Imagen: El Mundo |
Leyre Iglesias | El Mundo, 2016-01-10
http://www.elmundo.es/cronica/2016/01/10/5691119bca4741ff208b4610.html
Era viernes por la mañana, antes del rezo, en Riad, la capital de Arabia Saudí. Gustavo y dos amigos se dirigían en coche a un restaurante cuando vieron un tumulto junto al ayuntamiento. Uno de ellos se bajó del vehículo y, picado por la curiosidad, corrió hacia la muchedumbre. Gustavo le siguió y, tras hacerse hueco entre la gente, se topó con el espectáculo. Estaban en Chop Chop Square -los extranjeros llaman así a esta plaza porque "chop" significa cortar carne en inglés- y lo que tenían delante era una decapitación.
"La Policía estaba acordonando la plaza. En el centro había dos hombres vestidos con trajes pakistaníes, arrodillados, con la cabeza tapada por una bolsa e inclinada hacia el suelo. Delante de ellos, a unos 40 centímetros, había dos canastos. La gente empezó a gritar: "¡Alá es grande!". Y se hizo el silencio".
"Cuando la autoridad dio la orden, diciendo que su delito había sido el narcotráfico, un negro grandísimo les quitó la bolsa de la cabeza y dejó caer su sable sobre uno, luego sobre el otro. Sssap... Sus cabezas cayeron en los canastos, como un coco... ¡Pac! [Hace una larga pausa]. El verdugo limpió la sangre de su espada en la ropa de los hombres y se fue caminando. Otro hombre con bata blanca y un estetoscopio se acercó entonces a ellos y les auscultó el pecho para ver si seguían con vida... aunque sus cabezas estuvieran a medio metro de sus cuerpos. Después se llevaron los restos en una camilla y la plaza gritó otra vez: "¡Alá es grande, Alá es grande!"".
Gustavo se quedó petrificado. Durante tres días, este empresario colombiano de 50 años que lleva 15 viviendo en Arabia Saudí tuvo pesadillas con una imagen que muy pocos occidentales han visto. Ocurrió hace nueve años, pero sigue pasando, mientras Gustavo sigue allí. En la calurosa tierra donde el petróleo, el consumismo salvaje y el islamismo radical se funden en una rara aleación, el rey Salmán bin Abdulaziz está batiendo récords con al menos 151 ejecuciones en 2015. Es el número más alto en 20 años. Una cada 58 horas. La aplicación de la pena capital en un solo día, el 2 de enero, a 47 personas a las que el Gobierno acusa de pertenecer a grupos terroristas, entre ellas el clérigo chií disidente Nimr al Nimr, ha generado la ruptura de relaciones diplomáticas por parte de Irán y un fuerte malestar en Oriente Medio. Dice Gustavo que sus amigos saudíes respaldan las decapitaciones; que entienden que el rey quiere lanzar un mensaje claro a los terroristas.
"Aquí no hay miedo a que te roben como en mi país", resume la venezolana Radilca, mujer del empresario, "sino miedo a robar. El saudí es drástico: si le duele una uña, se corta la mano".
El reino, con 29 millones de habitantes, es sinónimo de monarquía absoluta. Tanto es así que sus propietarios, la familia Al Saud, dan nombre al país. También significa riqueza: ha pasado de ser un país pobre donde sólo se comía dátiles, queso de cabra y pan, a otro inmensamente rico, con el décimo PIB del mundo (22 puestos por delante de España, según el Fondo Monetario Internacional), a raíz del descubrimiento del petróleo, en 1938. Es su primer exportador y un foco de oportunidades donde pocos nacionales pasan hambre. Tienen acceso a subsidios, educación y sanidad gratuitas, becas para estudiar en Estados Unidos o Gran Bretaña, créditos fáciles... Y sí, es posible: en el lugar donde se construye el que será el rascacielos más grande del mundo, donde el McDonald's y el Burger King encantan a los obesos saudíes, donde los bolsos de Louis Vuitton y las joyas más caras se venden como caramelos, las mujeres sufren uno de los mayores grados de discriminación del planeta.
