El Diario / Samantha Hudson // |
Samantha Hudson: “Es complicado ser no binaria y a veces estoy desquiciada”.
La artista de 22 años firma su primer disco, 'Liquidación total', con tintes antifascistas, religiosos y muy irónicos: "Si no hubiera sido por la Iglesia católica y la ultraderecha, no tendría carrera musical".
Mónica Zas Marcos | El Diario, 2021-12-16
https://www.eldiario.es/cultura/samantha-hudson-binaria-franco-liquidacion_128_8578921.html
Descarada, honesta y extremadamente inteligente, aunque parte de su personaje consista en vacilar a los ‘haters y pretender que no. Así es Samantha Hudson (Palma, 1999), a quien Ojete Calor llamaría "mocatriz": modelo, cantante y actriz. Pero la música ha sido "el único punto estable" de su carrera imprevisible. Fue donde todo comenzó hace seis años: el nombre, la inquietud artística y su primer éxito. 'Soy maricón', pensado como un proyecto de instituto, le procuró un diez en la asignatura, millares de seguidores en las redes y un grupo de detractores más pequeño, pero ruidoso.
Llega a la entrevista con un traje estampado de cebra y un abrigo de pelo haciendo juego. Atrapa todas las miradas. No hay rastro de Iván González, a quien Magaluf se le quedó pequeño, aislado y precario. A Samantha se le multiplican las oportunidades laborales, ficha por las cadenas más conocidas y colabora en varias tertulias sin renunciar al activismo. Al revés: afilando aún más su discurso. La prueba está en la autocrítica y la defensa a la salud mental que ha encabezado tras su paso por MasterChef y la muerte de su compañera Verónica Forqué.
También está a punto de despedir el año con un especial navideño dirigido por los Javis y de comenzar la gira de su segundo disco, ‘Liquidación total’: "Canciones inconexas, como una blusita, una chaqueta de pelo, una sandalia del 39 y una bota del 42, que juntas forman una simbiosis perfecta". En estas rebajas hay hueco para la exaltación del sentimiento religioso, una declaración de amor a Arturo Valls y, sobre todo, un temazo antifascista que pone a bailar a España ‘Por España’.
P. ¿A quién iba dirigido aquel tema y, sobre todo, ese videoclip?
Contra todo pronóstico, iba dirigido a mi público. No pretendía ser revolucionaria. Me hago mucho la tonta, pero no soy ingenua, y no creo que el fascismo se pueda derribar con un videoclip. Pero sí pienso que el arte, la música, el teatro, la literatura y todas esas disciplinas tan bohemias sirven para hacer propaganda y transmitir un mensaje. Así que, por justicia poética, quise reventarle la cabeza a Franco de un disparo. Hay poetas que juegan con esa ironía y ese sarcasmo, y eso son metáforas y recursos retóricos. Pero como lo hace un travesti, es música petarda. No lo veo. También quise darles a mis maricones algo para bailar en las discotecas, y un buen tema ‘antifa’ es la mejor opción para mover el esqueleto.
P. El videoclip es muy bestia, pero al final hablas de cunetas, de la homofobia heredada de la dictadura y de antifascismo. ¿Crees que las nuevas generaciones están modernizando los códigos para defender a su manera la memoria histórica?
Es verdad. Cuando se habla de la Guerra Civil, la Transición y del movimiento antifascista, tiene unos tintes un poco desfasados, ¿no? Esa nostalgia de antaño también se da mucho en los movimientos obreros. El sistema ha cambiado mucho y ahora no existe el fascismo, pero hay partidos políticos neofascistas. Son las mismas cartas para unas normas del juego completamente diferentes.
Tampoco hice ‘Por España’ para acercar el antifascismo a nadie. La gente que lo vaya a ver ya es bastante antifascista. Sí quería que fuese un revulsivo y generar cierta efervescencia. Pero sobre todo lo hice porque puedo hacerlo. Nos han metido el imaginario de la España cañí y castiza a golpe de martillo en la cabeza desde muy pequeñas. Y resulta que también es nuestro patrimonio. Así que, ¿por qué no jugar libremente con él?
P. La que se armó no tuvo nada que ver con la polémica de la canción ‘Soy maricón’. Se posicionaron los medios, la Iglesia y hasta partidos políticos. Visto con perspectiva, ¿cómo te afectó ese fenómeno viral y ataque brutal cuando solo tenías 16 años?
‘Soy maricón’ no generó polémica por el mensaje en sí, porque eso puede suscitar odio y ya está. La polémica surgió a raíz de que fuera un trabajo para clase y que sacase un sobresaliente. Eso fue lo que desató la cólera de todos los partidos de derecha, ultraderecha y 'centro', que así se hacen llamar, y de las asociaciones cristianas. No sé. Yo lo viví un poco en ‘stand by’. No me dio tiempo a asimilarlo porque con 16 años no tenía las herramientas.
