jueves, 2 de diciembre de 2021

#hemeroteca #lesbofobia | Dolores Vázquez en el corazón de la LGTBIfobia

Jot Down / Dolores Vázquez //

Dolores Vázquez en el corazón de la LGTBIfobia.

Alejandro Zambudio | Jot Down, 2021-12-02

https://www.jotdown.es/2021/12/dolores-vazquez-corazon-lgtbifobia/ 

Sintetizar el documental que recientemente HBO ha estrenado sobre el caso de Rocío Wanninkhof produce miedo. El caso a estas alturas es conocido por todos: la noche del 9 de octubre, en el pueblo malagueño de Mijas, Rocío Wanninkhof, una chica de diecisiete años, había desaparecido. De repente, Mijas, como Alcasser en su día, se convirtió en pasto de los medios de comunicación, que con curiosidad foránea, como quien se acerca a examinar las costumbres y los modos de vida de los colonos de una tierra ignota, se concentraron en el pueblo. El caso se había hecho masivo. El espectáculo había comenzado. En las sociedades marcadas por el modo de producción capitalista avanzado, el espectáculo lo es todo, tanto en su indefinición y en su concreción absoluta. Es la forma en que nos relacionamos a través de las imágenes que se construyen desde los grandes medios de comunicación. Es el modo en que asistimos a la degradación de la sociedad y el buen gusto. Pero nos encanta. Como sujetos pasivos nos encanta, nos permite por un lado ver cómo son otros quienes trabajan y se ensucian las manos al mostrarnos esa construcción artificial y dirigida del mundo. Es la contradicción entre la razón y nuestras vísceras. De ahí que el seguimiento de los casos judiciales más relevantes a través de los medios de comunicación sea el fiel reflejo de lo que somos.

Rocío Wanninkhof desapareció un 9 de octubre de 1999. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado decidieron dejar pasar un tiempo prudencial por si se trataba de una chiquillada, pero no. Debido a la presión de Alicia Hornos, madre de Rocío, emprenden la búsqueda de Rocío, a quien encontraron muerta el 2 de noviembre después de tres semanas de búsqueda. Se investigó a su entorno, empezando por su novio y por la madre. Los primeros días, como se cuentan en la producción, fueron infernales. No se encontraban indicios, mientras la opinión pública presionaba. Teníamos una chica desaparecida y, en medio, ante la lentitud del proceso, la necesidad de encontrar un culpable. Dolores Vázquez era una presa fácil: tranquila, silenciosa y distante. Poco dada a participar del ambiente del pueblo. Para más inri, había mantenido una relación sexoafectiva con Alicia Hornos y, claro, eso era un caramelo demasiado tentador para no explotarlo. Nunca hubo pruebas de cargo sólidas contra Dolores Vázquez, solamente conjeturas. Dolores Vázquez, desde el primer momento, tuvo que probar su inocencia, haciendo el trabajo de la acusación. Las únicas pruebas que tenían contra ella eran unas sábanas y unas mantas cuyos análisis de ADN reflejaron que no eran de su propiedad. Y, pese a todo, el juez de instrucción cometió la barrabasada de decretar la prisión preventiva para ella.

El documental es excelente en ese aspecto. No es una aberración de las que hace Netflix como los documentales de Alcasser, Nevenka Fernández o Marta del Castillo. La pluralidad de testimonios, de voces, le da a la producción muchísima riqueza. Alicia Hornos consigue desde el primer momento hacernos partícipe de su delirio. Veinte años después del caso, aún sigue creyendo que fue Vázquez quien mató a su hija, como Mario Conde, que casi treinta años después, cree que su entrada en prisión se debió a una confabulación de Felipe González y del PSOE.

Mención especial merece el abogado de Vázquez: Pedro Apalategui y su enorme labor tanto jurídica como humana, entablando con su clienta una relación personal que aún perdura. Basó su defensa en la inexistencia de pruebas de ADN que incriminasen a su defendida durante la diligencia de inspección ocular y en la utilización del indicio por parte de la acusación para solicitar la prisión preventiva. Apalategui, un abogado curtido en batallas de esta índole, fue el encargado de hacer, en la medida de lo posible, de Dolores Vázquez una Sócrates serena esperando la acusación de los sofistas.

El análisis de los miembros del jurado es otro de los grandes momentos del documental, con la entrevista a dos de sus miembros. El primero de ellos, visiblemente asustado y con cara de «tierra, trágame», admitió que Vázquez estaba condenada de antemano. Otra de las integrantes salió con el rostro cubierto de la vergüenza que sentía. Los juicios con jurado son el error: no hay juez que no tiemble cuando tiene que acomodar los trámites del proceso para que este sea enjuiciado por el tribunal del jurado. Pedro Apalategui tembló literalmente cuando se enteró. El principal problema de los jurados en este tipo de procesos es que se les pide que no se dejen llevar por prejuicios, que actúen con imparcialidad y que olviden que son padres por un momento. A grandes rasgos, les piden que dejen de ser personas.

