El coño de pandora | Pikara Magazine, 2015-02-02
http://www.pikaramagazine.com/2015/02/del-quedamos-otro-dia-al-nos-vemos-media-un-coito/
El otro día quedé con un chico con el que llevaba semanas tonteando, desde el principio él había mostrado gran interés. La “cita” fue muy divertida, estuvimos hablando y tomando cervezas hasta que cerraron el bar. Cuando salimos, él me dijo “ha estado muy bien ¡tenemos que repetir! ¿Nos vemos otro día?”. Había mucha química, terminamos liándonos y pasando la noche juntos. Fue una noche muy agradable (una exitosa reproducción de la rutinaria coreografía del sexo heterosexual) que acabó en un desayuno conjunto. Una vez dimos el último trago al café, él se despidió con el trillado “nos vemos”. No he vuelto a saber nada de él.
¿En qué momento el “¿quedamos otro día?” pasó a ser un “nos vemos”? En el momento en el que medió una relación sexual, o para ser más precisa, en el momento que aconteció un coito (es decir, hubo verdaderamente Sexo). Yo sentí que una vez él “logró lo que quería”, pasé de ser un cuerpo “follable” a un cuerpo “follado”, y perdió el interés. Me resonaron entonces los discursos patriarcales que perpetúan la diferenciación entre “mujeres buenas” (novias potenciales-“que valen la pena”) vs. mujeres malas (putas-“que no valen la pena”). Tras tanto tiempo en la primera categoría, me sentí catapultada en un abrir y cerrar de piernas hacia la segunda. La mayoría de mis amigas reforzaron esta lectura (“los tíos son así, unos capullos, van a lo que van”) y el aprendizaje patriarcal consecuente con esta naturalización de una práctica cultural: “tía, no podemos volver acostarnos con un tío en la primera noche”.
Aumentó mi sensación de víctima, me preguntaba “si nos hubiéramos dedicado a hacer conjuntamente cualquier otro tipo de actividad, ¿alguien cree que su (falta de) reacción hubiera sido la misma? Si, por ejemplo, hubiéramos pasado juntos un bonito día en el campo, o toda la noche hablando y bebiendo, eso nos hubiera acercado, al menos como amigos. Y habríamos continuado con el ritmo de interacción anterior o, predeciblemente, éste habría aumentado”. Pero, tras el coito, silencio…
Contrasté esta (re)lectura de la experiencia vivida con otros amigos y amigas. Surgieron otros discursos: “muchas tías hacen lo mismo”, “el sexo no tienen por qué significar nada, le estás dando demasiada importancia” o, incluso, “tu crítica a su silencio es machista, le estás adjudicando el rol activo y te estás conformando con el papel pasivo”. Estos discursos me ayudaron a desdramatizar la situación, pero seguía habiendo algo que me chirriaba en esta historia… Por supuesto que hay mujeres que buscan sexo esporádico sin ningún interés en una interacción posterior, y evidentemente que hay hombres que tras una relación sexual “no pierden el interés”, sin embargo, “que el tío pase de la tía una vez ha habido sexo” resulta una práctica habitual, como habitual es leerla en esos términos (el tío es el sujeto con capacidad de decisión y acción: desea, seduce y abandona) y, por tanto, plantearla como algo natural invisibiliza la carga ideológica que conlleva.
Hay quien puede pensar que esta experiencia no tiene nada que ver con la heteronormatividad vigente, que simplemente será que “a él no le gustó el sexo”, que igualmente no hubiera vuelto a llamarme o que yo me estoy victimizando cuando “las cosas funcionan así y yo sabía a lo que iba”. Puede que sean ciertas cualquiera de las cosas anteriores (o incluso las tres juntas) pero lo interesante no es juzgar(me), sino analizar desde una perspectiva feminista qué significa que esto sea una dinámica habitual de relación entre hombres y mujeres.
Desde mi punto de vista, se trata de una de las reproducciones más claras de la lógica heteronormativa, teñida de la falsa libertad individual del neoliberalismo y de la óptica de consumo capitalista que lleva a objetualizar los cuerpos y reducirlos a mercancías intercambiables y desechables. Nunca olvidaré el gráfico ejemplo de una amiga que comparaba su relación de pareja heterosexual con el tratado de libre comercio México-EEUU: igual de libres circulan los bienes entre estos países, que la comunicación y las interacciones entre ellos. En este sentido, reducir el sexo ocasional heterosexual a un encuentro libre y consciente entre dos personas, es invisibilizar la estructura social patriarcal que media y contextualiza cualquier relación entre géneros, colocando a los hombres en una posición de poder y privilegio.
Este sistema patriarcal es el que igualmente asigna esos roles estereotipados a cada uno de los géneros y que en el sexo ocasional se evidencia aun con más fuerza: igual que se sabe quién debe penetrar a quien, se sabe quién debe llamar a quien. La coreografía de la relación sexual tiene unos pasos asimismo marcados para el cortejo anterior y el abandono posterior. La historia que he contado no tiene ningún interés en sí misma, más allá de hacernos pensar sobre la lógica más amplia que opera de manera subterránea y que define un papel femenino (ser objeto de deseo y seducción, vincular el sexo con el afecto, depositar en el varón la agencia) tan machista como el masculino (desear, seducir, experimentar placer, desvincularse emocionalmente, no reparar en la otra persona).