Ahora creo que fue muy injusto, una verdadera sinvergonzonería y bastante cruel que se armara ese escándalo. Sobre todo que se intentara mediatizar el caso de un menor de edad, vilipendiándome y exponiéndome a que cualquier persona pudiera tomarse la justicia por su mano. A mí me amparaba una ley y no podían compartir mis datos, pero de haberse podido, estoy convencida de que lo habrían hecho. Y eso, para una infancia LGBT, puede suponer un gran riesgo. Aunque también les estoy agradecida y siempre lo digo: si no hubiera sido por la Iglesia católica y la ultraderecha, no tendría carrera musical.
P. El riesgo del que hablas está muy presente y va más allá de la infancia. Como has manifestado alguna vez, corres peligro por ser como eres. ¿Qué supuso el cambio desde Magaluf hasta Madrid o Barcelona? ¿El miedo antes era mayor?
Yo soy una chica muy imprudente y bastante conformista. No suelo pensar demasiado en esas cosas. Simplemente el hecho de existir te posiciona y te convierte en el objetivo de una violencia explícita y sistémica. El miedo es algo que acompaña y va contigo durante todo tu transcurso vital. Y de la misma manera pienso que yo no tengo nada de lo que quejarme. Soy una privilegiada. Estoy en el centro de Madrid y puedo permitirme vivir en Malasaña, que no es que me libere de todos los males, pero tampoco estoy en un entorno demasiado hostil.
P. ¿El anonimato te daba cierta inmunidad, o más bien al contrario?
Cuando estás expuesta, aunque suene contradictorio, se genera una nube de tolerancia en torno a tu persona. Mucha gente no me respeta, pero por lo menos me tolera y me permite estar ahí. Ha ocurrido con muchos referentes LGBT a lo largo de la historia, que han colmado los medios de comunicación y han ocupado los titulares de la prensa. Pero la realidad del colectivo es otra. Se siguen cometiendo las mismas vejaciones. Y creo incluso que el panorama actual tiene unos tintes de regreso al pasado.
P. Estamos en un momento de repunte de los delitos de odio y donde partidos políticos se permiten no reconocer al colectivo en el Congreso. ¿Qué es lo que más te preocupa de este regreso al pasado?
Sobre todo lo que atañe a las leyes conseguidas en los últimos años y que se están mutilando, aunque ciertas personas se empeñen en decir que es una reforma para mejorarlas: las leyes LGBT, la ley trans y los ataques a estos planteamientos jurídicos, que al fin y al cabo garantizan derechos humanos básicos. El otro día dijo Isabel Díaz Ayuso que van a recortar algunas cosas que creen que sobran para mejorarlas. No sé. Imagino que para contentar a Vox, tampoco conozco muy bien sus estrategias. Pero me parece una guarrada que estos partidos jueguen con las leyes LGBT, algo fundamental como ofrecer herramientas que nos permitan resolver problemáticas que a ellos no les afectan. A nosotras nos violentan e incluso a veces nos asesinan.
P. Una de tus proclamas más fuertes es en defensa de la salud mental y de la gestión de las emociones. ¿Es más necesario en el caso de la adolescencia LGTBI y disidente de género? ¿Te sentiste acompañada y protegida durante esta etapa?
Yo viví un momento de transición. La realidad que vivió mi hermano en el instituto, que es siete años mayor, fue muy distinta. Cada vez se toma más conciencia y surgen propuestas desde los colegios y las instituciones públicas para aconsejar y guiar a ‘les niñes’, pero no es suficiente. El colegio y el instituto son un infierno. Un simulacro de la vida. Luego sales de ahí y te encuentras con que la mayoría de la gente se ha quedado estancada y siguen siendo los mismos ‘bullies’ ocupando cargos de poder y amparados por las instituciones. Hace falta más educación y, sobre todo, una educación que no se contemple como una alternativa que puedes escoger si te apetece. Es necesario que se imponga. La salud mental y el bienestar de las personas es una tarea colectiva.
P. Criticaste que en el colegio se estudiasen los reyes godos pero no hubiese educación emocional. Más allá del trabajo de los adultos, ¿la gente joven está concienciada o sigue habiendo mucho analfabeto emocional?