La sharia (ley islámica) se aplica de forma estricta, de la mano de la policía religiosa (mutawa), y eso hay que tenerlo muy claro en cuanto se cruza la frontera. No hay cines, no hay música en las tiendas, las mujeres necesitan el permiso masculino para casi todo: abrir una cuenta en el banco, estudiar, trabajar. Es, además, el único país que les impide conducir. "Las mujeres no tenemos personalidad jurídica en Arabia Saudí", tercia la española Belén, que acaba de regresar a casa tras un año en Al Khobar, donde la sangre corre en una plaza cercana a la mayor mezquita de la ciudad. Aunque hay algunas cosas que están cambiando.
Dos mujeres con 'Abaya'
Belén, de 38 años, llegó en enero de 2014 a esta ciudad de la costa este de Arabia Saudí, quizá la más cosmopolita del país. Había dejado su trabajo en Cáceres como relaciones públicas de un hotel y se había casado para poder entrar en el reino islámico sin depender de un sponsor o guardián nacional que se responsabilizara de ella. Prefería, para eso, depender de su hasta entonces novio.
Su destino: Eurovillage, un idílico compound (urbanización) para occidentales con unos 700 chalés pagados por las empresas y donde vivir cuesta unos 70.000 euros anuales. Tienen terraza, barrocas habitaciones de 25 metros cuadrados, servicio doméstico diario, cochazo -ellos, un todoterreno Mazda de siete plazas; seis euros cuesta llenar el depósito-, piscinas, gimnasios, pistas de tenis y atletismo, restaurantes, parques... con la entrada siempre custodiada por militares con metralletas. Allí muchos españoles viven como no soñarían hacerlo en España. Belén lo llama "jaula de oro". Dorada, "pero una jaula".
Fuera, el mundo real. Ése sin aceras, pensado para los coches, donde a ellas, saudíes o extranjeras, les está prohibido ponerse al volante, y donde un hombre y una mujer que no sean familia no pueden saludarse por la calle. Ella se atrevió a salir del compound sola, sin su marido. Siempre tapada, eso sí, con la obligatoria abaya -una túnica negra que esconde todos los cuerpos femeninos hasta el cuello- y con un velo que le cubría el pelo, el hiyab.
También viste así Radilca, de 36 años, en Riad. Ocultar el cabello no es estrictamente obligatorio pero supone evitarse malas miradas y alguna advertencia. La diferencia es que cuando ella llegó a la tierra de La Meca, en el año 2002, soportaba gritos e insultos si iba sola a la compra. "Ahora eso ya no pasa", asegura. "En Arabia Saudí las cosas están cambiando muy rápido".
La realidad, en todo caso, es dura. Sólo el 20% de las mujeres trabaja, aunque ya son el 65% del total de graduados universitarios. Siempre con el permiso del padre o el marido, pueden cursar algunas carreras, aunque ahora el Gobierno ha abierto algo el abanico con estudios como la arquitectura. El salto más difícil es el laboral. El Gobierno concede ayudas a las empresas que las contratan, pero aún no está bien visto socialmente. Algunas mujeres trabajadoras, de hecho, lo esconden, ya sean princesas o plebeyas. Y, de nuevo, sólo pueden entrar en algunas áreas: la sanidad, la educación y, desde hace un año, las tiendas de cosméticos y... lencería femenina, que hasta ahora, en el país del recato, sólo vendían los hombres.
Empieza a haber, eso sí, dueñas de negocios, aunque son asistentes suyos, hombres, quienes llevan gran parte de las negociaciones, de modo que ellas sólo aparecen ante su interlocutor para "el apretón de manos y la firma final del contrato", y directoras de hospitales que deben pedir autorización a sus maridos para que les ingresen la nómina, apunta Radilca.
A uno le puede atender también una cajera en Ikea. Dependientas con nicab, sólo con los ojos a la vista, y muchas veces con guantes. Belén robó una foto a una de ellas en el paraíso del mueble sueco, dentro de un gigantesco centro comercial repleto de marcas de Amancio Ortega, de tiendas de lujo, joyerías... En su móvil hay otras imágenes impactantes: una suerte de barbies con abaya negra a la venta en un supermercado, saudíes pixeladas y actrices europeas con escotes censurados en la televisión... "Hay muchas extranjeras que no lo aguantan", afirma Belén. "No puedes ir con la mentalidad occidental. Yo decidí ser aséptica y salir y conocer su cultura".
