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Nace AMANDA, una agrupación de madres que no creen que sus hijas sean trans.
Temen que sus hijos e hijas las descubran. No quieren que conozcan su activismo por el correcto abordaje de la DGIR por temor a que no entiendan su postura y su vínculo familiar quede dañado.
Juan Soto Ivars | El Confidencial, 2021-12-18
https://www.elconfidencial.com/cultura/2021-12-18/amanda-hijos-transgenero-transexuales-contagio_3343221/
Oí hablar por primera vez de AMANDA en un curso monográfico a puerta cerrada de terapeutas. Se celebraba en Zoom para que los profesionales de la salud mental pudieran compartir con médicos, endocrinos y también humanistas y filósofos sus dudas sobre el repentino aumento de disforia de género en adolescentes. No me refiero a inquietud por la disforia en sí, que es una vieja conocida de los profesionales, sino por el movimiento masivo que recorre Occidente: una descomunal incidencia de casos, como solemos decir ahora.
En este seminario no se negaba ni cuestionaba la realidad trans, ni se utilizaban argumentos políticos, ni se bajó al barro de los zascas o el escándalo. Cosas que solo pueden garantizarse, en un tema como este, a puerta cerrada. El interés genuino de los presentes era el malestar psíquico de los menores, y se abrió paso la duda sobre los protocolos que los especialistas deberían seguir, por ejemplo, con una chica que no ha dado muestras de sentirse hombre jamás pero llega a la consulta convencida de que no es una mujer, y exige —con las leyes autonómicas y la futura estatal en la mano— que no se la cuestione.
De esa conversación surgió la mención a AMANDA, grupo de madres que cuestionan el autodiagnóstico de sus críos, convencidos de ser trans. En la web de la agrupación hablaban de "disforia de inicio rápido (DGIR)", es decir, de una respuesta a los malestares psicológicos donde el menor se convence de que su bienestar pasa por un proceso de reasignación de sexo, y quizás con tratamientos hormonales y cirugías como la amputación del pene o los pechos. Lo que estas madres quieren es, en sus propias palabras "que se permita a los profesionales atender los malestares previos a la disforia, diagnosticar —quien debe hacerlo es el profesional, no el paciente— y tratar de acuerdo a un planteamiento prudente, que permita a los menores madurar antes de tomar decisiones irreversibles y en el que los tratamientos irreversibles sean la última opción a valorar, por el daño corporal que suponen".
Una importante cuestión técnica, antes de seguir: como explica en la conferencia que tenéis aquí arriba el psicólogo Pablo Expósito, especializado en estas cuestiones, se conocen dos tipos de disforia de género: la de inicio temprano, que afecta a niños que, desde muy pequeños, manifiestan su disconformidad con su sexo, y la de inicio tardío o adolescente: esta es la que ha crecido exponencialmente en los últimos años, en particular en las chicas. La Unidad de Identidad de Género de Madrid, por ejemplo, registra un incremento de solicitudes del 500% entre 2017 y 2019. En Reino Unido, el incremento es del 4000% entre 2009 y 2018.
La pregunta de muchos profesionales ante estos datos es clara: ¿se debe este aumento a la atenuación del estigma social que marginaba a los transexuales (hoy transgénero) y nos acercamos a las cifras "normales" para este fenómeno, o por el contrario existe algo parecido a un contagio social, es decir, un aumento de casos de autodiagnóstico equivocado de disforia? Y, en función de esto, ¿es el tratamiento invasivo e irreversible de reasignación la mejor forma de ayudar a estos jóvenes, como sostienen muchos activistas, o debería hacerse lo que precisamente estos quieren proscribir: esperar y cuestionar?