Hay síntomas evidentes de que falta responsabilidad emocional y de que no te enseñan a entender las emociones de los demás ni a gestionar las tuyas propias. Y se rieron mucho de mí por decir lo de los reyes godos. Pero de nuevo demostraron lo que yo estaba diciendo: que siguen siendo unos bullies con las neuronas justas para no cagarse encima. Cuando salimos del instituto se nota quién ha sufrido bullying y quién lo ha hecho. Inevitablemente, cuando a ti se te cuestiona hasta tu propia existencia y te exponen a todos estos peligros, te surgen dudas. ¿Qué es la homofobia? ¿Qué es ser un maricón? ¿Seré yo un maricón? A veces no tienes la suerte de encontrar respuesta, pero cuando la tienes, tu pensamiento se vuelve más maduro.
P. Tristemente hemos vuelto a hablar de esto por la muerte de Verónica Forqué, con quien compartiste ‘MasterChef Celebrity’. Has llegado a pedir perdón por si alimentaste el estigma en algún momento, pero fuiste una de sus mayores defensoras. ¿A qué te referías?
Yo me siento aliviada, en el sentido de que nunca me tomé mal sus comportamientos, por los cuales se la tachó de histérica, de soberbia, de prepotente y de maleducada incluso. Tampoco podía intuir que tuviera ningún problema. Pero sí me siento culpable por haber transformado esas conductas en carisma. O por exaltar su figura, pensando que lo hacía por un instinto genuino y porque ella era así, no porque estuviera sufriendo. Los dos extremos son malos: no hay que demonizar, pero tampoco hay que fetichizar ni romantizar esas cosas. Estuve en ‘shock’ y me supo fatal pensar en haber podido contribuir a toda esa nube. El hecho mismo de pensarlo me deja muy mal sabor de boca y espero que me sirva a mí y a todos para tenerlo en consideración y aplicarlo.
P. En este caso concreto se está poniendo el foco sobre MasterChef y sus televidentes. ¿Se pudo gestionar con más cuidado por parte del programa?
No pienso que nadie tenga la culpa. Yo estuve dos semanas y tampoco sé cuál era su relación con los compañeros. Creo que todos lo podríamos haber hecho mejor. Sobre todo las personas que seguían el programa y lanzaban comentarios realmente asquerosos y aberrantes en las redes. Una cosa es reírte, que está igual de mal, y yo lo hacía. Lo compartíamos como si fuera divertido, pero no teníamos la información ni sabíamos su situación personal. Pero ¿cómo tienes el tiempo y la poca decencia de meterte en sus fotos y comentarle que das asco, que eres una prepotente o que te da vergüenza? O sea, cierra la boca.
P. Se ha hablado mucho de la gestión de la salud mental en los ‘realities’ y la televisión. Aunque no tanto en ese formato, también te expones en podcasts, series y programas. ¿Temes que te afecte en algún momento?
Lo bueno es que tengo muy claro lo que no quiero hacer y lo que no quiero decir. Me chupa el coño completamente lo que puedan opinar de mí, porque ya voy con las convicciones bastante afirmadas y soy plenamente consciente de lo que estoy haciendo. Eso ejerce de coraza. En cuanto a la televisión, no es una entidad incorpórea: la conforman personas. Sí que se puede mejorar mucho el trato que se les da a los personajes públicos, las entrevistas y la manera en la que se mediatizan los problemas. Hay programas de televisión y tertulias que son muy injustos, pero al menos no es la televisión de los 90. Es algo en lo que nunca hay que desistir.
P. Estás harta de explicar la disidencia de género en términos teóricos. Pero, a nivel personal, ¿es difícil escapar de las presiones físicas o de comportamiento que se le imponen a los roles clásicos, femeninos en este caso?
Es muy difícil. A muchas personas se les llena la boca diciendo que yo me visto de esta manera o me comporto de este modo para reproducir estereotipos misóginos o para burlarme del papel de la mujer. Tal vez no se han parado a pensar que esos estereotipos y la violencia de género nos afectan a todos. Yo también interiorizo los cánones de belleza femeninos o aspiro a cumplir con unos estándares sin haber sido una mujer al nacer.
A día de hoy, estoy en el perineo del género: no siento que encaje en la categoría de hombre ni en la categoría de mujer. Y parece una postura muy liberadora, pero también es muy restrictiva, porque a veces no sabes quién eres. A veces dices "Me gustaría tener pecho y un cuerpo más femenino", pero luego te apetece ser más andrógino y más ambiguo. Son experiencias reales. No sé por qué se ha extendido que ser ‘queer’ es un capricho y que yo autodetermino mi género. Es completamente mentira.