Mientras que las violencias que se producen dentro de la pareja heterosexual suelen resultarnos evidentes a las feministas -y ponernos sobre aviso cuando iniciamos una relación de este tipo- el sexo ocasional suele verse desde una perspectiva no problemática que lo reduce a una acción individual propia de “chicas liberadas”. Este enfoque invisibiliza la lógica patriarcal y capitalista que impregna este tipo de relación. Urge una reflexión feminista que nos permita seguir disfrutando de éstas y otras prácticas desde un planteamiento más consciente y consecuente.
¿En qué momento el “¿quedamos otro día?” pasó a ser un “nos vemos”? En el momento en el que medió una relación sexual, o para ser más precisa, en el momento que aconteció un coito (es decir, hubo verdaderamente Sexo). Yo sentí que una vez él “logró lo que quería”, pasé de ser un cuerpo “follable” a un cuerpo “follado”, y perdió el interés. Me resonaron entonces los discursos patriarcales que perpetúan la diferenciación entre “mujeres buenas” (novias potenciales-“que valen la pena”) vs. mujeres malas (putas-“que no valen la pena”). Tras tanto tiempo en la primera categoría, me sentí catapultada en un abrir y cerrar de piernas hacia la segunda. La mayoría de mis amigas reforzaron esta lectura (“los tíos son así, unos capullos, van a lo que van”) y el aprendizaje patriarcal consecuente con esta naturalización de una práctica cultural: “tía, no podemos volver acostarnos con un tío en la primera noche”.
Aumentó mi sensación de víctima, me preguntaba “si nos hubiéramos dedicado a hacer conjuntamente cualquier otro tipo de actividad, ¿alguien cree que su (falta de) reacción hubiera sido la misma? Si, por ejemplo, hubiéramos pasado juntos un bonito día en el campo, o toda la noche hablando y bebiendo, eso nos hubiera acercado, al menos como amigos. Y habríamos continuado con el ritmo de interacción anterior o, predeciblemente, éste habría aumentado”. Pero, tras el coito, silencio…
Contrasté esta (re)lectura de la experiencia vivida con otros amigos y amigas. Surgieron otros discursos: “muchas tías hacen lo mismo”, “el sexo no tienen por qué significar nada, le estás dando demasiada importancia” o, incluso, “tu crítica a su silencio es machista, le estás adjudicando el rol activo y te estás conformando con el papel pasivo”. Estos discursos me ayudaron a desdramatizar la situación, pero seguía habiendo algo que me chirriaba en esta historia… Por supuesto que hay mujeres que buscan sexo esporádico sin ningún interés en una interacción posterior, y evidentemente que hay hombres que tras una relación sexual “no pierden el interés”, sin embargo, “que el tío pase de la tía una vez ha habido sexo” resulta una práctica habitual, como habitual es leerla en esos términos (el tío es el sujeto con capacidad de decisión y acción: desea, seduce y abandona) y, por tanto, plantearla como algo natural invisibiliza la carga ideológica que conlleva.
Hay quien puede pensar que esta experiencia no tiene nada que ver con la heteronormatividad vigente, que simplemente será que “a él no le gustó el sexo”, que igualmente no hubiera vuelto a llamarme o que yo me estoy victimizando cuando “las cosas funcionan así y yo sabía a lo que iba”. Puede que sean ciertas cualquiera de las cosas anteriores (o incluso las tres juntas) pero lo interesante no es juzgar(me), sino analizar desde una perspectiva feminista qué significa que esto sea una dinámica habitual de relación entre hombres y mujeres.
Desde mi punto de vista, se trata de una de las reproducciones más claras de la lógica heteronormativa, teñida de la falsa libertad individual del neoliberalismo y de la óptica de consumo capitalista que lleva a objetualizar los cuerpos y reducirlos a mercancías intercambiables y desechables. Nunca olvidaré el gráfico ejemplo de una amiga que comparaba su relación de pareja heterosexual con el tratado de libre comercio México-EEUU: igual de libres circulan los bienes entre estos países, que la comunicación y las interacciones entre ellos. En este sentido, reducir el sexo ocasional heterosexual a un encuentro libre y consciente entre dos personas, es invisibilizar la estructura social patriarcal que media y contextualiza cualquier relación entre géneros, colocando a los hombres en una posición de poder y privilegio.
Este sistema patriarcal es el que igualmente asigna esos roles estereotipados a cada uno de los géneros y que en el sexo ocasional se evidencia aun con más fuerza: igual que se sabe quién debe penetrar a quien, se sabe quién debe llamar a quien. La coreografía de la relación sexual tiene unos pasos asimismo marcados para el cortejo anterior y el abandono posterior. La historia que he contado no tiene ningún interés en sí misma, más allá de hacernos pensar sobre la lógica más amplia que opera de manera subterránea y que define un papel femenino (ser objeto de deseo y seducción, vincular el sexo con el afecto, depositar en el varón la agencia) tan machista como el masculino (desear, seducir, experimentar placer, desvincularse emocionalmente, no reparar en la otra persona).
Mientras que las violencias que se producen dentro de la pareja heterosexual suelen resultarnos evidentes a las feministas -y ponernos sobre aviso cuando iniciamos una relación de este tipo- el sexo ocasional suele verse desde una perspectiva no problemática que lo reduce a una acción individual propia de “chicas liberadas”. Este enfoque invisibiliza la lógica patriarcal y capitalista que impregna este tipo de relación. Urge una reflexión feminista que nos permita seguir disfrutando de éstas y otras prácticas desde un planteamiento más consciente y consecuente.
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