Así que la extremeña instaló en su móvil una aplicación para conocer el horario de los cinco rezos diarios en los que el país se paraliza durante media hora -"algunas tiendas incluso te echan a la calle"-, y por las mañanas se apuntó a clases de inglés, árabe e incluso zumba.
Pestañas postizas y maridos
A ellas el baile sólo les está permitido en espacios cerrados, como cualquier otra actividad física, y únicamente entre mujeres se quitan la abaya y muestran lo que llevan debajo, más allá de las pestañas postizas: "Mallas flúor, camisetas a la última moda", ropa interior de Victoria's Secret. Al acabar la clase, todas tenían un chófer -un hijo si disponen de menos recursos- esperando en la puerta. El de Belén era un taxista de confianza de la empresa de su marido, un indio llamado Sashi (son 2,5 millones los extranjeros que trabajan de chóferes en el país, indica Gustavo). La otra opción son las nuevas aplicaciones móviles: ahora las mujeres pueden llamar a un taxi limpio, con placa, que les ofrece una mayor seguridad.
También tienen asumido, dice Belén, que "el amor romántico no existe". Las familias eligen al marido y a la mujer de sus vástagos; suelen ser primos o personas del entorno familiar. La policía religiosa impide los besos en público; incluso cogerse de la mano puede suponer meterse en líos. Si uno rectifica, no ocurre nada. Si no, puede haber problemas.
Radilca, que da clases particulares de español y vive con Gustavo en un edificio del centro de Riad (un apartamento "medio" de 200 metros cuadrados por 7.000 euros anuales), insiste en subrayar que el país está evolucionando, que las mujeres jóvenes (los menores de 35 años son el 65% de la población), muy formadas, incluso más que los hombres, darán la vuelta al país. En los últimos tiempos algunos avances han llegado a la prensa internacional: este diciembre las mujeres pudieron votar por primera vez en los comicios municipales, aunque lo cierto es que los electos poco pueden hacer ante la omnipotente familia real; y algunas activistas están rebelándose contra el veto a conducir.
La profesora ha visto esos cambios. Llegó hace 13 años y cuenta que entonces los amigos de su marido la llamaban de broma "Mastercard": "Una mujer es como la Mastercard: no salgas de casa sin ella", decían. "Mi mujer era como un comodín", se explica Gustavo. "Si íbamos con ella podíamos entrar en algunos restaurantes y centros comerciales reservados a familias, comer con otras mujeres, pararnos a hablar con una amiga por la calle...".
Ahora sigue habiendo entradas y zonas separadas para hombres solteros por un lado, y mujeres (con o sin su marido y sus hijos) por otro, con un tabique o biombos de por medio. También existen entradas segregadas en los bancos. Y en las casas lo habitual es encontrarse con dos salones con entradas independientes: uno para los hombres, otro para las mujeres. "Pero a mi casa", matiza Radilca, "sólo viene quien acepta que yo me siente en la misma mesa que los invitados".
Este año la pareja ha organizado por primera vez una fiesta de Nochevieja en su casa. "La música se oía por la terraza y no ha ocurrido nada", se felicita Gustavo.
Alcohol y cocína 'reales'
La música puede tolerarse, pero no el alcohol. Es otra de las férreas prohibiciones. Aun así, los occidentales fabrican vino y cerveza artesanos en sus campamentos. El alcohol comercial entra al país por valija diplomática y se vende carísimo. También hay drogas. También prostitución.
Lo sabe bien un hombre que ha trabajado durante cuatro años para un importante miembro de la familia real saudí. "Muchos" de los próceres del reino, los amos del petróleo, los predicadores del rígido wahabismo (la rama ultraconservadora del sunismo que impone la dinastía), los que duermen en palacios... viven de noche y lo hacen entre "cocaína, alcohol y mujeres", asegura Manuel (nombre ficticio).
Este empleado residente ahora en el norte de España describe una vida de enriquecimiento a base de "comisiones" -"por ejemplo, por la compra de armas"- y de mucho derroche: "En un día se gastan un dineral en el último modelo del Rolls Royce Phantom, 7.000 euros en un traje de Valentino de alta costura o 40.000 en una semana de cenas en Cannes, adonde viajan con sus aviones privados en agosto... Mientras tanto, pagan 1.200 reales mensuales (unos 300 euros) a sus sirvientes, a los que consideran de su propiedad".