Las madres de AMANDA saben que sus hijas e hijos necesitan tratamiento, pues están sufriendo, pero quieren uno que aborde sus malestares psicológicos previos, que tenga en cuenta la evidencia en torno a la DGIR y que sea muy prudente en cuanto a las intervenciones hormonales y quirúrgicas. Algunos datos avalan, como mínimo, esta postura: el 80% de los casos de disforia de género desisten con el fin de la pubertad, y además hay, en quienes sufren disforia, una alta prevalencia de trastornos previos, vulnerabilidades psíquicas y problemas sociales como depresiones, hiperactividad, autismo, déficit de atención, ansiedad, fantasías suicidas, conductas autolesivas o casos graves de acoso escolar.
¿Se deben estos problemas de salud mental a una disforia que estaba causando todo lo demás, u ocurre que otros problemas convencen a personas especialmente vulnerables de que su mal es haber nacido en un cuerpo equivocado? El libro de Abigail Shrier 'Daño irreversible' aborda esta cuestión y asegura que en Occidente hay cada vez más personas, en su mayor parte chicas jóvenes (7 de cada 10 casos de DGIR), destrozando sus cuerpos por un autodiagnóstico equivocado e influido por las redes sociales y la moda. Normalmente son chicas que no encajan en los estereotipos de género tradicionales, o que recelan de la hipersexualización que suele ir aparejada a la adolescencia.
Siguiendo con las palabras del psicólogo Pablo Expósito, la disforia de género es un malestar cuyo tratamiento puede enfocarse de muchas formas. Los holandeses y los escandinavos suelen optar por la espera y el acompañamientoantes de iniciar cualquier tratamiento químico o quirúrgico, mientras que los estadounidenses y británicos optan por la terapia de afirmación, es decir, por el no cuestionamiento y el inicio rápido de tratamientos invasivos e irreversibles, por miedo a que una disforia no acometida lleve al menor al suicidio.
Es en estos países donde empieza a aflorar el fenómeno de la destransición, que es la interrupción a medio camino de los tratamientos o el intento de retroceder, por arrepentimiento, cuando la disforia de género desiste por cualquier motivo, o cuando no desiste pese a las intervenciones químicas o quirúrgicas. Sobre las personas que destransicionan apenas hay, según Expósito, estudios a fondo. Es un fenómeno nuevo, y la novedad podría estar dando una respuesta al misterio del aumento de llamadas a los centros de género. Caminamos por terrenos pantanosos.
Y esto es lo que lleva por el valle del agobio a las tres madres de AMANDA que me atienden, vía Zoom, después de aceptar un punto innegociable para nuestra entrevista: que sus identidades serán protegidas por el más estricto anonimato. Temen que sus hijos e hijas las descubran. No quieren que sus hijos conozcan su activismo por el correcto abordaje de la DGIR por temor a que no entiendan su postura y se dañe el vínculo con ellos.
Conversación con AMANDA
(Tres madres de AMANDA nos atienden. Con sus respuestas escribo un solo discurso, omitiendo mis preguntas o cualquier dato o indicio que pueda conducir a sus identidades. Dos de ellas son madres de chicas que dicen ser chicos, y otra es madre de un chico que dice ser chica).
No hablamos de orientación sexual. No somos conservadoras, ni de ultraderecha, ni religiosas. Muchas de nosotras somos feministas. Y a ninguna nos importa que nuestros hijos sean homosexuales, bisexuales o lo que sea. Si salen del armario (y algunas lo hicieron antes de obsesionarse con la disforia) las acompañamos. No todas tienen orientación homo. Mi hijo, por ejemplo, dice que es una mujer lesbiana. Lo que queremos es que nuestros hijos no sufran. Y que no se destrocen el cuerpo, que no queden estériles, que no se mutilen, que no tomen decisiones irreversibles en un calentón en una etapa de la vida caracterizada por su volubilidad. Pero ninguna de nosotras podemos hablar con nuestros hijos e hijas de este tema. En nuestros hogares hay un tabú, y tenemos miedo.