Yo no soy un maricón porque yo quiera ser maricón. Yo soy maricón porque a los hombres les gustan las mujeres y, como a mí me gustan los chicos, lo que ha decidido la sociedad es que yo sea un gay, una persona amanerada, un mariquita y un sarasa. Y yo no soy una persona no binaria porque yo quiera serlo. Yo soy los restos, de los restos, de lo que me han dejado. Un limbo entre dos mundos. Yo soy ‘queer’ porque el género es restrictivo y los estándares son muy elevados e inalcanzables. Y creo firmemente, casi al 100 por ciento, que nadie se siente acorde completamente con su género. Todas las personas pueden fracasar en esa tarea, incluso un hombre cis heterosexual. En fin, que es muy complicado ser no binaría y a veces estoy desquiciada. Pero por lo menos tengo la suerte de tener un cuerpo andrógino, con toda la frivolidad que eso conlleva.
P. Tus canciones han tenido desde el principio un tinte anticapitalista y de discurso de clase. Pero el ‘show business’ es la antítesis de todo esto, lo que ha servido a algunos para atacarte desde la izquierda. ¿Cómo gestionas esa contradicción?
Lo gestiono fatal y lo paso realmente mal. Se empeñan en decir que soy un engendro posmoderno, pero tengo duelos conmigo misma muy grandes por actuar de una manera consecuente con mi discurso. Es muy fácil ser antisistema, que es lo que yo defiendo, cuando eres un maricón redomado sin un puto duro, que todavía está en el colegio, viviendo con sus padres y en una situación completamente precaria, porque surgen menos contradicciones. Pero si por casualidad empiezas a formar parte de los circuitos ‘mainstream’, a trabajar, a hacer una publicidad o entrevistas en medios cuyos directivos no tienen unos ideales parecidos a los tuyos, pues entras en conflicto contigo mismo.
P. ¿Crees que una persona normativa tiene esos mismos debates?
Cuando eres una persona que habita la norma, no se te cuestiona nada. Un hombre cis heterosexual puede ser un mediocre, un guarro, un asqueroso, una persona inmunda, que se va a entender que trabaje y que sea contradictorio. En cambio, si eres una persona LGBT, ya formas parte del lobby, eres un vendido, una herramienta del sistema para distraer a la clase obrera de la verdadera lucha de clases y te están utilizando para hacer ‘pink washing’. Que Samantha Hudson deje de estar en los medios no va a suponer el fin del capitalismo. Podríamos empezar a pensar que un solo individuo no tiene la culpa de todos los sinsabores del sistema y tener más empatía. Pero a veces es más importante la homofobia y ser una persona retrógrada, que ir de acorde con tu ideología.
P. Como artista que incluye mensajes anticapitalistas, antifascistas, feministas, LGTB, ¿te has planteado alguna vez la etiqueta de canción protesta? ¿Cómo te gustaría definir tu música?
Yo la definiría como ‘decadance’, que es música dance decadente para mover el esqueleto. La etiqueta canción protesta me parece bien y suena como muy grandilocuente, pero tampoco creo que sea intencionado. Quiero decir, llevamos décadas con música sobre romances heterosexuales, desamor, vivencias muy relacionadas a los arquetipos de la norma, a la familia tradicional y a todos los mitos que nos han inculcado desde pequeños. Y nadie les dice a esos artistas que sea un tipo de música específica.
Yo hablo de lo que vivo: la homofobia y los conflictos con la hipersexualidad que sufro. Creo que estoy haciendo una música que me representa a mí y a los que se identifiquen con mis ideales. Pero nadie dice: "Oye, Alejandro Sanz, es que haces música muy heterosexual", porque eso es lo que se supone que está bien. Nosotras somos los márgenes, las raras y hablamos de una política de identidad y de un pensamiento completamente reflexivo e individual. Pero el de Alejandro Sanz no, lo suyo es música.
P. Putochinomaricón o Jedet decían que la gran discriminación a la que se enfrentan en la industria es que se les releguen a bolos, locales de ambiente o al Orgullo. Con tus conciertos a punto de celebrarse, ¿crees que está cambiando esa concepción de música de nicho?
Creo que está cambiando en muchos aspectos. Una de las pocas cosas buenas de la pandemia ha sido el cierre del ocio nocturno y, por consecuencia, que hayan surgido espectáculos de transformismo en horario diurno y con público sentado, porque no deja de ser un show de teatro. Y la verdad es que estar vinculada única y exclusivamente a la noche, que es un mundo repleto de drogas, con unos horarios muy poco sanos para tus ritmos circadianos y donde además te pagan cuatro duros, pues es una insensatez. Estoy muy contenta en ese aspecto.