Sostiene Manuel que la esperanza habita tras el velo de las princesas jóvenes: las que están estudiando en las mejores universidades, utilizan herramientas de comunicación como Whatsapp, salen al extranjero y "quieren ser independientes de sus maridos, hermanos y padres". "Muchas princesas están haciendo negocios, como firmas de trajes de bodas, aunque nunca salgan en primera línea", asegura. Ellas serán el cambio, frente a unos hombres, que, señala, pierden el tiempo drogándose, bebiendo y con prostitutas.
No es un pecado exclusivo de los parientes del monarca absoluto: Manuel relata cómo los jueves los coches se amontonan para cruzar el puente que lleva al vecino reino de Bahrein, "el prostíbulo de Arabia Saudí", el lugar donde consumen alcohol, practican sexo, se divierten... donde hasta "los mutawa toman gin tonic". Aunque, de vuelta a casa, tengan que aparentar que no ha pasado nada.
Pero en el mundo de los excesos ocultos también hay pobres, y no suelen ser saudíes, sino extranjeros: estos carecen de derecho a percibir ayudas públicas y los no cualificados son la mano de obra barata. Los que peor viven tienen apellidos yemeníes, de Bangladesh, nepalíes, indonesios y afganos. Algo mejor están los sudaneses, etíopes, egipcios, jordanos, libaneses, sirios... La clase media ha sido alcanzada por pakistaníes, indios y filipinos (los últimos son mayoría entre los enfermeros). En conjunto, los extranjeros suponen el 60% de la fuerza laboral del país y también son mayoría en otra estadística, la de las ejecuciones.
Aunque entre los condenados al catálogo saudí de castigos públicos también hay nativos. Como Raef Badawi, un bloguero de 31 años crítico con el régimen y premiado por Reporteros sin Fronteras. Ayer se cumplió un año desde que en una plaza pública de Yedá, cerca de una mezquita y en viernes de oración, un agente de seguridad provisto de un bastón le propinara 50 azotes. Su condena asciende a 1.000, además de 10 años de prisión. La razón: crear unpara el debate público e "insultar al islam", según denuncia Amnistía Internacional.
El castigo a los pecadores
El Gobierno saudí también ha encarcelado a su abogado, Waleed Abu al Khair, "después de un juicio injusto", y a dos activistas fundadores de una ONG defensora de los derechos humanos, ahora disuelta (la Asociación Saudí de Derechos Civiles y Políticos). Hay muchos más nombres. Al poeta palestino Ashraf Fayadh (35 años) le espera la muerte por, supuestamente, abandonar el islam y divulgarlo a través de sus versos. Y el clérigo Nimr al Nimr (56 años), crítico con la monarquía saudí, ya ha perdido la vida: fue ejecutado la semana pasada.
Las ONG denuncian las alianzas de Estados Unidos y Reino Unido con Arabia Saudí. Mientras, en el reino de los delincuentes y los disidentes decapitados las ejecuciones parecen formar parte de un paisaje asumido. Allí el Gobierno amputa manos por algunos robos, aunque la condena la decide un juez en medio de un proceso cuya falta de garantías denuncia Amnistía Internacional. Los infieles o aquellos que mantienen relaciones sexuales sin estar casados, sean hombres o mujeres, pueden ser apedreados o fustigados.
La pena capital asoma por asesinato, terrorismo, narcotráfico y prostitución(se mata a la mujer, salvo que el juez del tribunal islámico considere que ha sido forzada, y al proxeneta). Morir así se entiende como una liberación: el ejecutado queda libre de pecado tanto en la vida terrenal como en la divina, cuenta Radilca. El ojo por ojo admite el perdón cuando un hombre mata a otro en una pelea. En ese caso el asesino puede librarse sólo si se cumplen dos condiciones: si todos los miembros de la familia de la víctima están de acuerdo -el reo debe esperar entre rejas hasta que los hijos menores cumplan los 18 años- y si su familia les paga una cantidad económica que se llama diyya, dinero de sangre.
Belén acaba de volver a España para dar a luz a su primer bebé. En Arabia el médico la examinaba a través de la abaya negra y sólo quiso hacerle ecografías abdominales. Ella no criará a su hijo en el reino y no sabe si alguna vez regresará. Gustavo y Radilca siguen allí, adaptados al país donde el petróleo es más barato que el agua.