Es importante explicar de qué y por qué tenemos miedo. Tenemos miedo de ser acusadas de transfobia por instituciones y profesionales cuando planteamos nuestras dudas sobre las causas de la disforia de género de nuestras hijas e hijos; de no ser escuchadas por esos mismos profesionales cuando explicamos los malestares previos que arrastraban nuestras hijas e hijos; de que nuestras hijas e hijos se desvinculen de sus familias en pro de su "familia trans virtual"; de que la legislación que se quiere implantar —y la ya existente a nivel autonómico— impida a profesionales y familias realizar un abordaje del malestar de nuestras hijas e hijos que nada tiene que ver con las terapias de conversión y sí con la prudencia.
Nuestras hijas e hijos sufren porque no se encuentran a sí mismos, como les ocurre a muchos adolescentes. Pero resulta que toda la información que están recibiendo por las redes, y a veces también en las escuelas, y por parte de orientadores y profesionales de la salud, les está haciendo daño. No es que se les plantee la transición como una opción entre las posibles, es que se les plantea como la única opción. Y les pintan un mundo de unicornios color de rosa después de iniciar tratamientos con bloqueadores de la pubertad y las hormonas. Consumen sin parar el contenido de influencers que las animan a seguir sus pasos. Nadie les habla de los graves efectos secundarios y del aumento de destransicionadoras. Es como una tribu urbana, pero aquí no estamos hablando de hacerse un piercing para parecerte a tus ídolos. Aquí estamos hablando de algo peligroso.
Al unirnos, las madres de AMANDA hemos descubierto algunas cosas inquietantes. Por ejemplo, que todos nuestros hijos usan el mismo vocabulario, las mismas frases, a veces textuales, extraídas de las redes sociales. Por ejemplo, que todos tienen en sus perfiles dibujitos manga con la bandera trans, invariablemente: el grupo estaba ahí, en las redes, y nosotras no éramos capaces de darnos cuenta hasta que recabamos información, hasta que pudimos mirar a nuestros hijos en conjunto gracias a los testimonios de otros padres de AMANDA.
Sobre el discurso prefabricado de nuestros hijos, hace poco nos llamó una madre desde Reino Unido, una madre que dice que su hija está en contacto con un trabajador social que le dice, palabra por palabra, el discurso y las respuestas que tiene que dar en el centro de salud para que les den el tratamiento hormonal. Hemos visto que existen estas guías, estos discursos precocinados para convencer a los médicos, en internet.
Sí, podría ser, como nos planteas, que nuestros hijos tuvieran realmente una disforia de género que no superasen, que necesitasen tratamientos hormonales o quirúrgicos, pero sabemos que la inmensa mayoría de las disforias de género de inicio rápido desisten cuando termina la adolescencia, que las cosas se acaban poniendo en su sitio. Lo que queremos es acompañar a nuestros hijos y evitar que se hagan daño. Si la disforia no desiste, no somos ningunas tránsfobas, como se dice por ahí.
Tampoco somos terapeutas: si nos dan un diagnóstico lo aceptamos. Pero aquí hablamos de autodiagnósticos, a veces apoyados por unas instituciones que parecen tener intereses que no son el interés superior de los menores. Queremos lo mejor para nuestros hijos. Y creemos que es mejor esperar. ¡Pero ni siquiera podemos plantearles siempre esta palabra! ¡Les enfurece!
No tenemos ningún problema con su "expresión de género". Algunas de nosotras ni siquiera tenemos problemas con que se cambien de nombre. Todas aceptamos a nuestros hijos. Lo mismo su orientación sexual, que a sus parejas, que a sus amigos, que a sus indumentarias. El problema no es la pinta que tienen, cómo se tiñen el pelo o los avatares del sexo contrario que usan en juegos en red. Lo que no queremos es que se destrocen el cuerpo, que bloqueen la pubertad con fármacos, que se operen, incluso, en una etapa temprana de su vida y sin haber explorado opciones menos lesivas previamente. Igual que no les permitiríamos tomar drogas.
