Keith Haring pintando el mural en el Raval |
El próximo febrero se cumplirán 30 años de la visita de Keith Haring a la ciudad. El mural que regaló a Barcelona, 'Todos juntos podemos parar el sida', provocó una pequeña revolución en el Raval y marcó la concienciación respecto al sida. Una exposición en el Macba y un documental recuerdan aquel momento.
Leticia Blanco | El Mundo, 2018-12-07
https://www.elmundo.es/cataluna/2018/12/07/5c0aa6e521efa015488b45eb.html
El próximo febrero se cumplirán 30 años de la visita de Keith Haring a Barcelona. El artista aterrizó en el Raval como un ovni: con una enorme sudadera, unas Air Max último modelo que fascinaron a todos los niños (y no tan niños) del barrio y un radiocassete gigante del que durante dos días, los que tardó en completar su famoso mural contra el sida, no paró de salir ‘acid house’, su música favorita para pintar. Haring escogió la calle más deprimida de lo que por entonces todavía se llamaba Barrio Chino (la leyenda dice que contó las jeringuillas que había por el suelo y donde más encontró, ahí se quedó) para pintar un mural con un mensaje activista, 'Todos juntos podemos parar el sida', que marcó un antes y un después en la lucha contra el VIH en España. La exposición ‘Anarchivo sida’ en el Macba y el documental '30 años +' de Lulu Martorell y Roger la Puente conmemoran el regalo que el artista pop hizo a la ciudad.
Haring aterrizó en España en febrero de 1989. La primera parada fue Madrid: visitó el Museo del Prado, le encantó ‘El jardín de las delicias del Bosco’ («contemplarlo te abre los sentidos», apuntó en su diario personal), le llevaron a Arco («aburridísimo, el efecto opuesto que el Prado») y al cabo de unos días vino a Barcelona. Allí visitó el Museo Picasso y en la inauguración de una exposición de Frederic Amat coincidió con Montse Guillén, a la que ya conocía de frecuentar El Internacional, el restaurante de tapas que Guillén tenía con su compañero, Antoni Miralda, en Nueva York. «Un día vino Andy Warhol con Haring y Basquiat al restaurante. Pidieron ‘butifarra amb mongetes’. Le pedí a Warhol que me firmara dos menús y recuerdo que dijo: ¡pero si ellos son mucho más importantes que yo!», cuenta Guillén en el documental.
Otro de los cicerones de Haring en Barcelona fue el DJ César de Melero, un gran admirador del artista que además tuvo la brillante idea de llamar a una amiga que tenía una videocámara (una ‘handycam’ de Sony) y grabó a Haring en acción aquellos 27 y 28 de febrero de 1989. El grafitero no derramó ni una sola gota de pintura roja en los dos días que tardó en pintar el mural. Lo hizo de memoria, sin bocetos, en la calle Salvador Seguí, rodeado de curiosos, niños que se arremolinaban junto a él en busca de chapas y una sonrisa y bastante prensa, para disgusto del tímido Haring. Más de un vecino con negocios no del todo legales se molestó, temeroso de que tanta atención mediática atrajera a la policía al lugar. De Melero también se llevó a Haring de fiesta al local donde pinchaba, el Club Billares ARS. El DJ recuerda cómo la primera noche, los gorilas del club no dejaron entrar a aquel joven que, con sus gafas redondas y su camiseta sin mangas, parecía un guiri más. Tuvo que salir a la puerta a buscarle y, una vez dentro, pidió champán para todos y Haring pintó un mural antidroga en la pared de la discoteca.
En el documental, Bonaventura Clotet se felicita por los avances que han permitido cronificar la enfermedad, pero recuerda que las diferencias entre ser portador del VIH en el primer y tercer mundo son más grandes que nunca:«Sigue muriendo un millón de personas cada año». «No era fácil estar vivo en aquella época», recuerda Ferran Pujol, impulsor de Bcncheckpoint, que recuerda el activismo de Act up en los años más duros de Reagan: «El sida afectó sobre todo a heroinómanos y homosexuales, así que hubo quien vio la pandemia como un limpieza social».