¿Por dónde caminará Arabia Saudí? ¿Qué ocurrirá cuando se acabe el crudo que inunda sus billeteras? La única respuesta cierta quizá sea la preferida por los saudíes: "Insha'Allah". Dios proveerá.
"La Policía estaba acordonando la plaza. En el centro había dos hombres vestidos con trajes pakistaníes, arrodillados, con la cabeza tapada por una bolsa e inclinada hacia el suelo. Delante de ellos, a unos 40 centímetros, había dos canastos. La gente empezó a gritar: "¡Alá es grande!". Y se hizo el silencio".
"Cuando la autoridad dio la orden, diciendo que su delito había sido el narcotráfico, un negro grandísimo les quitó la bolsa de la cabeza y dejó caer su sable sobre uno, luego sobre el otro. Sssap... Sus cabezas cayeron en los canastos, como un coco... ¡Pac! [Hace una larga pausa]. El verdugo limpió la sangre de su espada en la ropa de los hombres y se fue caminando. Otro hombre con bata blanca y un estetoscopio se acercó entonces a ellos y les auscultó el pecho para ver si seguían con vida... aunque sus cabezas estuvieran a medio metro de sus cuerpos. Después se llevaron los restos en una camilla y la plaza gritó otra vez: "¡Alá es grande, Alá es grande!"".
Gustavo se quedó petrificado. Durante tres días, este empresario colombiano de 50 años que lleva 15 viviendo en Arabia Saudí tuvo pesadillas con una imagen que muy pocos occidentales han visto. Ocurrió hace nueve años, pero sigue pasando, mientras Gustavo sigue allí. En la calurosa tierra donde el petróleo, el consumismo salvaje y el islamismo radical se funden en una rara aleación, el rey Salmán bin Abdulaziz está batiendo récords con al menos 151 ejecuciones en 2015. Es el número más alto en 20 años. Una cada 58 horas. La aplicación de la pena capital en un solo día, el 2 de enero, a 47 personas a las que el Gobierno acusa de pertenecer a grupos terroristas, entre ellas el clérigo chií disidente Nimr al Nimr, ha generado la ruptura de relaciones diplomáticas por parte de Irán y un fuerte malestar en Oriente Medio. Dice Gustavo que sus amigos saudíes respaldan las decapitaciones; que entienden que el rey quiere lanzar un mensaje claro a los terroristas.
"Aquí no hay miedo a que te roben como en mi país", resume la venezolana Radilca, mujer del empresario, "sino miedo a robar. El saudí es drástico: si le duele una uña, se corta la mano".
El reino, con 29 millones de habitantes, es sinónimo de monarquía absoluta. Tanto es así que sus propietarios, la familia Al Saud, dan nombre al país. También significa riqueza: ha pasado de ser un país pobre donde sólo se comía dátiles, queso de cabra y pan, a otro inmensamente rico, con el décimo PIB del mundo (22 puestos por delante de España, según el Fondo Monetario Internacional), a raíz del descubrimiento del petróleo, en 1938. Es su primer exportador y un foco de oportunidades donde pocos nacionales pasan hambre. Tienen acceso a subsidios, educación y sanidad gratuitas, becas para estudiar en Estados Unidos o Gran Bretaña, créditos fáciles... Y sí, es posible: en el lugar donde se construye el que será el rascacielos más grande del mundo, donde el McDonald's y el Burger King encantan a los obesos saudíes, donde los bolsos de Louis Vuitton y las joyas más caras se venden como caramelos, las mujeres sufren uno de los mayores grados de discriminación del planeta.
La sharia (ley islámica) se aplica de forma estricta, de la mano de la policía religiosa (mutawa), y eso hay que tenerlo muy claro en cuanto se cruza la frontera. No hay cines, no hay música en las tiendas, las mujeres necesitan el permiso masculino para casi todo: abrir una cuenta en el banco, estudiar, trabajar. Es, además, el único país que les impide conducir. "Las mujeres no tenemos personalidad jurídica en Arabia Saudí", tercia la española Belén, que acaba de regresar a casa tras un año en Al Khobar, donde la sangre corre en una plaza cercana a la mayor mezquita de la ciudad. Aunque hay algunas cosas que están cambiando.