Y tampoco queremos que entren en un grupo de presión. Aunque esto pueda sonar fuerte, según nuestra experiencia estamos hablando de un movimiento que atrae a los adolescentes y jóvenes con el mismo tipo de mensajes que utilizan técnicas bastante similares a las que utilizan los grupos de presión. Por ejemplo, lo primero que les dicen es que rompan con nosotras si los cuestionamos. Que se vayan de casa. Ponen a los hijos contra sus familias y les refuerzan y convencen de que la comunidad trans les va a apoyar incondicionalmente. Pero sabemos que, si luego desisten o destransicionan ellos no serán quienes les ayuden, como ya se demostró en este estudio.
¿Por qué no creemos que sean trans? Porque no han dado jamás muestras de este problema hasta que empezaron a consumir en las redes sociales ese contenido. No tenían ningún problema con sus juguetes, ni con su ropa, ni con sus nombres. No en ese sentido. Tampoco mostraron ningún malestar hacia sus cuerpos. Sus infancias fueron normales en cuanto a la identidad sexual, pero fíjate: en casi todos los casos aparecieron problemas como déficit de atención, conductas autolesivas, depresivas, trastornos del espectro autista. Nuestros hijos e hijas tienen en común el problema de salud mental, la insatisfacción, a veces una vida social difícil por timidez, por incapacidad de hacer frente al grupo.
Ahora es como si hubieran encontrado un grupo de influencia que les promete el bienestar y les ofrece pertenencia, un grupo en el que sentirse incluidos siempre que se despojen de su sexo. En secreto, les dan trucos para convencer a un endocrino, trucos para engañar a los padres, trucos para conseguir que la escuela active protocolos automáticos sin la más mínima crítica, sin informarnos a los padres siquiera. Una prueba de que funcionan como lo hacen los grupos de presión es cómo maltratan los activistas a las personas que destransicionan: son traidores, herejes. Los dejan solos y los machacan.
Todo esto provoca situaciones de estrés y de tensión en las familias. No vamos a hablarte de los problemas de pareja que provoca que tu hijo adolescente se vuelva intratable. Algunos de nuestros hijos se vuelven crueles con sus hermanos, sus padres y parientes. Rompen con sus viejas amistades, rompen con todo. El deseo de empezar de cero es normal en los adolescentes, quieren una vida propia, quieren encontrarse a sí mismos, pero esta moda social los está metiendo en un laberinto peligroso. Y está creciendo. La lista de espera en la Unidad de Identidad de Género del Ramón y Cajal es increíble. Y recibimos llamadas de auxilio, de orientación, de alarma todos los días en AMANDA.
Nuestra organización nació en septiembre. Ya somos más de 40 familias, y empezamos siendo ocho. Todo empezó por el tuit de una madre que pedía ayuda porque su hija decía de pronto que era un chico. Carla Antonelli, la diputada trans del PSOE, contestó a ese tuit diciendo que habría que quitarle la patria potestad a esa madre preocupada. Fue inhumano, pero la respuesta de esta persona viralizó el tuit, y empezamos a unirnos. Poco después creamos la web, recogimos material, estudios que avalan lo que planteamos y usamos nuestras distintas habilidades profesionales para coordinar una agrupación que ayude y oriente a otros padres como nosotras. La unión hace la fuerza, y nuestro propósito es intervenir en la conversación y forzar al gobierno, a las escuelas, a los médicos y al defensor del pueblo a tomar conciencia de este problema.
Queremos volver a subrayar que todos nuestros casos tienen características comunes. Son adolescentes que afrontan esta etapa vital de grandes cambios con problemas previos de socialización a los que hay que unir otros como la depresión, la ansiedad y los trastornos alimenticios sin olvidar el autismo, el TDAH, los TOC e incluso casos de acoso escolar. Todo ello con acceso a información en las redes sociales para poder hacer sus propios autodiagnósticos sin valoraciones profesionales.
