Dos estudios indagan en las tormentosas biografías de Alexander McQueen y John Galliano. Cambiaron la alta costura pero su caótica vida marcó sus carreras.
Elsa Fernández-Santos | El País, 2015-02-14
http://elpais.com/elpais/2015/02/13/estilo/1423833651_318187.html
Sería imposible entender los opacos entresijos del mundo de la moda actual sin detenerse en la ascensión y hundimiento de John Galliano y Alexander McQueen, los dos hombres que a caballo entre dos siglos revolucionaron la alta costura para acabar —empujados por la autodestrucción, un ritmo de trabajo frenético y el pánico al fracaso— en la peor cuneta del imperio del lujo. “Gods and kings: the rise and fall of Alexander McQueen and John Galliano” (Penguin Press), de la periodista Dana Thomas, se ha publicado esta semana en EE UU y Reino Unido reconstruyendo en paralelo el camino hacia el olimpo de la costura de dos introvertidos chicos de la periferia londinense. El libro transita por las rutas más conocidas de sus biografías pero también por las más sombrías. Plagado de drogas, sexo, traiciones, inseguridades y éxitos mal digeridos, en apenas 400 páginas y dos décadas el sueño de aquellos muchachos acabó en pesadilla.
McQueen se ahorcó la madrugada del 11 de febrero de 2010 dejando un escenario de horror en su casa de Londres. Después de una noche bebiendo y vagando solo por locales nocturnos, con un cóctel de cocaína y tranquilizantes en el cuerpo, intentó sin éxito cortarse las venas con varios cuchillos de cocina. A sus 40 años, decidió que la única manera segura de acabar con sus fantasmas era colgarse de su armario. El funeral de su madre, Joyce, era al día siguiente. Para muchos la muerte de Joyce no fue la causa última del suicidio sino la razón que liberó a McQueen de la insoportable carga de su vida. Apenas un año después, Galliano, enfermo de ansiedad y alcohol, acabó arrojado de Dior y del sistema después de un penoso episodio antisemita en un restaurante de París. Era la puntilla a una incontrolada deriva personal. “Ambos arrastraban sus propios demonios pero también creo que pagaron un precio enorme por el cambio que vivió en aquellos años el negocio de la moda”, asegura Dana Thomas desde Nueva York.
Thomas —corresponsal de cultura y moda de Newsweek en París y colaboradora de The New York Times— defiende el fondo de una investigación de cuatro años. “Para mí ellos son la metáfora perfecta de cómo el mundo de moda mutó de una locura romántica y creativa a un mundo de poderosas multinacionales globales. Después de la caída de McQueen y Galliano todo cambió y los creadores de la alta costura se volvieron más temerosos, más cautos, más pragmáticos: renunciaron a cambiar el mundo, y aprendieron a no llevarse el trabajo a casa”.
Para el crítico británico Colin McDowell, que le ha dedicado un extensa reseña en “The business of fashion”, el libro logrará hacer ruido y dinero pero duda del relato sesgado de algunas de sus fuentes, examantes, ayudantes resentidos, aves nocturnas y colegas de juergas y adicciones. Además, acusa a la escritora de no demostrar la misma empatía por Galliano que por McQueen. “No es cierto. Aunque es inevitable ser más amable con los muertos. Aún hoy es imposible hablar de McQueen sin que broten lágrimas. Galliano, sigue ahí, con un regreso prometedor en Maison Margiela. En él hay luz y esperanza. Tiene un ángel sobre los hombros”.
Galliano había llegado a Londres con siete años, después de pasar su católica infancia en Gibraltar, paradójicamente en el barrio judío del peñón. McQueen era el pequeño de los seis hijos de un taxista. Ya adolescentes, y empujados por sus respectivas madres, encontraron un antídoto a su hostil entorno en la costura. McQueen como ayudante en el taller de una de las míticas sastrerías de Savile Row, Anderson & Sheppard, y Galliano como estudiante en St. Martins School of Arts, por cuyas aulas también acabaría pasado McQueen. Galliano, el bohemio, el romántico, el afrancesado, sorprendía con su trabajo de graduación, Les incroyables (1984). McQueen, el atormentado, el oscuro, el callejero, lo hacía con el suyo, Jack el Destripador acecha a sus víctimas (1992).