Dos mujeres con 'Abaya'
Belén, de 38 años, llegó en enero de 2014 a esta ciudad de la costa este de Arabia Saudí, quizá la más cosmopolita del país. Había dejado su trabajo en Cáceres como relaciones públicas de un hotel y se había casado para poder entrar en el reino islámico sin depender de un sponsor o guardián nacional que se responsabilizara de ella. Prefería, para eso, depender de su hasta entonces novio.
Su destino: Eurovillage, un idílico compound (urbanización) para occidentales con unos 700 chalés pagados por las empresas y donde vivir cuesta unos 70.000 euros anuales. Tienen terraza, barrocas habitaciones de 25 metros cuadrados, servicio doméstico diario, cochazo -ellos, un todoterreno Mazda de siete plazas; seis euros cuesta llenar el depósito-, piscinas, gimnasios, pistas de tenis y atletismo, restaurantes, parques... con la entrada siempre custodiada por militares con metralletas. Allí muchos españoles viven como no soñarían hacerlo en España. Belén lo llama "jaula de oro". Dorada, "pero una jaula".
Fuera, el mundo real. Ése sin aceras, pensado para los coches, donde a ellas, saudíes o extranjeras, les está prohibido ponerse al volante, y donde un hombre y una mujer que no sean familia no pueden saludarse por la calle. Ella se atrevió a salir del compound sola, sin su marido. Siempre tapada, eso sí, con la obligatoria abaya -una túnica negra que esconde todos los cuerpos femeninos hasta el cuello- y con un velo que le cubría el pelo, el hiyab.
También viste así Radilca, de 36 años, en Riad. Ocultar el cabello no es estrictamente obligatorio pero supone evitarse malas miradas y alguna advertencia. La diferencia es que cuando ella llegó a la tierra de La Meca, en el año 2002, soportaba gritos e insultos si iba sola a la compra. "Ahora eso ya no pasa", asegura. "En Arabia Saudí las cosas están cambiando muy rápido".
La realidad, en todo caso, es dura. Sólo el 20% de las mujeres trabaja, aunque ya son el 65% del total de graduados universitarios. Siempre con el permiso del padre o el marido, pueden cursar algunas carreras, aunque ahora el Gobierno ha abierto algo el abanico con estudios como la arquitectura. El salto más difícil es el laboral. El Gobierno concede ayudas a las empresas que las contratan, pero aún no está bien visto socialmente. Algunas mujeres trabajadoras, de hecho, lo esconden, ya sean princesas o plebeyas. Y, de nuevo, sólo pueden entrar en algunas áreas: la sanidad, la educación y, desde hace un año, las tiendas de cosméticos y... lencería femenina, que hasta ahora, en el país del recato, sólo vendían los hombres.
Empieza a haber, eso sí, dueñas de negocios, aunque son asistentes suyos, hombres, quienes llevan gran parte de las negociaciones, de modo que ellas sólo aparecen ante su interlocutor para "el apretón de manos y la firma final del contrato", y directoras de hospitales que deben pedir autorización a sus maridos para que les ingresen la nómina, apunta Radilca.
A uno le puede atender también una cajera en Ikea. Dependientas con nicab, sólo con los ojos a la vista, y muchas veces con guantes. Belén robó una foto a una de ellas en el paraíso del mueble sueco, dentro de un gigantesco centro comercial repleto de marcas de Amancio Ortega, de tiendas de lujo, joyerías... En su móvil hay otras imágenes impactantes: una suerte de barbies con abaya negra a la venta en un supermercado, saudíes pixeladas y actrices europeas con escotes censurados en la televisión... "Hay muchas extranjeras que no lo aguantan", afirma Belén. "No puedes ir con la mentalidad occidental. Yo decidí ser aséptica y salir y conocer su cultura".
Así que la extremeña instaló en su móvil una aplicación para conocer el horario de los cinco rezos diarios en los que el país se paraliza durante media hora -"algunas tiendas incluso te echan a la calle"-, y por las mañanas se apuntó a clases de inglés, árabe e incluso zumba.