Lo que pedimos a las administraciones es que se den más datos de lo que está sucediendo en los centros de unidad de género. Sobre todo, información actualizada sobre desistimiento. Y que se valore el criterio profesional de psicólogos y psiquiatras. Pedimos prudencia y que sean objetivos a la hora de establecer un diagnóstico. Es necesario revisar los actuales protocolos educativos y sanitarios de algunas comunidades autónomas y los que vendrán con la ley estatal ya que coartan el criterio profesional no afirmativo.
En este seminario no se negaba ni cuestionaba la realidad trans, ni se utilizaban argumentos políticos, ni se bajó al barro de los zascas o el escándalo. Cosas que solo pueden garantizarse, en un tema como este, a puerta cerrada. El interés genuino de los presentes era el malestar psíquico de los menores, y se abrió paso la duda sobre los protocolos que los especialistas deberían seguir, por ejemplo, con una chica que no ha dado muestras de sentirse hombre jamás pero llega a la consulta convencida de que no es una mujer, y exige —con las leyes autonómicas y la futura estatal en la mano— que no se la cuestione.
De esa conversación surgió la mención a AMANDA, grupo de madres que cuestionan el autodiagnóstico de sus críos, convencidos de ser trans. En la web de la agrupación hablaban de "disforia de inicio rápido (DGIR)", es decir, de una respuesta a los malestares psicológicos donde el menor se convence de que su bienestar pasa por un proceso de reasignación de sexo, y quizás con tratamientos hormonales y cirugías como la amputación del pene o los pechos. Lo que estas madres quieren es, en sus propias palabras "que se permita a los profesionales atender los malestares previos a la disforia, diagnosticar —quien debe hacerlo es el profesional, no el paciente— y tratar de acuerdo a un planteamiento prudente, que permita a los menores madurar antes de tomar decisiones irreversibles y en el que los tratamientos irreversibles sean la última opción a valorar, por el daño corporal que suponen".
Una importante cuestión técnica, antes de seguir: como explica en la conferencia que tenéis aquí arriba el psicólogo Pablo Expósito, especializado en estas cuestiones, se conocen dos tipos de disforia de género: la de inicio temprano, que afecta a niños que, desde muy pequeños, manifiestan su disconformidad con su sexo, y la de inicio tardío o adolescente: esta es la que ha crecido exponencialmente en los últimos años, en particular en las chicas. La Unidad de Identidad de Género de Madrid, por ejemplo, registra un incremento de solicitudes del 500% entre 2017 y 2019. En Reino Unido, el incremento es del 4000% entre 2009 y 2018.
La pregunta de muchos profesionales ante estos datos es clara: ¿se debe este aumento a la atenuación del estigma social que marginaba a los transexuales (hoy transgénero) y nos acercamos a las cifras "normales" para este fenómeno, o por el contrario existe algo parecido a un contagio social, es decir, un aumento de casos de autodiagnóstico equivocado de disforia? Y, en función de esto, ¿es el tratamiento invasivo e irreversible de reasignación la mejor forma de ayudar a estos jóvenes, como sostienen muchos activistas, o debería hacerse lo que precisamente estos quieren proscribir: esperar y cuestionar?
Las madres de AMANDA saben que sus hijas e hijos necesitan tratamiento, pues están sufriendo, pero quieren uno que aborde sus malestares psicológicos previos, que tenga en cuenta la evidencia en torno a la DGIR y que sea muy prudente en cuanto a las intervenciones hormonales y quirúrgicas. Algunos datos avalan, como mínimo, esta postura: el 80% de los casos de disforia de género desisten con el fin de la pubertad, y además hay, en quienes sufren disforia, una alta prevalencia de trastornos previos, vulnerabilidades psíquicas y problemas sociales como depresiones, hiperactividad, autismo, déficit de atención, ansiedad, fantasías suicidas, conductas autolesivas o casos graves de acoso escolar.