La publicación del texto de Thomas coincide con una biografía de Andrew Wilson, “Alexander McQueen: blood beneath the skin” (Simon & Schuster), que saldrá a la venta a finales de febrero y que se sumará a la catarsis emocional que promete ser la inauguración, el 14 de marzo, de Savage beauty en el museo Victoria & Albert de Londres. La exposición viaja desde el Costume Institute del Metropolitan neoyorquino a la ciudad que le vio nacer y caer. Será imposible no recordar entonces sus dramáticas palabras antes de uno de sus primeros desfiles: “No quiero fiestas. No quiero celebrar nada. Prefiero que la gente se vaya de mis desfiles vomitando. Quiero reacciones extremas. Infartos. Ambulancias”.
En realidad, Wilson, que ha tenido acceso preferente a la familia de McQueen, describe un panorama aún más sórdido. Masoquista y cruel, con serios problemas de autoestima, cuanto más dinero y fama acumulaba mayor era su ansiedad. El enorme ritmo de trabajo que adoptó al sustituir en 1996 a Galliano en Givenchy lo compensaba con drogas y una sexualidad compulsiva. Con el éxito, se volvió violento, anárquico e impredecible. Su hermana Janet, 15 años mayor que él, asegura que le confesó que había sido violado de niño por el marido de ella. Esta supuesta revelación podría, según el autor, explicar su oscura sexualidad.
En 2007, en pleno apogeo de sus carreras, dos tragedias sacudían sus vidas. Isabella Blow, la aristócrata, mecenas y editora de moda que descubrió y protegió a McQueen, se suicidaba en su casa de Londres. Y Steven Robinson, el que fuera mano derecha y eterno amigo de Galliano, se encerraba en su apartamento de París con siete gramos de cocaína hasta reventar su corazón. Dior tapó el escándalo. Quedaban pocas semanas para celebrar en Versalles el 60 º aniversario de la casa y Galliano, devastado, tenía que seguir trabajando. El funeral de Blow fue una puesta en escena orquestada desde la tumba. McQueen le cortó un mechón de pelo para hacerse un amuleto de estilo victoriano. Su afición a los espiritistas se multiplicó desde entonces. Definitivamente atrapado entre la vida y la muerte, se despeñaba mientras su talento alzaba el vuelo como nunca. Para Dana Thomas, el paisaje que quedó después de los años gloriosos de Galliano y McQueen se volvió desolador: “El consumo ha ganado la partida a la imaginación. Ya no hay sitio ni para la poesía, ni para el teatro. Ni para la angustia. Solo para el negocio”.
McQueen se ahorcó la madrugada del 11 de febrero de 2010 dejando un escenario de horror en su casa de Londres. Después de una noche bebiendo y vagando solo por locales nocturnos, con un cóctel de cocaína y tranquilizantes en el cuerpo, intentó sin éxito cortarse las venas con varios cuchillos de cocina. A sus 40 años, decidió que la única manera segura de acabar con sus fantasmas era colgarse de su armario. El funeral de su madre, Joyce, era al día siguiente. Para muchos la muerte de Joyce no fue la causa última del suicidio sino la razón que liberó a McQueen de la insoportable carga de su vida. Apenas un año después, Galliano, enfermo de ansiedad y alcohol, acabó arrojado de Dior y del sistema después de un penoso episodio antisemita en un restaurante de París. Era la puntilla a una incontrolada deriva personal. “Ambos arrastraban sus propios demonios pero también creo que pagaron un precio enorme por el cambio que vivió en aquellos años el negocio de la moda”, asegura Dana Thomas desde Nueva York.
Thomas —corresponsal de cultura y moda de Newsweek en París y colaboradora de The New York Times— defiende el fondo de una investigación de cuatro años. “Para mí ellos son la metáfora perfecta de cómo el mundo de moda mutó de una locura romántica y creativa a un mundo de poderosas multinacionales globales. Después de la caída de McQueen y Galliano todo cambió y los creadores de la alta costura se volvieron más temerosos, más cautos, más pragmáticos: renunciaron a cambiar el mundo, y aprendieron a no llevarse el trabajo a casa”.