Pestañas postizas y maridos
A ellas el baile sólo les está permitido en espacios cerrados, como cualquier otra actividad física, y únicamente entre mujeres se quitan la abaya y muestran lo que llevan debajo, más allá de las pestañas postizas: "Mallas flúor, camisetas a la última moda", ropa interior de Victoria's Secret. Al acabar la clase, todas tenían un chófer -un hijo si disponen de menos recursos- esperando en la puerta. El de Belén era un taxista de confianza de la empresa de su marido, un indio llamado Sashi (son 2,5 millones los extranjeros que trabajan de chóferes en el país, indica Gustavo). La otra opción son las nuevas aplicaciones móviles: ahora las mujeres pueden llamar a un taxi limpio, con placa, que les ofrece una mayor seguridad.
También tienen asumido, dice Belén, que "el amor romántico no existe". Las familias eligen al marido y a la mujer de sus vástagos; suelen ser primos o personas del entorno familiar. La policía religiosa impide los besos en público; incluso cogerse de la mano puede suponer meterse en líos. Si uno rectifica, no ocurre nada. Si no, puede haber problemas.
Radilca, que da clases particulares de español y vive con Gustavo en un edificio del centro de Riad (un apartamento "medio" de 200 metros cuadrados por 7.000 euros anuales), insiste en subrayar que el país está evolucionando, que las mujeres jóvenes (los menores de 35 años son el 65% de la población), muy formadas, incluso más que los hombres, darán la vuelta al país. En los últimos tiempos algunos avances han llegado a la prensa internacional: este diciembre las mujeres pudieron votar por primera vez en los comicios municipales, aunque lo cierto es que los electos poco pueden hacer ante la omnipotente familia real; y algunas activistas están rebelándose contra el veto a conducir.
La profesora ha visto esos cambios. Llegó hace 13 años y cuenta que entonces los amigos de su marido la llamaban de broma "Mastercard": "Una mujer es como la Mastercard: no salgas de casa sin ella", decían. "Mi mujer era como un comodín", se explica Gustavo. "Si íbamos con ella podíamos entrar en algunos restaurantes y centros comerciales reservados a familias, comer con otras mujeres, pararnos a hablar con una amiga por la calle...".
Ahora sigue habiendo entradas y zonas separadas para hombres solteros por un lado, y mujeres (con o sin su marido y sus hijos) por otro, con un tabique o biombos de por medio. También existen entradas segregadas en los bancos. Y en las casas lo habitual es encontrarse con dos salones con entradas independientes: uno para los hombres, otro para las mujeres. "Pero a mi casa", matiza Radilca, "sólo viene quien acepta que yo me siente en la misma mesa que los invitados".
Este año la pareja ha organizado por primera vez una fiesta de Nochevieja en su casa. "La música se oía por la terraza y no ha ocurrido nada", se felicita Gustavo.
Alcohol y cocína 'reales'
La música puede tolerarse, pero no el alcohol. Es otra de las férreas prohibiciones. Aun así, los occidentales fabrican vino y cerveza artesanos en sus campamentos. El alcohol comercial entra al país por valija diplomática y se vende carísimo. También hay drogas. También prostitución.
Lo sabe bien un hombre que ha trabajado durante cuatro años para un importante miembro de la familia real saudí. "Muchos" de los próceres del reino, los amos del petróleo, los predicadores del rígido wahabismo (la rama ultraconservadora del sunismo que impone la dinastía), los que duermen en palacios... viven de noche y lo hacen entre "cocaína, alcohol y mujeres", asegura Manuel (nombre ficticio).
Este empleado residente ahora en el norte de España describe una vida de enriquecimiento a base de "comisiones" -"por ejemplo, por la compra de armas"- y de mucho derroche: "En un día se gastan un dineral en el último modelo del Rolls Royce Phantom, 7.000 euros en un traje de Valentino de alta costura o 40.000 en una semana de cenas en Cannes, adonde viajan con sus aviones privados en agosto... Mientras tanto, pagan 1.200 reales mensuales (unos 300 euros) a sus sirvientes, a los que consideran de su propiedad".
Sostiene Manuel que la esperanza habita tras el velo de las princesas jóvenes: las que están estudiando en las mejores universidades, utilizan herramientas de comunicación como Whatsapp, salen al extranjero y "quieren ser independientes de sus maridos, hermanos y padres". "Muchas princesas están haciendo negocios, como firmas de trajes de bodas, aunque nunca salgan en primera línea", asegura. Ellas serán el cambio, frente a unos hombres, que, señala, pierden el tiempo drogándose, bebiendo y con prostitutas.