¿Se deben estos problemas de salud mental a una disforia que estaba causando todo lo demás, u ocurre que otros problemas convencen a personas especialmente vulnerables de que su mal es haber nacido en un cuerpo equivocado? El libro de Abigail Shrier 'Daño irreversible' aborda esta cuestión y asegura que en Occidente hay cada vez más personas, en su mayor parte chicas jóvenes (7 de cada 10 casos de DGIR), destrozando sus cuerpos por un autodiagnóstico equivocado e influido por las redes sociales y la moda. Normalmente son chicas que no encajan en los estereotipos de género tradicionales, o que recelan de la hipersexualización que suele ir aparejada a la adolescencia.
Siguiendo con las palabras del psicólogo Pablo Expósito, la disforia de género es un malestar cuyo tratamiento puede enfocarse de muchas formas. Los holandeses y los escandinavos suelen optar por la espera y el acompañamientoantes de iniciar cualquier tratamiento químico o quirúrgico, mientras que los estadounidenses y británicos optan por la terapia de afirmación, es decir, por el no cuestionamiento y el inicio rápido de tratamientos invasivos e irreversibles, por miedo a que una disforia no acometida lleve al menor al suicidio.
Es en estos países donde empieza a aflorar el fenómeno de la destransición, que es la interrupción a medio camino de los tratamientos o el intento de retroceder, por arrepentimiento, cuando la disforia de género desiste por cualquier motivo, o cuando no desiste pese a las intervenciones químicas o quirúrgicas. Sobre las personas que destransicionan apenas hay, según Expósito, estudios a fondo. Es un fenómeno nuevo, y la novedad podría estar dando una respuesta al misterio del aumento de llamadas a los centros de género. Caminamos por terrenos pantanosos.
Y esto es lo que lleva por el valle del agobio a las tres madres de AMANDA que me atienden, vía Zoom, después de aceptar un punto innegociable para nuestra entrevista: que sus identidades serán protegidas por el más estricto anonimato. Temen que sus hijos e hijas las descubran. No quieren que sus hijos conozcan su activismo por el correcto abordaje de la DGIR por temor a que no entiendan su postura y se dañe el vínculo con ellos.
Conversación con AMANDA
(Tres madres de AMANDA nos atienden. Con sus respuestas escribo un solo discurso, omitiendo mis preguntas o cualquier dato o indicio que pueda conducir a sus identidades. Dos de ellas son madres de chicas que dicen ser chicos, y otra es madre de un chico que dice ser chica).
No hablamos de orientación sexual. No somos conservadoras, ni de ultraderecha, ni religiosas. Muchas de nosotras somos feministas. Y a ninguna nos importa que nuestros hijos sean homosexuales, bisexuales o lo que sea. Si salen del armario (y algunas lo hicieron antes de obsesionarse con la disforia) las acompañamos. No todas tienen orientación homo. Mi hijo, por ejemplo, dice que es una mujer lesbiana. Lo que queremos es que nuestros hijos no sufran. Y que no se destrocen el cuerpo, que no queden estériles, que no se mutilen, que no tomen decisiones irreversibles en un calentón en una etapa de la vida caracterizada por su volubilidad. Pero ninguna de nosotras podemos hablar con nuestros hijos e hijas de este tema. En nuestros hogares hay un tabú, y tenemos miedo.
Es importante explicar de qué y por qué tenemos miedo. Tenemos miedo de ser acusadas de transfobia por instituciones y profesionales cuando planteamos nuestras dudas sobre las causas de la disforia de género de nuestras hijas e hijos; de no ser escuchadas por esos mismos profesionales cuando explicamos los malestares previos que arrastraban nuestras hijas e hijos; de que nuestras hijas e hijos se desvinculen de sus familias en pro de su "familia trans virtual"; de que la legislación que se quiere implantar —y la ya existente a nivel autonómico— impida a profesionales y familias realizar un abordaje del malestar de nuestras hijas e hijos que nada tiene que ver con las terapias de conversión y sí con la prudencia.