Para el crítico británico Colin McDowell, que le ha dedicado un extensa reseña en “The business of fashion”, el libro logrará hacer ruido y dinero pero duda del relato sesgado de algunas de sus fuentes, examantes, ayudantes resentidos, aves nocturnas y colegas de juergas y adicciones. Además, acusa a la escritora de no demostrar la misma empatía por Galliano que por McQueen. “No es cierto. Aunque es inevitable ser más amable con los muertos. Aún hoy es imposible hablar de McQueen sin que broten lágrimas. Galliano, sigue ahí, con un regreso prometedor en Maison Margiela. En él hay luz y esperanza. Tiene un ángel sobre los hombros”.
Galliano había llegado a Londres con siete años, después de pasar su católica infancia en Gibraltar, paradójicamente en el barrio judío del peñón. McQueen era el pequeño de los seis hijos de un taxista. Ya adolescentes, y empujados por sus respectivas madres, encontraron un antídoto a su hostil entorno en la costura. McQueen como ayudante en el taller de una de las míticas sastrerías de Savile Row, Anderson & Sheppard, y Galliano como estudiante en St. Martins School of Arts, por cuyas aulas también acabaría pasado McQueen. Galliano, el bohemio, el romántico, el afrancesado, sorprendía con su trabajo de graduación, Les incroyables (1984). McQueen, el atormentado, el oscuro, el callejero, lo hacía con el suyo, Jack el Destripador acecha a sus víctimas (1992).
La publicación del texto de Thomas coincide con una biografía de Andrew Wilson, “Alexander McQueen: blood beneath the skin” (Simon & Schuster), que saldrá a la venta a finales de febrero y que se sumará a la catarsis emocional que promete ser la inauguración, el 14 de marzo, de Savage beauty en el museo Victoria & Albert de Londres. La exposición viaja desde el Costume Institute del Metropolitan neoyorquino a la ciudad que le vio nacer y caer. Será imposible no recordar entonces sus dramáticas palabras antes de uno de sus primeros desfiles: “No quiero fiestas. No quiero celebrar nada. Prefiero que la gente se vaya de mis desfiles vomitando. Quiero reacciones extremas. Infartos. Ambulancias”.
En realidad, Wilson, que ha tenido acceso preferente a la familia de McQueen, describe un panorama aún más sórdido. Masoquista y cruel, con serios problemas de autoestima, cuanto más dinero y fama acumulaba mayor era su ansiedad. El enorme ritmo de trabajo que adoptó al sustituir en 1996 a Galliano en Givenchy lo compensaba con drogas y una sexualidad compulsiva. Con el éxito, se volvió violento, anárquico e impredecible. Su hermana Janet, 15 años mayor que él, asegura que le confesó que había sido violado de niño por el marido de ella. Esta supuesta revelación podría, según el autor, explicar su oscura sexualidad.
En 2007, en pleno apogeo de sus carreras, dos tragedias sacudían sus vidas. Isabella Blow, la aristócrata, mecenas y editora de moda que descubrió y protegió a McQueen, se suicidaba en su casa de Londres. Y Steven Robinson, el que fuera mano derecha y eterno amigo de Galliano, se encerraba en su apartamento de París con siete gramos de cocaína hasta reventar su corazón. Dior tapó el escándalo. Quedaban pocas semanas para celebrar en Versalles el 60 º aniversario de la casa y Galliano, devastado, tenía que seguir trabajando. El funeral de Blow fue una puesta en escena orquestada desde la tumba. McQueen le cortó un mechón de pelo para hacerse un amuleto de estilo victoriano. Su afición a los espiritistas se multiplicó desde entonces. Definitivamente atrapado entre la vida y la muerte, se despeñaba mientras su talento alzaba el vuelo como nunca. Para Dana Thomas, el paisaje que quedó después de los años gloriosos de Galliano y McQueen se volvió desolador: “El consumo ha ganado la partida a la imaginación. Ya no hay sitio ni para la poesía, ni para el teatro. Ni para la angustia. Solo para el negocio”.
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