Tampoco quiero denostar la noche ni los locales LGBT, porque todas hemos partido de ese punto y en muchas ocasiones han sido los únicos entornos y espacios seguros. Y yo le debo muchísimo al ‘underground’ madrileño y a la noche de los travestis. Pero también estoy contenta de poder ocupar otros espacios y, sobre todo, llegar a gente que no está en estos círculos, porque los mariquitas ya hemos entendido el mensaje. La representación es tan escasa, tan vaga, tan irreal y la mayoría de veces tan injusta, que es que es normal que siga habiendo esta escisión en la sociedad. Pon una travesti en el Gobierno, pon una travesti en la escuela, pon una travesti en tertulias porque es una persona y sabe de travestis, sí, pero también de otras muchas cosas. Yo no, porque soy tonta. Pero pon a una travesti lista que hable de todo.
Llega a la entrevista con un traje estampado de cebra y un abrigo de pelo haciendo juego. Atrapa todas las miradas. No hay rastro de Iván González, a quien Magaluf se le quedó pequeño, aislado y precario. A Samantha se le multiplican las oportunidades laborales, ficha por las cadenas más conocidas y colabora en varias tertulias sin renunciar al activismo. Al revés: afilando aún más su discurso. La prueba está en la autocrítica y la defensa a la salud mental que ha encabezado tras su paso por MasterChef y la muerte de su compañera Verónica Forqué.
También está a punto de despedir el año con un especial navideño dirigido por los Javis y de comenzar la gira de su segundo disco, ‘Liquidación total’: "Canciones inconexas, como una blusita, una chaqueta de pelo, una sandalia del 39 y una bota del 42, que juntas forman una simbiosis perfecta". En estas rebajas hay hueco para la exaltación del sentimiento religioso, una declaración de amor a Arturo Valls y, sobre todo, un temazo antifascista que pone a bailar a España ‘Por España’.
P. ¿A quién iba dirigido aquel tema y, sobre todo, ese videoclip?
Contra todo pronóstico, iba dirigido a mi público. No pretendía ser revolucionaria. Me hago mucho la tonta, pero no soy ingenua, y no creo que el fascismo se pueda derribar con un videoclip. Pero sí pienso que el arte, la música, el teatro, la literatura y todas esas disciplinas tan bohemias sirven para hacer propaganda y transmitir un mensaje. Así que, por justicia poética, quise reventarle la cabeza a Franco de un disparo. Hay poetas que juegan con esa ironía y ese sarcasmo, y eso son metáforas y recursos retóricos. Pero como lo hace un travesti, es música petarda. No lo veo. También quise darles a mis maricones algo para bailar en las discotecas, y un buen tema ‘antifa’ es la mejor opción para mover el esqueleto.
P. El videoclip es muy bestia, pero al final hablas de cunetas, de la homofobia heredada de la dictadura y de antifascismo. ¿Crees que las nuevas generaciones están modernizando los códigos para defender a su manera la memoria histórica?
Es verdad. Cuando se habla de la Guerra Civil, la Transición y del movimiento antifascista, tiene unos tintes un poco desfasados, ¿no? Esa nostalgia de antaño también se da mucho en los movimientos obreros. El sistema ha cambiado mucho y ahora no existe el fascismo, pero hay partidos políticos neofascistas. Son las mismas cartas para unas normas del juego completamente diferentes.
Tampoco hice ‘Por España’ para acercar el antifascismo a nadie. La gente que lo vaya a ver ya es bastante antifascista. Sí quería que fuese un revulsivo y generar cierta efervescencia. Pero sobre todo lo hice porque puedo hacerlo. Nos han metido el imaginario de la España cañí y castiza a golpe de martillo en la cabeza desde muy pequeñas. Y resulta que también es nuestro patrimonio. Así que, ¿por qué no jugar libremente con él?
P. La que se armó no tuvo nada que ver con la polémica de la canción ‘Soy maricón’. Se posicionaron los medios, la Iglesia y hasta partidos políticos. Visto con perspectiva, ¿cómo te afectó ese fenómeno viral y ataque brutal cuando solo tenías 16 años?
‘Soy maricón’ no generó polémica por el mensaje en sí, porque eso puede suscitar odio y ya está. La polémica surgió a raíz de que fuera un trabajo para clase y que sacase un sobresaliente. Eso fue lo que desató la cólera de todos los partidos de derecha, ultraderecha y 'centro', que así se hacen llamar, y de las asociaciones cristianas. No sé. Yo lo viví un poco en ‘stand by’. No me dio tiempo a asimilarlo porque con 16 años no tenía las herramientas.
Ahora creo que fue muy injusto, una verdadera sinvergonzonería y bastante cruel que se armara ese escándalo. Sobre todo que se intentara mediatizar el caso de un menor de edad, vilipendiándome y exponiéndome a que cualquier persona pudiera tomarse la justicia por su mano. A mí me amparaba una ley y no podían compartir mis datos, pero de haberse podido, estoy convencida de que lo habrían hecho. Y eso, para una infancia LGBT, puede suponer un gran riesgo. Aunque también les estoy agradecida y siempre lo digo: si no hubiera sido por la Iglesia católica y la ultraderecha, no tendría carrera musical.