«Mis días están contados. Mis amigos están cayendo como moscas. No sé si me quedan cinco meses o cinco años de vida», escribía en su diario Keith Haring en febrero de 1989. En aquella época, antes de la aparición de los antirretrovirales, el diagnóstico del VIH era prácticamente una sentencia de muerte. Haring afrontó la noticia con miedo y tristeza, pero también con una insospechada entereza alimentada por la idea de que «el arte es más importante que la vida» y un objetivo: emplear el tiempo que el quedaba de vida en luchar contra el sida. «He de hacer todo lo que pueda, sacrificar comodidad y tiempo libre». Sus últimos meses fueron frenéticos: viajó por todo el mundo, pintando y concienciando. 353 días después de pintar el mural, Haring falleció en Nueva York, el 16 de febrero de 1990.
Haring aterrizó en España en febrero de 1989. La primera parada fue Madrid: visitó el Museo del Prado, le encantó ‘El jardín de las delicias del Bosco’ («contemplarlo te abre los sentidos», apuntó en su diario personal), le llevaron a Arco («aburridísimo, el efecto opuesto que el Prado») y al cabo de unos días vino a Barcelona. Allí visitó el Museo Picasso y en la inauguración de una exposición de Frederic Amat coincidió con Montse Guillén, a la que ya conocía de frecuentar El Internacional, el restaurante de tapas que Guillén tenía con su compañero, Antoni Miralda, en Nueva York. «Un día vino Andy Warhol con Haring y Basquiat al restaurante. Pidieron ‘butifarra amb mongetes’. Le pedí a Warhol que me firmara dos menús y recuerdo que dijo: ¡pero si ellos son mucho más importantes que yo!», cuenta Guillén en el documental.
Otro de los cicerones de Haring en Barcelona fue el DJ César de Melero, un gran admirador del artista que además tuvo la brillante idea de llamar a una amiga que tenía una videocámara (una ‘handycam’ de Sony) y grabó a Haring en acción aquellos 27 y 28 de febrero de 1989. El grafitero no derramó ni una sola gota de pintura roja en los dos días que tardó en pintar el mural. Lo hizo de memoria, sin bocetos, en la calle Salvador Seguí, rodeado de curiosos, niños que se arremolinaban junto a él en busca de chapas y una sonrisa y bastante prensa, para disgusto del tímido Haring. Más de un vecino con negocios no del todo legales se molestó, temeroso de que tanta atención mediática atrajera a la policía al lugar. De Melero también se llevó a Haring de fiesta al local donde pinchaba, el Club Billares ARS. El DJ recuerda cómo la primera noche, los gorilas del club no dejaron entrar a aquel joven que, con sus gafas redondas y su camiseta sin mangas, parecía un guiri más. Tuvo que salir a la puerta a buscarle y, una vez dentro, pidió champán para todos y Haring pintó un mural antidroga en la pared de la discoteca.
En el documental, Bonaventura Clotet se felicita por los avances que han permitido cronificar la enfermedad, pero recuerda que las diferencias entre ser portador del VIH en el primer y tercer mundo son más grandes que nunca:«Sigue muriendo un millón de personas cada año». «No era fácil estar vivo en aquella época», recuerda Ferran Pujol, impulsor de Bcncheckpoint, que recuerda el activismo de Act up en los años más duros de Reagan: «El sida afectó sobre todo a heroinómanos y homosexuales, así que hubo quien vio la pandemia como un limpieza social».
«Mis días están contados. Mis amigos están cayendo como moscas. No sé si me quedan cinco meses o cinco años de vida», escribía en su diario Keith Haring en febrero de 1989. En aquella época, antes de la aparición de los antirretrovirales, el diagnóstico del VIH era prácticamente una sentencia de muerte. Haring afrontó la noticia con miedo y tristeza, pero también con una insospechada entereza alimentada por la idea de que «el arte es más importante que la vida» y un objetivo: emplear el tiempo que el quedaba de vida en luchar contra el sida. «He de hacer todo lo que pueda, sacrificar comodidad y tiempo libre». Sus últimos meses fueron frenéticos: viajó por todo el mundo, pintando y concienciando. 353 días después de pintar el mural, Haring falleció en Nueva York, el 16 de febrero de 1990.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.