Imagen: El Periódico / Concentración en Berga contra una agresión homófoba |
Laura González | El Periódico, 2017-11-23
http://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/respeto-para-combatir-homofobia-150827
Somos la suma de creencias, cultura, idiomas, ideas. Somos países, continentes y territorios. Somos silencio y gritos. Somos humanos. Somos disímiles y es precisamente allí donde está la esencia de todo. Ser diferentes debería hacernos sentir esa pasión por encontrar algo desconocido en el otro. Bueno, ese debería ser el deber ser de las cosas, pero en cambio nos hemos quedado en una zona de confort que nos hace rechazar lo 'desigual'. Lo opuesto a la mayoría, lo que rompe con los esquemas, infortunadamente es mal visto en la sociedad. Claro, no pasa en todos los casos, pero es un problema que todavía nos afecta como comunidad.
¿Por qué nos aterra ver a dos personas del mismo sexo dándose un beso en la calle, en un bus o en un restaurante? Nos han acostumbrado a repudiar todo lo que no somos. Y es que precisamente ahí está el asunto. Nosotros, y me refiero a todos, también somos esa parte contraria, ese reverso del libro que nadie suele leer. El hecho de que mi compañero de al lado no comparta mis gustos sexuales no significa que sea menos o más que yo. Nos presentamos tan intolerantes, tan poco afables frente al otro, que ya hasta relacionarnos nos cuesta.
No amar al otro es no amarnos a nosotros mismos. ¿Por qué nos sorprende tanto que dos mujeres o dos hombres se casen y construyan una familia? El hecho de ser distintos no debería privarnos de gozar de nuestros derechos como ciudadanos y tampoco debería impedirnos construir algo que el resto sí puede hacer. No lo digo solo por todo aquello que le ha sido negado a la comunidad LGTBI, sino también por toda la libertad que a veces le quitamos a aquel que no tiene nuestro mismo color de piel.
Si bien estamos dando pasos hacia una verdadera igualdad, como en el caso de Australia que legalizó el matrimonio entre parejas homosexuales, debemos seguir trabajando en construir un puente con el otro. Somos el resultado imperfecto y desigual de la suma de lo que los demás son. Repudiarlos a ellos es repudiarnos a nosotros mismos, porque en cada uno de nosotros vive algo del otro.
¿Por qué nos aterra ver a dos personas del mismo sexo dándose un beso en la calle, en un bus o en un restaurante? Nos han acostumbrado a repudiar todo lo que no somos. Y es que precisamente ahí está el asunto. Nosotros, y me refiero a todos, también somos esa parte contraria, ese reverso del libro que nadie suele leer. El hecho de que mi compañero de al lado no comparta mis gustos sexuales no significa que sea menos o más que yo. Nos presentamos tan intolerantes, tan poco afables frente al otro, que ya hasta relacionarnos nos cuesta.
No amar al otro es no amarnos a nosotros mismos. ¿Por qué nos sorprende tanto que dos mujeres o dos hombres se casen y construyan una familia? El hecho de ser distintos no debería privarnos de gozar de nuestros derechos como ciudadanos y tampoco debería impedirnos construir algo que el resto sí puede hacer. No lo digo solo por todo aquello que le ha sido negado a la comunidad LGTBI, sino también por toda la libertad que a veces le quitamos a aquel que no tiene nuestro mismo color de piel.
Si bien estamos dando pasos hacia una verdadera igualdad, como en el caso de Australia que legalizó el matrimonio entre parejas homosexuales, debemos seguir trabajando en construir un puente con el otro. Somos el resultado imperfecto y desigual de la suma de lo que los demás son. Repudiarlos a ellos es repudiarnos a nosotros mismos, porque en cada uno de nosotros vive algo del otro.
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