P. El riesgo del que hablas está muy presente y va más allá de la infancia. Como has manifestado alguna vez, corres peligro por ser como eres. ¿Qué supuso el cambio desde Magaluf hasta Madrid o Barcelona? ¿El miedo antes era mayor?
Yo soy una chica muy imprudente y bastante conformista. No suelo pensar demasiado en esas cosas. Simplemente el hecho de existir te posiciona y te convierte en el objetivo de una violencia explícita y sistémica. El miedo es algo que acompaña y va contigo durante todo tu transcurso vital. Y de la misma manera pienso que yo no tengo nada de lo que quejarme. Soy una privilegiada. Estoy en el centro de Madrid y puedo permitirme vivir en Malasaña, que no es que me libere de todos los males, pero tampoco estoy en un entorno demasiado hostil.
P. ¿El anonimato te daba cierta inmunidad, o más bien al contrario?
Cuando estás expuesta, aunque suene contradictorio, se genera una nube de tolerancia en torno a tu persona. Mucha gente no me respeta, pero por lo menos me tolera y me permite estar ahí. Ha ocurrido con muchos referentes LGBT a lo largo de la historia, que han colmado los medios de comunicación y han ocupado los titulares de la prensa. Pero la realidad del colectivo es otra. Se siguen cometiendo las mismas vejaciones. Y creo incluso que el panorama actual tiene unos tintes de regreso al pasado.
P. Estamos en un momento de repunte de los delitos de odio y donde partidos políticos se permiten no reconocer al colectivo en el Congreso. ¿Qué es lo que más te preocupa de este regreso al pasado?
Sobre todo lo que atañe a las leyes conseguidas en los últimos años y que se están mutilando, aunque ciertas personas se empeñen en decir que es una reforma para mejorarlas: las leyes LGBT, la ley trans y los ataques a estos planteamientos jurídicos, que al fin y al cabo garantizan derechos humanos básicos. El otro día dijo Isabel Díaz Ayuso que van a recortar algunas cosas que creen que sobran para mejorarlas. No sé. Imagino que para contentar a Vox, tampoco conozco muy bien sus estrategias. Pero me parece una guarrada que estos partidos jueguen con las leyes LGBT, algo fundamental como ofrecer herramientas que nos permitan resolver problemáticas que a ellos no les afectan. A nosotras nos violentan e incluso a veces nos asesinan.
P. Una de tus proclamas más fuertes es en defensa de la salud mental y de la gestión de las emociones. ¿Es más necesario en el caso de la adolescencia LGTBI y disidente de género? ¿Te sentiste acompañada y protegida durante esta etapa?
Yo viví un momento de transición. La realidad que vivió mi hermano en el instituto, que es siete años mayor, fue muy distinta. Cada vez se toma más conciencia y surgen propuestas desde los colegios y las instituciones públicas para aconsejar y guiar a ‘les niñes’, pero no es suficiente. El colegio y el instituto son un infierno. Un simulacro de la vida. Luego sales de ahí y te encuentras con que la mayoría de la gente se ha quedado estancada y siguen siendo los mismos ‘bullies’ ocupando cargos de poder y amparados por las instituciones. Hace falta más educación y, sobre todo, una educación que no se contemple como una alternativa que puedes escoger si te apetece. Es necesario que se imponga. La salud mental y el bienestar de las personas es una tarea colectiva.
P. Criticaste que en el colegio se estudiasen los reyes godos pero no hubiese educación emocional. Más allá del trabajo de los adultos, ¿la gente joven está concienciada o sigue habiendo mucho analfabeto emocional?
Hay síntomas evidentes de que falta responsabilidad emocional y de que no te enseñan a entender las emociones de los demás ni a gestionar las tuyas propias. Y se rieron mucho de mí por decir lo de los reyes godos. Pero de nuevo demostraron lo que yo estaba diciendo: que siguen siendo unos bullies con las neuronas justas para no cagarse encima. Cuando salimos del instituto se nota quién ha sufrido bullying y quién lo ha hecho. Inevitablemente, cuando a ti se te cuestiona hasta tu propia existencia y te exponen a todos estos peligros, te surgen dudas. ¿Qué es la homofobia? ¿Qué es ser un maricón? ¿Seré yo un maricón? A veces no tienes la suerte de encontrar respuesta, pero cuando la tienes, tu pensamiento se vuelve más maduro.
