viernes, 15 de enero de 2016

#hemeroteca #etnocentrismo | Las cosas por su nombre

Las cosas por su nombre.
Cambiar el título a la obra ‘Joven negra’ es adecuarse a los tiempos, que, afortunadamente, han revisado sus nociones de exclusión.
Estrella de Diego | El País, 2016-01-15
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/01/12/babelia/1452602004_283183.html

La noticia saltaba el mes de diciembre pasado y con ella la polémica: el Rijksmuseum de Ámsterdam había decidido cambiar los nombres de las obras que fueran ofensivos o, sencillamente, que apelaran a la raza, la religión o a ciertas diferencias físicas. Regresando al ejemplo más comentado, la ‘Joven negra’, de Simon Maris, pasaría a ser ‘Joven con abanico’.

La vieja Historia del Arte —y en ella incluyo a expertos y aficionados— se ponía en guardia, como era de esperar, en parte por esa prevención que se tiene hacia los cambios de lo que “siempre ha sido así” y en parte porque lo que tiene regusto a corrección política pone nervioso a mucha gente. Artículos, comentarios de lectores, declaraciones y posicionamientos de directores o conservadores de museos han ido apareciendo en los periódicos y las redes, dejando claro cómo a tantos no les convencía nada la propuesta. Para qué perder el tiempo en esas tonterías, era el argumento.

Pese a todo, no es ninguna pérdida de tiempo en una sociedad que aspire a posiciones igualitarias, ya que cualquier cambio se genera en el lenguaje: somos lo que nombramos y lo que nos nombran. Eliminar los comentarios machistas, xenófobos, homófobos… de nuestro lenguaje cotidiano es un primer paso para animar la negociación con el otro. Piénsenlo un momento: ¿hubiéramos llamado a la misma pintura de Maris, si hubiera retratado a una joven blanca, ‘Retrato de joven blanca’?

La cosa es sencilla, y el hecho de calificar la obra en virtud del color de piel de la retratada parece elocuente. ¿Por qué? ¿Por qué es excepcional que una persona afrodescendiente aparezca en un retrato, vestida de gran dama, además? ¿O porque lo “normal” es lo blanco, hombre, clase media, heterosexual y todo lo demás hay que especificarlo a partir del color de la piel, el sexo, la opción sexual y la clase? Pero en la producción pictórica de los Países Bajos los afrodescendientes no son tan excepcionales: por ejemplo, los esclavos aparecen con frecuencia retratados. ¿Por qué llamarlos negros y no esclavos, porque si se les llama esclavos se pone en evidencia algo que se quiere ocultar, como el tráfico de personas en la Sevilla moderna?

Quizás se trata más bien de la condescendencia con la cual Occidente —Europa y Estados Unidos— ha tratado lo que llegaba de fuera, esa otredad que ha metido en un cajón de sastre donde no hay diferencias ni distinciones. Es la idea de las “máscaras africanas” entre los hombres de las vanguardias, una definición que mezcla sin criterio mejor obvias las procedencias y los detalles. ¿No es, acaso, hora de cambiar esta forma de entender el mundo?

Más importante aún que los anteriores planteamientos es algo que tendemos a olvidar: es raro que los artistas —al menos los clásicos— den el título a las obras. Quienes lo hacen suelen ser los museos, la crítica, los historiadores o hasta el público —al ‘David’ de Miguel Ángel, por ejemplo, le llamaban ‘El gigante’—. Las propias ‘Meninas’ pasaron por varias vicisitudes a la hora de denominarlas —en las que nada tuvo que ver Velázquez— y sus llamados “enanos” tienen cada uno el nombre que les corresponde. Cambiar, pues, el título a la ‘Joven negra’ —o a cualquier otra obra— no supone ninguna agresión a la voluntad del autor: es adecuarse a unos tiempos que, afortunadamente, han revisado sus nociones de exclusión. Ahora sólo queda quitar las momias de la exhibición pública, como se hizo con “el negro de Bañolas”, aquel “ejemplar” humano disecado que observaba anacrónico la historia. No parece muy correcto dejar a faraones y líderes mundiales detenidos en el tiempo, expuestos como otro artefacto cultural más.

En el pantano de lo políticamente correcto.
El Rijksmuseum de Ámsterdam elimina cualquier término considerado peyorativo de los títulos de cerca de 300 obras.
José Andrés Rojo | El País, 2016-01-09
http://elpais.com/elpais/2016/01/08/opinion/1452281501_424445.html

Es difícil encontrar a alguien en una sociedad más o menos sofisticada que reniegue de practicar la corrección política. No tiene ningún sentido seguir utilizando términos peyorativos y, mucho menos, conservar aquellos usos de épocas pasadas en los que mandaba, y de qué manera, el ‘hombre blanco’. Más preciso sería decir ‘algunos hombres blancos’, casi siempre de Europa y Estados Unidos. El periodo colonial, el más cercano, ofrece un abrumador repertorio de barbaridades de todo orden (la esclavitud, sin ir muy lejos), y la colección de humillaciones que padecieron las sociedades sometidas a las lacerantes exigencias de las metrópolis sigue viva en el presente. Y continúa alimentando resentimientos que sirven para construir y sostener corrientes fanáticas de nuevo cuño que reclaman un inmediato (y, a veces, feroz) ajuste de cuentas. No hace falta poner ejemplos: los hay de todo orden, y algunos particularmente trágicos.

Los horrores de la historia están ahí, y no conviene olvidarlos. Pero surgen iniciativas, como la de sustituir los términos injuriosos de los títulos de cerca de 300 dibujos, grabados o lienzos que acaba de poner en marcha el Rijksmuseum de Ámsterdam, que resultan —¿cómo se podría decir?— excesivas, exageradas, estrafalarias, estrambóticas, excéntricas, pintorescas, desmesuradas, bienintencionadas, amables o, simplemente, complacientes. Nótese que en ningún caso se ha utilizado, para vincularla a este proyecto, la palabra ‘estulticia’. Faltaría más.

El afán ha sido aplaudido ya por otras instituciones y, a tenor del fervor que levantan este tipo de epopeyas, es posible que dentro de poco se desplieguen por los museos de todo el mundo diligentes batallones de fieles desocupados dispuestos a localizar, y a enmedar de inmediato, los excesos de aquellos turbios antepasados. Y procurarán borrar, como ya borra el Rijksmuseum, el término ‘negra’ del cuadro titulado ‘Mujer negra’ para ajustarse a otra denominación que evite cualquier suspicacia: ‘Mujer joven con un abanico’.

Son dos los resortes que desencadenan operaciones como esta del imponente museo holandés. De un lado funciona lo que el crítico de arte Robert Hughes bautizó como ‘la cultura de la queja’ en un brillante ensayo en el que abordaba la moda del multiculturalismo en las universidades estadounidenses. De otro, lo que el filósofo francés Pascal Bruckner llamaba el ‘masoquismo occidental’.

O lo que viene a ser lo mismo, que de un lado tiran los supuestos herederos de las antiguas víctimas de los horrores de cualquier tipo de colonización, que no dejan de reclamar una urgente reparación. Y a lo que hay que añadir ese caudal inagotable de mala conciencia que cada occidental lleva dentro como una perforadora que le va machacando el alma: culpable, culpable, culpable.

Resultado: a arreglar el pasado, cambiando títulos como posesos. Pero cuidado. En cuanto uno pisa las arenas movedizas de lo políticamente correcto puede terminar absorbido en sus miasmas y cometer alguna tontería. Mucha atención.

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