No es un pecado exclusivo de los parientes del monarca absoluto: Manuel relata cómo los jueves los coches se amontonan para cruzar el puente que lleva al vecino reino de Bahrein, "el prostíbulo de Arabia Saudí", el lugar donde consumen alcohol, practican sexo, se divierten... donde hasta "los mutawa toman gin tonic". Aunque, de vuelta a casa, tengan que aparentar que no ha pasado nada.
Pero en el mundo de los excesos ocultos también hay pobres, y no suelen ser saudíes, sino extranjeros: estos carecen de derecho a percibir ayudas públicas y los no cualificados son la mano de obra barata. Los que peor viven tienen apellidos yemeníes, de Bangladesh, nepalíes, indonesios y afganos. Algo mejor están los sudaneses, etíopes, egipcios, jordanos, libaneses, sirios... La clase media ha sido alcanzada por pakistaníes, indios y filipinos (los últimos son mayoría entre los enfermeros). En conjunto, los extranjeros suponen el 60% de la fuerza laboral del país y también son mayoría en otra estadística, la de las ejecuciones.
Aunque entre los condenados al catálogo saudí de castigos públicos también hay nativos. Como Raef Badawi, un bloguero de 31 años crítico con el régimen y premiado por Reporteros sin Fronteras. Ayer se cumplió un año desde que en una plaza pública de Yedá, cerca de una mezquita y en viernes de oración, un agente de seguridad provisto de un bastón le propinara 50 azotes. Su condena asciende a 1.000, además de 10 años de prisión. La razón: crear unpara el debate público e "insultar al islam", según denuncia Amnistía Internacional.
El castigo a los pecadores
El Gobierno saudí también ha encarcelado a su abogado, Waleed Abu al Khair, "después de un juicio injusto", y a dos activistas fundadores de una ONG defensora de los derechos humanos, ahora disuelta (la Asociación Saudí de Derechos Civiles y Políticos). Hay muchos más nombres. Al poeta palestino Ashraf Fayadh (35 años) le espera la muerte por, supuestamente, abandonar el islam y divulgarlo a través de sus versos. Y el clérigo Nimr al Nimr (56 años), crítico con la monarquía saudí, ya ha perdido la vida: fue ejecutado la semana pasada.
Las ONG denuncian las alianzas de Estados Unidos y Reino Unido con Arabia Saudí. Mientras, en el reino de los delincuentes y los disidentes decapitados las ejecuciones parecen formar parte de un paisaje asumido. Allí el Gobierno amputa manos por algunos robos, aunque la condena la decide un juez en medio de un proceso cuya falta de garantías denuncia Amnistía Internacional. Los infieles o aquellos que mantienen relaciones sexuales sin estar casados, sean hombres o mujeres, pueden ser apedreados o fustigados.
La pena capital asoma por asesinato, terrorismo, narcotráfico y prostitución(se mata a la mujer, salvo que el juez del tribunal islámico considere que ha sido forzada, y al proxeneta). Morir así se entiende como una liberación: el ejecutado queda libre de pecado tanto en la vida terrenal como en la divina, cuenta Radilca. El ojo por ojo admite el perdón cuando un hombre mata a otro en una pelea. En ese caso el asesino puede librarse sólo si se cumplen dos condiciones: si todos los miembros de la familia de la víctima están de acuerdo -el reo debe esperar entre rejas hasta que los hijos menores cumplan los 18 años- y si su familia les paga una cantidad económica que se llama diyya, dinero de sangre.
Belén acaba de volver a España para dar a luz a su primer bebé. En Arabia el médico la examinaba a través de la abaya negra y sólo quiso hacerle ecografías abdominales. Ella no criará a su hijo en el reino y no sabe si alguna vez regresará. Gustavo y Radilca siguen allí, adaptados al país donde el petróleo es más barato que el agua.
¿Por dónde caminará Arabia Saudí? ¿Qué ocurrirá cuando se acabe el crudo que inunda sus billeteras? La única respuesta cierta quizá sea la preferida por los saudíes: "Insha'Allah". Dios proveerá.
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