P. Tristemente hemos vuelto a hablar de esto por la muerte de Verónica Forqué, con quien compartiste ‘MasterChef Celebrity’. Has llegado a pedir perdón por si alimentaste el estigma en algún momento, pero fuiste una de sus mayores defensoras. ¿A qué te referías?
Yo me siento aliviada, en el sentido de que nunca me tomé mal sus comportamientos, por los cuales se la tachó de histérica, de soberbia, de prepotente y de maleducada incluso. Tampoco podía intuir que tuviera ningún problema. Pero sí me siento culpable por haber transformado esas conductas en carisma. O por exaltar su figura, pensando que lo hacía por un instinto genuino y porque ella era así, no porque estuviera sufriendo. Los dos extremos son malos: no hay que demonizar, pero tampoco hay que fetichizar ni romantizar esas cosas. Estuve en ‘shock’ y me supo fatal pensar en haber podido contribuir a toda esa nube. El hecho mismo de pensarlo me deja muy mal sabor de boca y espero que me sirva a mí y a todos para tenerlo en consideración y aplicarlo.
P. En este caso concreto se está poniendo el foco sobre MasterChef y sus televidentes. ¿Se pudo gestionar con más cuidado por parte del programa?
No pienso que nadie tenga la culpa. Yo estuve dos semanas y tampoco sé cuál era su relación con los compañeros. Creo que todos lo podríamos haber hecho mejor. Sobre todo las personas que seguían el programa y lanzaban comentarios realmente asquerosos y aberrantes en las redes. Una cosa es reírte, que está igual de mal, y yo lo hacía. Lo compartíamos como si fuera divertido, pero no teníamos la información ni sabíamos su situación personal. Pero ¿cómo tienes el tiempo y la poca decencia de meterte en sus fotos y comentarle que das asco, que eres una prepotente o que te da vergüenza? O sea, cierra la boca.
P. Se ha hablado mucho de la gestión de la salud mental en los ‘realities’ y la televisión. Aunque no tanto en ese formato, también te expones en podcasts, series y programas. ¿Temes que te afecte en algún momento?
Lo bueno es que tengo muy claro lo que no quiero hacer y lo que no quiero decir. Me chupa el coño completamente lo que puedan opinar de mí, porque ya voy con las convicciones bastante afirmadas y soy plenamente consciente de lo que estoy haciendo. Eso ejerce de coraza. En cuanto a la televisión, no es una entidad incorpórea: la conforman personas. Sí que se puede mejorar mucho el trato que se les da a los personajes públicos, las entrevistas y la manera en la que se mediatizan los problemas. Hay programas de televisión y tertulias que son muy injustos, pero al menos no es la televisión de los 90. Es algo en lo que nunca hay que desistir.
P. Estás harta de explicar la disidencia de género en términos teóricos. Pero, a nivel personal, ¿es difícil escapar de las presiones físicas o de comportamiento que se le imponen a los roles clásicos, femeninos en este caso?
Es muy difícil. A muchas personas se les llena la boca diciendo que yo me visto de esta manera o me comporto de este modo para reproducir estereotipos misóginos o para burlarme del papel de la mujer. Tal vez no se han parado a pensar que esos estereotipos y la violencia de género nos afectan a todos. Yo también interiorizo los cánones de belleza femeninos o aspiro a cumplir con unos estándares sin haber sido una mujer al nacer.
A día de hoy, estoy en el perineo del género: no siento que encaje en la categoría de hombre ni en la categoría de mujer. Y parece una postura muy liberadora, pero también es muy restrictiva, porque a veces no sabes quién eres. A veces dices "Me gustaría tener pecho y un cuerpo más femenino", pero luego te apetece ser más andrógino y más ambiguo. Son experiencias reales. No sé por qué se ha extendido que ser ‘queer’ es un capricho y que yo autodetermino mi género. Es completamente mentira.
Yo no soy un maricón porque yo quiera ser maricón. Yo soy maricón porque a los hombres les gustan las mujeres y, como a mí me gustan los chicos, lo que ha decidido la sociedad es que yo sea un gay, una persona amanerada, un mariquita y un sarasa. Y yo no soy una persona no binaria porque yo quiera serlo. Yo soy los restos, de los restos, de lo que me han dejado. Un limbo entre dos mundos. Yo soy ‘queer’ porque el género es restrictivo y los estándares son muy elevados e inalcanzables. Y creo firmemente, casi al 100 por ciento, que nadie se siente acorde completamente con su género. Todas las personas pueden fracasar en esa tarea, incluso un hombre cis heterosexual. En fin, que es muy complicado ser no binaría y a veces estoy desquiciada. Pero por lo menos tengo la suerte de tener un cuerpo andrógino, con toda la frivolidad que eso conlleva.