Tony King: el estrangulador de Holloway

Mientras Dolores Vázquez se encontraba en prisión preventiva, empezó la maniobra de desgaste para arrancarle una confesión. Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla, declaró en el documental que el trato que recibió Dolores Vázquez fue «degradante» y que incluso «podría haber sido constitutivo de un delito de torturas». La policía no paró de amedrentarla en el centro penitenciario de Alhaurín de la Torre. Dolores Vázquez parecía el personaje de una novela de Juan Madrid. Mientras estaba en la cárcel, Vázquez sufría los insultos de otras presas, algún funcionario de prisiones se apiadó de ello e intentó animarla. Pero la cárcel acaba matando el alma poco a poco.

Su caso dio un giro radical cuando encontraron el cadáver de Sonia Carabantes, desaparecida en Coín en agosto de 2003. El cuerpo presentaba signos de lucha. En el forcejeo, Sonia arañó al asesino. Los restos biológicos arrojaron que coincidían con la saliva de una colilla del lugar donde mataron a Rocío. Cecilia King dio la voz de alarma y denunció a su marido. La misma noche del asesinato de Carabantes, King apareció con cortes en la cara y en los brazos. La mujer comenzó desmontar sus excusas sobre los arañazos o sus contradicciones sobre el lugar en el que se encontraba cuando encontraron el cadáver de Carabantes. Habló con una amiga sobre sus dudas y puso su hipótesis en conocimiento de los investigadores. Las sospechas se dirigían ahora contra Tony Alexander King: el estrangulador de Holloway.

King cumplió condena en el Reino Unido y el juez le concedió la libertad condicional. La legislación británica le permitió el derecho a poder cambiar su apellido. El juez británico que le condenó en 1986 consideró que su comportamiento criminal estaba inducido por sus «deficiencias o incapacidades sexuales». Era impotente. Y después de que le concedieran la condicional se trasladó a la Costa del Sol. King, un individuo chulesco, arrogante, de escasa capacidad de autocontrol y que fanfarroneaba sobre sus relaciones con la mafia, se convirtió en uno de los hombres más peligrosos de Europa para la Interpol. Las autoridades españolas actuaron con notoria negligencia. El Ministerio de Interior dirigido por Ángel Acebes ignoró la información que le facilitó en 1998 la policía británica sobre el historial delictivo de Tony King en el Reino Unido. Acebes declaró que, puesto que las autoridades británicas no habían solicitado su extradición, no lo consideraban un peligro.

Dolores Vázquez fue excarcelada después de quinientos diecinueve días en prisión preventiva. Su letrado le aconsejó que ofreciera ruedas de prensa dando su versión de los hechos. La misma opinión pública que la había condenado quizás pudiera presionar a favor de su absolución. La prensa había convertido su domicilio en un centro de peregrinación, como la mansión en la que vivía Roman Polanski con Sharon Tate, o el piso en el que Mark David Chapman mató a John Lennon. A instancia de su letrado, Vázquez daba ruedas de prensa en las que no paraba de defender su inocencia. La opinión pública acudía como las moscas a la fruta, intentando roer cada uno de sus huesos y sus entrañas para debilitar sus defensas. Tony King fue finalmente condenado a treinta y seis años de prisión por los crímenes de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes en noviembre de 2005.

El mito de la lesbiana pérfida

El aspecto más controvertido y, al mismo tiempo, más interesante del documental, fueron las declaraciones de Beatriz Gimeno hablando del mito de la lesbiana insidiosa. A Dolores Vázquez la masculinizaron para que no pareciera mujer desde los medios de comunicación. No había nada reseñable en la actitud de Dolores Vázquez porque no daba pábulo a ello: subía y bajaba del coche o de la furgoneta que la trasladaba al juzgado. No se encaraba con nadie, a diferencia de Tony King, que sí mantenía una actitud de chulería con los medios de comunicación. Su linchamiento mediático cumplió varios fines, pero el principal fue el de reproducir el papel de la lesbofobia en las sociedades liberales: servir de régimen de control de la sexualidad de las mujeres poniendo muchas de las herramientas utilizadas secularmente para subordinarlas a los dictados de la heteronormatividad. La construcción de Dolores Vázquez como personaje está sacudida por el mito de la representación de la lesbiana y por la ansiedad misógina que se proyecta hacia lesbofobia. La imagen que se tiene de las lesbianas está hecha para satisfacer los deseos y necesidades del mundo heterosexual, nunca de las lesbianas. Beatriz Gimeno escribió un excelente libro sobre el caso de Rocío Wanninkhof titulado ‘La construcción de la lesbiana perversa’, en el que analizó el discurso de la homofobia en los medios de comunicación y su impacto en Dolores Vázquez.

