElCoñoDeTransfobia.
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