Nuestras hijas e hijos sufren porque no se encuentran a sí mismos, como les ocurre a muchos adolescentes. Pero resulta que toda la información que están recibiendo por las redes, y a veces también en las escuelas, y por parte de orientadores y profesionales de la salud, les está haciendo daño. No es que se les plantee la transición como una opción entre las posibles, es que se les plantea como la única opción. Y les pintan un mundo de unicornios color de rosa después de iniciar tratamientos con bloqueadores de la pubertad y las hormonas. Consumen sin parar el contenido de influencers que las animan a seguir sus pasos. Nadie les habla de los graves efectos secundarios y del aumento de destransicionadoras. Es como una tribu urbana, pero aquí no estamos hablando de hacerse un piercing para parecerte a tus ídolos. Aquí estamos hablando de algo peligroso.
Al unirnos, las madres de AMANDA hemos descubierto algunas cosas inquietantes. Por ejemplo, que todos nuestros hijos usan el mismo vocabulario, las mismas frases, a veces textuales, extraídas de las redes sociales. Por ejemplo, que todos tienen en sus perfiles dibujitos manga con la bandera trans, invariablemente: el grupo estaba ahí, en las redes, y nosotras no éramos capaces de darnos cuenta hasta que recabamos información, hasta que pudimos mirar a nuestros hijos en conjunto gracias a los testimonios de otros padres de AMANDA.
Sobre el discurso prefabricado de nuestros hijos, hace poco nos llamó una madre desde Reino Unido, una madre que dice que su hija está en contacto con un trabajador social que le dice, palabra por palabra, el discurso y las respuestas que tiene que dar en el centro de salud para que les den el tratamiento hormonal. Hemos visto que existen estas guías, estos discursos precocinados para convencer a los médicos, en internet.
Sí, podría ser, como nos planteas, que nuestros hijos tuvieran realmente una disforia de género que no superasen, que necesitasen tratamientos hormonales o quirúrgicos, pero sabemos que la inmensa mayoría de las disforias de género de inicio rápido desisten cuando termina la adolescencia, que las cosas se acaban poniendo en su sitio. Lo que queremos es acompañar a nuestros hijos y evitar que se hagan daño. Si la disforia no desiste, no somos ningunas tránsfobas, como se dice por ahí.
Tampoco somos terapeutas: si nos dan un diagnóstico lo aceptamos. Pero aquí hablamos de autodiagnósticos, a veces apoyados por unas instituciones que parecen tener intereses que no son el interés superior de los menores. Queremos lo mejor para nuestros hijos. Y creemos que es mejor esperar. ¡Pero ni siquiera podemos plantearles siempre esta palabra! ¡Les enfurece!
No tenemos ningún problema con su "expresión de género". Algunas de nosotras ni siquiera tenemos problemas con que se cambien de nombre. Todas aceptamos a nuestros hijos. Lo mismo su orientación sexual, que a sus parejas, que a sus amigos, que a sus indumentarias. El problema no es la pinta que tienen, cómo se tiñen el pelo o los avatares del sexo contrario que usan en juegos en red. Lo que no queremos es que se destrocen el cuerpo, que bloqueen la pubertad con fármacos, que se operen, incluso, en una etapa temprana de su vida y sin haber explorado opciones menos lesivas previamente. Igual que no les permitiríamos tomar drogas.
Y tampoco queremos que entren en un grupo de presión. Aunque esto pueda sonar fuerte, según nuestra experiencia estamos hablando de un movimiento que atrae a los adolescentes y jóvenes con el mismo tipo de mensajes que utilizan técnicas bastante similares a las que utilizan los grupos de presión. Por ejemplo, lo primero que les dicen es que rompan con nosotras si los cuestionamos. Que se vayan de casa. Ponen a los hijos contra sus familias y les refuerzan y convencen de que la comunidad trans les va a apoyar incondicionalmente. Pero sabemos que, si luego desisten o destransicionan ellos no serán quienes les ayuden, como ya se demostró en este estudio.