La homofobia dentro de los sistemas liberales propone formas de discriminación mucho más sutiles que las tradicionales: se trata de pregonar cierta tolerancia hacia el colectivo LGTBI siempre y cuando acepten su papel secundario dentro de la sociedad. Aceptamos la homosexualidad siempre y cuando se ciña al ámbito privado. No nos gusta que los hombres con 'pluma' y las mujeres 'machorras' hagan manifestaciones de cariño en público. Para ello, hay que usar el armario: la herramienta de control de la sexualidad del colectivo LGTBI y de su silencio. El armario proyecta subjetividades controladas por el sistema patriarcal. Del mismo modo que el patriarcado juega con la dicotomía santa vs. puta en la manifestación de la conducta sexual de las mujeres heterosexuales, el armario delimitó el papel entre las «buenas lesbianas» y las «malas lesbianas» durante décadas.

La negativa por parte de los jueces, del fiscal y de los medios de comunicación que hicieron la cobertura de ver a una familia lesbiana obstaculizó la comprensión del caso. Solo Toñi Moreno, dentro de la prensa, puso de su parte e intentó devolverle la honra a Dolores. El papel de Alicia Hornos fue fundamental en la construcción del mito de la lesbiana pérfida. Alicia se muestra como un ser de luz: una mujer que sufre por amor y se siente herida. La lesbofobia implica construir una imagen tan negativa de la lesbiana que haga imposible que la ciudadanía pueda identificarse con ella. De ahí que Alicia Hornos emergiera como la Caperucita seducida por el Lobo Feroz. Papel que aún sigue desempeñando en su alteración morbosa de la realidad.

El tratamiento de la LGTBIfobia por parte de los medios de comunicación de la época fue un ejemplo de mala praxis, como sucedió en su momento con el caso Arny. El caso Arny fue uno de los más sonados de la década de los noventa e implicó a varios famosos como Jesús Vázquez o Jorge Cadaval en una presunta trama de corrupción de menores en el bar Arny, en Sevilla. Las pesquisas policiales y judiciales averiguaron que se trató de un montaje ideado por los sectores más clasista de la sociedad sevillana en su caza de brujas particular contra el colectivo gay. La sociedad, para saldar cuentas con Jesús Vázquez, lo encumbraría después como uno de los personajes más relevantes de la España de los noventa.

Con Dolores Vázquez ni siquiera hubo disculpas. Después de que se demostrase su inocencia, nadie se retractó desde los medios de comunicación. El machismo también juega un papel fundamental aquí, porque esta la homofobia opera según los constructos hegemónicos de género, mandatos en los que la sexualidad masculina es valorada y apreciada, la femenina está denostada. Mientras los gays son 'sujetos' de consumo, las lesbianas son objetos de consumo, análisis que la propia Gimeno detalla en su libro. Si el lesbianismo se construye sobre el tópico de la mujer masculinizada en el aspecto físico, también se elabora desde la atribución de un remarcado carácter desequilibrado. Los medios de comunicación subrayaban que la acusada no tenía un carácter femenino: ni gritó, ni lloró, ni se comportó como una «histérica», convirtiéndose en la Jean-Claude Romand —el protagonista de 'El adversario' de Emmanuel Carrère— española. Además, ni siquiera fue indemnizada por parte del Tribunal Supremo por el manifiesto error judicial.

Entrando en el aspecto jurídico, el caso de Dolores Vázquez también puso de manifiesto la escasa operatividad de los jurados en España. Veintiséis años después de su entrada en vigor, la experiencia no ha podido ser más desalentadora. Los fracasos del modelo español han sido resonantes. Demasiada responsabilidad y, además, se paga poco y mal a los miembros del jurado. El jurado no educa en valores democráticos, sino que más bien acaba con ellos, porque sus miembros llegan más que intoxicados por el ruido de los medios de comunicación a las sesiones de juicio oral. Lo idóneo sería apostar por un modelo escabinado, con un juez de carrera u otro experto en derecho penal guiándolos y resolviendo sus dudas. Tampoco entiendo que el jurado sea un deber para los ciudadanos, puesto que colisiona frontalmente con el artículo 125 de la Constitución, que remarca que la participación ciudadana en la Administración de Justicia es un derecho.

Casos como el de Rocío Wanninkhof, José Bretón o Marta del Castillo presentan errores de instrucción importantes: en el de Marta del Castillo se actuó tarde y mal. Se descubrió que los protocolos con los que contaba la policía brillaban por su ausencia; en el de José Bretón, la policía científica infringió la cadena de custodia, mezclando huesos de animales con los restos óseos de Ruth y José. La prisa por cerrar la instrucción de este tipo de casos da lugar a soluciones precipitadas y a agujeros de gran calado en las investigaciones. Por si fuera poco, la poca cultura que hay en este país de respeto al sumario —siempre hay alguien que los acaba filtrando— dificulta las investigaciones. Nada le queda a Dolores Vázquez de aquellos años salvo un ictus que le dio debido al sufrimiento padecido durante el proceso. El mismo que todavía Alicia Hornos le niega.

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