P. Tus canciones han tenido desde el principio un tinte anticapitalista y de discurso de clase. Pero el ‘show business’ es la antítesis de todo esto, lo que ha servido a algunos para atacarte desde la izquierda. ¿Cómo gestionas esa contradicción?
Lo gestiono fatal y lo paso realmente mal. Se empeñan en decir que soy un engendro posmoderno, pero tengo duelos conmigo misma muy grandes por actuar de una manera consecuente con mi discurso. Es muy fácil ser antisistema, que es lo que yo defiendo, cuando eres un maricón redomado sin un puto duro, que todavía está en el colegio, viviendo con sus padres y en una situación completamente precaria, porque surgen menos contradicciones. Pero si por casualidad empiezas a formar parte de los circuitos ‘mainstream’, a trabajar, a hacer una publicidad o entrevistas en medios cuyos directivos no tienen unos ideales parecidos a los tuyos, pues entras en conflicto contigo mismo.
P. ¿Crees que una persona normativa tiene esos mismos debates?
Cuando eres una persona que habita la norma, no se te cuestiona nada. Un hombre cis heterosexual puede ser un mediocre, un guarro, un asqueroso, una persona inmunda, que se va a entender que trabaje y que sea contradictorio. En cambio, si eres una persona LGBT, ya formas parte del lobby, eres un vendido, una herramienta del sistema para distraer a la clase obrera de la verdadera lucha de clases y te están utilizando para hacer ‘pink washing’. Que Samantha Hudson deje de estar en los medios no va a suponer el fin del capitalismo. Podríamos empezar a pensar que un solo individuo no tiene la culpa de todos los sinsabores del sistema y tener más empatía. Pero a veces es más importante la homofobia y ser una persona retrógrada, que ir de acorde con tu ideología.
P. Como artista que incluye mensajes anticapitalistas, antifascistas, feministas, LGTB, ¿te has planteado alguna vez la etiqueta de canción protesta? ¿Cómo te gustaría definir tu música?
Yo la definiría como ‘decadance’, que es música dance decadente para mover el esqueleto. La etiqueta canción protesta me parece bien y suena como muy grandilocuente, pero tampoco creo que sea intencionado. Quiero decir, llevamos décadas con música sobre romances heterosexuales, desamor, vivencias muy relacionadas a los arquetipos de la norma, a la familia tradicional y a todos los mitos que nos han inculcado desde pequeños. Y nadie les dice a esos artistas que sea un tipo de música específica.
Yo hablo de lo que vivo: la homofobia y los conflictos con la hipersexualidad que sufro. Creo que estoy haciendo una música que me representa a mí y a los que se identifiquen con mis ideales. Pero nadie dice: "Oye, Alejandro Sanz, es que haces música muy heterosexual", porque eso es lo que se supone que está bien. Nosotras somos los márgenes, las raras y hablamos de una política de identidad y de un pensamiento completamente reflexivo e individual. Pero el de Alejandro Sanz no, lo suyo es música.
P. Putochinomaricón o Jedet decían que la gran discriminación a la que se enfrentan en la industria es que se les releguen a bolos, locales de ambiente o al Orgullo. Con tus conciertos a punto de celebrarse, ¿crees que está cambiando esa concepción de música de nicho?
Creo que está cambiando en muchos aspectos. Una de las pocas cosas buenas de la pandemia ha sido el cierre del ocio nocturno y, por consecuencia, que hayan surgido espectáculos de transformismo en horario diurno y con público sentado, porque no deja de ser un show de teatro. Y la verdad es que estar vinculada única y exclusivamente a la noche, que es un mundo repleto de drogas, con unos horarios muy poco sanos para tus ritmos circadianos y donde además te pagan cuatro duros, pues es una insensatez. Estoy muy contenta en ese aspecto.
Tampoco quiero denostar la noche ni los locales LGBT, porque todas hemos partido de ese punto y en muchas ocasiones han sido los únicos entornos y espacios seguros. Y yo le debo muchísimo al ‘underground’ madrileño y a la noche de los travestis. Pero también estoy contenta de poder ocupar otros espacios y, sobre todo, llegar a gente que no está en estos círculos, porque los mariquitas ya hemos entendido el mensaje. La representación es tan escasa, tan vaga, tan irreal y la mayoría de veces tan injusta, que es que es normal que siga habiendo esta escisión en la sociedad. Pon una travesti en el Gobierno, pon una travesti en la escuela, pon una travesti en tertulias porque es una persona y sabe de travestis, sí, pero también de otras muchas cosas. Yo no, porque soy tonta. Pero pon a una travesti lista que hable de todo.
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