¿Por qué no creemos que sean trans? Porque no han dado jamás muestras de este problema hasta que empezaron a consumir en las redes sociales ese contenido. No tenían ningún problema con sus juguetes, ni con su ropa, ni con sus nombres. No en ese sentido. Tampoco mostraron ningún malestar hacia sus cuerpos. Sus infancias fueron normales en cuanto a la identidad sexual, pero fíjate: en casi todos los casos aparecieron problemas como déficit de atención, conductas autolesivas, depresivas, trastornos del espectro autista. Nuestros hijos e hijas tienen en común el problema de salud mental, la insatisfacción, a veces una vida social difícil por timidez, por incapacidad de hacer frente al grupo.
Ahora es como si hubieran encontrado un grupo de influencia que les promete el bienestar y les ofrece pertenencia, un grupo en el que sentirse incluidos siempre que se despojen de su sexo. En secreto, les dan trucos para convencer a un endocrino, trucos para engañar a los padres, trucos para conseguir que la escuela active protocolos automáticos sin la más mínima crítica, sin informarnos a los padres siquiera. Una prueba de que funcionan como lo hacen los grupos de presión es cómo maltratan los activistas a las personas que destransicionan: son traidores, herejes. Los dejan solos y los machacan.
Todo esto provoca situaciones de estrés y de tensión en las familias. No vamos a hablarte de los problemas de pareja que provoca que tu hijo adolescente se vuelva intratable. Algunos de nuestros hijos se vuelven crueles con sus hermanos, sus padres y parientes. Rompen con sus viejas amistades, rompen con todo. El deseo de empezar de cero es normal en los adolescentes, quieren una vida propia, quieren encontrarse a sí mismos, pero esta moda social los está metiendo en un laberinto peligroso. Y está creciendo. La lista de espera en la Unidad de Identidad de Género del Ramón y Cajal es increíble. Y recibimos llamadas de auxilio, de orientación, de alarma todos los días en AMANDA.
Nuestra organización nació en septiembre. Ya somos más de 40 familias, y empezamos siendo ocho. Todo empezó por el tuit de una madre que pedía ayuda porque su hija decía de pronto que era un chico. Carla Antonelli, la diputada trans del PSOE, contestó a ese tuit diciendo que habría que quitarle la patria potestad a esa madre preocupada. Fue inhumano, pero la respuesta de esta persona viralizó el tuit, y empezamos a unirnos. Poco después creamos la web, recogimos material, estudios que avalan lo que planteamos y usamos nuestras distintas habilidades profesionales para coordinar una agrupación que ayude y oriente a otros padres como nosotras. La unión hace la fuerza, y nuestro propósito es intervenir en la conversación y forzar al gobierno, a las escuelas, a los médicos y al defensor del pueblo a tomar conciencia de este problema.
Queremos volver a subrayar que todos nuestros casos tienen características comunes. Son adolescentes que afrontan esta etapa vital de grandes cambios con problemas previos de socialización a los que hay que unir otros como la depresión, la ansiedad y los trastornos alimenticios sin olvidar el autismo, el TDAH, los TOC e incluso casos de acoso escolar. Todo ello con acceso a información en las redes sociales para poder hacer sus propios autodiagnósticos sin valoraciones profesionales.
Lo que pedimos a las administraciones es que se den más datos de lo que está sucediendo en los centros de unidad de género. Sobre todo, información actualizada sobre desistimiento. Y que se valore el criterio profesional de psicólogos y psiquiatras. Pedimos prudencia y que sean objetivos a la hora de establecer un diagnóstico. Es necesario revisar los actuales protocolos educativos y sanitarios de algunas comunidades autónomas y los que vendrán con la ley estatal ya que coartan el criterio profesional no afirmativo.
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